Mario Szichman
John le Carré
En
julio de este año, el novelista británico David Cornwell, quien escribe con el
seudónimo de John le Carré, y el historiador Ben Macintyre se reunieron en un hotel de Bristol,
Inglaterra, para conversar sobre sus respectivas carreras, y sus preliminares
oficios. Estaban acompañados de Sarah Lyall, periodista de The New York Times.
Le
Carré, de 85 años, tenía algo que celebrar: el lanzamiento de la que podría ser
su última novela: A Legacy of Spies. La
novela recupera algunos de los temas de The
Spy Who Came In From the Cold (1963), su texto más famoso, popularizado en
la versión cinematográfica protagonizada por Richard Burton.
Tanto
le Carré como Macintyre trabajaron para agencias de inteligencia, antes de
dedicarse tiempo completo a la escritura. Según Macintyre, la novela de
espionaje inglesa se destaca de otras porque se basa en la experiencia personal
de algunos de sus autores, que fueron agentes dobles: Somerset Maugham, Graham
Greene, Ian Fleming, John B. Priestley, y le Carré.
Y
aunque Macintyre (53 años) escribe “non
fiction,” es obvio que su empleo anterior le ayudó a trabajar temas muy
fascinantes relacionados con los servicios de su majestad británica. En
ocasiones, pudo explorar información muy restringida, como en el caso de Operation Mincemeat, un libro que se devora en escasas noches de
insomnio, y está basado en el caso de “El hombre que nunca existió”.
La
primera versión, con el título de The Man
Who Never Was fue escrita por un alto funcionario de la inteligencia
británica, Ewen Montagu, quien participó durante la segunda guerra mundial en
la invención de un personaje cuyo propósito era facilitar información falsa a
las potencias del Eje.
Los
aliados tenían como propósito invadir Sicilia. Para dispersar a las fuerzas
enemigas, Montagu se consiguió un cadáver, le creó una identidad completa,
incluyendo fotos de su novia, tickets de teatro y de cine, y documentos de sus
ancestros, y le dio un grado militar.
El
cadáver, vestido con ropas de un oficial británico, fue lanzado en un avión
cerca de las costas de Huelva, en España. En las ropas del muerto había un dossier donde se revelaban los planes
aliados para invadir Europa, en una región muy alejada de Sicilia. Todavía hoy
no se sabe si los nazis mordieron el anzuelo. Al menos, siguieron fortaleciendo
sus defensas en Sicilia. Pero hubo otros desplazamientos de tropas que sugerían
desconcierto ante los planes del enemigo.
Ben Macintyre
Hay
además algo cierto: la segunda versión del episodio, publicada por Ben
Macintyre en el 2011, es mejor que la de Montagu. Es muy difícil que una novela
pueda superar Operation Mincemeat en
interés, y en detalles que van del horror a la comedia. A eso se suman pormenores
cómo la búsqueda de un cadáver apropiado. Y abundan los desequilibrados personajes que
los ingleses suelen hacer proliferar en la vida real, aunque muy difícilmente
concretan en sus narraciones. (Hay una
versión cinematográfica del texto de Montagu dirigida por Ronald Neame con
Clifton Webb en el rol protagónico).
COMIENZOS
David
Cornwell asumió el seudónimo de le Carré para conservar su trabajo diurno en
una agencia de inteligencia británica. Inició sus tareas en la década del
cincuenta y prolongó su actividad hasta comienzos de la década del sesenta. En su caso, debió eludir dos mundos para
elaborar su ficción: el mundo familiar, y el de la agencia de espionaje.
Y
además, estaba la incómoda herencia familiar. En tanto el padre de Macintyre
era profesor de historia de la universidad de Oxford, el padre de le Carré era
un estafador.
“La
verdad nunca existió en mi infancia”, dice el novelista. “Lo único que hacíamos
era compartir mentiras. Si alguien quiere administrar su casa cuando carece de
dinero, necesita mentir con toda seriedad. Hay que mentirle al dueño del
garaje, al carnicero local, y a diferentes personajes de la vecindad. Y a eso
se añadía el elemento de clase. Tanto mis abuelos, como mis tías y tíos,
pertenecían a la clase obrera. Por ejemplo, uno de ellos arreglaba postes de
telégrafo. Para que mi padre fingiera pertenecer a una clase más alta,
necesitaba, además de buenos modales, buen léxico y encanto. Necesitaba contar
con la complicidad de muchas personas. Inclusive durante mi escuela primaria,
nunca pude revelar mi situación parental”.
Esa
mezcla de soledad e incertidumbre, dice le Carré, fertilizó su mente y le
permitió abordar la narrativa. “Además, debemos agregar el asombroso elenco de
seres tortuosos que atravesaron la vida de mi padre. De manera inevitable,
comencé a retirarme de una vida social, y a fabricar historias para mi exclusivo
beneficio. Por otra parte, mi padre era increíble. Era un hombre que mientras
era perseguido por la policía, o en bancarrota, o en prisión, seguía con sus
estafas. En una ocasión, en medio de alguna de sus desventuras, se lanzó como
candidato al parlamento. Tenía una enorme capacidad para inventar. No mantenía
relación alguna con la verdad”.
Era
más fácil para le Carré ser novelista que un ser humano. “El novelista”, dice,
“necesita contemplar todas las variantes del carácter de una persona. ¿Puede
ser esto? ¿Puede ser aquello? ¿Puedo transformarlo en otra persona? Una de las
cosas fascinantes del mundo del espionaje es que refleja la sociedad en que se
vive. Si alguien desea realmente examinar el psiquismo nacional, debe aceptar
que está encerrado en el mundo del secreto”.
Tanto
le Carré como Macintyre fueron reclutados por los servicios de inteligencia
británicos cuando eran jóvenes. Pero venían de backgrounds muy distintos.
El
hecho de que Macintyre fuese el vástago de un profesor de historia, hizo que su
ingreso en el espionaje tuviese otras motivaciones. Aunque escribe non fiction, es obvio que su interés
está en investigar personajes “que parecen complicados, fascinantes, y
corruptos.
“Me
parece que en la inteligencia británica hay algo que carece de amarras. No sé
si eso crea personas que se salen con facilidad de los carriles, o si uno tiene
que estar levemente fuera de los carriles para desear trabajar en esa
profesión. De todas maneras, ese mundo
atrae, porque en el fondo, es similar al que describen los novelistas: hay
elementos como la lealtad, el amor, la traición, el romance, y la aventura. El
problema es que los espías necesitan inventarse un mundo, y con frecuencia
inventan sus pasados.
“Como
resultado, es imposible creerles una sola palabra. Cuando uno trabaja fuera del
territorio de la ficción, debe enfrentar un inmenso telón de fondo de verdades
y mentiras. Las novelas de le Carré son tan brillantes porque a nivel de la
emoción y de la psicología representan la verdad absoluta. Pero, por supuesto son
novelas. En cambio, lo que yo intento escribir es algo que parece una novela”.
LOS
ESPÍAS QUE VIENEN DE TODAS PARTES
Tanto
le Carré como Macintyre coinciden en que existe algo en la psicología británica
que convierte el espionaje en una posibilidad tentadora. “Nosostros, los
británicos, somos particularmente susceptibles a una doble vida”, dice Macintyre.
“Nuestra cultura es teatral, algo infiel”.
Pero
Le Carré va más lejos: “Creo que la hipocresía es nuestro deporte nacional.
Para mí, la escuela pública era una forma deliberada de proceso de
brutalización que nos separaba de nuestros padres. Y nuestros padres eran
cómplices de eso. Nos integraban con nuestras ambiciones imperiales y luego nos
dejaban sueltos en el mundo con un sentido de elitismo, y con el corazón
congelado”. (La escuela pública que
menciona le Carré es, en realidad, una escuela privada, donde se paga por el
estudio. Además, es muy selectiva).
Quizás
la fama mayor de le Carré proviene de su escéptica mirada sobre el mundo del
espionaje. En sus novelas no se enfrentan los malos contra los buenos, sino
malos de distinta gradación, y con diferentes intereses.
“Además, todo fue trivial”, dice le Carré.
“Los espías no ganaron la guerra fría. No concretaron diferencia alguna en el
largo plazo”.
En
Legacy of Spies, indica el autor, su
intención fue “tomar a los personajes, aplicar la experiencia de mi vida, y
examinar qué ocurrió desde una dimensión humana, humanitaria. Luego, emplacé la
narración en ese vacío en el cual vivimos en este momento, que está siendo
ocupado por fuerzas realmente amenazantes. Al menos en el período de la guerra
fría, teníamos una misión decisiva. Pero en la actualidad, nuestra misión
consiste en sobrevivir. Aquello que une a Occidente es el miedo. Todo lo demás
está en juego”.
El
autor considera que tras la caída del muro de Berlín, en 1989, su narrativa
perdió el andamiaje. El muro era como el símbolo de todo lo que andaba mal en
el bloque soviético. Una vez derribado, era necesario pensar qué era todo lo
que andaba mal en Occidente. El resultado, dice, fue que Estados Unidos surgió
como el villano de la era post—soviética.
No hay comentarios:
Publicar un comentario