Mario
Szichman
Scaramouche, version de 1952 con Stewart Granger y Eleanor Parker
El inolvidable comienzo de Scaramouche es éste: “Nació con el don
de la risa, y la convicción de que el mundo estaba loco. Y ese era todo su
patrimonio”. Su autor, el ítalo-británico Rafael Sabatini (1875 – 1950), quedó
tan prendado de ese inicio, que fue esculpido en su lápida, en un cementerio de
Adelboden, Suiza.
Scaramouche es un gran friso histórico, que se inicia con
las convulsiones pre revolucionarias de Francia, y culmina con la convocatoria
a los Estados Generales en 1789, preludio del derrocamiento del rey Luis XVI,
su ejecución, seguido del Reino del Terror.
Rafael Sabatini
La astucia de Sabatini fue narrar ese
riquísimo período desde la marginalidad de un personaje como André-Louis Moreau,
un abogado de provincias, muy elocuente, muy cínico, que a raíz de un incidente
con un poderoso noble se ve obligado a huir de su tierra, y buscar refugio
entre cómicos de la legua.
La vida personal de Sabatini se refleja en
varias de sus novelas de capa y espada, pero especialmente, en la más famosa de
ellas, Scaramouche.
Sabatini nació en Iesi, Italia. Sus
progenitores, una madre inglesa, Anna Trafford y un padre italiano, Vincenzo
Sabatini, eran cantantes de ópera, que luego se trocaron en profesores de
música. El ardiente romance entre Anna y Vincenzo floreció antes de su
casamiento. El escritor siempre sospechó que había sido “el fruto ilegítimo de
la pasión de mis padres”.
Esa preocupación pasó a la narrativa. André-Louis
Moreau, el protagonista de Scaramouche,
sospecha que su padrino, Quentin de Kercadiou, es en realidad su progenitor.
Como se indica en el comienzo de la novela, “La buena gente de Gavrillac estaba
al tanto de la verdadera relación entre Andre-Louis Moreau y Quintin de
Kercadiou, señor de Gavrillac”. Esa
preocupación de Sabatini por su origen persiste en otros textos, especialmente
en una novela que tiene como protagonista al condottiero italiano César Borgia, quien también nació, como dicen
los ingleses out of wedlock.
César Borgia
Las frecuentes giras de sus padres enfrentaron
a Sabatini con diferentes culturas e idiomas. De niño vivió con su abuelo
materno en Inglaterra, luego estudió en Portugal, y al acercarse la
adolescencia, en Suiza. Cuando tenía 17 años, regresó a Inglaterra, donde fijó
residencia de manera permanente. Hablaba seis idiomas, y el último de ellos, el
inglés, decidió su carrera literaria. Según explicó luego: “Las mejores
historias están escritas en inglés”.
Al estallar en 1914 La Gran Guerra, muchos
italianos criticaron a Sabatini por negarse a retornar al suelo patrio.
Sabatini optó por convertirse en ciudadano inglés, y comenzó a trabajar como
traductor para la inteligencia británica.
EL CRUCE DE GÉNEROS
Uno de los logros de Sabatini en Scaramouche es haber trabajado de manera
simultánea la gran tragedia y La comedia
del arte, la contribución de los dramaturgos italianos al teatro
renacentista y a las obras de Shakespeare, Lope de Vega, Moliere, y
Beaumarchais.
Quizás la mejor de las tres partes de la
novela es cuando André-Louis Moreau, a quien poco le preocupa la situación de
las clases más bajas –y además lo explica con aterradora elocuencia— tropieza
con una injusticia que cometen contra su mejor amigo, Philippe de Vilmorin, un
estudiante de teología. Un miembro de la aristocracia francesa lo insulta, y lo
desafía en un duelo en el que Vilmorin tiene todas las de perder.
Fugitivo de la justicia, no por su adhesión a
los principios de la Gran Revolución, sino por su reto con el asesino de su
amigo, André-Louis tropieza con una troupe
de cómicos de la legua, y se incorpora a la cuadrilla. Así se transfigura en Scaramouche,
que junto con Pantalón, Colombina, Polichinela, o El Capitán, integran el
clásico reparto de esas compañías.
Además de actuar, André-Louis comienza a
escribir “escenarios” que saquean las obras de los principales dramaturgos
franceses e italianos de su época. Como explica a sus compañeros, los diálogos
improvisados son superiores a aquellos en los cuales el intérprete debe
aprender de memoria hasta un estornudo. ¿Qué placer existe en repetir noche
tras noche las mismas palabras, expresadas en el mismo tono de voz? pregunta a
sus compañeros. ¿No es más creador que en cada actuación las frases sean
diferentes? Hasta el espectador se beneficia de esas sorpresas.
Su conocimiento de la actividad teatral
permitió a Sabatini crear textos que podían transitar sin tropiezos al cine. Se
calcula que veintún adaptaciones de sus novelas han sido adaptadas a las
pantallas grande y chica.
Ya en la época del cine mudo, en 1923, dos
años después de la publicación de Scaramouche,
se hizo la primera versión cinematográfica, protagonizada por Ramón Novarro, y
dirigida por Rex Ingram.
NUEVOS DESAFÍOS
André-Louis, abandona la troupe de comediantes tras una serie de equívocos, y viaja a París.
Allí resurge su interés por Aline, la sobrina de Kercadiou, su protector, del
cual siempre pensó que era su padre. André-Louis ama a su prima, supone que por
simple afecto familiar, y le advierte que no debe casarse con el marqués De la
Tour d'Azyr, responsable del asesinato de su mejor amigo.
El protagonista vuelve a ser perseguido por
los poderosos amigos del marqués de De la Tour d'Azyr. Esta vez se refugia en
una escuela de esgrima. Y, como en el caso de la troupe de comediantes, André--Louis aprende no solo la técnica sino
los trucos para derrotar al adversario. convirtiéndose en un maestro.
Al estallar la Revolución Francesa, con la
toma de La Bastilla, su patrón en la academia, el señor des Amis, es asesinado
en un disturbio callejero. André hereda la institución.
El protagonista, alentado por su prima Aline,
y por la señora de Plougastel, una allegada, se reconcilia con su presunto
padrino. Luego, alentado por sus amigos, que admiran su elocuencia, logra
ocupar un escaño en la Asamblea de los Estados Generales de 1789.
Surge una nueva complicación: un sector de la
asamblea, integrado por senadores aristocráticos, ha contratado un grupo de
asesinos expertos en el manejo de la espada. Esos senadores provocan a
republicanos inexpertos, y los matan en duelos. El líder de esos espadachines
asesinos es el marqués La Tour d'Azyr, quien mató a Vilmorin, el amigo de
André. Tras liquidar a varios de los secuaces del marqués, Andre-Louis desafía
a La Tour d'Azyr a un duelo, para vengar la muerte de su amigo Vilmorin.
El duelo es muy famoso. En 1952, Metro Goldwyn
Mayer hizo la segunda versión de Scaramouche
con Stewart Granger y Eleanor Parker en los papeles principales. Incluye lo
que se considera es el encuentro de espadachines más prolongado en la historia
del cine. En el curso de ocho minutos Stewart Granger y su rival Mel Ferrer
inician el duelo en un teatro, pasan a los balcones, de allí al vestíbulo, a
las primeras filas de butacas, a los bastidores, y terminan combatiendo en el
escenario.
¿AMOR, INCESTO?
Cuando Aline, presunta prima de André, y la
señora de Plougastel, se enteran del duelo, intentan frenarlo. No llegan a
tiempo, y observan al marqués abandonando el sitio herido. Andre-Louis sirve como
miembro de la Asamblea Nacional, en tanto el marqués pasa a las filas de la
contrarrevolución.
Hay un final absolutamente inesperado, que
concierne a los padres verdaderos de André. Por suerte el protagonista, descubre
que Aline no es su prima, y le declara su amor.
Más allá de las aventuras de André, y del
trasfondo de la Gran Revolución, la novela transita senderos que no han sido
muy explorados en la literatura de capa y espada.
Si Los
Tres Mosqueteros es la novela insuperable de los espadachines, Scaramouche añade un elemento adicional:
el destacado rol de la mujer. Alejandro Dumas se preocupaba especialmente por
los galanes. (A excepción de la gran Milady, de Los tres mosqueteros).
Eso no sucedía con Sabatini, un gran admirador de Balzac. Ya al principio de su
carrera, Balzac anunció que su público era el femenino, nunca el masculino.
La batalla de los sexos es muy clara en Scaramouche. Especialmente porque sus
mujeres son muy liberadas, quizás por la influencia de la Gran Revolución.
Algunos de los revolucionarios franceses
habían inclusive asignado un rol a las prostitutas en su república de iguales,
seres que podían ser equitativos en el amor porque se entregaban a todos por
igual, sin aceptar obligaciones, o proferir sus nombres, sin usar cosméticos o
perfumes, felices en el abandono, meticulosas al regular su salud, sus embarazos,
sus jornadas de trabajo, bajo supervisión médica, así como los juegos de sus hijos,
o las horas de visita de sus familiares.
Frente a una moral que exigía a las mujeres
castidad antes del matrimonio, fidelidad después, resignación ante la infidelidad
del hombre, las mujeres de Sabatini parecen emisarias de un nuevo tiempo. Nada
les parece vergonzoso o sórdido, nada está al alcance de alcahuetas, depravados,
confesores, jueces o beatas. Están en un plano de igualdad con sus amantes,
intervienen en la trama. No solo opinan: también deciden.
La combinación enriquece el texto.
Afortunadamente, seguía corriendo por las venas de Sabatini la sangre italiana.
Si bien sus narraciones están escritas en inglés, la pasión es auténticamente
latina: en los romances, en los adulterios, en los súbitos cambios de partners de sus personajes, en la jocosidad de sus episodios, en
el amor por la vida. Y también en la protección de la mujer. Pues ese es, en
definitiva, el deber de cada espadachín: rescatar siempre del peligro a las
damiselas en apuros.
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