Mario Szichman
La novela es mucho más famosa que su autor. Se
titula Lord of the Flies, El señor de las moscas, y fue escrita
por el novelista británico William Golding. No muchos mencionan a Golding en
esta época o recuerdan que ganó el Premio Nóbel de Literatura en 1983. Escribió
numerosas novelas y obras de non fiction,
pero varios críticos coinciden en que el Nóbel corresponde exclusivamente a Lord of the Flies que, además, ha sido
un sensacional best-seller. Se estima
que han sido vendidas más de 150 millones de copias en decenas de idiomas.
La novela es relativamente corta, el ejemplar que
tengo de Perigee Books llega a 202
páginas, y cuenta con 95 ediciones previas. En la portada se indica que han
sido vendidos más de 10 millones de ejemplares de la versión en inglés.
Pero, la narración que llegó a manos del lector
discrepa bastante de la enviada por Golding a la editorial Faber & Faber. Su
editor, Charles Monteith, logró, en un prolongado intercambio de cartas con el
autor, y luego en conversaciones, decisivas modificaciones del texto. Muchas
cosas fueron alteradas, o directamente eliminadas, entre ellas el título. Y eso
corrobora que sin un buen editor escasas obras de importancia hubieran
ingresado en una imprenta (Ver: La tarea del editor es muy poco gratificante… Y
sin embargo ¿qué haríamos, sin ese personaje tan creador? http://marioszichman.blogspot.com/2015/11/la-tarea-del-editor-es-muy-poco.html).
¿Qué es exactamente Lord of the Flies? Una novela de aventuras que transcurre en una
remota isla del Pacífico. El setting
recuerda desde las aventuras de Tarzán hasta Heart of Darkness de Joseph Conrad, aunque, según Golding, la
inspiración de su libro fue La isla de
coral, del escritor Robert Michael Ballantyne. En esa novela, tres niños
naufragan en una isla de la Polinesia, deben eludir el acoso de piratas y pugnas
entre tribus nativas, mientras misioneros realizan esfuerzos para convertir a
los indígenas en cristianos. Se trata de una típica novela victoriana, que
exalta la superioridad de los europeos sobre los pueblos conquistados.
William Golding
Pero Golding, que combatió en la segunda guerra
mundial —pasó cinco años en el servicio de la Armada Real Británica— consideró La isla de coral un excelente material
de parodia. En la novela de Ballantyne, el salvajismo residía en piratas y
nativos. En Lord of the Flies, la
barbarie se halla en los niños que llegan a una isla desierta, y rápidamente
involucionan hacia la cacería, primero de animales, y luego de sus congéneres.
Las alusiones de la novela al mundo que rodea a
esos personajes son cuidadosamente imprecisas. Al parecer, se ha registrado una
guerra nuclear, y un grupo de niños logra llegar a la isla en un avión británico
que se estrella cerca de sus costas. Golding no se preocupó mucho por explicar
la forma en que esos niños arribaban a la isla, o qué ocurría con el resto de
los pasajeros del avión. Y con buenas razones. Desde un punto de vista
estrictamente racional, eso resulta imposible. La intención del novelista
radicó en mostrar cómo un grupo de niños puede librarse de todo remedo de
civilización, del mismo modo en que se despojan de sus ropas y devienen seres
primitivos.
Por un lado están los niños más racionales,
Ralph, y “Piggy” (cerdito), el
personaje más recordado de la novela, un ser obeso que usa lentes de vidrio
grueso para enfrentar su miopía. Del otro lado están Jack Merridew y sus
acólitos, miembros de un coro infantil que acatan ciegamente su autoridad. Los
atributos de Jack son su roja cabellera y sus instintos asesinos.
La novela exhibe las dos maneras en que los niños
enfrentan el naufragio. Ralph, con la insustituible ayuda de Piggy, instaura algunas normas
esenciales para sobrevivir: mantener una pira a fin de que el humo pueda servir
de señal a los buques que pasen por la zona, buscar comida, erigir refugios, y
establecer lazos comunitarios.
Al principio, bajo la conducción de Ralph, se
establece un régimen democrático. Todos pueden opinar, durante los momentos en
que sostengan en sus manos un caracol marino. Existe una división del trabajo,
a fin de preservar la hoguera, buscar alimentos e inclusive disfrutar de
momentos de recreación.
Pero Jack Merridew, el rival de Ralph, solo cree
en la autoridad suprema y en la violencia. Y organiza su coro para buscar
comida. Pronto, el coro deviene en una partida de asesinos que solo acepta la
ley del más fuerte.
El pasaje de la civilización a la barbarie es
sencillo. La autoridad del racional Ralph es socavada por un Jack que exalta
las virtudes depredadoras. Los niños bajo su comando pintarrajean su cuerpo y
su rostro antes de sus incursiones. Descuidan sus labores comunitarias, entre
ellas la construcción y protección de refugios, desatienden el resguardo del
fuego, única posibilidad de que el humo atraiga la atención de los tripulantes
de un barco, y reemplazan sus tareas con la agudización de su paranoia, y la
invención de divinidades. El señor de las moscas al que rinden homenaje es en
realidad un cerdo al que la gente de Jack ha clavado en una estaca. La
“bestia”, cuya presencia es fomentada por Jack y que acosa los sueños de los
niños, es una fantasía, al menos al principio. Ralph, un racionalista, niega su
existencia. Pero Jack necesita al monstruo. Si logra eliminarlo, su autoridad
será suprema.
Y el monstruo va creciendo en la imaginación de
los náufragos. En determinado momento Jack congrega a sus cazadores y promete
matar a la criatura. Una noche, mientras los niños duermen, un piloto de
combate es eyectado de su avión, cerca de la isla, y muere en el descenso. Su cuerpo,
suspendido del paracaídas, sobrevuela la isla y queda enredado en un árbol,
cerca de la cumbre de una montaña. Dos niños observan desde lejos la figura del
piloto, y huyen del lugar para informar que la bestia acecha en la montaña.
Jack convoca a una asamblea y anuncia que la
bestia los acecha. Confirmados sus pronósticos, consigue socavar la autoridad
de Ralph, y formar su propia tribu.
Golding tenía una sabia manera de organizar su
alegoría, y mostrar los dos bandos en pugna a través de escasos detalles. En el
caso de Jack y de su tribu, el descenso en la barbarie consiste en pintar los
rostros y organizar extraños rituales, incluídos los sacrificios a la bestia.
Ralph va perdiendo terreno en su lucha por
imponer la razón, y finalmente debe huir de la tribu junto con Piggy, que termina asesinado.
Piggy, símbolo de la duda
metódica, tiene como emblema los gruesos anteojos que encubren su rostro. Al
principio, usa los lentes para atraer los rayos del sol y encender un fuego,
una insignia de la civilización. A medida que los lentes van perdiendo sus
atributos –uno de ellos se rompe, disminuyendo su visión— la desesperación se
disemina, y cae víctima de la tribu de Jack.
Ralph, el único representante de la cordura, es
perseguido por la gente de Jack, mientras la isla es consumida por las llamas.
Y en el último momento, cuando está a punto de ser capturado por los cazadores,
cae en una zanja. Al alzar la vista, observa a un oficial de la armada que bajó
de un buque junto con varios de sus camaradas, para investigar el incendio en
la isla. Como por arte de magia, la tribu de niños homicidas revierte a su
anterior estado, y todos ellos se largan a llorar, encubriendo el fin de la
inocencia.
DEL MANUSCRITO A LA VERSIÓN FINAL
En septiembre de 1986, Charles Monteith publicó
en The Times Literary Supplement un
trabajo explicando su tarea como editor de Lord
of the Flies para Faber & Faber de Londres.
El manuscrito llegó a la editorial en septiembre de 1953. Las primeras páginas
eran amarillentas, indicio de que había circulado previamente entre otros
lectores. El manuscrito tenía una breve nota introductoria que decía: “Le estoy
enviando el texto de mi novela Strangers
from Within que podría ser definida como una interpretación alegórica de
una situación existente. Espero que usted pueda publicarla”. La nota estaba
firmada por “William Golding”.
Una lectora profesional ya había dado su primer
veredicto sobre la novela: “Se trata de una absurda fantasía carente de interés
acerca de la explosión de una bomba atómica en las colonias. Los protagonistas
son un grupo de niños que aterrizan en una selva cerca de Nueva Guinea. El
texto es aburrido, una porquería carente de sentido”. La sentencia de muerte
del manuscrito estaba acompañada de una erre en mayúscula, que significaba “reject,” rechazada.
Con ese auspicioso dictamen, Monteith se limitó a
revisar las primeras páginas, “y me sentí inclinado”, dijo, “como tantos
lectores antes que yo, a abandonar la lectura en ese mismo momento”.
El inicio de la narración nada tenía que ver con
el producto final. Describía una guerra nuclear. “Mi impresión inicial”, dijo
Monteith, “es que se trataba de un texto poderoso, aunque en ocasiones
exagerado. Además, al principio, no tenía personaje alguno. Luego, el foco de la narración se concentraba
en tierra. Describía una apresurada evacuación de niños en edad escolar, cuyo
destino parecía ser las Antípodas”. Luego se describía una feroz batalla aérea sobre el Pacífico.
Pero luego de la primera docena de páginas, el
editor comenzó a interesarse por el
texto, y poco después, “quedé totalmente atrapado”. La isla “era vívida.
Mostraba una brillante realidad. Los niños eran niños de verdad”.
Monteith se llevó el manuscrito a su casa, lo
leyó en su totalidad, “y cuando lo terminé, descubrí que era inolvidable”. Pero
el texto estaba también repleto de
fallas “que debilitaban seriamente la novela”. Para algunos lectores esas
fallas podían convertir la narración “en un fracaso parcial o total”.
La primera falla era estructural. Por ejemplo, una
larga descripción de una guerra atómica al comienzo, el cambio de escenario: de
la isla a lo que ocurría en el mundo exterior, un “interludio” hacia la mitad
del manuscrito, donde se describía una batalla aérea.
Para Monteith, era material redundante. Según el
editor, Golding debía mostrar “que lo ocurrido en la isla era una fábula, capaz
de reflejar en miniatura aquello que sucedía en el mundo de los adultos. Todos
esos capítulos exigían drásticos recortes”.
La segunda falla era uno de los personajes,
Simon. “Simon era Cristo”, o, al menos una figura simbólica que representaba a
Cristo. Para decirlo de manera cruda y carente de sensibilidad”, dijo el
editor, “Simon no era para mí, y no podría ser, para la mayoría de los
lectores, totalmente creíble”. Lo que
debía hacer Golding era “hacerlo creíble en términos puramente racionales”.
Semanas después, Monteith decidió discutir todas
sus objeciones directamente con Golding. Uno de los miembros del comité de
lectura de Faber & Faber no estaba muy convencido de la calidad de la
novela –en realidad, dijo que era “impublicable”. Y un directivo aceptó que
Monteith conversara con el autor, aunque debía aclararle que la firma no se
comprometía a publicar la novela.
El editor y Golding se reunieron a comienzos de
diciembre de 1953. Monteith formuló
numerosas sugerencias. Golding, en lugar de enviarlo al demonio, prometió
releer el manuscrito y dar a conocer sus opiniones.
Diez días después, el autor despachó la versión
revisada del texto. Accedía a la mayoría de las correcciones, inclusive un
comienzo sugerido por Monteith, y a eliminar las partes más fastidiosas.
Mientras Monteith propuso acortar los capítulos de la “guerra nuclear”, Golding
hizo algo mejor: “las hizo desaparecer en su totalidad”. También el título fue cambiado. De Strangers from Within (demasiado
abstracto y al mismo tiempo demasiado explícito) terminó siendo Lord of the Flies, pero solo después de
pasar por estas alternativas: A Cry of Children, Nightmare Island, To Find an
Island. Quien impuso el título final fue Alan Pringle, otro editor de Faber
& Faber.
Golding fue siempre un hombre muy agradecido. En
diciembre de 1983, el novelista invitó a Monteith a acompañarlo a Estocolmo
para recibir el Premio Nóbel.
Cuando Golding recibió el galardón, el monarca sueco Carl XVI Gustav le estrechó
la mano con gran calidez, y le dijo “Es un gran placer conocerlo, señor Golding.
Por cierto, tuve que leer Lord of the
Flies en la escuela”.
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