Mario
Szichman
Alberto Sordi con Sofía Loren
Hace algunos años, el gran actor italiano visitó Nueva York, creo que para participar en un festival de cine.
Cuando le preguntaron su técnica de trabajo, pues en Estados Unidos escuelas
como The Actors Studio han creado
abrumadoras técnicas de interpretación,
Sordi aludió al método del sándwich de mortadela.
“Cinco minutos antes de preparar una escena”,
dijo Sordi, “me preparo un sándwich de mortadela. Dos minutos previos al inicio
de la función, empiezo a comerlo. Cuando termino de comer, me limpio las manos
en una servilleta, avanzo al escenario, y emprendo la tarea de actuar”. De esa
manera, con el método del sándwich de mortadela, Sordi hizo clásicos del cine
como Los inútiles, Un burgués pequeño, pequeño, o El jeque blanco.
La idea de que la creación consiste en sufrir
es bastante antigua. Alfred Hitchcock desdeñaba a los actores y las actrices
que se sometían a toda clase de ordalías para mostrar su talento. Cuando era un
joven director, emitió su despectivo veredicto sobre los intérpretes: solo formaban
parte de una recua de ganado.
Hitchcock prefería galanes o damiselas que
consideraban la actuación un trabajo como cualquier otro, y además, acataban sus
órdenes de manera rigurosa. Nunca contrató más de una vez a un actor que daba
problemas, o debatía sus normas de interpretación. Paul Newman, quien cursó en The Actors Studio, fue para él uno de
los sujetos más aborrecibles.
Abundan también los divos y las divas en el
territorio de la escritura. El argentino Ernesto Sábato era famoso por su
tristeza. Cuando entraba a un salón, de inmediato se hacía un lúgubre silencio.
Todos sabían cuánto sufría Sábato escribiendo sus novelas, y empezaban a sufrir.
Además, nunca se cansaba de recordar en sus entrevistas sus padecimientos.
Uno de los recientes cultores de la escuela
literaria del sufrimiento parece ser el español Javier Marías. En fecha reciente informó cuánto padeció al
escribir su novela Berta Isla. En una
entrevista, Marías dijo: “Me parece milagroso haberla terminado. Tengo una
manera de trabajar lenta, hago una página, la corrijo, la reviso, la vuelvo a
teclear así hasta tres, cuatro o cinco veces y no sigo hasta que no está
terminada. Siempre tengo la sensación de que no podrá leerse con fluidez”. Marías
se sorprende de “la gente que saca novelas con gran desparpajo”. Y le “asombra”
que las suyas “llevan muchísimo trabajo y las encuentro difíciles”.
LA ALEGRÍA DE NARRAR
Robert Louis Stevenson escribió la primera
versión de Doctor Jekyll and Mister Hyde
en tres días. Y no se trata, precisamente, de una nouvelle desdeñable. Pero su esposa, Fanny Van de Grift Osbourne,
pensaba de manera diferente. Dijo, aproximadamente lo siguiente: ´Debes
quemarla, pues es una obra abominable´. Stevenson, profundamente enamorado de
su esposa, convencido de su criterio moral, la quemó[i]. Pero
algunos años más tarde, quizás seducido por el demonio, volvió a escribir otra
vez Doctor Jekyll and Mister Hyde. Nuevamente
en tres días. La novela está narrada con gran fluidez y desparpajo. Dudo que haya revisado cada página
cuatro o cinco veces. Es posible que la haya escrito, como dicen en estas
tierras In white heat.
Faulkner escribió la primera versión de The Sound and the Fury en seis semanas.
Dostoievski escribió El Jugador, en 26
días. Estaba agobiado de deudas, y para acelerar la escritura contrató a una
joven estenógrafa, Anna Grigoryevna Snitkina. El narrador debió haber tenido
tiempo para otras cosas porque en 26 días no solo concluyó el manuscrito, sino
que sedujo totalmente a la dama, y la
convirtió en su segunda esposa.
Jim Thompson, el grande entre los grandes del
policial norteamericano, produjo veintinueve novelas en su carrera literaria. Solo
en la década del cincuenta, publicó dieciséis. En 1953 y 1954 engendró un total
de ocho. Cada una era mejor que la otra. Según me dijo su editor en Lion Books Arnold Hano, Thompson se recluía
en un hotel seis semanas, para escribir cada novela. Lo hacía porque era un
alcohólico. Solo encerrándose en un cuarto, a cal y canto, lograba trabajar de
la mañana a la noche, sin ser convocado por el bourbon.
Thompson nunca usó “temas recurrentes, como el
secretismo, el dilema moral, la espera incierta”. Nunca escribió una página, la
corrigió, la revisó, la volvió a teclear hasta tres, cuatro o cinco veces. Y
todo lo que escribió, podía leerse con gran fluidez. Big Jim nunca creyó que el ombligo era la
parte más interesante de la anatomía. Sus personajes eran drifters, o estafadores, o asesinos, agobiados por dilemas
existenciales de los cuales era imposible emerger.
(Ver After Dark, My Sweet Si Dostoievski no
hubiera existido, Jim Thompson lo hubiera inventado, http://marioszichman.blogspot.com/2016/10/after-dark-my-sweet-si-dostoievski-no.html).
En cuanto a Balzac, su Comedia Humana consta
de más de noventa novelas y cuentos, publicados entre 1829 y 1847. Se la pasaba
escribiendo y corrigiendo, aunque no todo el tiempo. Algunas novelas las
escribió en un día. Por cierto, admitía que una noche de amor, equivalía a una
novela menos en su Comedia Humana.
SUFRIR O NO SUFRIR, ESA ES LA CUESTIÓN
Había en Buenos Aires toda una escuela de
escritores que se destacaban por su sufrimiento, y por su imposibilidad de
concretar sus sueños. Por ejemplo, uno de ellos solo había publicado cuentos –ninguno
de ellos memorable–. Pero ambicionaba escribir una novela. Parecía un sueño
inalcanzable. Sus amigos y admiradores vivían en constante suspenso. ¿Lograría
su meta? Logró sin embargo convencer a algunos que el verdadero talento consistía
en no escribir novelas. Mientras esa barrera se mantuviera alzada, su talento sería
reconocido.
FILOSOFÍA Y SENTIMIENTOS RECÓNDITOS
Los textos de Javier Marías abarcan temas de una
profunda filosofía. Según dijo en el reportaje, “el hecho de haber nacido es en
parte una bendición, pero también puede ser una maldición desde que uno es
avistado por otros y en ese momento uno está expuesto a que le pidan cosas o a
ser útil para otros si uno tiene algún tipo de talento”. También al escritor le
gusta indagar “en un tipo de personas que se van, desaparecen, a veces
reaparecen y a veces hay dudas sobre su identidad”. A eso añade en Berta Isla “temas recurrentes, como el
secretismo, el dilema moral, la espera incierta”.
Curiosamente, pese a esa temática asaz trillada,
Marías critica “la banalización” de la sociedad actual. Por eso, se indica en
el reportaje “El autor ubica su ficción en las décadas finales del siglo XX,
entre 1969 y 1995, anteriores a la banalización”. Y como él no está “dispuesto
a escribir novelas bobas sobre tontunas de la vida diaria, me sigo interesando
por cosas que le interesaba a la gente en el siglo XVII o XIX o en 1995”.
¿Vivió Marías entre el 1969 y el 1995 en España? ¿Cree sinceramente que España,
en esa época no era el epítome de la banalización?
Marías goza sufriendo. Uno se pregunta si es
un recurso, una justificación, o una
advertencia a los lectores. Quizás una forma de impedir que otros cuestionen su
novela o novelas. Nadie debe olvidar que
trabaja como un forzado a galeras. O todo lo que sufre.
Es como
si advirtiera al público: “Antes de criticarme la novela, adviertan las
penurias por las que he pasado. Fíjense: hago una página, la corrijo, la
reviso, la vuelvo a teclear así hasta tres, cuatro o cinco veces y no sigo
hasta que no está terminada. Que otros escriban con desparpajo. Lo mío es otra
cosa. Mis novelas llevan muchísimo trabajo y las encuentro difíciles”.
He coleccionado en mi biblioteca unos treinta
libros que enseñan a escribir. En esos libros uno puede aprender a escribir
romances victorianos, pulp fiction,
novelas sobre viajeros del tiempo, inclusive pornografía.
Hay uno que nunca me canso de recomendar: Plot, de Ansen Dibell. He descubierto otros
dos en fecha reciente: 20 Master Plots
(and how to build them), de Ronald B. Tobias y Write Your Novel in a Month: How to Complete a First Draft in 30 Days
and What to Do Next, de Jeff Gerke.
Quien desea escribir novelas y considera la
escritura un oficio, no la antesala del infierno, aprenderá muchísimo de esos
textos. Aquel que se lanza a escribir desconociendo sus elementos
fundamentales, es como un cocinero que intenta crear manjares ignorando la
ventaja de cada ingrediente. La creación es un trabajo como cualquier otro. Las
musas nunca nos llaman, la inspiración no existe. Solo nos anima el propósito
de crear vidas, situaciones, conflictos, y usar tramas que ya empleaban griegos
y romanos hace más de veinte siglos.
Si el escritor no encuentra placer, solo
sufrimiento, en aquello que escribe, terminará fastidiando al lector. Claro que
sobre gustos no hay nada escrito. Otros admiran a Sábato. Traté de leer Sobre Héroes y Tumbas, y me resultó
insoportable. A las cuarenta páginas la abandoné, siguiendo el consejo de
Gabriel García Márquez. Si una novela no nos atrapa a las cuarenta páginas,
decía García Márquez, mejor abandonarla.
Cada vez estoy más convencido de que el método
del sándwich de mortadela propuesto por Alberto Sordi es el más viable en
materia de creación. Sordi amaba a sus personajes. Su única tarea era persuadir
a los espectadores las razones de su amor. Al parecer, era más creíble con el
estómago lleno.
Mi única objeción sigue siendo el sándwich de
mortadela. Creo que antes que un actor o una actriz ingresen al escenario, deben
cambiar un ingrediente: en lugar de mortadela, sugiero colocar entre las dos
lonjas de pan un trozo de jamón serrano.
[i]
Stevenson dejó un encantador testimonio de su amor por Fanny en su ensayo On Falling in Love, publicado en The Cornhill
Magazine de enero-junio, 1877. Se puede obtener en el siguiente enlace: https://deriv.nls.uk/dcn6/7869/78693125.6.pdf
No hay comentarios:
Publicar un comentario