miércoles, 2 de agosto de 2017

El caballero Antonio Pigafetta gana un día después de perder tres años de vida

Mario Szichman



 Antonio Pigafetta

El 9 de julio de 1522, el caballero Antonio Pigafetta hizo dos descubrimientos. El primero: “los cadáveres de los cristianos siempre ofrecen su rostro al cielo cuando son arrojados al mar, a diferencia de los indios, que siempre flotan boca abajo”. El segundo: “A pesar de haber vivido el mismo tiempo que cualquier otro ser humano, tengo un día menos de vida”.
El descubrimiento de que los cadáveres flotaban de acuerdo a su fe religiosa, ingresa en el territorio de la leyenda. El hallazgo de Pigafetta, de tener un día menos de vida, compartido por otras 18 personas, marca una de las mayores hazañas en la historia de la navegación.
Se trata del primer viaje en torno al globo, iniciado por el capitán Fernando de Magallanes con varios centenares de marineros el 10 de agosto de 1519, y que concluyó en julio de 1522, cuando apenas 18 sobrevivientes lograron retornar al punto de partida, “ganando un día de vida, pues eso sucede cuando se navega siguiendo el curso del sol”.


Pigafetta indicó en el prólogo de su libro que “La expedición alrededor del Globo fue muy larga y llena de peligros, pues duró tres años, y de cinco naves que partieron de Sevilla sólo regresó una, y de los 237 hombres que se embarcaron sólo volvimos 18. Durante el viaje tracé mapas y anoté en varios cuadernos las maravillas que veía y las calamidades que sufríamos”. Su propósito era “honrar al capitán Magallanes,  entretener a los lectores, ser útil y lograr que mi nombre no cayera en el olvido”.
Todos esos objetivos fueron conseguidos. El primer viaje en torno al globo es uno de los relatos de viaje más fascinantes y curiosos que existen. Apoya un pie en la menguante Edad Media, y el otro en el Renacimiento. Oscila de manera insistente entre la leyenda y la historia, entre las verdades de primera mano, y los rumores de segunda, entre la avidez por descubrir,  y la ambición de comerciar.
En la época en que se publicó, fue considerado un relato verídico. A medida que pasaba el tiempo, la opinión de los críticos experimentó algunas transformaciones. Años después se pensó que Pigafetta había escrito una novela, y la había disfrazado como libro de viajes. Otros lo compararon con Las aventuras del Barón de Munchausen, del escritor alemán Rudolf Erich Raspe, quien entre sus increíbles logros figuraba cabalgar en una bala de cañón, luchar con un cocodrilo de doce metros de largo, y viajar a la luna. Pigafetta atravesó el umbral del testimonio para ingresar en la ambigua zona donde prospera la fantasía.

Mapa de Bordeo hecho por Pigafetta  

La famosa, y verdadera, expedición de Magallanes a las islas Molucas comenzó en agosto de 1519 y concluyó en septiembre de 1522. Pigafetta fue herido en la batalla por la isla de Cebú, la actual Filipinas, en la cual murió Magallanes. Cuando retornó a tierra comenzó a escribir su libro, que fue publicado, de manera póstuma, en 1536.
Los críticos modernos tienen problemas para clasificar  El primer viaje en torno al globo, pues se trata de un híbrido. Está reconocido como la fuente más importante acerca del viaje de travesía del globo. Pero, al mismo tiempo ¿cómo creer en sus fabulosos detalles?
Escribió su diario de navegación de manera cotidiana, y describió con precisión a numerosos animales, como tiburones, el petrel de la tormenta, la espátula rosada, y el
Phyllium orthoptera, un insecto similar a una hoja de papel. Además, el libro es rico en pormenores etnográficos.
Pero junto con descripciones de un macabro realismo, Pigafetta insertó grotescas historias de pura fantasía.

EL REALISMO DE LAS COSAS INEXISTENTES

En uno de los capítulos de El primer viaje en torno al globo, aparece el relato de la hambruna que afectó a los marineros hacia noviembre de 1520, cuando la expedición de Magallanes salió al Pacífico.
“Las galletas que comíamos no eran ya pan”, dice el narrador, “sino un polvo mezclado con gusanos que habían devorado toda la substancia, y que tenía un insoportable hedor por estar empapado en orines de rata… Para no morir de hambre, hubo que comer los pedazos de cuero que recubrían el palo mayor, y que impedían el roce de las cuerdas contra la madera. Ese cuero, siempre expuesto al agua, al sol, a los vientos, estaba tan duro, que había que remojarlo en el mar durante cuatro o cinco días para que se ablandara un poco. Enseguida lo cocíamos y lo comíamos”.
En otras ocasiones, el único alimento era aserrín de madera, pues “las ratas, tan repugnantes al hombre, llegaron a ser un manjar tan caro, que se pagaba cada una a medio ducado de oro”.
Contrastando con estas muestras de realismo, irrumpe el grotesco. Pigafetta menciona una raza de pigmeos, con orejas tan largas, “que una era usada de colchón, en tanto la otra les servía de manta”. También hace referencia a la isla Ocolora, cerca de Java, habitada exclusivamente por mujeres “a las que fecunda el viento”, o la isla de las gigantescas aves “Gurudas”. Bajo el ala de una de esas aves, asegura Pigafetta, puede cobijarse un niño. Además, las “Gurudas” tenían fuerza suficiente “para arrebatar un búfalo y llevárselo al nido”.
Todo gran relato se concentra siempre en alguna mortificante obsesión. Es obvio que a Pigafetta solo le obsesionaba el oro. Si se lo considera uno de los primeros fabulistas modernos es porque, más allá de la descripción de duelos, confrontaciones religiosas, exhibiciones de hombría, y el rescate de una tradición medieval, estaba ofuscado con la alquimia, con las piedras preciosas, y con una naturaleza propiciadora de fáciles riquezas.
El único árbol que menciona el narrador es el de la canela, debido a su enorme valor comercial. Escasos puertos le llamaron la atención, excepto algunos atracaderos desde los cuales podía emprenderse la búsqueda de esmeraldas.
¿Cuánto de lo que escribía Pigafetta era como investigador, y cuánto como narrador? ¿Cuál era su público? ¿Aceptaban su palabra, o desconfiaban de sus informes, y solo era leído como una simple diversión?
Otros expedicionarios recorrieron posteriormente los sitios que Pigafetta señaló. Ninguno pudo encontrar a esos pigmeos que usaban una oreja como colchón, y la otra como manta, o esa isla donde las mujeres eran fecundadas por el viento, o la habitada por las aves “Gurudas”, cuyo descomunal vigor les permitía llevarse un búfalo a su nido.
La insistencia de Pigafetta de hacerse rico a toda costa, su curiosidad por todo lo relacionado con el comercio, le permitió abrir los ojos a un entorno que el resto de sus compañeros no podían discernir. Su ávida mirada por conocer otras culturas y razas, lo sumergió en toda clase de quimeras.
Escasas personas recuerdan muchos detalles de su investigación “seria”. No descubrió El Dorado, pero su relato, escrito casi un siglo antes que Don Quijote, sigue siendo publicado. Es un constante best-seller. Los devotos de Pigafetta soslayan las páginas científicas del tratado. Prefieren sumergirse, con intensa pasión, en su mundo irreal.





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