Mario
Szichman
Hacía mucho tiempo que una novela no atraía
las lágrimas a mis ojos con tanta profusión como The Girl From The Train, de la escritora sudafricana Irma Joubert.
Y esta reseña es también un análisis de los temas que favorecen el llanto de
los lectores.
En primer lugar, es necesario señalar que
Joubert escribe muy bien. Su prosa es escueta, muy descriptiva, precisa. Sabe
crear personajes a través de sus diálogos, y detallar ambientes. Su narrativa
mantiene el interés del principio al fin, nunca decae en intensidad, aunque
cambian los escenarios y los conflictos.
Con respecto al diálogo, y es un acierto, los
personajes jamás responden de manera directa a preguntas o cuestionamientos. La
narradora usa el bien probado truco de la torta de crema en la cara, quizás uno
de los favoritos en las comedias del cine mundo.
Según Buster Keaton, la mejor forma de recibir
una torta de crema en la cara es ignorar la acometida del enemigo. El rostro
del comediante debe observar al frente con fijeza, y el agresor debe venir
sigilosamente de un costado y estamparle la torta en la cara. De esa manera, la
sorpresa es auténtica.
En los diálogos de Joubert, una mujer le
confiesa a un hombre: “Te amo locamente”, pero el hombre nunca reacciona ante
esa declaración empleando las palabras previstas. Siempre escapa por la
tangente. Y eso es muy sabio. Pues la reacción vaticinada acortaría bruscamente
el relato.
The Girl
from the Train es un perpetuo teaser, una novela con abundantes señuelos para mantener el
suspenso. Lost in Translation, el
filme de Sofia Coppola, es un modelo de teaser.
Resulta obvio que los protagonistas están enamorados. Pero nunca hacen el amor.
Recién en los segundos finales adivinamos que Bill Murray y Scarlett Johanson
serán felices y comerán perdices.
Irma Joubert
La novela de Joubert es la historia de Gretl
Schmidt y de Jakób Kowalski. Comienza a finales de la segunda guerra mundial.
Gretl es una niña de siete años, alemana, con ancestros judíos. La parte judía
de Gretl la conduce en tren al campo de exterminio de Auschwitz, junto con
miembros de su familia. En cuanto a Jakób, un adolescente, es miembro de la
resistencia polaca. Una de sus tareas es volar por los aires un tren donde
viajan tropas nazis. Pero otro tren donde centenares de judíos son
transportados a un campo de exterminio, entre ellos Gretl, cruza primero las
vías. Hay una devastadora explosión, y todos
a bordo del tren mueren, excepto Gretl y su hermana Elza, quienes consiguen
huir del carruaje poco antes de la explosión.
En ese momento, Gretl tiene siete años, y Jakób
veinte. Trece años de distancia los separa. Parte del pecaminoso encanto de la
narración es ver cómo la pasión se va despertando entre ambos, sin importar las
vicisitudes, los profusos cambios de ambientes, y obviamente, el desarrollo
hormonal.
Además, el crimen primordial ha sido cometido:
Gretl ha quedado sin familia por culpa de Jakób, el encargado de volar por los
aires el tren donde viajaba. Es cierto, el propósito de Jakób era destruir un
tren donde viajaban soldados nazis. Pero la fatalidad se atravesó en sus planes,
y ese simple detalle contribuye a dar un atributo muy especial a la narración.
Joubert consiguió amalgamar dos tipos de
relato. Por un lado, el cuento de hadas, que suele definirse por el constante
horror, y los tabúes, y por el otro lado, el melodrama.
Uno de los relatos favoritos de la niña es
Hansel y Gretel. Ese es el cupo asignado a los cuentos de hadas. En cuanto a la
relación de Gretl con su protector, Jakób Kowalski, transita otros senderos más
inquietantes.
LA GUERRA FRÍA
The Girl
from the Train nunca oculta los
episodios desagradables que afectan a Gretl en su infancia, Gretl parece mucho
mayor que sus siete años de edad. Se comporta como una pequeña dama. Pese a las
situaciones que confronta en la Polonia invadida por los nazis, sabe adaptarse
al medio ambiente y salir ilesa.
El teaser
de la novela, como en todo buen melodrama, es la situación política en Europa
tras la segunda guerra mundial. Como esos dioses del teatro griego que eran
bajados en el centro del escenario en una plataforma guiada por poleas
suspendidas del techo, a fin de poner fin a los enredos, las aventuras de Gretl
y de Jakób tienen como trasfondo las conmociones de la posguerra, y las
mudanzas que causan.
Al principio, Gretl es protegida por la
familia de Jakób, pero tras concluir la contienda, los alemanes son
reemplazados en Polonia por los rusos. Ante la falta de futuro en ese país, Jakób logra enviar a Gretl a Sudáfrica, donde
es adoptada por una familia protestante.
Gretl vuelve a cambiar de nombre y apellido, y
se convierte en Grietjie Neethling, la amada hija de los sudafricanos Oom
Bernard y Tannie Kate Neethling. En ese caso, el conflicto para Gretl/Grietjie
es ocultar su pasado. Sus padres adoptivos son protestantes. La niña creció en
la fe judía, y fue enviada a un colegio católico. Empezó hablando el alemán,
con algunas frases en idisch, y se convierte fácilmente en una políglota, pues
debe incorporar a sus diálogos el inglés de uno de los miembros de su nueva
familia, y el Afrikáner, el idioma de los sudafricanos blancos de ascendencia
holandesa.
Dos dramas afectan la vida de la protagonista.
Uno, el temor a que en algún momento sus padres adoptivos descubran su origen
judío, su crianza como católica y que su padre era un soldado nazi.
Por algunos comentarios formulados en la mesa
familiar, judíos y católicos no son considerados personas de confianza.
El otro drama de Gretl es su amor por Jakób, su
anhelo de un reencuentro. Es lo único que resulta discordante en el relato. Los
lazos afectivos entre dos personas del sexo opuesto, una de siete años, y otra
de veinte, resultan difíciles de aceptar. Y es en esa instancia donde Joubert
debe acudir a todo sus conocimientos de los cuentos de hadas para convencer a
los lectores.
Afortunadamente, la narradora sabe colocar
toda clase de obstáculos entre los personajes centrales. Y también en sus
romances. Gretl y Jakób viven durante varios años separados por inmensas
distancias. Tienen romances que nunca se consuman, prosperan en sus estudios o
carreras, y finalmente se reencuentran. El lazo entre ellos permanece
asombrosamente intacto.
Quizás una de las mayores virtudes de Joubert
es hacer verosímil una relación completamente inverosímil. Hay algo en su prosa
que obliga a leer la novela hasta el final. ¿Lograrán finalmente Gretl y Jakób
casarse? Está bien, todo es un cuento de hadas, pero ¿lograrán consumar su
idilio?
En ocasiones, aunque no muchas, irrumpen las
casualidades que permiten un avance de la narración. En otras, pese a que los
personajes suelen estar bien delineados, la narradora usa frenos para custodiar
el territorio del melodrama, suministrándoles coartadas a sus sentimientos.
Louis Ferdinand Celine solía hablar de mujeres
“que se detienen al borde de la belleza”. Joubert siempre se detiene al borde
de la pasión. Pero la pasión es indispensable en una novela. Nadie conoce sus
límites si no está dispuesto primero a transgredirlos.
The Girl
From The Train apela a nuestro
espíritu romántico, y nos seduce, aunque sin convencernos.
Recuerdo que una prima mía retornó un día de
ver un filme muy lacrimoso, y comentó: “¡Qué gran película! ¡Nunca había
llorado tanto!”
Confieso que en algunas páginas de la novela,
me ocurrió lo mismo. El melodrama suele apelar a emociones plañideras. Tal vez
por eso la tragedia es superior. No conozco una sola persona que derrame
lágrimas por el rey Lear.
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