Mario
Szichman
El
Otoño del Patriarca no es una de las mejores novelas
de Gabriel García Márquez. No está a la altura de sus cuentos perfectos, como Los funerales de la mama grande, o
algunas de sus crónicas periodísticas, como el Relato de un náufrago, o esa joya que es El coronel no tiene quien le escriba. Siempre he pensado que menos
es más. Inclusive Cien años de soledad
me empezó a empalagar ya en el segundo capítulo. En el tercero, parecía que en
la viña del señor, tanto seres humanos como animales se hallaban en suspensión,
atravesando la tierra a algunos metros de altura. Solo hacía falta que las
vacas volaran.
Pero El Otoño del Patriarca posee una cualidad: muestra los restos del
festín. Recuerda esa espléndida recreación de los finales de una bacanal en la
versión cinematográfica de El Gatopardo,
dirigida por Luchino Visconti. Ese segmento debe durar cerca de una hora.
Podría haber sido una hora insoportable; nada significativo ocurre. Carece de
importancia observar a invitados a una fiesta luego de que se ha comido, bebido
y danzado. Pero el aburrimiento y la desazón consiguen transfigurarse en
elementos de una tragedia. Los cuerpos, las efímeras sonrisas, las arrugadas
vestimentas, los vestigios del maquillaje en las mujeres, el abatido control en
el rostro de los hombres, todo preanuncia las luces de un mortecino amanecer.
En El
Otoño del Patriarca, la decadencia y la posible muerte del anciano dictador
resultan más elocuentes que su omnímodo poder. Lamentablemente, el realismo
mágico funciona en escasas instancias. El hechizo puede consistir en frotar un
talismán, como en La piel de zapa, de
Balzac, pero luego, hay que apaciguar el fervor y mostrar el eterno conflicto
humano, sin excederse en las descripciones, en los desfiles, o en la actividad
sexual.
Uno de los riesgos que corre el escritor
es empalagar a sus lectores, especialmente cuando se trata de analizar la
emblemática figura del dictador latinoamericano.
García Márquez tenía vasta experiencia en
materia de tiranos. Fue testigo, o siguió de cerca, la caída del venezolano
Marcos Pérez Jiménez, el 23 de enero de 1958. Debe haber leído bastante sobre
el derrocamiento del cubano Fulgencio Batista el 31 de diciembre del mismo año,
y Fidel Castro seguramente lo nutrió de numerosos detalles. También estaba el
asesinato de Chapitas Trujillo en las afueras de Santo Domingo, en mayo de
1961. El narrador vivió varios años en España durante el franquismo, y en
Colombia, en la época de Rojas Pinilla. Le fascinó además la figura del
dictador venezolano Juan Vicente Gómez. (Nuestro subcontinente puede sufrir
muchas carencias, pero al menos podemos enorgullecernos de la generosa pléyade
de dictadores).
La amistad de García Márquez con Fidel
no fue uno de sus momentos más prestigiosos. En ocasiones, el “Gabo” –así solían
llamarlo con toda confianza aquellos que nunca lo habían tratado en su vida— se
excusó diciendo que una de sus encubiertas tareas en la isla era conseguir la
libertad de algún preso político cubano. De todas maneras, debe haber sido una
agobiante amistad. En cierta ocasión, García Márquez aludió a la costumbre de
Fidel de llevar consigo una libreta de apuntes, y anotar todo lo que se le iba
ocurriendo mientras visitaba una fábrica, o un comercio, o algún ingenio
azucarero. ¿Qué hacía Fidel con esos centenares o millares de páginas de
apuntes? El escritor lo ignoraba. Uno de los narradores más famosos del siglo
veinte nunca intentó averiguar qué significaba esa forma de logorrea
transferida al papel, pese a que hay excelentes tratados psiquiátricos que
podrían explicarla.
“¡NO
ME SIMPATIZAS!”
García Márquez toleró con sempiterna
sonrisa la personalidad de Fidel. Sin embargo, el líder cubano nunca consiguió
transmitirle su afecto por el teniente coronel Hugo Chávez Frías. Es famosa la
dual opinión del novelista sobre el líder venezolano, tras una conversación a
bordo de un avión que transportaba a ambos a Caracas. García Márquez dijo que
había en Chávez, “dos hombres opuestos. Uno, al que los caprichos del destino
han dado la oportunidad de salvar a su país. El otro, un ilusionista, que
podría pasar a los libros de historia simplemente como otro déspota”.
Algunos creen que el autor de El amor en los tiempos del cólera nunca
simpatizó con Chávez por razones de contigüidad geográfica. El Libertador Simón
Bolívar solía decir que “Colombia es una universidad y Venezuela un cuartel”.
(También añadió que “Ecuador es un convento”).
En Colombia, al menos durante buena parte del siglo veinte, un cachaco
era una persona elegante, de buenos modales. En Venezuela, el término que más
se le acerca es el de sifrino. Pero un cachaco puede ser pobre. Lo
sobresaliente es su cultura. Un sifrino no puede ser pobre. Le gusta lucir
bienes materiales, y estar a la moda, aunque su nivel intelectual sea muy bajo.
Por otra parte, el neorriquismo de la
clase media y alta de Venezuela, nunca les cayó bien a los colombianos. Presumían
que la ostentación solía ser acompañada del mal gusto. Y casi nunca estuvieron
desacertados.
Quizás eso influyó en el menosprecio de
García Márquez por Chávez. Al menos Fidel cortaba una figura elegante, muchos
funcionarios de la CIA lo admiraban, especialmente por su juventud, su arrojo y
su “macho elan”. En cambio, Chávez
era absolutamente impresentable, en parte por su progresiva obesidad, y de modo
primordial, por su inquebrantable chabacanería.
Rori Carroll
Hay un libro muy especial para entender
al líder venezolano: Comandante Hugo
Chávez´s Venezuela, de Rory Carroll[i],
quien fue corresponsal del periódico británico The Guardian en Caracas, entre el 2006 y el 2012. Otros libros
intentan dar razón a la locura chavista. O se niegan a calificarla como tal.
Carroll, con más astucia, simplemente da nutridos ejemplos de ese desvarío. Y
que cada uno asuma sus propias conclusiones.
En El
burgués gentilhombre, de Moliere, Monsieur
Jourdain descubría que los seres humanos hablaban en prosa. En la Venezuela
chavista, fue posible descubrir que el comandante, entonces vivo,
posteriormente eterno, poseía esfínteres.
Según el Diccionario de la Real Academia
Española, el esfínter es “un músculo anular con que se abre y cierra el
orificio de una cavidad del cuerpo para dar salida a algún excremento o
secreción, o para retenerlos; p. ej., el de la vejiga de la orina o el del
ano”. Aunque Chávez compartía ese músculo con el resto de los seres humanos, y
con abundantes clases de mamíferos, no era cuestión de vanagloriarse. O de meditarlo
como un tema de conversación, excepto entre un médico y su paciente. En cambio
Chávez estaba convencido que sí era un tema de conversación. Y lo discutió en
uno de sus “¡Aló Presidente!”ante centenares de miles de espectadores.
Según Carroll, el comandante Chávez explicó
ante una incómoda audiencia en la cual estaban presentes varios de sus
ministros, que “había librado una batalla con su esfínter durante un previo
evento”, también televisado. “Nadie lo sabía”, comentó Chávez, “pero yo tenía
cólicos… ¡Sí, tenía diarrea! Soy un ser humano como el resto de ustedes. En
ocasiones, el pueblo se olvida de eso. Mi Dios, ¡ooff! No se imaginan cómo estaba sudando”. Luego, la cámara de
televisión recorrió los rostros de aquellos sentados cerca de Chávez. “Los
rostros, al parecer, estaban deleitados con la anécdota”. Y con buenas razones.
Según Carroll, tras concluir su programa dominical, Chávez revisaba la
grabación, que podía extenderse hasta por diez horas. Si observaba algún rostro
que no aparecía arrobado ante sus impertinencias, al día siguiente le ofrecía
al portador del rostro las gracias por los servicios prestados.
Pero Chávez era muy egoísta. Los únicos
esfínteres que le preocupaban eran los de su cuerpo. Sus peroratas podían prolongarse
hasta diez horas. Y los seres humanos que debían tolerar su elocuencia, no
estaban autorizados a alzar la mano y pedir permiso para ir al baño. Había
mucho de sádico en esa actitud de impedir a sus prójimos atender a una humilde
necesidad humana.
El comandante tampoco sentía rubor
alguno en anunciar sus actividades eróticas. En el Día de San Valentín del año
2000, Chávez le anunció a su entonces esposa Marisabel, que esa noche la dama
sería gratificada por el santo. El presidente venezolano aprovechó además para
hacer un gesto libidinoso frente a las cámaras de televisión.
En otra oportunidad, durante la
celebración del Día Mundial del Agua, en el 2011, Chávez formuló un anuncio que
causó pánico en su audiencia. Según el jefe de estado, el capitalismo había liquidado
la vida en Marte. El pánico fue, inicialmente, resultado de la incertidumbre.
¿Había hablado Chávez en broma o en serio?
“No sería nada extraño”, enunció el
presidente, “que haya existido civilización en Marte, pero quizás el
capitalismo llegó allí, los imperialistas llegaron y acabaron con el planeta”.
Algunos en la audiencia, convencidos de que Chávez había hablado en broma,
sonrieron. Pero al observar los adustos rostros de otros, sus sonrisas se congelaron.
Quizás el presidente había hablado realmente en serio. Por lo tanto, pusieron
rostros de jugador de póker, mientras aguardaban una aclaración. No hubo
aclaración alguna. Chávez mencionó otros tópicos, y hasta el día de hoy, nadie
sabe si hubo alguna vez vida en Marte.
¡Hay tantos secretos que Chávez se
llevó a la tumba!
Por ejemplo, se ignora si el Libertador
fue realmente asesinado por la oligarquía colombiana. Y eso, pese a que Chávez,
disfrazado de cirujano en jefe, lo sometió a una segunda autopsia, mientras era
contemplado por parte de su tren ministerial. (La primera autopsia de Bolívar
fue hecha por el médico francés Próspero Reverend el 17 de diciembre de 1830,
cuatro horas después del fallecimiento del Libertador. La segunda, el 16 de
julio de 2010, 180 años después. En la primera, Reverend, operó solo, y no
descubrió huella alguna de la presencia de los oligarcas colombianos en el
deceso. En la segunda, Chávez fue asistido por “unas 50 personas, incluidos
patólogos e investigadores criminales”, de acuerdo a la oficial Agencia
Venezolana de Noticias. El jefe de estado prometió revelar a la mayor brevedad
posible los resultados de la autopsia. Hasta el día de hoy, se ignoran los
resultados).
En cuanto a la liquidación de la vida
en Marte por parte de capitalistas o imperialistas, hubo al menos un chivo
expiatorio que pagó por la gaffe del
líder. Nuris Orihuela, quien se
desempeñó como encargada del programa espacial del comandante –sí, Venezuela
tuvo su programa espacial—debió abandonar el cargo en el 2009, aunque era una
de las escasas figuras del régimen respetada por académicos opositores. Dos
años más tarde, le explicó al corresponsal de The Guardian que aunque Chávez era muy inteligente, los
sorbecalcetines de turno le habían ofrecido información sobre Marte “incompleta
y fuera de contexto”.
Chávez nunca se mostró proclive a explicar
que había metido la pata. Por lo tanto Nuris Orihuela, la persona encargada de
brindar información al presidente de una manera ponderada y correcta, fue
desalojada de su entorno. En cambio, los impostores siguieron en sus cargos,
ofreciendo al comandante nuevas perlas de su ignorancia.
LOS
INFINITOS CAMINOS DE LA LISONJA
Es un grave riesgo ser aconsejado por aduladores. En su entusiasmo por ejercer el cargo de felpudos, los serviles pueden destruir una reputación. Carroll cuenta que durante una época, Chávez quedó embelesado con el libro El oráculo del guerrero, del escritor Lucas Estrella Schultz. Ya la palabra oráculo tendría que haberlo puesto en estado de alerta. Y luego, proliferaban las frases que parecían de double entendre. Por ejemplo: “guerrero, cuando ganes una batalla, no pierdas el tiempo envainando la espada, pues el mañana solo traerá más combates”.
Durante meses, dice Carroll, el
presidente elogió el libro, exaltando su sabiduría y erudición, “pero luego que
se diseminaron chistes señalando que el texto era una metáfora gay, nunca lo
volvió a mencionar”. Tampoco se supo quien le recomendó el texto.
Comandante
Hugo Chávez´s Venezuela es un libro
vastamente informativo. Permite avizorar los principales ingredientes de un
gobierno anárquico que nunca completó sus tareas, y destruyó tanto o más que
construyó. Carroll marca como uno de los episodios centrales la llamada
Tragedia de Vargas.
El 15 de diciembre de 1999, tras una
tormenta registrada en el Caribe venezolano, hubo grandes aludes e inundaciones
en el litoral, especialmente en el Departamento Vargas. Fue, quizás, el peor
desastre natural registrado en Venezuela tras el terremoto de 1812. Hubo un
saldo provisional de entre siete mil y treinta mil muertos —hasta el día de hoy
se ignora la cifra exacta— y decenas de miles de damnificados.
Chávez prometió un gigantesco esfuerzo
de reconstrucción en la patria de Bolívar. El Libertador, tras el sismo de
1812, enunció su frase más famosa: “Si la naturaleza se opone, lucharemos
contra ella, y haremos que nos obedezca”. Pero Chávez pertenecía a la generación
de la maleza.
Las tareas de reconstrucción en el
estado Vargas y zonas adyacentes pasaron del ímpetu al letargo, dice Carroll.
“Las topadoras empezaron a llegar tarde, o dejaron de hacerlo. Los ingenieros
hicieron planos, pero no retornaron. El cemento comenzó a desaparecer. La ayuda
pareció evaporarse en la neblina. A medida que pasaron los meses, los
sobrevivientes abandonaron sus refugios y retornaron al esqueleto de viviendas derrumbadas…
más de una década más tarde, todavía estaban allí, aguardando ayuda… El ciclo
volvía a repetirse”.
Había otras tareas más urgentes, nuevas
promesas que formular, y que nunca se concretarían.
Se puede decir muchas cosas de los
dictadores latinoamericanos. Pero a excepción de Chávez, nadie fue acusado de
ser un payaso, un bufón, un clown.
Hay cierta majestad en la investidura presidencial. Juan Perón, quien pese a su
sonrisa “Kolynos” defendía la solemnidad del cargo, solía decir que se retorna
de todas partes, menos del ridículo. Al parecer, estaba equivocado.
Perón gobernó diez años. Fue derrocado
en un golpe militar. El chavismo viene gobernando, o desgobernando Venezuela
desde hace 18 años, y excepto por los opositores, que viven en la isla de la
fantasía, y combinan la ineptitud con una fuerte dosis de complicidad, la mayoría
de los habitantes de la tierra del sol amada están convencidos de que hay
chavismo para rato.
Quizás existe algún secreto ingrediente
en la manera en que los chavistas hacen política. ¿Cómo ha logrado tanta longevidad
en un país que padece la mayor inflación del mundo? Sus habitantes tienen que
hacer kilométricas colas de manera cotidiana para obtener productos
indispensables, el internet se ha convertido en la farmacia virtual de muchos
venezolanos, y la nación, o lo que queda de ella, tiene una de las más altas tasas
de asesinatos en el mundo[ii].
Lo único que ha logrado exhibir el
chavismo desde su llegada al poder, es su enorme capacidad de subsistencia,
pese al abandono y la sistemática
destrucción de su riqueza. Años de saqueo y despilfarro del erario público han
transformado a Venezuela en un país hipotecado. Basta ver el colapso de Petróleos de Venezuela, en una época una
de las mejores empresas del mundo en la explotación de hidrocarburos, o de Citgo, una subsidiaria que logró entrar
con éxito en el mercado de Estados Unidos. Todo se está rematando al mejor
postor.
En América Latina, el futuro es un
eterno altercado entre quienes permiten el brote de la maleza y quienes intentan
abrir un claro en ella. Tras unos años de prosperidad y de la disipación de las
riquezas, la maleza siempre retorna. Los más emprendedores son como los
cruzados, construyen encima de los
escombros, usan los techos como cimientos y cubren todas las rendijas a fin de impedir
el avance de la maleza. Pero los más industriosos no tienen cabida en un país
donde la maleza avanza a paso de vencedor. El libro de Rory Carroll es una
excelente radiografía de un territorio de múltiples promesas incumplidas,
nuevamente inmerso en la maleza.
[i] The
Penguin Press, New York, 2013
[ii] El Observatorio Venezolano
de Violencia indicó que durante el 2016, la nación caribeña registró 28.479
asesinatos, una tasa de 91,8 homicidios por cada 100.000 habitantes.
Venezuela
se ubica como el segundo país más violento del mundo, precedido por El Salvador
y seguido por Honduras que registran 103 y 59 homicidios por cada 100.000
habitantes, respectivamente.
Excelente!
ResponderEliminarGracias por su generosidad.
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