sábado, 30 de septiembre de 2017

Literatura y sufrimiento


Mario Szichman

Alberto Sordi con Sofía Loren        

Hace algunos años, el gran actor italiano visitó Nueva York, creo que para participar en un festival de cine. Cuando le preguntaron su técnica de trabajo, pues en Estados Unidos escuelas como The Actors Studio han creado abrumadoras técnicas de  interpretación, Sordi aludió al método del sándwich de mortadela.
“Cinco minutos antes de preparar una escena”, dijo Sordi, “me preparo un sándwich de mortadela. Dos minutos previos al inicio de la función, empiezo a comerlo. Cuando termino de comer, me limpio las manos en una servilleta, avanzo al escenario, y emprendo la tarea de actuar”. De esa manera, con el método del sándwich de mortadela, Sordi hizo clásicos del cine como Los inútiles, Un burgués pequeño, pequeño, o El jeque blanco.
La idea de que la creación consiste en sufrir es bastante antigua. Alfred Hitchcock desdeñaba a los actores y las actrices que se sometían a toda clase de ordalías para mostrar su talento. Cuando era un joven director, emitió su despectivo veredicto sobre los intérpretes: solo formaban parte de una recua de ganado.

Hitchcock prefería galanes o damiselas que consideraban la actuación un trabajo como cualquier otro, y además, acataban sus órdenes de manera rigurosa. Nunca contrató más de una vez a un actor que daba problemas, o debatía sus normas de interpretación. Paul Newman, quien cursó en The Actors Studio, fue para él uno de los sujetos más aborrecibles.
Abundan también los divos y las divas en el territorio de la escritura. El argentino Ernesto Sábato era famoso por su tristeza. Cuando entraba a un salón, de inmediato se hacía un lúgubre silencio. Todos sabían cuánto sufría Sábato escribiendo sus novelas, y empezaban a sufrir. Además, nunca se cansaba de recordar en sus entrevistas sus padecimientos.
Uno de los recientes cultores de la escuela literaria del sufrimiento parece ser el español Javier Marías.  En fecha reciente informó cuánto padeció al escribir su novela Berta Isla. En una entrevista, Marías dijo: “Me parece milagroso haberla terminado. Tengo una manera de trabajar lenta, hago una página, la corrijo, la reviso, la vuelvo a teclear así hasta tres, cuatro o cinco veces y no sigo hasta que no está terminada. Siempre tengo la sensación de que no podrá leerse con fluidez”. Marías se sorprende de “la gente que saca novelas con gran desparpajo”. Y le “asombra” que las suyas “llevan muchísimo trabajo y las encuentro difíciles”.

LA ALEGRÍA DE NARRAR

Robert Louis Stevenson escribió la primera versión de Doctor Jekyll and Mister Hyde en tres días. Y no se trata, precisamente, de una nouvelle desdeñable. Pero su esposa, Fanny Van de Grift Osbourne, pensaba de manera diferente. Dijo, aproximadamente lo siguiente: ´Debes quemarla, pues es una obra abominable´. Stevenson, profundamente enamorado de su esposa, convencido de su criterio moral, la quemó[i]. Pero algunos años más tarde, quizás seducido por el demonio, volvió a escribir otra vez Doctor Jekyll and Mister Hyde. Nuevamente en tres días. La novela está narrada con gran fluidez y  desparpajo. Dudo que haya revisado cada página cuatro o cinco veces. Es posible que la haya escrito, como dicen en estas tierras In white heat.
Faulkner escribió la primera versión de The Sound and the Fury en seis semanas. Dostoievski escribió El Jugador, en 26 días. Estaba agobiado de deudas, y para acelerar la escritura contrató a una joven estenógrafa, Anna Grigoryevna Snitkina. El narrador debió haber tenido tiempo para otras cosas porque en 26 días no solo concluyó el manuscrito, sino que  sedujo totalmente a la dama, y la convirtió en su segunda esposa.

Jim Thompson, el grande entre los grandes del policial norteamericano, produjo veintinueve novelas en su carrera literaria. Solo en la década del cincuenta, publicó dieciséis. En 1953 y 1954 engendró un total de ocho. Cada una era mejor que la otra. Según me dijo su editor en Lion Books Arnold Hano, Thompson se recluía en un hotel seis semanas, para escribir cada novela. Lo hacía porque era un alcohólico. Solo encerrándose en un cuarto, a cal y canto, lograba trabajar de la mañana a la noche, sin ser convocado por el bourbon.
Thompson nunca usó “temas recurrentes, como el secretismo, el dilema moral, la espera incierta”. Nunca escribió una página, la corrigió, la revisó, la volvió a teclear hasta tres, cuatro o cinco veces. Y todo lo que escribió, podía leerse con gran fluidez.  Big Jim nunca creyó que el ombligo era la parte más interesante de la anatomía. Sus personajes eran drifters, o estafadores, o asesinos, agobiados por dilemas existenciales de los cuales era imposible emerger.
(Ver  After Dark, My Sweet Si Dostoievski no hubiera existido, Jim Thompson lo hubiera inventado, http://marioszichman.blogspot.com/2016/10/after-dark-my-sweet-si-dostoievski-no.html).
En cuanto a Balzac, su Comedia Humana consta de más de noventa novelas y cuentos, publicados entre 1829 y 1847. Se la pasaba escribiendo y corrigiendo, aunque no todo el tiempo. Algunas novelas las escribió en un día. Por cierto, admitía que una noche de amor, equivalía a una novela menos en su Comedia Humana.

SUFRIR O NO SUFRIR, ESA ES LA CUESTIÓN

Había en Buenos Aires toda una escuela de escritores que se destacaban por su sufrimiento, y por su imposibilidad de concretar sus sueños. Por ejemplo, uno de ellos solo había publicado cuentos –ninguno de ellos memorable–. Pero ambicionaba escribir una novela. Parecía un sueño inalcanzable. Sus amigos y admiradores vivían en constante suspenso. ¿Lograría su meta? Logró sin embargo convencer a algunos que el verdadero talento consistía en no escribir novelas. Mientras esa barrera se mantuviera alzada, su talento sería reconocido.

FILOSOFÍA Y SENTIMIENTOS RECÓNDITOS

Los textos de Javier Marías abarcan temas de una profunda filosofía. Según dijo en el reportaje, “el hecho de haber nacido es en parte una bendición, pero también puede ser una maldición desde que uno es avistado por otros y en ese momento uno está expuesto a que le pidan cosas o a ser útil para otros si uno tiene algún tipo de talento”. También al escritor le gusta indagar “en un tipo de personas que se van, desaparecen, a veces reaparecen y a veces hay dudas sobre su identidad”. A eso añade en Berta Isla “temas recurrentes, como el secretismo, el dilema moral, la espera incierta”.
Curiosamente, pese a esa temática asaz trillada, Marías critica “la banalización” de la sociedad actual. Por eso, se indica en el reportaje “El autor ubica su ficción en las décadas finales del siglo XX, entre 1969 y 1995, anteriores a la banalización”. Y como él no está “dispuesto a escribir novelas bobas sobre tontunas de la vida diaria, me sigo interesando por cosas que le interesaba a la gente en el siglo XVII o XIX o en 1995”. ¿Vivió Marías entre el 1969 y el 1995 en España? ¿Cree sinceramente que España, en esa época no era el epítome de la banalización?
Marías goza sufriendo. Uno se pregunta si es un recurso, una justificación, o  una advertencia a los lectores. Quizás una forma de impedir que otros cuestionen su novela o novelas. Nadie debe olvidar  que trabaja como un forzado a galeras. O todo lo que sufre.
 Es como si advirtiera al público: “Antes de criticarme la novela, adviertan las penurias por las que he pasado. Fíjense: hago una página, la corrijo, la reviso, la vuelvo a teclear así hasta tres, cuatro o cinco veces y no sigo hasta que no está terminada. Que otros escriban con desparpajo. Lo mío es otra cosa. Mis novelas llevan muchísimo trabajo y las encuentro difíciles”.
He coleccionado en mi biblioteca unos treinta libros que enseñan a escribir. En esos libros uno puede aprender a escribir romances victorianos, pulp fiction, novelas sobre viajeros del tiempo, inclusive pornografía.
Hay uno que nunca me canso de recomendar: Plot, de Ansen Dibell. He descubierto otros dos en fecha reciente: 20 Master Plots (and how to build them), de Ronald B. Tobias y Write Your Novel in a Month: How to Complete a First Draft in 30 Days and What to Do Next, de Jeff Gerke.
Quien desea escribir novelas y considera la escritura un oficio, no la antesala del infierno, aprenderá muchísimo de esos textos. Aquel que se lanza a escribir desconociendo sus elementos fundamentales, es como un cocinero que intenta crear manjares ignorando la ventaja de cada ingrediente. La creación es un trabajo como cualquier otro. Las musas nunca nos llaman, la inspiración no existe. Solo nos anima el propósito de crear vidas, situaciones, conflictos, y usar tramas que ya empleaban griegos y romanos hace más de veinte siglos.
Si el escritor no encuentra placer, solo sufrimiento, en aquello que escribe, terminará fastidiando al lector. Claro que sobre gustos no hay nada escrito. Otros admiran a Sábato. Traté de leer Sobre Héroes y Tumbas, y me resultó insoportable. A las cuarenta páginas la abandoné, siguiendo el consejo de Gabriel García Márquez. Si una novela no nos atrapa a las cuarenta páginas, decía García Márquez, mejor abandonarla.

Cada vez estoy más convencido de que el método del sándwich de mortadela propuesto por Alberto Sordi es el más viable en materia de creación. Sordi amaba a sus personajes. Su única tarea era persuadir a los espectadores las razones de su amor. Al parecer, era más creíble con el estómago lleno.
Mi única objeción sigue siendo el sándwich de mortadela. Creo que antes que un actor o una actriz ingresen al escenario, deben cambiar un ingrediente: en lugar de mortadela, sugiero colocar entre las dos lonjas de pan un trozo de jamón serrano.





[i] Stevenson dejó un encantador testimonio de su amor por Fanny en su ensayo On Falling in Love, publicado en The Cornhill Magazine de enero-junio, 1877. Se puede obtener en el siguiente enlace: https://deriv.nls.uk/dcn6/7869/78693125.6.pdf

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