Mario Szichman
Existe una vigorosa y al mismo tiempo
tranquila sexualidad en Shane de Jack
Schaefer, un clásico del Western
norteamericano, que también se convirtió en un clásico del cine, en buena parte
debido a la actuación de Alan Ladd en el papel protagónico.
Schaefer tuvo la astucia de crear un relato
destinado a los adolescentes. De esa manera, la historia de una familia de homesteaders [i],
colonos, enfrentados a un temible hacendado que desea arrebatarles la tierra y
la de sus vecinos pagándoles un precio ridículo, adquirió todos los atributos
de una tragedia griega. Nada estuvo ausente, especialmente una sexualidad
descrita en escuetos, reveladores detalles.
Al igual que La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson, Shane está contada desde el punto de vista de un niño, Bob Starret,
hijo de colonos emplazados en un remoto lugar de Wyoming, a fines del siglo
diecinueve.
El filtro que significa tener a un niño como
narrador, permitió a Schaefer una mirada muy peculiar, y una prosa sobria, muy
bien controlada. De esa manera, logró exhibir los fantasmas en una comunidad
rural, narrar episodios de violencia sin acotaciones, e internarse en el
territorio que explorado por un adulto rondarían tabúes.
Joe y Marian Starret, los padres del niño, son
colonos con gran vitalidad. Y Marian muestra una franqueza sexual que comienza
a generar problemas cuando llega a la finca Shane, un sombrío personaje con un
pasado oscuro. Ni siquiera se sabe si Shane es su nombre, su apellido, o es
apenas un invento para vedar su identidad.
El novelista trabajó muy bien el tabú a la
hora de confrontar a Shane con Marian. Shane es respetuoso hasta la
exasperación, y es innegable que Marian lo obliga a hacer extraordinarios
esfuerzos para no caer rendido a sus pies. Es interesante preguntarse qué
ocurriría con una nueva versión cinematográfica de Shane, seis décadas
después de su estreno. Es posible que, en el caso de Marian y Shane, solo se
exacerbaría el erotismo, así como la imposibilidad de consumar la pasión entre
ambos personajes.
Curiosamente, Hollywood ha registrado una
involución en el territorio de la sexualidad. Gran parte del encanto del filme Lost in Translation, dirigido por Sofia
Coppola, es que la pareja integrada por Bill Murray y Scarlett Johansson, pese
a su evidente romance, no se acuesta. Bueno, sí se acuesta, pero con las ropas
puestas. Recuerdo a una compañera de trabajo que tras ver la película me
confesó que durante toda la proyección, su mantra fue: “Dios mío, ¡por favor!,
no permitas que se acuesten”.
La fascinación que despierta Shane no se
limita a Marian. En tanto el novelista muestra el afecto que Joe, el jefe de
familia, siente por su empleado, es Bob el encargado de convertirlo en un mito.
El niño desarrolla por el forastero una gran admiración, y es inevitable que lo
compare con su padre. Schaefer mismo debe haber tropezado con dificultades al
oponer a Shane con el jefe de la familia. Por lo tanto apeló a un recurso que disminuye
la estatura de Joe Starret: le proporciona una gran dosis de valor, y lo
convierte en el líder de los colonos que se oponen al villano principal de la
comarca, Luke Fletcher, un ganadero con grandes ambiciones de convertirse en un
latifundista.
La inevitable pregunta del lector es si Joe
Starret no sobra en la ecuación. Las partes en que Shane y Joe Starret
comparten el escenario, son las menos verosímiles de la novela, al compararlas
con la relación que mantienen el niño y Shane, y especialmente Shane con la
madre. Allí surge una especie de aura de cosas no dichas.
Bob adora a Shane. Dice que posee “algo
magnífico”. Cuando cabalga, “lo hace con facilidad, tranquilo en su montura,
reclinando su peso de manera indolente en los estribos. Pero inclusive esa
tranquilidad sugiere tensión. Es la serenidad de un resorte a punto de
activarse”. Y es la madre quien se pregunta si la presencia de un extraño como
Shane es buena para la familia. Al mismo tiempo, es quien más insiste en la
necesidad de contratarlo para ayudar en
la finca.
El autor logró concentrar en el protagonista
cualidades Too good to be true,
demasiado buenas para ser ciertas. Y es de nuevo a través de la voz del niño que
se expresan las dudas más claras. “Me desconcertaba que un hombre tan profundo
y tan vital”, dice Bob, “transitara un sendero solitario surgido de un pasado
protegido y cerrado”.
Schaefer explota muy bien la figura de Shane,
que ha contado con una numerosa progenie. Algunos de los westerns de Clint Eastwood tienen como protagonista a un hombre que
parece surgir por generación espontánea, y es notable en el uso de armas de
fuego. Su amable reserva es garantía de que se trata de un diestro asesino.
Tras preparar la puesta en escena, Schaefer
acrecienta la tensión al poner en el tablado al antagonista, Fletcher, quien
maquina tropelías contra los homesteaders,
a fin de quedarse con sus tierras.
También Fletcher sabe que Shane es el enemigo
a vencer. Y la novela gana en suspenso al acrecentar una confrontación que
termina involucrando a varios habitantes del pueblo.
Shane crece como personaje porque sus
instintos prevalecen sobre su necesidad de proteger al niño, y se atreve a
enunciar una filosofía que el padre aborrece. “Mira, Bob”, le dice Shane al
niño. “Un revólver es apenas una herramienta. Ni mejor ni peor que cualquier
otra herramienta, una pala, un hacha, la montura de un caballo, o una cocina.
Piensa siempre de esa manera. Un revólver es tan bueno, o tan malo, como el
hombre que lo carga encima. Recuerda eso”.
El narrador logró combinar dos facetas de
Shane: su constante amabilidad, y algo muy siniestro proveniente de un pasado
que se niega a revelar.
Excepto por el personaje de Joe, padre de Bob,
la novela es un triunfo de la imaginación, y de escritura. Schaefer había
aprendido en la escuela de Ernest Haycox, un autor de westerns muy admirado por Ernest Hemingway. (Haycox escribió el
cuento Stage to Lordsburg, que fue
transformado en el guión del filme Stagecoach,
La diligencia, dirigido por John Ford, y protagonizado por John Wayne).
La resolución de la trama es sencilla, y
permite un buen final. Aunque el patrón de Shane decide enfrentar al hacendado Fletcher
para cesar su acoso, es Shane quien decide tomar la ley por su cuenta.
Shane no debe solo acabar con Fletcher, sino
con Stark Wilson, el pistolero contratado por Fletcher para aterrar a la
comunidad. Lo hace en un duelo explicado de manera concisa y elegante. Tras
soltar a sus demonios, Shane debe abandonar la escena, y permitir que Joe
Starret recupere el lugar como jefe de la familia.
Aunque el autor logró ensamblar bien las
piezas del rompecabezas, Joe Starret sigue ocupando una casilla que debería
haber permanecido vacía. Curiosamente, si le preguntan a un devoto del cine qué
recuerdos tiene de Shane, todos
girarán en torno al misterioso pistolero, al niño, y a su madre. Es muy difícil
recordar al padre. Tal vez el olvido sigue ocupando su lugar como un poderoso
recuerdo de aquello que resulta vedado. Quizás el verdadero tabú es el sitio
que ocupa Joe Starret en la constelación familiar.
[i] Homestead es finca,
hacienda. Y homesteaders, quienes la
habitan. En 1862, el presidente Abraham Lincoln firmó The Homestead Act, una
ley destinada a alentar la emigración de colonos hacia el Oeste de Estados
Unidos, proporcionando a los colonos 160 acres de tierras públicas. A cambio,
los colonos pagaban una modesta cuota de inscripción, y un compromiso que los
obligaba a permanecer durante cinco años en la comarca elegida a fin de
realizar labores de labranza, y criar ganado. Al cumplirse los cinco años de
residencia, recibían la tenencia de la tierra.
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