domingo, 4 de junio de 2017

Tres hermanas enamoradas del mismo asesino: A Kiss Before Dying

Mario Szichman

"Ira Levin es el relojero suizo
De las novelas de suspenso;
En comparación, nosotros
Fabricamos relojes baratos,
De esos que venden en las farmacias”.
Stephen King



Cuando se trata de asesinar novias embarazadas, nadie supera la imagen de Roberta Alden, (Sylvia Sidney), ahogándose en un lago al que ha sido arrojada desde un bote por su amante Clyde Griffiths (Phillips Holmes). Es quizás la más famosa secuencia de  An American Tragedy, una película de 1931 dirigida por Josef von Sternberg. Está basada en la novela del mismo título de Theodore Dreiser, quien a su vez usó varios elementos de un caso de la vida real: el asesinato de Grace Brown por Chester Gillette, en 1906.
Es viable que a la hora de crear la trama de su novela A Kiss Before Dying (1953), Ira Levin haya recordado otra versión cinematográfica de An American Tragedy, la de 1951, estrenada con el título de A Place in the Sun, y protagonizada por Montgomery Clift y Elizabeth Taylor. (Otra excelente actriz, la ductil Shelley Winters, se encargaba de interpretar a Roberta Alden, la novia embarazada).

Levin, el relojero suizo de las novelas de suspenso admirado por Stephen King, debe haber sentido no solo gran fascinación por la tragedia de Dreiser, sino por los elementos visuales de la versión cinematográfica. Pero algo distinto requería la trama, para eludir la acusación de que nunca segundas partes fueron buenas.
La figura del escalador social ha nutrido a los narradores en los últimos tres siglos. Barry Lyndon, de William Makepeace Thackeray, es uno de los mejores ejemplos. Y Balzac nos ha ofrecido a Lucien de Rubempré. El aporte de Levin fue Bud Corliss, un buen mozo ansioso por casarse con una millonaria. En vez de la tragedia americana, Bud quiere vivir el sueño americano.
Como Roberta Alden en An American Tragedy, Dorothy Kingship, hija de un industrial que posee minas de cobre, se enamora del protagonista, y queda embarazada. A Kiss Before Dying transcurre en la década del cincuenta del siglo pasado, una época en que todavía el puritanismo plantea numerosas objeciones a las relaciones prematrimoniales. En tanto Dorothy no tiene problema alguno en casarse de inmediato con Bud, éste plantea serias objeciones. Para ello Levin necesitó crear un padre muy severo, Leo Kingship, intolerante con cualquier indiscreción. Ya al principio de la novela Bud le recuerda a su novia: “Tu madre cometió un simple desliz. Tu padre lo descubrió ocho años más tarde, y se divorció, sin importarle tu suerte y la de tus hermanas, de la enfermedad de tu madre”.
Cuando Dorothy sugiere que se casen de inmediato, a fin de ofrecerle al padre el hecho consumado, Bud le señala que si siete meses después de la boda, Dorothy da a luz un bebé, el padre, enemigo de todo desliz, la excluirá de su fortuna.
Dorothy promete abortar, fracasa en su primer intento, elude el segundo, y Bud, un caza fortunas, decide librarse de su novia. Le propone ir al registro matrimonial, llegan a la hora del mediodía en que la oficina está cerrada –Bud tuvo buen cuidado en averiguar los horarios de atención al público—invita a su novia  a recorrer la terraza del edificio donde se encuentra el registro, y la empuja al vacío.
Pero previamente, Bud ha tomado precauciones para que la muerte de Dorothy sea considerada un suicidio. Por su parte, el autor, fue sumando nuevos elementos al suspenso. Por ejemplo: ¿cómo conseguir que antes de su muerte, Dorothy deje una nota indicando que ha decidido acabar con su vida? Y luego, ¿Cómo seducir a alguna de las hermanas Kingship, Ellen o Marion?
Desde el punto de vista de Bud, uno de los mejores psicópatas que ha dado el policial norteamericano, conquistar a alguna de esas hermanas makes sense. Conoce al dedillo las costumbres de ambas, gracias a la información brindada por Dorothy, sus puntos fuertes y sus presentes, y la relación que cada una de ellas mantiene con su padre, Leo Kingship. En realidad, el subtexto indica que la única persona que interesa a Bud es el pater familias de las Kingship.
Levin era un juglar a la hora de maniobrar sus piezas. Y eso se demuestra en la manera en cómo jugaba con la cronología y el punto de vista. La novela está dividida en tres partes, acatando la regla de oro de Aristóteles. La primera, dedicada a Dorothy, es contada desde el punto de vista de Bud. La segunda, desde el punto de vista de Ellen, hermana de Dorothy, y la tercera parte desde el punto de vista de Marion, la tercera hermana.
En el cuento de los tres cerditos, señala Ansen Dibell (Elements of Fiction Writing,)  el primero construye una casa de paja, y el lobo la derriba, el segundo usa estacas, y sufre similar suerte, y finalmente el tercero utiliza ladrillos, y frustra al lobo. La primera situación es un incidente, la segunda establece una pauta, y la tercera lo destruye.
Dorothy representa el incidente, y Ellen la pauta de las acciones de Bud. Su único propósito es obtener una fortuna de Leo Kingship, y el método es casarse con una de las hijas. Fracasa en las dos primeras ocasiones, pero está a punto de triunfar en la tercera. Ha aprendido de sus errores, y Marion, que es además la única heredera tras el dismiss de sus hermanas, es el premio mayor de la lotería. Parece muy enamorada de Bud, y rechaza toda sospecha sobre su prometido. Inclusive su inflexible padre comienza a ceder. Bud parece un hombre trabajador, honesto, un yerno perfecto.
Pero, aunque Bud es una máquina de matar, no es tan bueno a la hora de encubrir huellas.
Y es ahí donde se muestra en toda su calidad el mecanismo de relojería creado por Levin para atrapar al lector. Ya el recelo sobre sus acciones comienza con Ellen, la segunda hermana. Ellen se niega a aceptar que la muerte de Dorothy sea suicidio, va armando su propio rompecabezas con cartas e información que recibió de ella, y decide abandonar su población y buscar al misterioso personaje que sedujo a Dorothy.
Como decía Sherlock Holmes a su ayudante, “!The plot thickens my dear Watson!”
En ese momento de la narración, el lector descubre que está enterado de muchas cosas de Bud Corliss. Inclusive, que fue reclutado por el ejército, y que mató a un soldado japonés. Toda una hoja de vida… excepto por su nombre. Recién se menciona a Bud por primera vez en la página 96 de un libro que cuenta con 268.
Es otra vuelta de tuerca del suspenso que impone Levin, y que sube la tensión en varios decibeles. Marion tiene aún más claves que Ellen, su segunda hermana asesinada, para encontrar al homicida. Pero ¿Quién es exactamente el culpable? Aparecen por lo menos dos jóvenes que podrían haber cometido uno o ambos crímenes. Poseen credenciales suficientes. Tienen nombres y apellidos: uno es Gordon Gant, un disc jockey, el otro Dwight Powell, un estudiante, que inclusive durmió con Dorothy. La descripción física de ambos coincide con la que tanto Ellen como Marion obtuvieron de Dorothy a través de sus cartas.
Y entre tanto, el asesino, Bud Corliss, adquiere la cualidad del hombre invisible. Espía a sus perseguidores sin problemas, y conoce sus pasos por anticipado. Finalmente, ya con su verdadero nombre, enamora a Marion, y ambos fijan la fecha de boda. Es el momento preciso en que comienzan a derrumbarse las defensas de Bud. Pues Gordon Gant, el disc jockey, quien también está enamorado de Marion, descubre datos que lo incriminan.
El desenlace es una tragedia que culmina con Bud cayendo en un gigantesco contenedor repleto de cobre fundido, y con una frase final de la madre de Bud Corliss que podría ser utilizada para escribir una secuela.
Cuando entrevisté a Levin, en 1991, me expresó su enorme admiración por Cornell Woolrich, (Comenté sobre el novelista en mi post “First you dream, then you die” El policial “noir” y las desdichadas criaturas de Cornell Woolrich
Pero había en Woolrich, además de un enorme oficio, una manifiesta desesperación por sus circunstancias personales, así como una clara relación de amor y odio con su madre, con la cual vivía en un hotel de Manhattan.
En Levin se observa el mismo oficio, una prosa sencilla, de gran calidad, y una pasión por mantener entretenido al lector. Pero no desesperación. Parecía disfrutar ampliamente de la vida. Con su primera novela, y con su personaje Bud Corliss, el escritor hizo su inmersión más profunda en la mente de un psicópata. No debe haberse encontrado muy a gusto con su indagación, porque inclusive en El bebé de Rosemary, su gran bestseller, hay más entretenimiento que consternación. Nadie lo culpa por ello.
Como decía Nietzche, “Quien lucha con monstruos, debe evitar convertirse en un monstruo. Pues si contemplamos durante largo tiempo al abismo, el abismo también nos contempla”.


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