Mario Szichman
"Ira Levin es el relojero suizo
De las novelas de suspenso;
En comparación, nosotros
Fabricamos relojes baratos,
De esos que venden en las farmacias”.
Stephen King
Cuando se trata de asesinar novias
embarazadas, nadie supera la imagen de Roberta Alden, (Sylvia Sidney),
ahogándose en un lago al que ha sido arrojada desde un bote por su amante Clyde
Griffiths (Phillips Holmes). Es quizás la más famosa secuencia de An
American Tragedy, una película de 1931 dirigida por Josef von Sternberg.
Está basada en la novela del mismo título de Theodore Dreiser, quien a su vez
usó varios elementos de un caso de la vida real: el asesinato de Grace Brown
por Chester Gillette, en 1906.
Es viable que a la hora de crear la trama de
su novela A Kiss Before Dying (1953),
Ira Levin haya recordado otra versión cinematográfica de An American Tragedy, la de 1951, estrenada con el título de A Place in the Sun, y protagonizada por Montgomery Clift y
Elizabeth Taylor. (Otra excelente actriz, la ductil Shelley Winters, se
encargaba de interpretar a Roberta Alden, la novia embarazada).
Levin, el relojero suizo de las novelas de
suspenso admirado por Stephen King, debe haber sentido no solo gran fascinación
por la tragedia de Dreiser, sino por los elementos visuales de la versión
cinematográfica. Pero algo distinto requería la trama, para eludir la acusación
de que nunca segundas partes fueron buenas.
La figura del escalador social ha nutrido a
los narradores en los últimos tres siglos. Barry
Lyndon, de William Makepeace Thackeray, es uno de los mejores ejemplos. Y
Balzac nos ha ofrecido a Lucien de Rubempré. El aporte de Levin fue Bud Corliss,
un buen mozo ansioso por casarse con una millonaria. En vez de la tragedia
americana, Bud quiere vivir el sueño americano.
Como Roberta Alden en An American Tragedy, Dorothy Kingship, hija de un industrial que
posee minas de cobre, se enamora del protagonista, y queda embarazada. A Kiss Before Dying transcurre en la
década del cincuenta del siglo pasado, una época en que todavía el puritanismo
plantea numerosas objeciones a las relaciones prematrimoniales. En tanto
Dorothy no tiene problema alguno en casarse de inmediato con Bud, éste plantea
serias objeciones. Para ello Levin necesitó crear un padre muy severo, Leo
Kingship, intolerante con cualquier indiscreción. Ya al principio de la novela
Bud le recuerda a su novia: “Tu madre cometió un simple desliz. Tu padre lo
descubrió ocho años más tarde, y se divorció, sin importarle tu suerte y la de
tus hermanas, de la enfermedad de tu madre”.
Cuando Dorothy sugiere que se casen de
inmediato, a fin de ofrecerle al padre el hecho consumado, Bud le señala que si
siete meses después de la boda, Dorothy da a luz un bebé, el padre, enemigo de
todo desliz, la excluirá de su fortuna.
Dorothy promete abortar, fracasa en su primer
intento, elude el segundo, y Bud, un caza fortunas, decide librarse de su
novia. Le propone ir al registro matrimonial, llegan a la hora del mediodía en
que la oficina está cerrada –Bud tuvo buen cuidado en averiguar los horarios de
atención al público—invita a su novia a
recorrer la terraza del edificio donde se encuentra el registro, y la empuja al
vacío.
Pero previamente, Bud ha tomado precauciones
para que la muerte de Dorothy sea considerada un suicidio. Por su parte, el
autor, fue sumando nuevos elementos al suspenso. Por ejemplo: ¿cómo conseguir
que antes de su muerte, Dorothy deje una nota indicando que ha decidido acabar
con su vida? Y luego, ¿Cómo seducir a alguna de las hermanas Kingship, Ellen o
Marion?
Desde el punto de vista de Bud, uno de los
mejores psicópatas que ha dado el policial norteamericano, conquistar a alguna
de esas hermanas makes sense. Conoce
al dedillo las costumbres de ambas, gracias a la información brindada por
Dorothy, sus puntos fuertes y sus presentes, y la relación que cada una de
ellas mantiene con su padre, Leo Kingship. En realidad, el subtexto indica que
la única persona que interesa a Bud es el pater
familias de las Kingship.
Levin era un juglar a la hora de maniobrar sus
piezas. Y eso se demuestra en la manera en cómo jugaba con la cronología y el
punto de vista. La novela está dividida en tres partes, acatando la regla de
oro de Aristóteles. La primera, dedicada a Dorothy, es contada desde el punto
de vista de Bud. La segunda, desde el punto de vista de Ellen, hermana de
Dorothy, y la tercera parte desde el punto de vista de Marion, la tercera
hermana.
En el cuento de los tres cerditos, señala
Ansen Dibell (Elements of Fiction Writing,) el primero construye una casa de paja, y el
lobo la derriba, el segundo usa estacas, y sufre similar suerte, y finalmente
el tercero utiliza ladrillos, y frustra al lobo. La primera situación es un
incidente, la segunda establece una pauta, y la tercera lo destruye.
Dorothy representa el incidente, y Ellen la
pauta de las acciones de Bud. Su único propósito es obtener una fortuna de Leo
Kingship, y el método es casarse con una de las hijas. Fracasa en las dos
primeras ocasiones, pero está a punto de triunfar en la tercera. Ha aprendido
de sus errores, y Marion, que es además la única heredera tras el dismiss de sus hermanas, es el premio
mayor de la lotería. Parece muy enamorada de Bud, y rechaza toda sospecha sobre
su prometido. Inclusive su inflexible padre comienza a ceder. Bud parece un
hombre trabajador, honesto, un yerno perfecto.
Pero, aunque Bud es una máquina de matar, no
es tan bueno a la hora de encubrir huellas.
Y es ahí donde se muestra en toda su calidad
el mecanismo de relojería creado por Levin para atrapar al lector. Ya el recelo
sobre sus acciones comienza con Ellen, la segunda hermana. Ellen se niega a
aceptar que la muerte de Dorothy sea suicidio, va armando su propio
rompecabezas con cartas e información que recibió de ella, y decide abandonar
su población y buscar al misterioso personaje que sedujo a Dorothy.
Como decía Sherlock Holmes a su ayudante, “!The plot thickens my dear Watson!”
En ese momento de la narración, el lector
descubre que está enterado de muchas cosas de Bud Corliss. Inclusive, que fue reclutado
por el ejército, y que mató a un soldado japonés. Toda una hoja de vida…
excepto por su nombre. Recién se menciona a Bud por primera vez en la página 96
de un libro que cuenta con 268.
Es otra vuelta de tuerca del suspenso que
impone Levin, y que sube la tensión en varios decibeles. Marion tiene aún más
claves que Ellen, su segunda hermana asesinada, para encontrar al homicida.
Pero ¿Quién es exactamente el culpable? Aparecen por lo menos dos jóvenes que
podrían haber cometido uno o ambos crímenes. Poseen credenciales suficientes.
Tienen nombres y apellidos: uno es Gordon Gant, un disc jockey, el otro Dwight Powell, un estudiante, que inclusive durmió
con Dorothy. La descripción física de ambos coincide con la que tanto Ellen
como Marion obtuvieron de Dorothy a través de sus cartas.
Y entre tanto, el asesino, Bud Corliss,
adquiere la cualidad del hombre invisible. Espía a sus perseguidores sin
problemas, y conoce sus pasos por anticipado. Finalmente, ya con su verdadero
nombre, enamora a Marion, y ambos fijan la fecha de boda. Es el momento preciso
en que comienzan a derrumbarse las defensas de Bud. Pues Gordon Gant, el disc jockey, quien también está
enamorado de Marion, descubre datos que lo incriminan.
El desenlace es una tragedia que culmina con
Bud cayendo en un gigantesco contenedor repleto de cobre fundido, y con una frase
final de la madre de Bud Corliss que podría ser utilizada para escribir una
secuela.
Cuando entrevisté a Levin, en 1991, me expresó
su enorme admiración por Cornell Woolrich, (Comenté sobre el novelista en mi
post “First you dream, then you die” El policial “noir” y las desdichadas
criaturas de Cornell Woolrich
Pero había en Woolrich, además de un enorme
oficio, una manifiesta desesperación por sus circunstancias personales, así
como una clara relación de amor y odio con su madre, con la cual vivía en un
hotel de Manhattan.
En Levin se observa el mismo oficio, una prosa
sencilla, de gran calidad, y una pasión por mantener entretenido al lector. Pero
no desesperación. Parecía disfrutar ampliamente de la vida. Con su primera
novela, y con su personaje Bud Corliss, el escritor hizo su inmersión más
profunda en la mente de un psicópata. No debe haberse encontrado muy a gusto
con su indagación, porque inclusive en El
bebé de Rosemary, su gran bestseller,
hay más entretenimiento que consternación. Nadie lo culpa por ello.
Como decía Nietzche, “Quien lucha con
monstruos, debe evitar convertirse en un monstruo. Pues si contemplamos durante
largo tiempo al abismo, el abismo también nos contempla”.
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