Mario Szichman
Ya en el segundo párrafo de The Silent Wife, la novela de la
canadiense A.S.A. Harrison, nos enteramos del desenlace. Jodi Brett, la
protagonista, de cuarenta y cinco años de edad, descubre que su relación con su
compañero Todd Gilbert “se ha erosionado lentamente, y se acerca a la etapa
final de su desintegración” aunque todavía desconoce “que en escasos meses” se
convertirá en una asesina.
Jodi es una psicoanalista adleriana, Todd es
un empresario próspero, dedicado a la construcción. Ambos parecen vivir en el
mejor de los mundos posibles en un suburbio elegante de Chicago, con un perro
que, inevitablemente, se llama Freud.
La novela, como Gone Girl, el fenomenal best-seller
de Gillian Flynn, es contada en capítulos alternados por ambos protagonistas,
aunque Jodi es un personaje de tres dimensiones, y Todd algo escurridizo,
difícil de conjeturar, intentando eludir conflictos. Solo adquiere tres
dimensiones en sus affairs, y en su
constante anhelo de escapar a las secuelas de sus transgresiones amorosas.
Inclusive, cuando ambos evocan sus pasados,
Jodi emerge como un ser más comprensible que Todd. “Deep down,” el psicoanálisis –también la profesión de la autora—es
la única ligadura que permite a la protagonista aferrarse a la realidad.
¿Cuánto de los conflictos que padece finalizan siendo analizados en sus
pacientes? ¿Cuántos de ellos es incapaz de resolver en sus pacientes porque
representan el punto ciego de sus furtivos problemas?
Jodi “funciona” a base de rutinas. Son sus
anclajes. Su sexualidad es lo más parecido a la frigidez. Cuando Todd se
enamora de una adolescente que tiene la mitad de su edad, y que terminará
siendo su condena a muerte, una de sus primeras confesiones en la cama es que
Jodi es fría como un pescado.
Harrison es excelente al desmenuzar los
ingredientes de una relación amorosa que
ha perdido toda pasión. Dos seres juiciosos acatan todos los ritos que suelen
asignarse a la felicidad conyugal. Mientras Jodi atiende a dos clientes diarios
durante la semana, va a sus clases de gimnasia y de arreglos florales, saca a pasear
a Freud, y prepara comidas de gourmet,
Todd se encarga de comprar y remodelar propiedades.
Jodi es la sensatez, Todd es la pasión. Ella
es muy fácil de leer, él vive acosado por toda clase de aflicciones.
Harrison tenía el talento de mostrar el
reverso de cada actitud humana (falleció de cáncer, en el 2013, dejando libros
de poesía, esta novela, y un manuscrito sin terminar). Y The Silent Wife mantiene el suspenso prácticamente hasta el final,
mostrando que cada ser humano es una caja de sorpresas. Pero nunca deja cabos
sueltos. Los cambios de cada miembro de la pareja van anudando una tragedia
inevitable, y al mismo tiempo cargada de sorpresas. Sí, es cierto, Jodi, de
manera inexorable, avanza desde el segundo párrafo hacia un futuro donde Todd
será asesinado. Ese desenlace sorprende a los lectores, por los vericuetos que
sigue, porque nada es como parece.
La ruptura de los protagonistas se registra una
vez Todd se enamora de Natasha, hija de un viejo amigo. Natasha es un ser
posesivo, que exuda hormonas. Ansiosa por destruir la relación entre Todd y
Jodi, cesa de usar píldoras anticonceptivas, queda embarazada, y obliga a Todd
a portarse como un caballero, y a buscar la separación de Jodi.
El hecho de que Jodi y Todd nunca han
formalizado su relación, es un sutil ingrediente empleado por la novelista para
mostrar el súbito desamparo de Jodi. En un matrimonio legal, la separación
permite a los cónyuges dividir sus posesiones. Pero en un “common marriage,” el compañero se queda con todas las de ganar. Por
ejemplo, Todd se encargaba de cancelar las tarjetas de crédito de Jodi. Tras la
separación, ya no tiene deber alguno.
La narradora va sembrando la novela de esos
pequeños fastidios cotidianos que irán acosando a Jodi, le harán perder status y trocarán su vida en un
infierno. La lerda venganza se va incubando, los lugares firmes empiezan a
agrietarse. Jodi percibe que su vida amenaza con transformarse en algo
riesgoso, cargado de imprevistos. Ella es sensata,está acostumbrada al orden y
al confort. El desafío que se plantea Todd al enamorarse de Natasha, solo le
augura un deplorable final.
AMORES QUE MATAN
Pero Jodi, pese a su frialdad exterior, sus
buenos modales, y su urbanidad es, en el fondo, una máquina de asesinar. La
práctica clínica permitió a Harrison crear una ficción muy plausible e inquietante,
sobre la destrucción de una pareja. La traición de Todd ha dejado a Jodi a la
intemperie. Descubre la incertidumbre. Cada día puede acosarla una sorpresa
desagradable.
Tras enterarse del affair de Todd con Natasha, Jodi cambia su rutina. Un día, cuando
vacía el bolso de mano de Todd antes de ponerlo en el lavarropas, descubre un
frasco con pastillas para dormir. Once pastillas. Jodi muele las pastillas en
un mortero, las disuelve en un vaso con una bebida alcohólica, y lo deja en la
mesa de luz de Todd.
“Las píldoras se hallaban en un
compartimiento” de su bolso de mano, piensa Jodi. “Si fue lo bastante
descuidado como para dejarlas allí, resulta correcto que él sea quien las
ingiera. Si ingiere esas pastillas, desaparecerán. Y en el proceso, la cuenta
quedará saldada”.
Es obvio que ya en ese momento, Jodi actúa con
la cautela y las coartadas de una asesina. El único error que comete ha sido no
averiguar qué dosis de pastillas para dormir pueden resultar letales. No existe sentimiento de culpa en sus
cavilaciones. “Sin una discreta retaliación para equilibrar las cosas”, piensa
tras enterarse de que la dosis no ha sido letal, “la mayoría de las relaciones
seguramente estallarían en una combustión de resentimiento”.
The Silent
Wife es también un ejercicio en
voyeurismo. La balanza se ha inclinado levemente a favor de Jodi, y es obvio
que los lectores desean saber cómo se librará de Todd, y eludirá el peso de la
ley.
Algunos críticos han cuestionado la
insistencia de Harrison en aspectos del psicoanálisis adleriano que tal vez no
están asociados con el conflicto central. Pero hay una gran coherencia en
mostrar la manera en que la práctica clínica se infiltra en el deseo de
venganza de Jodi, iniciando una odisea que la conduce a un lerdo suicidio. Solo
la necesidad de preservarse, de no terminar en la cárcel, impiden su quebranto
final. Y es saludable ese giro, porque otra de las sorpresas de The Silent Wife, es que hubo alguien más
planeando el asesinato de Todd. Al menos, una persona con mayores motivos que
Jodi, para sacar al infiel de este mundo.
Muchos han comparado The Silent Wife con Gone Girl.
Hay mucha más pirotecnia en la novela de Flynn, que en la de Harrison. Pero, al
mismo tiempo, cierta superficialidad, o glamour, que nunca afecta la trama de The Silent Wife.
Harrison recuerda más a la narrativa de Jim
Thompson, con sus seres humanos acosados por la incertidumbre, manejándose en
un universo que ha perdido todo sentido. Cada objeto se transfigura, nadie está
a salvo de fuerzas o acontecimientos inesperados. La casualidad fabrica
marionetas de quienes creían estar a salvo de calamidades.
Jodi se salva precariamente del destino que la
aguardaba desde el segundo párrafo de la novela. ¿Para siempre? ¿Por algunas semanas?
Harrison parece indicar que el futuro será inmisericorde con la protagonista.
Tal vez Dios no existe. Pero sabe cómo jugar a los dados. Tanto con el universo
como con sus habitantes.
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