Mario Szichman
Para mi amigo Luis
Alonso,
quien me explicó los
vericuetos de The Matrix
Todo es un gran
acertijo en la novela de William Gibson Neuromancer,
desde el título, hasta las palabras y frases que divulgó en el territorio de la
ciencia ficción, y que fueron popularizadas en el cine, gracias a la trilogía
de The Matrix, The Matrix Reloaded y The
Matrix Revolutions.
Según Gibson, Neuromancer es un portmanteau de las palabras Neuro,
Romancer y Necromancer, “Neuro, de los nervios, de los senderos plateados;
Romancero, aquel que compone romances”, y también un chismoso o un charlatán, y
“Necromancer, el romance de la muerte”.
Más generoso que
su autor, Lance Olsen indicó que “Gibson logró revitalizar la novela de ciencia
ficción, el relato de la búsqueda, el mito del héroe, el misterio, la novela
detectivesca hard-boiled, la épica,
el thriller, y los relatos de cowboys y del artista romántico, entre
otros”. Gibson, añadió Olsen, “es adicto a configurar antiguas historias en un
moderno pastiche intertextual”.
William Gibson
En cuanto al cyberpunk, del cual Gibson es uno de los
cabecillas, se trata de un subgénero de la ciencia ficción emplazado en un
futuro no muy lejano. Se define por el concepto de high tech, low life, alta tecnología y seres reclutados en los
márgenes de la sociedad.
En el cyberpunk, las sociedades disfrutan de
logros científicos, y enfrentan una ruptura del orden social. Ya antes de The Matrix, el cyberpunk recibió un tratamiento estelar en el filme Blade Runner, protagonizado por Harrison
Ford.
El director,
Ridley Scott, supo combinar la odisea de los replicantes, androides que poseen atributos humanos, con el
increíble paisaje urbano de Los Angeles, en que predominan gigantescos carteles
y abundan taxis aéreos, así como derruidos vecindarios y precintos que son
copia de los filmes policiales de la Gran Depresión.
Uno de los
precursores del cyberpunk es Alfred
Bester, autor del clásico The Stars my
Destination. Bester eligió como trama El
Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas, la mejor novela de venganza jamás
escrita (al menos, en su abridged
versión).
Gulliver Foyle se
introduce en la narrativa como un hombre carente de toda ambición o imaginación.
En las primeras frases, ya estamos enterados de la tragedia del personaje:
“Había estado agonizando durante ciento setenta días, y todavía no estaba
muerto”. Foyle es un completo enigma, un ser carente de todo proyecto, a la
deriva en la nave espacial Nomad. Su
única intención es encontrar suficiente aire y comida en medio de la destruida
nave. Pero su pasividad concluye en el momento exacto en que otro navío,
aparentemente de rescate, pasa cerca suyo sin hacer maniobra alguna por
salvarlo. Ese desaire saca a Foyle de su pasividad, y lo convierte en un
monstruo cuyo único propósito es vengar la afrenta. (Ver http://marioszichman.blogspot.com/2016/12/the-stars-my-destination-de-alfred.html).
Neuromancer
cuenta como protagonista a Henry Dorsett Case. Y su predicament es aún más complejo que el de Gulliver Foyle. Case es
un estafador de bajo rango, que intenta sobrevivir en el submundo de Chiba City,
en Japón. (El comienzo de la narración es magnífico: “El cielo encima del
puerto tenía el color de una televisión sintonizada con un canal muerto”).
En una época,
Case era un talentoso técnico de computadoras. Cuando su empleador descubrió
que le había robado dinero, decidió castigarlo dañando su sistema nervioso
central con una micotoxina. Además de condenarlo a una muerte lenta, la
inyección de micotoxinas impide a Case tener acceso a la red global de
computadoras en el espacio cibernético denominada La Matriz. Y, como ocurre en la actualidad, la información es uno
de los bienes más preciados, y más costosos de obtener.
Case es un cowboy del cyberspace que poseía la
capacidad de robar información de empresas, de mismo modo que en décadas
previas, ladrones convencionales robaban cajas fuertes. Su cerebro podía
conectarse directamente con una computadora, y saquear el conocimiento de
vastas corporaciones.
El drástico
castigo impuesto al protagonista, lo condena a una muerte lenta. La vida de
Case no vale la pena ser vivida. Está endeudado, duerme en hoteles baratos, coffins, diminutos cuartos similares a ataúdes.
Se gana la vida con gran dificultad, tiene tendencias suicidas. Su amante,
Linda Lee, ha sido asesinada, y figura al tope de la lista de un
narcotraficante apellidado Wage, quien le reclama deudas atrasadas.
Como en varias
novelas del cyberpunk, la odisea del
protagonista consiste en emerger de la enfermedad, del mismo modo en que Gulliver
Foyle emerge de la ignorancia, tras afrontar enormes obstáculos. Debe lidiar
con una urbe en constante estado de cambio de las actividades delictivas, donde
resulta casi imposible cumplir tareas cotidianas.
Afortunadamente,
siempre la dama aparece. En este caso se trata de Molly Millions, una “samurai
de la calle” quien trabaja como mercenaria de un exmilitar, Armitage. Molly
pone a Case en contacto con Armitage, quien le ofrece curarlo de las
micotoxinas que han envenenado su organismo, siempre que trabaje para él como hacker y robe información de poderosos
rivales.
Por supuesto,
como en el caso de El Padrino, la
oferta que hace Armitage a Case es de aquellas imposibles de rehusar, y con
resultados temibles.
Armitage consigue
que sea reparado el sistema nervioso de Case a través de una nueva tecnología.
Poco después, el protagonista descubre que Armitage ha ordenado transferir a
sus vasos sanguíneos, en micro sacos, las micotoxinas que afectaban su páncreas.
Si Case cumple con su tarea, los micro sacos serán desalojados de su sangre. De
lo contrario, habrá que prescindir de sus servicios activando las toxinas.
Con suave ironía,
Gibson informa que el páncreas de Case ha sido reemplazado, y nuevo tejido
implantado en su hígado. Eso impide que el organismo de Case metabolice cocaína
o anfetaminas, poniendo fin a su drogadicción. Algo por lo cual, el
protagonista no parece agradecido.
LA IRREALIDAD
COMO NORMA
El mundo que
transita Case es un prolongado delirio psicodélico. El cuerpo y el cerebro
adquieren nuevas funciones. Hay ojos que sirven para ver, y también implantes
de ojos en las órbitas que alteran y agudizan la percepción. El cerebro de los cowboys de las computadoras, interactúa
con las máquinas de manera simbiótica.
La hazaña de
Gibson en Neuromancer fue brindar
glándulas, pasiones, erotismo, al mundo
aséptico, abstracto, repleto de algoritmos, del cyberpunk.
A veces, resulta
difícil transitar la prosa, pues Gibson no pierde tiempo en explicaciones. Hay
que aceptar el viaje que nos propone, acatando el consejo de William Faulkner
en relación al Ulises de James Joyce:
“como un predicador iletrado se aproxima al Antiguo Testamento: con fe”.
El lector debe
tener paciencia para dilucidar la trama. Gibson usa los trucos de un jugador de
naipes. Pero si en parte del relato mantiene las cartas apretadas contra el
pecho, también suelta, por cuentagotas, los datos factibles de inferir el plot.
El narrador parte
de una premisa que nunca abandona. Más allá del venero de civilización que
encubre nuestra personalidad, somos cuerpos deseantes, habitando mundos
incomprensibles.
Las ciudades que
transitan delante de los ojos de Case son difíciles de captar, especialmente
aquellas que todavía no han emergido en nuestra realidad. Buena parte de la
costa oriental de Estados Unidos es como una interminable ciudad. Buena parte
de Europa es una pesadilla radioactiva, y Japón es, de manera exclusiva, “una
selva de neón”.
Cuando ya está en
la declinación final, Case acepta la oferta del magnate Armitage, y lidera a
una “tripulación” de genios de la computación. La misión es asaltar la
ciudadela de un clan industrial, dueño de un par de “Inteligencias
Artificiales” que en caso de ser conectadas, se convertirán en los artefactos
más peligrosos del mundo.
“Durante millares
de años”, dice uno de los personajes de Neuromancer,
“los seres humanos han soñado con la posibilidad de hacer un pacto con el
demonio. Recién ahora, esas cosas resultan posibles”.
En ocasiones, la
trama de Neuromancer es difícil de
seguir, pues adquiere la velocidad de un comic.
Pero siempre la diáfana prosa de Gibson logra controlar los pedales.
Case y su amante,
Molly, consiguen descubrir la verdadera identidad de Armitage. Se trata en realidad
de un excoronel, Willis Corto, que participó en un operativo destinado a
infiltrar el sistema de computadoras de la Unión Soviética. (La novela fue
publicada en 1984, cuando todavía existía la Unión Soviética).
Al final, tras
múltiples peripecias, y luego de robar Neuromancer,
una computadora que asociada con otra, Wintermute, se convierte en una super
conciencia, Case logra conectarse a la matriz. En ese recinto descubre una
imagen de él, y de Linda Lee, su novia muerta. Al parecer, la computadora Neuromancer creó una copia de la
conciencia de Case en una ocasión anterior, durante un intento de captura. La
copia de la conciencia de Case existe ahora junto con la de Linda, en la
matriz, donde quedan unidos para siempre. El romance se prolonga en el más allá.
El impacto de Neuromancer en la narrativa de ciencia
ficción es aún difícil de medir. La novela fue rápidamente elevada en varios
altares. Es la primera narración que obtuvo los galardones Nebula, Hugo, y
Philip K. Dick, como paperback
original. El periódico The Mail &
Guardian dijo que era “como la versión en ciencia ficción de obtener los
premios Goncourt, Booker y Pulitzer, en el mismo año”. Sus dificultades
narrativas no han impedido una vasta difusión. Ha vendido más de 6,5 millones
de copias a nivel mundial.
El crítico
literario Larry McCaffery describió el concepto de la matriz en Neuromancer como un lugar donde “los
fundamentos danzan con la conciencia humana… Los sistemas de información
multinacional sufren mutaciones y se transfiguran en nuevas, asombrosas
estructuras, cuya belleza y complejidad son imposibles de imaginar, místicas, y
por encima de todo, no humanas”.
Gibson, un hombre
con gran sentido del humor, dice que el éxito de Neuromancer siempre lo sorprendió. Por la época en que estaba
escribiendo la novela, la actitud de sus amigos era ésta: “Tal vez lo invite a
tomar un trago, pero no sé si me animaría a ofrecerle un préstamo”. En cuanto a
Neuromancer, consideró que era “un
libro adolescente”. Tal vez con la
adolescencia que exhibió Robert Louis Stevenson en La isla del Tesoro.
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