Mario Szichman
El
acosado hombre invisible que
tiene
que dormir con los ojos abiertos
porque
sus párpados no excluyen la luz
es
nuestra soledad y nuestro terror”.
Jorge
Luis Borges
Más allá de la
espléndida cita de Borges sobre El hombre
invisible de Herbert George Wells, el escritor argentino hizo varias
alusiones a uno de los personajes más extraordinarios de la narrativa moderna.
Porque el hombre invisible convoca todo tipo de aprensiones. Por un lado, recuerda
un súper hombre, capaz de alterar la vida de sus semejantes. Pero Borges logró
evaluarlo más allá de la admiración. Griffin, el protagonista de la novela, aunque
maligno es un ser indefenso. Disfraza su imperceptible cuerpo con vestimentas
que exageran su anormalidad. Solo es poderoso cuando puede transitar sin ellas,
totalmente desprotegido.
En el capítulo
cuarto de la novela, uno de los hombres que tropieza con Griffin le comenta a
su interlocutor: “No había una mano, apenas una manga vacía. ¡Dios mío! ¡Creí
que era una deformidad! … Luego pensé que había algo raro en todo eso. ¿Por qué
diablos mostrar una manga abierta cuando no hay nada en ella? Y no hay nada en
ella, se lo aseguro. Nada existe más abajo, hacia la articulación. Pude
observar hasta el hombro, y vislumbré apenas una trémula luz brillando a través
de una rasgadura de la tela”.
Curiosamente, el
filme The Invisible Man, dirigido por
James Whale, y estrenado en 1933, tiene más impacto que la novela. Eso se debe
al contraste entre la burda presencia de Griffin, interpretado por Claude
Rains, y su llamativa ausencia. Envuelto en vendajes, prácticamente de la
cabeza a los pies, Griffin es apenas una exasperada voz. Cuando se libra de
ellos con el propósito de concretar alguna acción, los objetos transitan en el
aire: un candelabro con una vela encendida, una probeta de laboratorio, un
plato con comida. Y la magnífica escena final, previa a la reaparición del
cuerpo, delata la presencia del protagonista por las gotas de sangre surgidas
de la nada que van cayendo en la nieve, tras ser herido de muerte.
Wells publicó El hombre invisible en 1897, durante una
explosión de talento creativo que produjo también La máquina del tiempo, y La
guerra de los mundos, otras dos obras de ciencia ficción que han fraguado
decenas de imitaciones.
La trama de El hombre invisible puede encontrarse en
la alusión hecha por Platón a El anillo
de Gyges en su libro La República.
El anillo autoriza a su portador a convertirse en un ser invisible, y con
propósitos inhumanos. Según Platón, toda persona inteligente abandona sus
normas morales si pierde el temor de ser atrapada y castigada por cometer
injusticias.
Nada puede
aproximarse más a la idea del fantasma que el hombre invisible. Wells nos informa
que Kemp, uno de los personajes que colaboró con Griffin en sus investigaciones, “se quedó en medio de su cuarto a fin de
observar las vestiduras sin cabeza”. Según Kemp, contemplar a Griffin “anula
todas mis preconcepciones. Son capaces de convertirme en un demente. ¡Pero son
reales!”
Kemp debe
estrechar una mano invisible. Su compañero es apenas a dressing gown, una bata de noche que habla, y profiere amenazas:
“Quiero que me comprendas”, le dice Griffin a Kemp. “¡No quiero que existan
intentos por obstaculizar mis tareas, o por capturarme! De lo contrario… “
Uno de los
aspectos más fascinantes de la novela es la manera en que Wells confronta la
salud mental de Kemp con el descenso de Griffin en la locura. Y es a través de
la pantomima de la invisibilidad. “Griffin se sentó en la mesa del desayuno”,
dice Wells. “Había una bata sin cabeza y sin manos que limpiaba labios
invisibles en una servilleta sostenida de manera milagrosa”.
H.G.Wells con Orson Welles
LA BUENA GENTE
DEL CAMPO
La primera parte
de la novela narra la irrupción de un extraño en una posada de la pequeña
población inglesa de Iping. Se trata de una figura muy peculiar, que se
encierra en su habitación para realizar experimentos científicos. Pesados
ropajes y el rostro totalmente vendado, encubren al extraño, y lo hacen muy
llamativo. Recién en la tercera parte, tras abandonar Iping dejando a su paso
algunos heridos que han intentado capturarlo por cometer algunos desmanes,
descubrimos el pasado de Griffin. Se trata de un científico que inventó una fórmula
para hacerse invisible. Tras sufrir los inconvenientes de esa mutación y desesperado
por volver a instalarse en un cuerpo ostensible, Griffin se hunde en la locura.
En el medio de la
trama, Wells nos revela una brillante idea sobre la manera de convertir los
objetos en invisibles: nuestro mundo es una ilusión creada por la luz. Técnicas
de refracción podrían lograr la evaporación de nuestros cuerpos. Aunque la
premisa es cuestionable, al menos uno de sus aspectos permitió a la narración
reflejarse de manera tan poderosa en el cine —en blanco y negro—. La paleta del
director artístico se restringe a luces y sombras, sin matices intermedios.
Pero
a Wells, un gran conocedor de la tragedia, no le interesaban los efectos
especiales sino el personaje central, así como sus penosas limitaciones. La
principal de ellas, como lo destacó Borges, era su imposibilidad de dormir,
“porque sus párpados no excluyen la luz”. Una reflexión interesante por parte
de un escritor que terminó ciego.
Al
mismo tiempo, Griffin, un hombre con la portentosa capacidad de cometer el mal
y eludir sus consecuencias, obtiene escaso provecho de sus malandanzas. Es
cierto, puede escamotear objetos, y obtener mucho dinero. Pero no logra
disfrutar del producto de su robo. En realidad, el único beneficio de ser
invisible, es cometer asesinatos sin el peligro de ser capturado.
Como en todas sus
novelas de ciencia ficción, Wells cuestionó el sitio que ocupa el científico en
nuestro mundo. En realidad, contribuyó poderosamente a forjar el mito de The mad scientist, el científico loco.
Un ejemplo posterior fue el Doctor Mabuse, creado por el novelista Norbert
Jacques, y recreado en tres filmes por Fritz Lang.
Mabuse es un
maestro del disfraz que se beneficia de la tecnología moderna para crear “una
sociedad criminal”. Es un paso más allá
del urdido por Wells. Mabuse cuenta con un cuerpo visible en el cual deposita
sus distintas apariencias. Nada de eso ocurre con Griffin, para quien la ropa
es la única manera de exhibir su presencia en el mundo.
Wells dudaba de
la sabiduría humana cuando se trataba de experimentos científicos. Basta ver
cómo confronta a los habitantes del pueblo de Iping con el hombre invisible. Es
obvio que la mayoría de los residentes de Iping son religiosos y muy supersticiosos.
Griffin, en cambio, tiene una mente científica, que involucra la ausencia de
piedad con otros seres humanos. El médico nazi Josef Mengele, encargado de
tutelar los ensayos médicos en el campo de concentración de Auschwitz, creía
que estaba contribuyendo al progreso de la humanidad cuando hacía experimentos
con gemelos univitelinos. Los consideraba perfectos especímenes para sus
estudios, pues mientras uno de ellos padecía, el otro servía de control.
En el caso de
Wells, aunque se inclinaba hacia el progreso de todas las ramas del saber
científico, conocía la otra parte: el riesgo detrás del progreso. Encarnar a un
nuevo tipo de científico en un hombre invisible fue un toque de genio. Ofreció
al investigador un amplio campo para experimentar con sus congéneres, sin
aparente peligro por sus indeseables consecuencias. Pero, la parte filosófica
de Wells no podía aceptar esa idea. Nadie puede jugar a ser Dios con total
impunidad. Aunque el enemigo parece acechar siempre afuera, terminamos víctimas
de nuestras perversas intenciones.
Enfrentado
Griffin, el científico, a seres que desprecia, plagados de supersticiones, se
convierte primero en un paria y luego en un destructor. La teoría puede
satisfacer hasta cierto punto. Pero luego surge, de manera inevitable, el ser
humano, saturado de contradicciones, y con torpes atisbos de trascendencia.
Mientras
centenares de escritores brillaron en su época, y luego abandonaron el
escenario sin dejar recuerdos, Wells y sus novelas de ciencia ficción como El hombre invisible muestran una gran
persistencia. Todas ellas parten de una ilusión: el perpetuo adelanto del ser
humano. Luego, cuando comienza la experimentación, surgen las dificultades, y brota
la amenaza del caos.
Las ilusiones de
Griffin tropiezan con una realidad que su arrogancia nunca tomó en cuenta. Su
incorporeidad absoluta es como la marca de la bestia. Griffin se basa en lo
intangible, hasta que descubre su horror. Y cree que si recupera el cuerpo,
rescatará su humanidad. Pero ya es tarde para todo. Solo la muerte le devolverá
sus tres dimensiones.
En ese sentido,
la ironía mayor de la novela radica en una frase del autor ya bien avanzada la
narración: “Inclusive si un hombre fuese hecho de vidrio, seguiría siendo
visible”. En su tránsito hacia la impiedad, Griffin ha dejado de existir en
este mundo.
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