Mario
Szichman
Harper Curtiss es un viajero del tiempo y un
asesino especializado en shining girls,
jovencitas que lo seducen por sus virtudes, su forma de encarar la vida, su
independencia, su solidaridad. Harper tropieza con ellas en distintas etapas de
su prolongada existencia, barajando sus riesgos de perdurar, avanzando en el
tiempo, o replegándose a fin de encubrir sus crímenes, o para ejecutarlos en el futuro.
Kirby Mizrachi es una de esas damas luminosas.
Ha tenido un encuentro con el asesino, se ha salvado de milagro, y su propósito
central es obligarlo a pagar por sus crímenes.
Lauren Beukes
Lauren Beukes, una escritora sudafricana
previamente dedicada a la ciencia ficción, ha convertido a The Shining Girls en una excelente novela policial con un twist muy ingenioso. ¿Cómo se hace para
capturar a un asesino que se esconde en los pliegues del tiempo?
La narración se emplaza en Chicago, entre las
décadas del treinta y el noventa del siglo pasado. La encargada de desentrañar
los crímenes de Harper es Kirby, quien se salvó del asesino cuando su perro
recibió la cuchillada que estaba destinada a su garganta.
Una de las cualidades mayores de Beukes es
convertir a Chicago en una de las protagonistas de su novela, desde la época de
la Gran Depresión, hasta la llegada del milenio.
FUNDIRSE EN EL ENTORNO
Las grandes ciudades de Estados Unidos se
tergiversan a maravillosa velocidad. Los norteamericanos no creen mucho en la
nostalgia. En el siglo XIX proliferaban las ciudades fantasmas, tras la
erupción de algunas fiebres, especialmente la del oro. Y en el siglo XX los altibajos
causados por la crisis económica maquillaron con insistencia los grandes
centros urbanos. Ocurrió con Detroit, en una época la meca de la industria
automovilística, o con New York, entre 1970 y fines del siglo, o con Chicago,
quizás la más opulenta de Estados Unidos entre 1880 y 1930.
Beukes muestra cómo vecindades enteras se
elevan al cielo, y se derrumban luego igual que mazos de naipes. Urbanizaciones
elegantes decaen hasta hacerse irreconocibles. Los vidrios de las ventanas se
rompen, y son crucificados con las cintas que se usan para embalar desechos. Predomina
el paisaje lunar. Es imposible orientarse, ni siquiera con una brújula. La
perspectiva urbana cambia a la velocidad de los seres reemplazados en
distritos, o con los colores que tiñen paredes y muros. Hasta los graffitis
alteran el contenido de su indignación. A veces la furia adquiere matices
poéticos y descarta la grosería.
ENCUENTROS
Kirby Mizrachi, la heroína de The Shining Girls tropieza en dos
ocasiones con Harper, el asesino. La primera, siendo niña, la segunda, trece
años más tarde, cuando Harper fracasa en su intento de asesinarla. En la
tercera época, la definitiva, Kirby se propone descubrir al hombre que quiso
matarla, y para eso consigue un internship
en la sección deportiva del periódico The
Chicago Sun-Times.
Kirby rastrea a Harper a través del tiempo, en
tanto Harper, escondido en The House,
La Casa, transita distintos momentos históricos, mientras decide quien será su
próxima víctima.
Uno de los logros del relato es que el viajero
del tiempo no puede controlar su transcurrir en el mundo. Todo cambia en torno
suyo, desde la tipografía de los periódicos hasta el color del papel moneda,
los envases de cigarrillos, los receptáculos de comida, las versátiles formas
de las botellas de licores, los letreros en las intersecciones de las calles,
los modos de abrigarse, los sitios de diversión.
Muchas veces Harper desconoce en qué año se
encuentra, o cómo aproximarse a un tiempo previsible. Debe fundirse con el entorno
a fin de no despertar sospechas. Los trances de Harper comienzan apenas discrepa
con el paisaje que frecuenta. Pero, al mismo tiempo, el desafío lo nutre. Como
señala la narradora, a Harper “le gusta la amalgama de recuerdo y cambio. La
experiencia se hace más nítida”.
EL PASAJE DEL TIEMPO
La mayor parte de la novela transcurre en
1992, cuando Kirby consigue una pasantía en el periódico The Chicago Sun-Times como partner
de Dan Velasquez, quien luego de trabajar como reportero policial, ha sido
transferido a la sección deportiva.
Velasquez ha cubierto el episodio en que Kirby
estuvo a punto de ser asesinada, pero nunca hizo un seguimiento. Hasta que
Kirby aparece en su oficina, con un pañuelo anudado al cuello para ocultar las
cicatrices que dejó en su garganta el cuchillo de Harper.
Solo la obstinación de Kirby le permite seguir
la pista a Harper. El homicida no siempre es afortunado. En 1954, la policía lo
arresta, como sospechoso del asesinato de una arquitecta. Pero es imposible procesarlo.
Un detective dice que “no hay una sola mancha de sangre” en sus vestimentas,
“ningún indicio del arma homicida”. Y con buenas razones. El arma está
enterrada en el cuello de un perro que morirá 35 años más tarde.
Harper, orgulloso de su talento para matar, y
de su capacidad para eludir la ley, deja inclusive un souvenir en el cuerpo de cada víctima. Pero esa es su falla mayor.
Es como en el cuento de Hansel y Gretel, donde trozos de pan van marcando las
pistas, que en su caso lo harán tropezar finalmente con la justicia. En el
interior de La Casa que habita Harper, hay una colección de “trofeos”
arrancados a las víctimas, que luego depositará en el cuerpo de otras. Aunque
no de manera cronológica.
REENCUENTROS
La investigación transcurre en dos paralelas
avenidas. Por un lado está Kirby, intentando descubrir al asesino, y por el
otro Harper, ansioso por tropezar con Kirby, y concluir la tarea interrumpida
algunos años antes.
En ese viaje del tiempo es donde Beukes logra
sus mayores aciertos. Es obvio que la memoria funciona mejor cuando aparece más
lejana. Harper visita un derruido hospital a comienzos de la década del
treinta, y describe a los pacientes como seres “cuya mirada de resignación
recuerda a los caballos de granjas en sus horas finales, con las costillas tan
marcadas como las grietas y surcos en la tierra muerta que intentan arar. Por
menos de eso uno mata al caballo”.
Algunos críticos se han mostrado fascinados
por los personajes que Harper asesina, pero no por el homicida. Harper tiene
ciertos rasgos de humanidad, como en una escena donde invita a dos mujeres a
cenar, intentando ser el perfecto anfitrión. Pero, por lo demás, es el ogro
baldado que no puede tolerar una mujer luminosa.
Sin embargo, su aterradora faena se ajusta
mejor a la novela, que una descripción pormenorizada de su personalidad. En una
obra literaria, forma parte de las compensaciones.
Mary Shelley dedicó muchas, brillantes
páginas, a describir el monstruo creado por el doctor Viktor Frankenstein.
Hasta le incluyó frases poéticas. Pero un monstruo solo es monstruo en tanto
demuestra su incapacidad de aceptar la ley. Sus atropellos son más contundentes
que sus reflexiones. Y crece en la imaginación del lector cuando su obsesión se
depura hasta convertirlo en un instrumento del mal. Harper cumple esa función
con esmerada perversidad.
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