Mario Szichman
Nadie habla ya en el lenguaje de Las
preciosas ridículas, esa joya teatral escrita por Moliere. Un espejo es
ahora un espejo, no “el consejero de las gracias”. Tampoco un sillón se define
como el sitio donde se despliegan “las voluptuosidades de la conversación”. Sin
embargo, persisten el eufemismo, la reticencia para nombrar, el adjetivo
inapropiado para describir. Recuerdo que una vez iba en un taxi y al cruzar una
esquina, el taxista señaló un edificio incinerado hasta los cimientos. El
taxista me preguntó: “¿Observó los daños causados por el pavoroso?” Para el
taxista, pavoroso era sinónimo de incendio.
Walter Benjamin decía que el eufemismo
es “un signo mercantil que hace posible el comercio” con la ideología. Siendo
un ornamento, “recibe todo su valor del aficionado”.
LOS PELIGROS DE NOMBRAR
Trabajé cerca de treinta años en burós
latinoamericanos de agencias noticiosas, en United
Press International entre 1981 y 1986, y en The Associated Press entre 1987 y el 2009. No se trataba de una
tarea creadora. Había que traducir los despachos del inglés al español. Pero
esas agencias tenían una gran ventaja para un escritor. En primer lugar, la
traducción, como nos enseñó George Steiner, transforma el lenguaje en un
instrumento. Cuando se cuenta con un solo idioma, resulta más trabajoso
cuestionar la retórica, especialmente la de gobiernos que se dedican a mentir
con entusiasmo. Pero si se suma otro idioma, surge el conflicto entre ambos, y
de los chispazos brota la luz. Dos lenguajes nos permiten entrar rápidamente en
sospecha. Con uno solo, todo resulta más aceptable.
La otra ventaja de trabajar en una
agencia era que la copia debía ser distribuida en países con diferentes
idiosincrasias y distintas maneras de designar lo “prohibido”. El resultado era
un lenguaje aséptico. Era esencial no ofender a los lectores. En ciertos países
se podía coger, pero no tirar. En otros se podía tirar, pero no coger. El pico
podía servir para designar el extremo de una botella o la cima de una montaña
en muchas naciones, pero no en Chile.
En Venezuela hay una expresión
afectuosa para los niños: “los carajitos”. Cuando hice esa mención a unos
primos míos durante un infrecuente viaje a la Argentina, se tiraron al suelo de
la risa. (En la Argentina uno se podía tirar al suelo. En Venezuela, cuando
alguien tiraba algo al suelo, la próxima acción era prohibida para menores de
18 años).
Un insulto que en la Argentina podía
ser preludio a la guerra civil era enviar a alguien a enfilar hacia las partes
íntimas de su hermana. Esas partes han sido rebautizadas con el nombre que
tiene la caparazón de ciertos moluscos. En Colombia conocí bellas mujeres que
se llamaban Concepción o Consuelo y les
decían Concha o Conchita. Había una
excelente cantante española, Conchita Piquer. No sé cómo se las
arreglaba para visitar la Argentina sin que medio Buenos Aires sonriera
ruborizado.
TIRIOS Y TROYANOS
Además de traducir despachos para más
de veinte naciones de América Latina, en ocasiones era necesario explicar. Pues
las dos agencias en que trabajé eran norteamericanas, y es difícil divulgar las
tradiciones políticas de Estados Unidos en otras partes del mundo. ¿Cuántos
partidos políticos hay en Francia? ¿Y en Italia? ¿Y en Austria? En Estados
Unidos, desde tiempo inmemorial, hay solo dos partidos que se turnan en el
poder: demócratas y republicanos. Habrá muchas bebidas sin alcohol, pero la
competencia es entre la Coca Cola y la Pepsi.
En una época, la competencia entre las
revistas de circulación nacional era entre Time
y Newsweek. Corría el rumor de que si
una de las revistas recibía un tubazo, una noticia exclusiva, le brindaba
información a la otra, para no desnivelar las ventas.
Esa necesidad de pensar en tandas se
traduce necesariamente en el territorio de la política. En ocasiones, se
intenta transitar la cuerda floja, mostrando una actitud de imparcialidad.
Karen De Young, periodista de The Washington Post, señaló en uno de
sus artículos que cuando los palestinos lanzaban un ataque, el departamento de
Estado “condenaba” sus acciones. En cambio, si los atacantes eran israelíes, el
departamento de Estado “deploraba” el episodio. Detrás de esa aparente
ponderación puede advertirse hacia donde inclina sus simpatías el departamento
de Estado.
Rafael Leonidas Trujillo
En las décadas del treinta y del
cuarenta del siglo pasado, todo era más sencillo. Por ejemplo, en América
Latina, los funcionarios estadounidenses colocaban a todos nuestros dictadores
en el mismo saco. Sin distingo alguno eran, básicamente, unos hijos de perra.
Sólo discrepaban en el adjetivo posesivo. Cuando alguien en el departamento de
Estado propuso derrocar a “ese hijo de perra” de Rafael Leonidas Trujillo, el
presidente Harry Truman se opuso. Un funcionario le preguntó a Truman las
razones, y éste respondió que si bien el dictador dominicano era un hijo de
perra, “Es nuestro hijo de perra”.
Ya para la década del ochenta, las cosas se hicieron más complicadas.
Con guerrillas en Guatemala y el Salvador, y con un deterioro de la situación
política en Honduras, donde había bases militares norteamericanas, hubo que
alterar el lenguaje. En noviembre de 1984,
el Concejo Nacional de Maestros de Inglés otorgó su máximo galardón al
departamento de Estado tras anunciar su decisión de anular la palabra
“asesinato” en sus informes sobre la situación de los derechos humanos en el
mundo. Los escuadrones de la muerte en Centroamérica dejaron de asesinar, y se
dedicaron a practicar “una ilegal o arbitraria supresión de la vida”.
Organizaciones como Americas
Watch, Helsinski Watch y el Comité de Abogados por los Derechos Humanos Internacionales,
señalaron que una de las técnicas para distorsionar la información consistía en
calificar los abusos de manera distinta. Si el gobierno era amigo de
Washington, los abusos eran “presuntos” o “basados en alegaciones”. Si el
gobierno era enemigo, los abusos estaban “documentados”, o “basados en informes
confiables”.
Otra manera de desfigurar la
información consistía en copiar los escritos de las empresas de seguros, que
destacan en el sumario los hechos esenciales y reservan su letra microscópica
para informar en el cuerpo del escrito las partes desagradables o incómodas.
El tercer método para encubrir las
violaciones a los derechos humanos era ensalzar progresos, una técnica heredada
de la Inquisición española. Si uno revisa los informes de la Inquisición entre
mediados del siglo dieciocho y comienzos del siglo diecinueve, descubrirá que
el Santo Oficio era cada vez más moderado, llevaba a la hoguera a menor
cantidad de personas que en épocas anteriores, quemaba menos libros, y
criticaba con vigor los previos abusos.
MODERADOS Y EXTREMISTAS
El eufemismo ha logrado gran vitalidad en Medio Oriente, la única región
del mundo que no deja dormir a Washington, por la simple razón de que allí está
el 60 por ciento del petróleo que se consume en el mundo. Estados Unidos
siempre ha necesitado aliados en la zona.
Con el transcurso del tiempo las
fórmulas han cambiado. La gran divisoria de aguas fue el ataque contra las
torres gemelas en Manhattan, registrado el 11 de septiembre de 2001.
En la década del ochenta, y tras el
triunfo de la Revolución Islámica en Irán, Estados Unidos necesitaba
incrementar sus aliados, a fin de enfrentar a extremistas. Por lo tanto, empezó
a buscar moderados. Pero resultaba difícil desbrozar la paja del trigo. ¿Quién
era un moderado, quién era un extremista? Al final, se llegó a una disputada
decisión. Moderados eran aquellos con los que se podía negociar, y extremistas,
aquellos que se negaban. Rápidamente, se descubrió que la calificación era
incorrecta.
En 1987, el gobierno de Ronald Reagan
se hundió en un escándalo luego de revelarse que había vendido armas a Irán, a
fin de lograr la libertad de algunos rehenes. (Parte del dinero obtenido de la
venta de armas fue entregado a los “contras” que intentaban derrocar al gobierno
sandinista). Para salir del atolladero, las autoridades norteamericanas dijeron
que sólo habían negociado con los “moderados” iraníes. El vocero presidencial
Marlin Fitzwater reconoció que era casi imposible distinguir entre moderados y
extremistas en el régimen del ayatola Rujola Jomeini. De todas maneras, dijo
Fitzwater, existía “una diferencia semántica”. ¿En qué consistía? Fitzwater
nunca la divulgó.
Lo más interesante del caso es que
funcionarios del gobierno israelí, que participaron en las negociaciones,
reconocieron en un memorándum enviado al entonces vicepresidente George W. Bush,
que estaban negociando “con los elementos más extremistas” del gobierno de
Teherán. ¿Cómo lo averiguaron? “Hemos descubierto que los extremistas, a
diferencia de los moderados, cumplen con sus promesas”.
Si ese tipo de diferencias podía
funcionar precariamente en la década del ochenta, después del 11 de septiembre
de 2001 perdió vigencia. Ahora, decidir a quien se respalda es mucho más
complejo.
A medida que la guerra civil en Siria
se acrecienta, hay un intenso debate en Washington sobre el respaldo a grupos
rebeldes que intentan derrocar al gobierno de Damasco. ¿A quién apoyar?
Obviamente a los moderados. ¿Cuáles son las credenciales que permiten
distinguir al aliado bueno del aliado malo? La situación se ha complicado para
el departamento de Estado pues en Siria, el grupo rebelde mejor organizado está
vinculado con al-Qaida, la organización creada por Osama bin Laden.
NO HAY NADA NUEVO, SALVO LO OLVIDADO
El Concejo Nacional de Maestros de
Inglés, con sede en Urbana, Illinois, otorga anualmente The Doublespeak Awards a instituciones y funcionarios que mienten
sin mentir, usufructuando una confusa asociación de palabras.
En cierta ocasión, los galardones
fueron otorgados a:
–Una línea aérea que definió el
estrellamiento de un avión como “un contacto descontrolado contra el suelo”,
–A un hospital que describió la muerte
de un paciente como “un corolario negativo en la atención de un paciente”
–Y al exsenador Orrin Hatch, quien
dijo que “la pena de muerte es el reconocimiento que hace nuestra sociedad a la
santidad de la vida”.
En su Dictionary of Euphemisms and Other Double Talk, Hugh Rawson ofrece
ejemplos de cómo la inflación de términos en el ámbito militar es correlativa a
una deflación o encubrimiento del sentido. Es el caso de executive action (el término sería “hecho consumado”) “un eufemismo empleado por la CIA”, dice
Rawson, “para sacarse de encima a personas, especialmente líderes de otras
naciones”.
En la nomenclatura militar los
pertrechos de guerra atacan dos clases de objetivos, hard, duros, y soft, blandos. Los objetivos duros son
ladrillos, concreto o acero. Los objetivos blandos son aquellos constituidos
por carnes y huesos, esto es, seres humanos. De ahí que el napalm, una bomba
incendiaria, dice Rawson, haya sido rebautizado como soft ordnance, pertrecho de guerra para objetivos blandos.
Nguyen van Thieu con Richard Nixon
En otros casos, los eufemismos pueden
llegar a ser demoledores. Las retiradas militares suelen ser definidas como retrograde manoeuver, maniobras de
retroceso. Se supone que prolijamente ordenadas. La frase, dice Rawson, surgió
en 1975, cuando el entonces presidente de Vietnam del Sur Nguyen Van Thieu
decidió retirar sus tropas de varias provincias, ante la embestida del
Vietcong. La maniobra de retroceso de Thieu persistió hasta que logró maniobrar
para ceder el poder, y exiliarse en Estados Unidos.
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Las actividades amatorias, la muerte,
el arte, la política y la estrategia militar, están impresos por la perífrasis
que congela el lenguaje, lo hace impenetrable, y reduce las posibilidades de
reflexionar acerca de nuestro entorno. En muchos casos, la intención final es lograr
que nos acostumbremos a las cosas más horrendas.
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