miércoles, 6 de septiembre de 2017

Espías y escritores


Mario Szichman


John le Carré

En julio de este año, el novelista británico David Cornwell, quien escribe con el seudónimo de John le Carré, y el historiador Ben Macintyre  se reunieron en un hotel de Bristol, Inglaterra, para conversar sobre sus respectivas carreras, y sus preliminares oficios. Estaban acompañados de Sarah Lyall, periodista de The New York Times.
Le Carré, de 85 años, tenía algo que celebrar: el lanzamiento de la que podría ser su última novela: A Legacy of Spies. La novela recupera algunos de los temas de The Spy Who Came In From the Cold (1963), su texto más famoso, popularizado en la versión cinematográfica protagonizada por Richard Burton.
Tanto le Carré como Macintyre trabajaron para agencias de inteligencia, antes de dedicarse tiempo completo a la escritura. Según Macintyre, la novela de espionaje inglesa se destaca de otras porque se basa en la experiencia personal de algunos de sus autores, que fueron agentes dobles: Somerset Maugham, Graham Greene, Ian Fleming, John B. Priestley, y le Carré.
Y aunque Macintyre (53 años) escribe “non fiction,” es obvio que su empleo anterior le ayudó a trabajar temas muy fascinantes relacionados con los servicios de su majestad británica. En ocasiones, pudo explorar información muy restringida, como en el caso de Operation Mincemeat,  un libro que se devora en escasas noches de insomnio, y está basado en el caso de “El hombre que nunca existió”.
La primera versión, con el título de The Man Who Never Was fue escrita por un alto funcionario de la inteligencia británica, Ewen Montagu, quien participó durante la segunda guerra mundial en la invención de un personaje cuyo propósito era facilitar información falsa a las potencias del Eje.
Los aliados tenían como propósito invadir Sicilia. Para dispersar a las fuerzas enemigas, Montagu se consiguió un cadáver, le creó una identidad completa, incluyendo fotos de su novia, tickets de teatro y de cine, y documentos de sus ancestros, y le dio un grado militar.
El cadáver, vestido con ropas de un oficial británico, fue lanzado en un avión cerca de las costas de Huelva, en España. En las ropas del muerto había un dossier donde se revelaban los planes aliados para invadir Europa, en una región muy alejada de Sicilia. Todavía hoy no se sabe si los nazis mordieron el anzuelo. Al menos, siguieron fortaleciendo sus defensas en Sicilia. Pero hubo otros desplazamientos de tropas que sugerían desconcierto ante los planes del enemigo.

Ben Macintyre

Hay además algo cierto: la segunda versión del episodio, publicada por Ben Macintyre en el 2011, es mejor que la de Montagu. Es muy difícil que una novela pueda superar Operation Mincemeat en interés, y en detalles que van del horror a la comedia. A eso se suman pormenores cómo la búsqueda de un cadáver apropiado.  Y abundan los desequilibrados personajes que los ingleses suelen hacer proliferar en la vida real, aunque muy difícilmente concretan en sus narraciones.  (Hay una versión cinematográfica del texto de Montagu dirigida por Ronald Neame con Clifton Webb en el rol protagónico).

COMIENZOS

David Cornwell asumió el seudónimo de le Carré para conservar su trabajo diurno en una agencia de inteligencia británica. Inició sus tareas en la década del cincuenta y prolongó su actividad hasta comienzos de la década del sesenta.  En su caso, debió eludir dos mundos para elaborar su ficción: el mundo familiar, y el de la agencia de espionaje.
Y además, estaba la incómoda herencia familiar. En tanto el padre de Macintyre era profesor de historia de la universidad de Oxford, el padre de le Carré era un estafador.
“La verdad nunca existió en mi infancia”, dice el novelista. “Lo único que hacíamos era compartir mentiras. Si alguien quiere administrar su casa cuando carece de dinero, necesita mentir con toda seriedad. Hay que mentirle al dueño del garaje, al carnicero local, y a diferentes personajes de la vecindad. Y a eso se añadía el elemento de clase. Tanto mis abuelos, como mis tías y tíos, pertenecían a la clase obrera. Por ejemplo, uno de ellos arreglaba postes de telégrafo. Para que mi padre fingiera pertenecer a una clase más alta, necesitaba, además de buenos modales, buen léxico y encanto. Necesitaba contar con la complicidad de muchas personas. Inclusive durante mi escuela primaria, nunca pude revelar mi situación parental”.
Esa mezcla de soledad e incertidumbre, dice le Carré, fertilizó su mente y le permitió abordar la narrativa. “Además, debemos agregar el asombroso elenco de seres tortuosos que atravesaron la vida de mi padre. De manera inevitable, comencé a retirarme de una vida social, y a fabricar historias para mi exclusivo beneficio. Por otra parte, mi padre era increíble. Era un hombre que mientras era perseguido por la policía, o en bancarrota, o en prisión, seguía con sus estafas. En una ocasión, en medio de alguna de sus desventuras, se lanzó como candidato al parlamento. Tenía una enorme capacidad para inventar. No mantenía relación alguna con la verdad”.
Era más fácil para le Carré ser novelista que un ser humano. “El novelista”, dice, “necesita contemplar todas las variantes del carácter de una persona. ¿Puede ser esto? ¿Puede ser aquello? ¿Puedo transformarlo en otra persona? Una de las cosas fascinantes del mundo del espionaje es que refleja la sociedad en que se vive. Si alguien desea realmente examinar el psiquismo nacional, debe aceptar que está encerrado en el mundo del secreto”.
Tanto le Carré como Macintyre fueron reclutados por los servicios de inteligencia británicos cuando eran jóvenes. Pero venían de backgrounds muy distintos.
El hecho de que Macintyre fuese el vástago de un profesor de historia, hizo que su ingreso en el espionaje tuviese otras motivaciones. Aunque escribe non fiction, es obvio que su interés está en investigar personajes “que parecen complicados, fascinantes, y corruptos.
“Me parece que en la inteligencia británica hay algo que carece de amarras. No sé si eso crea personas que se salen con facilidad de los carriles, o si uno tiene que estar levemente fuera de los carriles para desear trabajar en esa profesión.  De todas maneras, ese mundo atrae, porque en el fondo, es similar al que describen los novelistas: hay elementos como la lealtad, el amor, la traición, el romance, y la aventura. El problema es que los espías necesitan inventarse un mundo, y con frecuencia inventan sus pasados.
“Como resultado, es imposible creerles una sola palabra. Cuando uno trabaja fuera del territorio de la ficción, debe enfrentar un inmenso telón de fondo de verdades y mentiras. Las novelas de le Carré son tan brillantes porque a nivel de la emoción y de la psicología representan  la verdad absoluta. Pero, por supuesto son novelas. En cambio, lo que yo intento escribir es algo que parece una novela”.

LOS ESPÍAS QUE VIENEN DE TODAS PARTES

Tanto le Carré como Macintyre coinciden en que existe algo en la psicología británica que convierte el espionaje en una posibilidad tentadora. “Nosostros, los británicos, somos particularmente susceptibles a una doble vida”, dice Macintyre. “Nuestra cultura es teatral, algo infiel”. 
Pero Le Carré va más lejos: “Creo que la hipocresía es nuestro deporte nacional. Para mí, la escuela pública era una forma deliberada de proceso de brutalización que nos separaba de nuestros padres. Y nuestros padres eran cómplices de eso. Nos integraban con nuestras ambiciones imperiales y luego nos dejaban sueltos en el mundo con un sentido de elitismo, y con el corazón congelado”. (La escuela pública que menciona le Carré es, en realidad, una escuela privada, donde se paga por el estudio. Además, es muy selectiva). 
Quizás la fama mayor de le Carré proviene de su escéptica mirada sobre el mundo del espionaje. En sus novelas no se enfrentan los malos contra los buenos, sino malos de distinta gradación, y con diferentes intereses.
 “Además, todo fue trivial”, dice le Carré. “Los espías no ganaron la guerra fría. No concretaron diferencia alguna en el largo plazo”.
En Legacy of Spies, indica el autor, su intención fue “tomar a los personajes, aplicar la experiencia de mi vida, y examinar qué ocurrió desde una dimensión humana, humanitaria. Luego, emplacé la narración en ese vacío en el cual vivimos en este momento, que está siendo ocupado por fuerzas realmente amenazantes. Al menos en el período de la guerra fría, teníamos una misión decisiva. Pero en la actualidad, nuestra misión consiste en sobrevivir. Aquello que une a Occidente es el miedo. Todo lo demás está en juego”.
El autor considera que tras la caída del muro de Berlín, en 1989, su narrativa perdió el andamiaje. El muro era como el símbolo de todo lo que andaba mal en el bloque soviético. Una vez derribado, era necesario pensar qué era todo lo que andaba mal en Occidente. El resultado, dice, fue que Estados Unidos surgió como el villano de la era post—soviética.


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