Mario Szichman
“Yo jamás en mi
vida, nunca he aspirado a ningún cargo
en la vida de nada.
Junto al comandante Chávez,
Siempre soñé llegar
a viejito al lado de él”.
Nicolás Maduro,
presidente de Venezuela
El 16 de diciembre
de 2016, el periódico El Nacional de Venezuela emplazó,
en una de sus páginas de la versión digital, un video con el siguiente
título: “Holograma de Chávez volvió a recorrer Caracas”. Aunque según la
versión oficial, Hugo Chávez Frías falleció el 5 de marzo de 2013, tres
años después su figura continúa recorriendo las calles de la capital de
Venezuela. También sus ojos escrutadores asoman en algunos muros de las
ciudades. La idea es corroborar que el comandante es eterno.
También su movimiento
político, el chavismo, suele perseverar en logros ajenos. En el
2015, el periódico digital Tal Cual de Caracas informó
que el gobierno venezolano había comenzado a atribuirse la
construcción de obras públicas concretadas durante administraciones
anteriores. Según dijo la publicación, “En el liceo Fermín Toro de
Caracas, una institución fundada en 1936 y cuya sede actual en El Silencio data
de 1946”, hay una placa en la entrada, “fechada en 2006, que afirma que
tal obra fue ´ejecutada´ por el gobierno de Hugo Chávez Frías”. El diario añadió: “No
hay aclaratoria de que tal placa se haya puesto con motivo de una
remodelación o rehabilitación”. Y es dudoso que el gobierno aclare
algún día el malentendido. En poco tiempo más, el liceo Fermín Toro de
Caracas formará parte de la herencia cultural del Movimiento Quinta
República. La mentira suele pasar desapercibida en el
populismo, una sociedad de irresponsabilidad ilimitada entre cuyos atributos
principales figura la impunidad.
Supongamos que una
persona visita una repartición pública y cuestiona lo señalado en la
placa que adorna una pared del liceo. ¿Acaso un empleado se dignará
recibir la queja; querrá un superior investigar la denuncia? ¿A cuenta de qué?
Si en Venezuela actuasen las instituciones, ningún funcionario se atrevería a inscribir
en el bronce un embuste tan flagrante. Pero el populismo opera bajo el
radar. Tiene la infalible presunción de que si se miente de manera
constante, algo siempre queda.
DISTOPÍAS
John Hurt en el film 1984
Hay tres novelas claves
para entender los autoritarismos del siglo veinte: Nosotros, de
Eugene Zamiatin, Un mundo feliz, de Aldous Huxley, y 1984,
de George Orwell. Zamiatin y Orwell, aludieron al modelo soviético
de absolutismo. Las distopías descriptas en esas novelas siguen
siendo modelos de autocracia, aunque Un mundo feliz discrepa
de las otras dos porque sus gobernantes no parecen demasiado interesados en
retener el mando. Se trata de una sociedad muy conformista, algo
hedonista. No hay sadismo, o dificultades imposibles de resolver. Los
dirigentes no muestran gran apetito de poder. Quizás esa es la principal
diferencia entre la novela de Huxley y las de Zamiatin y Orwell. Las
purgas de Hitler y especialmente de Stalin, resultan inexplicables en Un
mundo feliz.
El crítico Neil
Postman, al cotejar los mundos descriptos en 1984 y
en Un mundo feliz, señaló que el enclave elegido
por Huxley parecía más siniestro que el de Orwell, pues en lugar de
prohibición proponía saturación.
“Lo que más temía
Orwell”, dijo Postman, “era a los seres que prohibían libros. Lo que
más temía Huxley era que desaparecieran las razones para prohibir libros, pues
no habría persona alguna interesada en leerlos”.
En tanto Orwell
temía a quienes negaban información, Huxley sentía
pánico por quienes brindaban tal cantidad de información, que
podían reducir al ser humano a la pasividad y el
egoísmo. A Orwell le preocupaba el encubrimiento de la
verdad. Huxley temía que la verdad naufragara en un mar de irrelevancia. Y el
propio Huxley, al analizar su novela, dijo que los racionalistas y los
defensores de las libertades civiles permanecían alertas para
enfrentarse a la tiranía, y solían olvidar “la casi infinita
avidez del ser humano por las distracciones”.
LA
DICTADURA COMO BANALIDAD
En las distopías
mencionadas previamente, los narradores suelen describir un
estado muy bien organizado capaz de destruir toda forma de oposición.
Decían de Benito Mussolini que lideraba una dictadura atenuada por la
incompetencia. Pero eso dista de ser cierto. Cuando los italianos se
enorgullecían de que gracias a Mussolini los trenes siempre llegaban a horario,
eso no era una falacia. Existía un método y una lógica en la locura. La
sociedad estaba regimentada. Cada sector debía asistir a festividades, marchas
y desfiles.
El famoso filme de
propaganda nazi El Triunfo de la Voluntad (1935) dirigido
por Leni Riefenstahl, y que reseña el Congreso del partido nazi en
Nuremberg, en 1934, al que asistieron más de 700.000 simpatizantes nazis, es
una buena muestra de esa regimentación. El individuo desaparece en la masa, es
apenas un segmento de escenografía. El poder aparece como
omnímodo.
La más alarmante de las
tres distopías mencionadas sigue siendo la de Orwell, porque el
individuo carece de escapatoria. Muchos de los temas habían aparecido
previamente en Nosotros, de Zamiatin, de la
cual Orwell hizo una reseña varios años antes de
publicar 1984.
Para que un estado
totalitario logre perdurar, la tarea más importante es acabar con toda
disidencia. Los métodos son siempre los mismos: castigo del
opositor, vilipendio, y burla. Hay que separar al animal de la recua,
ponerlo en primer plano, y aislarlo, antes de eliminarlo.
En la tarea deben
colaborar todos los ciudadanos. En Venezuela a los delatores se los
denomina “patriotas cooperantes”. Aunque pertenecen a familias, la familia
desaparece como institución. (Ya en 1984 los
niños eran adiestrados para delatar a sus padres).
A eso hay que
sumar un Benefactor, o un Hermano Mayor, líder indisputado e indiscutible,
y obviamente, el Mortal Enemigo, un disidente que se ha transfigurado en un ser
omnímodo, monstruoso, capaz de congregar una camaradería de
disidentes ansiosos por cometer cualquier acto de crueldad, inclusive
gratuito, contra el pueblo y sus representantes. (Maduro ha
calificado en repetidas ocasiones a Leopoldo López como “El monstruo de Ramo
Verde” nombre de la prisión donde está encarcelado el líder opositor
desde el 2014).
TIRANÍAS Y TELEVISORES
Todos esos elementos
requieren de una parafernalia especial. Los buenos y los malos deben ser “bigger than life,” y el estado,
omnisciente. En 1984, televisores provistos de cámaras ocultas
espían a los ciudadanos las veinticuatro horas del día. También la
historia es reescrita las veinticuatro horas del día.
El drama de Winston
Smith, su protagonista, es que necesita separar la verdad de la fantasía, y
recordar el pasado. Pero hay un problema: su tarea en el
Ministerio de la Verdad consiste exclusivamente en falsificar
el pasado reformulando artículos en publicaciones para que la
mentira vuelva a transfigurarse en verdad y ratifique el perpetuo
éxito del Partido.
Otra tarea de los
empleados del ministerio es destruir los documentos que puedan desmentir las
afirmaciones de los jerarcas. De esa manera, no hay una sola prueba que el
gobierno está mintiendo.
Un día, Winston
Smith visita un negocio de antigüedades, se enamora de un cuaderno, lo compra,
y empieza a escribir apuntes. Y los apuntes lo conducen a explorar el pasado
que el Partido niega. Ese cuaderno donde intenta reseñar la verdad
del tiempo pretérito, lo conducirá a la cárcel y a la ejecución.
Uno de los aciertos de
Orwell fue fechar la novela en un futuro cercano, apenas 35 años después de su
publicación. Tanto Un mundo feliz como Nosotros transcurren
varios siglos más tarde. La ventaja para el lector es que puede identificarse
fácilmente con las pesadumbres de su protagonista, y con su
entorno, la ciudad de Londres en plena decadencia. Sus habitantes se enfrentan
a un totalitarismo muy moderno, plagado por constantes amenazas externas, y por
la total incertidumbre. ¿Qué es cierto? ¿Qué es falso? ¿Cómo se puede habitar
un universo donde la verdad es tergiversada cada día, y es imposible desmentir
las falsedades?
LAS DISTOPÍAS
DE LA PERIFERIA
No puedo imaginar un solo
dirigente, ni siquiera el más ardiente de los populistas, que enuncie estas
palabras: “De repente entró un pajarito, chiquitico, y me dio tres vueltas acá
arriba (…) Silbó un ratico, me dio una vuelta y se fue. Yo sentí el espíritu de
él (de Chávez)”. Esas palabras fueron proferidas por el presidente de
Venezuela Nicolás Maduro. Y con total convicción. ¿Alguien
imagina que otro jefe de estado o de gobierno diga algo similar y continúe un
día más en el poder? Es cierto que frases similares suelen ser oídas, pero no
en una transmisión en cadena nacional de radio y televisión, sino en ciertos
establecimientos donde muchos desdichados intentan apaciguar sus
problemas mentales con ayuda de especialistas. Algunos de ellos, tras una
serie de tratamientos, consiguen abandonar esos lugares. Pero apenas incurren en
otra conversación con el pajarito, vuelven al sitio de reclusión y visten
nuevamente una especie de manto talar cuyas mangas son cruzadas sobre el
estómago, y se prolongan en lazos que ciñen el cuerpo humano como si fuese un
matambre.
Antes que Nosotros,
y Un mundo feliz, y 1984, un genio llamado Alfred
Jarry, creó la obra de teatro Ubu rey, estrenada a fines del siglo
diecinueve en París. Ubu irrumpe en el escenario gritando “¡MIERDRA!” (Sí, con
dos erres) y encarna, según algunos críticos, “todo lo grotesco e innoble del
poder político y del gobierno”. Se trata de un capitán del ejército que por
instigación de su esposa decide derrocar al rey de Polonia e instalar una feroz
dictadura. Para eso sube los impuestos a la estratósfera, saquea las arcas del gobierno,
y maneja el poder de la manera más corrupta posible. El usurpador tiene grandes
dimensiones físicas, y en su enorme panza muestra una espiral, pues dedica
buena parte de sus jornadas a observarse el ombligo.
La agudeza de Jarry
consistió en mostrar una nueva clase de tirano. Ubu no le teme al ridículo,
desdeña el asco que inspira en sus súbditos. Y eso lo hace invencible. Al menos
en el corto plazo.
La tarea más persistente
de un ser humano es el hallazgo de nuevas curas. Pero mientras no se localice
la naturaleza del mal, seguirá sucumbiendo a sus efectos.
Cuando estaba haciendo
investigaciones para una novela histórica, estudié los efectos del
mercurio y de diamantes molidos, en el organismo de los enfermos. Ambos
eran considerados remedios infalibles. La única razón era que se trataba de
medicamentos muy costosos. Se pensaba que si un remedio era caro, debía ser
bueno. Cuando los pacientes acaudalados recibían píldoras mezcladas con
diamantes molidos, solían morir desangrados.
Mientras se desconozcan
las causas del triunfo de los regímenes totalitarios, y su versión menos
ostentosa en las repúblicas bananeras, será muy difícil prescindir de ellos. El
acierto de una cura depende del diagnóstico. Ni Zamiatin, ni Huxley, ni
Orwell, nos pueden ayudar en las pesquisas. Cuando los venezolanos
estudien las razones por las cuales un presidente no teme al ridículo, habla
con un pajarito y, como su antecesor, somete a sus ciudadanos a un lavado
de cerebro cotidiano, difundiendo hologramas de los merodeos de su comandante
eterno, tal vez empiecen a elaborar maneras para emerger de la
pesadilla. Quizás habría que revisitar la obra de Alfred Jarry.
Y ojalá los estadounidenses estudien cómo eligieron a un presidente que no teme al ridículo y habla COMO un pajarito, mediante tuits...
ResponderEliminarQuerido Daniel: Feliz año nuevo para tí y tu familia!
EliminarComo suelen decir en estas tierras: "Amanecerá y veremos". Hace un tiempo escribí un post: “IT CAN’T HAPPEN HERE” Esto no puede ocurrir aquí… hasta que ocurre aquí. La novela de Sinclair Lewis que anticipó a Donald Trump.
http://marioszichman.blogspot.com/2016/08/it-cant-happen-here-esto-no-puede.html
Me siento un viajero del tiempo. Ignoro qué va a ocurrir en Estados Unidos. Me preocupa el personaje, aunque como periodista, comparto contigo la maldición de vivir en tiempos muy interesantes. Un abrazo.