Mario Szichman
Cuando tenía siete años, vi una película
argentina titulada Si muero antes de
despertar, dirigida por Hugo Christensen y con guión de un gran dramaturgo
español, Alejandro Casona. El guión está basado en If I Should Die Before I Wake, un relato de Cornell Woolrich, famoso autor de novelas de suspenso, todas
ellas dotadas de una sabia cuota de horror.
La trama de Si muero antes de despertar se centra en un niño cuyo padre, un
detective, investiga varios asesinatos de menores. Una compañera de escuela del
niño le informa de un hombre muy bueno, que le ha regalado dulces. La intención
del hombre es llevar a la niña a una casa donde podrá obsequiarle toda clase de
golosinas. El ruego de la niña es que el protagonista nunca revele su secreto. Cuando
la niña aparece asesinada, su compañero decide honrar su promesa, y no informa a
su padre, el detective, que ha visto al perpetrador llevarse a la niña.
Seis décadas más tarde sigo recordando el
filme y el perverso rostro del actor Homero Cárpena, encargado de interpretar
al asesino de niños. Es difícil entender por qué la censura del cine argentino
permitió difundir sin restricción alguna una película sobre un violador de
menores.
La misma perplejidad me ha causado descubrir,
en el territorio de la narrativa juvenil, la novela I Am the Cheese de Robert Cormier. Por cierto, se trata de una obra
maestra. Y aunque trajo al autor muchas recompensas, también le causó bastantes
problemas. Especialmente, su final. Uno de los críticos dijo que en tanto la
mayoría de los relatos juveniles finalizan “al menos con un atisbo de
esperanza, o con un ´Y vivieron felices para siempre´, en el caso de I Am the Cheese, nada de eso obtenemos”.
El relato comienza con un adolescente, Adam
Farmer, que está pedaleando en su bicicleta. Adam lleva un paquete para su
padre, y necesita llegar rápido. El lector se reclina en un sofá, y se dispone
a leer una novela de aventuras que podría enfilar en la tradición de Tom
Sawyer, o de Huck Finn.
El problema de ese viaje en bicicleta es que
insume una enorme distancia. El padre de Adam vive muy lejos. El adolescente
debe ir de Massachusetts a Vermont. Se trata de un viaje de muchas millas.
Además, el medio de transporte es totalmente inadecuado. La bicicleta es
anticuada. Y a eso se añade un clima, de otoño avanzado. Tras recorrer cierta
distancia, Adam está agotado. Se acerca la noche. ¿Tendrá algún sitio donde
pueda descansar?
I
Am the Cheese no ofrece al
lector protección alguna. Ni siquiera una novela tan temible como La isla del tesoro, de Robert Louis
Stevenson, nos deja tan desamparados. La vida de Jim Hawkins, el adolescente
que protagoniza la historia, no corre peligro sino al final de la novela,
aunque Long John Silver, el cocinero y líder de una banda de piratas, es un ser
implacable con otros seres. Jim se siente más protegido con el pirata que cuando
vivía en su posada, junto con su madre y su enfermo padre. Y la viril, genuina
simpatía de Long John Silver por el joven se exhibe en numerosas ocasiones.
Es obvio que Stevenson se vio muchas veces
tentado de acortar la existencia del pirata, y que más de uno de sus amigos
debe haberlo disuadido, pues como antihéroe, Long John Silver es insuperable.
¿Quién protege al protagonista de I Am the Cheese? Su viaje para
reencontrarse con su padre es una odisea plagada de peligros y de seres
desagradables. Por otra parte, Adam no es el personaje más adecuado para enfrentarlos. Sin embargo, la novela
logra atrapar al lector y no soltarlo hasta la última frase.
Cormier creó, además, una narrativa
esquizofrénica. Los capítulos del viaje de Adam hacia el reencuentro con su
padre están intercalados con la transcripción de una entrevista, en la cual el
joven es interrogado por un profesional acerca de enigmáticas personas que
habitaron su pasado. ¿Quién es el interrogador: un médico, un policía, un
secuestrador? Además, el adolescente parece flotar en un ambiente de
barbitúricos. Siempre le están administrando algún medicamento o substancias
similares a un suero de la verdad. Y su invariable lucha consiste en intentar
encubrir ese pasado cada vez más ominoso.
Poco a poco, emerge la posibilidad de que
alguna agencia del gobierno está interesada en descubrir los secretos de la
familia de Adam. Si es cierto que su nombre es Adam –no, no lo es. O que el
interés del interrogador se concentra en su familia –en parte. La preocupación
primordial es averiguar secretos capaces de comprometer a una poderosa
organización.
El novelista añadió otra capa a la intriga. Se
ignora si el viaje del protagonista de Monument, Massachusetts a Rutterburg,
Vermont, se registra antes, o después de los interrogatorios. O en qué consiste
precisamente ese viaje.
La mirada del escritor muestra una lúcida
desconfianza que se acerca a la paranoia. Ni los aparentes protectores
protegen, ni las instituciones cuentan con la solidez esperada. El mundo que
transita Adam en su bicicleta encuentra escasos seres amables, y muchos
claramente siniestros. Y la trama consta de dos pasados y de dos presentes.
Recién al final de la implacable persecución
de Adam –que concluye en el comienzo—el lector consigue armar las piezas del
rompecabezas.
Un elemento importante en la narración son los
perros. Ni uno solo de ellos es amable. Adam es el constante objeto de su
persecución. También los adolescentes son sus enemigos, que consideran su
bicicleta un objeto codiciado. En cierto momento de su viaje, Adam es atropellado
por un vehículo. El dueño rápidamente lo auxilia, y lo coloca en la parte
trasera. Pero su esposa se limita a formular comentarios desdeñosos, y a
mostrar su desprecio por el joven.
El autor también logró jugar con la
temporalidad de una manera original. Hay dos tramas que se entrecruzan en el
presente. El tratamiento médico/ interrogatorio de Adam, y su viaje en
bicicleta que él imagina lo conducirá a Rutterburg, en Vermont.
Tal vez el contexto en que Cormier escribió la
novela ayude a entender ese clima de paranoia que hace sospechar a Adam de todo
y de todos. (Tampoco Adam se llama Adam).
I
Am the Cheese fue publicada
meses después del escándalo Watergate que obligó al presidente Richard Nixon a
renunciar al cargo. El escándalo reveló la conspiración de algunos funcionarios
del partido Republicano para descubrir secretos del partido Demócrata, a fin de
aprovecharlos con fines electorales. La palabra “conspiración” estaba en todas
las bocas, así como la existencia de un gobierno invisible capaz de alterar las
reglas del juego.
A medida que avanza la narración, descubrimos
que el padre de Adam, un valiente reportero que ha descubierto vínculos entre
la mafia y un gobierno local, debe huir con su familia, y acogerse a un
programa de protección de testigos.
Sin embargo, a poco de andar, el amparo es
reemplazado por una creciente desprotección. ¿Ha sido infiltrada la
organización encargada de salvaguardar a testigos? La novela sugiere que la
familia del protagonista está a merced de fuerzas capaces de cometer cualquier
delito a fin de protegerse del escrutinio de los guardianes de la ley.
Adam empieza a desconfiar de su familia. Todo
adquiere una segunda interpretación. En un momento determinado, por decisión de
alguna agencia, sus padres deben morir.
Un crítico sugirió con acierto que la
bicicleta en que Adam viaja a Vermont se parece a una rueda de hámster. Y esa
es la realidad.
Adam no está pedaleando incansablemente en su
bicicleta para encontrar a su padre. Durante toda la novela, el joven ha usado
la bicicleta para dar vueltas alrededor de la institución en que se halla
encarcelado, mientras imagina que se dirige a Rutterburg. Hay muchas versiones
del infierno, y el autor nos ofrece una bastante verosímil.
La narrativa de Cormier, especialmente en su
otra novela famosa, The Chocolate War,
no parece ofrecer pasaje de regreso. Sin embargo, mucho admiradores, la mayoría
adolescentes, prefieron su compleja visión del mundo, a una narrativa
edulcorada, poblada de finales felices.
Como él mismo lo señaló en una entrevista: “Si
ustedes buscan un final feliz, han tropezado con el escritor equivocado”.
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