domingo, 7 de mayo de 2017

Shane cabalga de nuevo

Mario Szichman




Existe una vigorosa y al mismo tiempo tranquila sexualidad en Shane de Jack Schaefer, un clásico del Western norteamericano, que también se convirtió en un clásico del cine, en buena parte debido a la actuación de Alan Ladd en el papel protagónico.
Schaefer tuvo la astucia de crear un relato destinado a los adolescentes. De esa manera, la historia de una familia de homesteaders [i], colonos, enfrentados a un temible hacendado que desea arrebatarles la tierra y la de sus vecinos pagándoles un precio ridículo, adquirió todos los atributos de una tragedia griega. Nada estuvo ausente, especialmente una sexualidad descrita en escuetos, reveladores detalles.
Al igual que La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson, Shane está contada desde el punto de vista de un niño, Bob Starret, hijo de colonos emplazados en un remoto lugar de Wyoming, a fines del siglo diecinueve.
El filtro que significa tener a un niño como narrador, permitió a Schaefer una mirada muy peculiar, y una prosa sobria, muy bien controlada. De esa manera, logró exhibir los fantasmas en una comunidad rural, narrar episodios de violencia sin acotaciones, e internarse en el territorio que explorado por un adulto rondarían tabúes.
Joe y Marian Starret, los padres del niño, son colonos con gran vitalidad. Y Marian muestra una franqueza sexual que comienza a generar problemas cuando llega a la finca Shane, un sombrío personaje con un pasado oscuro. Ni siquiera se sabe si Shane es su nombre, su apellido, o es apenas un invento para vedar su identidad.
El novelista trabajó muy bien el tabú a la hora de confrontar a Shane con Marian. Shane es respetuoso hasta la exasperación, y es innegable que Marian lo obliga a hacer extraordinarios esfuerzos para no caer rendido a sus pies. Es interesante preguntarse qué ocurriría con una nueva versión cinematográfica de Shane, seis décadas después de su estreno. Es posible que, en el caso de Marian y Shane, solo se exacerbaría el erotismo, así como la imposibilidad de consumar la pasión entre ambos personajes.
Curiosamente, Hollywood ha registrado una involución en el territorio de la sexualidad. Gran parte del encanto del filme Lost in Translation, dirigido por Sofia Coppola, es que la pareja integrada por Bill Murray y Scarlett Johansson, pese a su evidente romance, no se acuesta. Bueno, sí se acuesta, pero con las ropas puestas. Recuerdo a una compañera de trabajo que tras ver la película me confesó que durante toda la proyección, su mantra fue: “Dios mío, ¡por favor!, no permitas que se acuesten”.
La fascinación que despierta Shane no se limita a Marian. En tanto el novelista muestra el afecto que Joe, el jefe de familia, siente por su empleado, es Bob el encargado de convertirlo en un mito. El niño desarrolla por el forastero una gran admiración, y es inevitable que lo compare con su padre. Schaefer mismo debe haber tropezado con dificultades al oponer a Shane con el jefe de la familia. Por lo tanto apeló a un recurso que disminuye la estatura de Joe Starret: le proporciona una gran dosis de valor, y lo convierte en el líder de los colonos que se oponen al villano principal de la comarca, Luke Fletcher, un ganadero con grandes ambiciones de convertirse en un latifundista.
La inevitable pregunta del lector es si Joe Starret no sobra en la ecuación. Las partes en que Shane y Joe Starret comparten el escenario, son las menos verosímiles de la novela, al compararlas con la relación que mantienen el niño y Shane, y especialmente Shane con la madre. Allí surge una especie de aura de cosas no dichas.
Bob adora a Shane. Dice que posee “algo magnífico”. Cuando cabalga, “lo hace con facilidad, tranquilo en su montura, reclinando su peso de manera indolente en los estribos. Pero inclusive esa tranquilidad sugiere tensión. Es la serenidad de un resorte a punto de activarse”. Y es la madre quien se pregunta si la presencia de un extraño como Shane es buena para la familia. Al mismo tiempo, es quien más insiste en la necesidad de  contratarlo para ayudar en la finca.
El autor logró concentrar en el protagonista cualidades Too good to be true, demasiado buenas para ser ciertas. Y es de nuevo a través de la voz del niño que se expresan las dudas más claras. “Me desconcertaba que un hombre tan profundo y tan vital”, dice Bob, “transitara un sendero solitario surgido de un pasado protegido y cerrado”. 
Schaefer explota muy bien la figura de Shane, que ha contado con una numerosa progenie. Algunos de los westerns de Clint Eastwood tienen como protagonista a un hombre que parece surgir por generación espontánea, y es notable en el uso de armas de fuego. Su amable reserva es garantía de que se trata de un diestro asesino.
Tras preparar la puesta en escena, Schaefer acrecienta la tensión al poner en el tablado al antagonista, Fletcher, quien maquina tropelías contra los homesteaders, a fin de quedarse con sus tierras.
También Fletcher sabe que Shane es el enemigo a vencer. Y la novela gana en suspenso al acrecentar una confrontación que termina involucrando a varios habitantes del pueblo.
Shane crece como personaje porque sus instintos prevalecen sobre su necesidad de proteger al niño, y se atreve a enunciar una filosofía que el padre aborrece. “Mira, Bob”, le dice Shane al niño. “Un revólver es apenas una herramienta. Ni mejor ni peor que cualquier otra herramienta, una pala, un hacha, la montura de un caballo, o una cocina. Piensa siempre de esa manera. Un revólver es tan bueno, o tan malo, como el hombre que lo carga encima. Recuerda eso”.  
El narrador logró combinar dos facetas de Shane: su constante amabilidad, y algo muy siniestro proveniente de un pasado que se niega a revelar.

Excepto por el personaje de Joe, padre de Bob, la novela es un triunfo de la imaginación, y de escritura. Schaefer había aprendido en la escuela de Ernest Haycox, un autor de westerns muy admirado por Ernest Hemingway. (Haycox escribió el cuento Stage to Lordsburg, que fue transformado en el guión del filme Stagecoach, La diligencia, dirigido por John Ford, y protagonizado por John Wayne).
La resolución de la trama es sencilla, y permite un buen final. Aunque el patrón de Shane decide enfrentar al hacendado Fletcher para cesar su acoso, es Shane quien decide tomar la ley por su cuenta.
Shane no debe solo acabar con Fletcher, sino con Stark Wilson, el pistolero contratado por Fletcher para aterrar a la comunidad. Lo hace en un duelo explicado de manera concisa y elegante. Tras soltar a sus demonios, Shane debe abandonar la escena, y permitir que Joe Starret recupere el lugar como jefe de la familia.
Aunque el autor logró ensamblar bien las piezas del rompecabezas, Joe Starret sigue ocupando una casilla que debería haber permanecido vacía. Curiosamente, si le preguntan a un devoto del cine qué recuerdos tiene de Shane, todos girarán en torno al misterioso pistolero, al niño, y a su madre. Es muy difícil recordar al padre. Tal vez el olvido sigue ocupando su lugar como un poderoso recuerdo de aquello que resulta vedado. Quizás el verdadero tabú es el sitio que ocupa Joe Starret en la constelación familiar.



[i]  Homestead es finca, hacienda. Y homesteaders, quienes la habitan. En 1862, el presidente Abraham Lincoln firmó The Homestead Act, una ley destinada a alentar la emigración de colonos hacia el Oeste de Estados Unidos, proporcionando a los colonos 160 acres de tierras públicas. A cambio, los colonos pagaban una modesta cuota de inscripción, y un compromiso que los obligaba a permanecer durante cinco años en la comarca elegida a fin de realizar labores de labranza, y criar ganado. Al cumplirse los cinco años de residencia, recibían la tenencia de la tierra.

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