Mario Szichman
Según informó el 21 de noviembre
de 2011 la agencia noticiosa Reuters,
el entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías, comunicó su propósito
de gobernar hasta el año 2031. Chávez añadió a continuación: “Nunca nos
iremos”.
Según explicó, “al principio tenía
previsto irme en el 2021, pero tengo ahora el plan de gobernar aquí hasta el
2031, es decir, 20 años más”.
“Más nunca (la oposición) volverá
a gobernar, vístase como se vista” informó el jefe de estado venezolano.
Por su parte, la agencia alemana DPA, citó otra frase de Chávez: “Nos
llevará 10 más y 10 más y 10 más construir las nuevas virtudes sociales”.
Ya en esos días, Chávez estaba
sometido a un tratamiento contra el cáncer. El tratamiento debía ser muy
eficaz. El primer mandatario estaba seguro de una prolongada longevidad.
Muchos venezolanos creyeron en su
afirmación. En octubre de 2012, quizás inspirado por su autodiagnóstico, el
PSUV y sus acólitos derrotaron en los comicios presidenciales al candidato
opositor Henrique Capriles Radonski, por un vasto margen de un 54 por ciento a
un 45 por ciento.
Como el Chapulín Colorado, Chávez
tenía todo rigurosamente calculado. El mandato de 2013-2019 se encargaría de “profundizar
el socialismo”. En cuanto al siguiente, que debía prolongarse hasta el 2031, el
presidente ofreció escasos indicios sobre los logros a alcanzar.
El Libertador –al menos el que
inventé en Las dos muertes del general
Simón Bolívar–, era mucho más modesto. “No es la muerte lo que me
preocupa”, señalaba a uno de sus acólitos, “sino la inmortalidad, que impide a
una persona descansar tranquila en su tumba”.
El fundador de la Quinta República
no poseía el recato de Simón Bolívar. “Yo tenía previsto irme en 2021” indicó
Chávez, según DPA. “Pero ahora como
los escuálidos (la oposición) andan diciendo que me estoy muriendo, que estoy
listo para la parrilla, que ya no puedo más... Yo estoy recuperándome y tengo
el plan de gobernar aquí hasta 2031, 20 años más”, aseguró.
Meses después de su reelección,
Chávez pasó a la mortalidad, posiblemente en La Habana, o quizás en un hospital
de Caracas. Or in between. Ni
siquiera se sabe a ciencia cierta la fecha exacta de su muerte. Es un secreto
que nunca será revelado mientras su reemplazante o reemplazantes conserven el
poder. Está relacionado, presuntamente, con leyes sancionadas de su propio puño
y letra varios días o semanas después que pasó a mejor vida.
Chávez contaba con la facultad de
estar de manera simultánea en el más acá, y en el más allá.
OTRA INMORTAL
En el populismo proliferan más
inmortales que mortales. Otra de mis novelas se titula A las 20:25 la señora pasó a la inmortalidad. En ese caso, la trama
se concentraba en el fallecimiento de Eva Perón, esposa del presidente
argentino Juan Domingo Perón. Recuerdo que durante parte de mi infancia,
exactamente a las 20:25 de cada noche, las radios argentinas interrumpían su
programación habitual para anunciar que a esa hora, la señora había pasado a la
inmortalidad. Mi novela no es realista. Decidí que, tras el fallecimiento de
Evita, el 26 de julio de 1952, se suspendían ipso facto todos los velorios y
entierros, hasta que la primera dama fuese sepultada. La idea era que ninguna
muerte privada podía interferir en ese duelo a escala casi mundial.
El velorio de Eva Perón se
prolongó varios días. En el ínterin, había larguísimas colas en las cercanías
de la capilla ardiente. Cientos de miles de personas querían despedirse de La
Abanderada de los Humildes.
Eso traía problemas a los Pechof,
mi familia judía, protagonista de La
Trilogía del Mar Dulce. Rifque, una de sus integrantes, fallecía por esos
mismos días, y era imposible obtener su certificado de defunción, hasta que
concluyera el velorio mayor. ¿Cómo se podía hacer para enterrarla?
Especialmente teniendo en cuenta el antisemitismo de las autoridades. La
solución que se le ocurría a uno de los Pechof era conseguir el certificado de
un médico antisemita, con cierta “palanca” ante las autoridades. Pero como un
médico antisemita nunca otorgaría un certificado de defunción a una familia
judía, obligué a los Pechof a transfigurarse en una familia católica de
alcurnia. La familia fue rebautizada Gutiérrez Anselmi. Allí se iniciaban
absurdas peripecias.
Si recuerdo esos eventos es porque
la realidad siempre supera a la
imaginación más desbocada. Mi absurdo se confinó a una familia carente de toda
trascendencia histórica. En nada afectó el destino de Eva Perón. ¿Qué tal si
como parte de su tránsito a la inmortalidad, se la proclamaba compañera de
fórmula presidencial de Juan Perón? Resultaba impensable. Y sin embargo, eso es
lo que se proponen hacer en Zimbabue con otro cuasi inmortal, el líder de la
independencia Robert Mugabe, por cierto, un buen amigo de Hugo Chávez.
AFERRADO AL PODER
Robert Gabriel Mugabe, nacido en
febrero de 1924, fue primer ministro de Zimbabue entre 1980 y 1987, y a partir
de esa fecha su presidente. Ha gobernado su país durante 37 años, y realiza una
campaña para ser reelecto en 2018, cuando cumplirá 94 años. Pues, cuando se
trata de inmortales, siempre se necesita un período más para perpetuar una gestión.
En su análisis de dos libros sobre
la dictadura de Mugabe: Kingdom, Power,
Glory, Mugabe, Zanu and the quest for supremacy, de Stuart Doran. y The Struggle Continues, de David Coltart,
el crítico Martin Meredith hizo mención en The
Times Literary Supplement del 20 de
septiembre de 2017, a una carta pastoral escrita hace una década por un grupo
de obispos católicos.
La carta de los obispos fue
devastadora. El pueblo de Zimbabue, denunciaban los clérigos, enfrentaba un
desempleo masivo, una inflación descomunal, hambre y desnutrición. Por esa
época, según The Economist, el
billete de 50.000 millones de dólares zimbabuenses (el de mayor
denominación) equivalía a 70 centavos de
dólares norteamericanos en el mercado negro.
Los obispos dijeron que el sistema
de salud se había desintegrado. Las escuelas estaban en la lona, los servicios
públicos habían colapsado. La respuesta de Mugabe a esa catástrofe, según la
pastoral, había consistido en “incrementar la represión a través de arrestos,
detenciones, y torturas”.
Mugabe nunca ocultó su sadismo, o
su necesidad de aplastar al adversario. En los libros de Stuart Doran y de
David Coltart, hay numerosos ejemplos de su pasión por hacer el mal. En una
ocasión, alardeó de que, además de haber obtenido títulos universitarios, “se
había doctorado en violencia”.
Ya en 1983, tres años después de
obtener el cargo de primer ministro, Mugabe organizó con el apoyo de Corea del
Norte una brigada juvenil para aplastar a sus rivales negros liderados por Joshua
Nkomo, y emplazados en el bastión de Matabelelandia.
La campaña, dijo Doran, incluyó
asesinatos masivos, torturas, incendios intencionales, violaciones y vapuleos,
especialmente, contra la población civil. Buena parte de las atrocidades
ocurrieron en zonas rurales. Eso permitió encubrir los atropellos.
Fue entonces cuando un joven
abogado blanco, David Coltart, autor de The
Struggle Continues, ayudado por activistas católicos, comenzó a recopilar
evidencias de los sobrevivientes. Los testimonios eran de pesadilla. Familias enteras habían sido apresadas y
confinadas en chozas: hombres, mujeres, niños, inclusive bebés. Luego, las
chozas fueron incendiadas. Mujeres embarazadas fueron asesinadas con bayonetas,
muchas otras, violadas.
La campaña de Mugabe en el área,
duró cuatro años. Unos 20.000 civiles fueron asesinados, varios miles,
golpeados y torturados. Para evitar ulterior violencia, Nkomo capituló, y
desmanteló su partido.
El abogado Coltart continuó con
las investigaciones y publicó en 1997 Breaking
the Silence, un libro sobre las atrocidades en Matabelelandia. Mugabe lo
acusó de ser un enemigo público, y Coltart debió enfrentar amenazas de muerte,
intimidación, hostigamiento y persecución por parte de los tribunales.
EL PODER Y LA GLORIA
Como es habitual en los regímenes
populistas, la agricultura comercial colapsó durante el gobierno de Mugabe. La
manera de evitar una hambruna generalizada fue apelar a la ayuda del exterior.
En el 2005, Mugabe debió enfrentar
el repudio de centenares de miles de sus compatriotas que vivían en villas
miserias. Fue entonces que, en una campaña denominada murambatsvina (“eliminen la basura”), escuadrones de la policía
destruyeron villas miseria, una tras otra, usando topadoras. Según una
investigación de las Naciones Unidas, unas 700.000 personas perdieron sus
viviendas, sus fuentes de trabajo, o ambas cosas a la vez. Otros 2,4 millones
de personas fueron afectadas de manera indirecta.
Mugabe aseguró que el propósito
era acabar con las villas miserias y reemplazarlas por viviendas dignas. Pero,
como dice Meredith, “No se hizo virtualmente nada. El propósito real era
explicar la suerte que corría cualquier persona que votase contra Mugabe”.
El daño causado por el dictador de
Zimbabue es casi imposible de evaluar. El país está empobrecido, en bancarrota.
Todas las instituciones, la administración pública, el poder judicial, la
policía, el ejército, se hallan a disposición del dictador. Una cuarta parte de
la población de Zimbabue vive fuera del país, intentando subsistir por todos
los medios posibles. Cuatro millones de personas aguantan gracias a la ayuda
del exterior. Muchos niños están atrofiados por la desnutrición. Las
expectativas de vida son de 55 años, una de las más bajas en el mundo.
En contraste, Mugabe sigue
viviendo, y con grandes perspectivas de inmortalidad o, al menos de burlar su
propia muerte.
El presidente de Zimbabue anunció
que piensa vivir por lo menos hasta los 100 años. Su esposa, Grace, quien
anhela establecer la dinastía Mugabe, dijo a comienzos de año que si su marido
fallece antes de los comicios presidenciales de 2018, será postulado “como un
cadáver”. Eso facilitaría el propio ascenso de la señora Grace al poder. Se
presume que las mayores decisiones serán adoptadas luego que la primera dama
consulte con su inmortal cónyuge.
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