Mario
Szichman
La profesora Libertad León González
(Universidad de Los Andes-NURR) presentó en fecha reciente, en el IV Congreso
de Semiótica y Educación, que se realizó en Trujillo, su ponencia La novela histórica de la emancipación,
diálogos discursivos en la red. En su trabajo analizó La tragedia del generalísimo (1989) de Denzil Romero, y mis novelas Los papeles de
Miranda (2000) y Las dos muertes del general Simón Bolívar (2004).
Existe una doble generosidad en
la profesora León González; no solo por ubicar mis textos junto al narrador
venezolano Denzil Romero, sino por brindarme espacio en la literatura de un
país al que no pertenezco por origen; solo por devoción. No voy a explicar de
manera detallada todo lo que debo a Venezuela —a la Venezuela de verdad, que
concluyó en esa tragedia bufa rebautizada como chavismo—. Me basta señalar que
Venezuela me protegió, me dio trabajo, me brindó entrañables amigos, y, algo para
mí importante: una voz, y la libertad de expresar mis opiniones, aunque en
ocasiones hayan sido virulentas, y en otras, injustas.
Nadie me cerró la puerta de los
periódicos o revistas porque mis criterios fuesen polémicos. Cuando viví en
Venezuela (1967-1971—1975-1980) fui alentado por escritores venezolanos para
que ofreciera mis discrepancias, no mis halagos.
Recuerdo que en cierta ocasión,
criticaron la página editorial de The
Wall Street Journal porque uno de sus columnistas, Alexander Cockburn, era
un izquierdista de barricada, y lo acusaban de tener muchos prejuicios contra
el capitalismo. Fue entonces que el editor de la página publicó un artículo
diciendo: “No contratamos a Cockburn
por su imparcialidad. Lo contratamos, de manera exclusiva, por sus prejuicios”.
Me han acusado de muchas cosas, y de arbitrario, entre ellas, pero nunca me han
denigrado por aburrir al lector, por defraudarlo, o por menospreciarlo.
Escribí La trilogía de la patria boba porque Nelson Luis Martínez, el
director del periódico Últimas Noticias
de Caracas, me proveyó de toda una biblioteca sobre la historia de Venezuela,
comenzando por varias biografías del Precursor Francisco de Miranda, que sigo
considerando el héroe imperfecto más grande de América Latina.
Esa trilogía fue una gran
divisoria de aguas. Publiqué Los papeles
de Miranda en 1980, tras veinte años de sequía. No era sequía por falta de
manuscritos, sino por ausencia de editoriales
interesadas en mi narrativa. Puse
fin a la sequía cuando, en vez de insistir en narraciones sobre una familia judío
argentina, opté por sumergirme en la novela histórica, y ni siquiera de la
Argentina, sino de Venezuela. Un extraño en tierra extraña encontró terreno
fértil para su imaginación en la tierra roja y heroica, como la calificó
Enrique Bernardo Núñez, otro grande
entre los grandes de Venezuela. (La profesora Margot Carrillo ha escrito un
bello trabajo, El sentido de la
modernidad en Cubagua, que nos permite advertir la sabiduría con que Nuñez
hilvanaba textos de una asombrosa modernidad. Eso lo demostró en Cubagua y en La galera de Tiberio).
Leer el texto de la profesora León
González fue, realmente, como instalarme
en la máquina del tiempo. (En esta época estoy muy obsesionado con el tema del
viajero del tiempo). Su análisis de la novela histórica, es ejemplar. Señala
que tanto Denzil Romero como el que esto escribe “realizan un tratamiento
diferente de la narración, de los acontecimientos, de la acción y los
personajes. La distancia está en el giro formal que toman los elementos
simbólicos intrínsecos como el mito y el logos”.
Hay otro punto que me interesa
destacar: “Los personajes en la novela histórica latinoamericana actual y en
particular, en las novelas seleccionadas”, dice la profesora León González, “transforman
lo mítico en celebración del lenguaje. La
narración en primera persona (el subrayado es mío) diversifica las visiones
del mundo en los personajes protagonistas, dando lugar más allá de una
dialéctica, a una dualéctica de voces, juicios falsos y hasta
cuestionadores de los destinos, en cada episodio de vida relatado”.
Creo que es un muy buen hallazgo,
en un texto repleto de ellos. Y me gustaría explicitarlo. La presión que una
persona recibe desde la escuela primaria para honrar a sus héroes, es una gran
censura que afecta a un escritor de novelas históricas. Todos los héroes
observan el horizonte de perfil, todos están montados en caballos –también de
perfil. Cada gesto invoca a la gloria. Quienes lo rodean están enterados, desde
el principio, que San Martín, Bolívar, Miranda, Páez, son seres superiores.
Además de pronosticar el futuro, eran infalibles. La profesora Libertad León
González ha abierto la puerta a una premisa que cambia el sentido del hecho
histórico, al aludir a la primera persona del singular. (Solo los héroes
epónimos usan la primera persona del plural).
Cuando se escribe una novela
histórica desde la primera persona, el cuerpo se entromete, abre el terreno a
las enfermedades, y obviamente, a la sexualidad. Me imagino, para dar un
ejemplo, cómo sería una novela acerca de Jesús narrada en primera persona. (Tal
vez existe). Soslayemos las enfermedades y las pasiones. ¿Cómo podemos percatarnos
de los apóstoles desde la mirada y la opinión de Jesús? ¿Hablaba con ellos
sobre mujeres, aunque fuese simplemente para mencionar sus actividades
reproductivas? Por lo menos en The
Gnostic Gospels, Elaine Pagels hace referencia a un Jesús que era criticado
por los apóstoles pues mostraba un amor demasiado humano, por María Magdalena.
En mis novelas puse a hablar a
Miranda y a Bolívar, en primera persona. Una tarea que para un porteño de
Buenos Aires, no fue fácil. El che
debió ser reemplazado por el tú, junto con los aforismos. La figura que habla
desde la primera persona no es la que podemos describir desde la tercera
persona del singular. Y la mirada es muy diferente. Ahí está el caso de
Bolívar, un hombre que nunca miraba a los ojos, como un villano del gran guiñol.
Y que tal vez lo era. Fue quien entregó a Miranda a los españoles, junto con
uno de sus subalternos, Carlos Soublette. Y ordenó el fusilamiento del general
Manuel Piar, uno de los grandes héroes de la independencia, tras un juicio
amañado. El fiscal fue Soublette.
Miranda contemplaba el mundo de
una manera diferente. Era, también, un viajero del tiempo. Participó en tres
revoluciones: la de Estados Unidos, la de Francia, y finalmente, la que ahogó
en sangre la Gran Colombia. Era,
ciertamente, el más universal de los americanos. Dicen que fue amante de
Catalina de Rusia. Es bastante improbable, pero es obvio que la emperatriz fue
su protectora. Conoció a las principales figuras de la revolución americana, se
sintió cómodo en sus salones. Tuvo la desdicha de apostar por los girondinos,
el bando equivocado en la Revolución Francesa. Y lo pagó caro. La guillotina fue
en varias ocasiones muy proclive a cercenar su cuello. Era un militar de la
vieja escuela, y cuando retornó en segunda ocasión a la Capitanía General de
Venezuela –la primera fue en 1806, en una fracasada expedición a la Vela de
Coro—no solo era ya un anciano, sino también un anacronismo. Él había conocido
los horrores de la Gran Revolución en Francia. Y los patriotas que lo
recibieron al principio con muestras de júbilo y abominaron luego de él,
estaban en otra cosa. El gorro frigio formaba parte de la indumentaria.
¿Qué influencia pueden tener
los padres de la patria en el desarrollo de un país? La profesora León González
indaga en uno de los temas fundamentales de esa pregunta, a través de la
confrontación de Bolívar con Miranda luego que los españoles acabaron con la
primera república. No imagino a Miranda firmando el decreto de guerra a muerte,
no puedo imaginar a Bolívar sin ese decreto que concluía: “Españoles y
canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no obráis
activamente en obsequio de la libertad de la América. Americanos, contad con la
vida, aun cuando seáis culpables”. (15 de
junio de 1813)
Todos los futuros son
imprevisibles, se forjan y se desechan cada veinticuatro horas. Pero, ni aún el
peor de los opresores lidia con sus enemigos de la misma manera con o sin un
decreto de guerra a muerte. Y el mismo Bolívar lo comprobó siete años más
tarde, cuando firmó con el general español Pablo Morillo el “Tratado de
Armisticio y Regularización de la Guerra”, en Santa Ana, estado Trujillo,
poniendo fin a la guerra de exterminio.
Creo que un padre fundador
puede alterar el futuro de una nación. Miranda retornó muy tarde a la Capitanía
General de Venezuela, cuando ya los dados estaban echados. Quizás era
inevitable lo que ocurrió después. Quizás. Pero las huellas que dejó Bolívar en
la lucha por la independencia, son casi imposibles de borrar. Su herencia
política dejó a Venezuela convertida en un cuartel. ¿Cuántos años de democracia
real ha existido en el país en los dos últimos siglos? Cuando se analiza la
horrenda Venezuela actual, vale la pena preguntarse si Bolívar no era, en el
fondo, un protochavista. O si su principal enemigo, José Tomás Boves, era muy diferente
a él.
Leer, y releer el inteligente
trabajo de la profesora León González, ayuda a formularse muchas preguntas
incómodas. Y en esta ocasión, más que nunca. Creo que los próceres trazan o
dificultan nuestro destino. La obscena manera en que Hugo Chávez usufructuó el
mito bolivariano, fue posible porque existía en Bolívar algo que lo permitió.
Nada surge de la nada. Cada pueblo lidia con sus problemas de una
manera diferente. Oliver Cromwell se entronizó como dictador en Inglaterra,
pero pagó caro su audacia. Nadie paga cara su audacia en Venezuela. Sobran los
antecedentes. Hay una inmensa capacidad de olvidar con toda premura, y de
sumergirse en nuevos disparates. Y
también una gran ineptitud para avizorar el futuro, sentarse a reflexionar.
La profesora León González ha
ofrecido en su ensayo otro buen punto de partida para analizar lo que ha ocurrido y está ocurriendo en
Venezuela. Nunca le di mucha importancia a la novela histórica, aunque, por
cierto, quizás la mejor narración que se ha escrito, es una novela histórica: La guerra y la paz, de León Tolstoi.
En un trabajo anterior, “Los
años de la guerra a muerte y la lógica del tramposo” (http://marioszichman.blogspot.com/2016/11/los-anos-de-la-guerra-muerte-y-la.html) señalé justamente cómo la lucha por la independencia en
la Capitanía General de Venezuela tenía atributos del juego de azar, plagada de
apuestas imposibles de ganar.
Si se observa lo que ha
ocurrido en el país a partir de 1999, se verá que la casualidad ha primado
sobre cualquier plan o proyecto de país. Un amigo mío me contó que al comienzo
del gobierno de Chávez su hermano, un contratista de obras, presentó a un
militar bolivariano un proyecto, creo que para la construcción de un depósito.
Nada importante, pero necesario. Cuando
el contratista le entregó el proyecto, junto con un cálculo de costos, el
militar abrió una de las gavetas de su escritorio, extrajo una gran cantidad de
bolívares –menos devaluados que en la actualidad—y se los entregó, contante y
sonante. El contratista le explicó que él no trabajaba así. Iba a presentar un
recibo del dinero, y necesitaba varios documentos para certificar la ejecución de la obra, con el propósito de
presentarlos ante un ministerio. Fue entonces cuando el militar lo miró
despectivo a los ojos, y le dijo: “Chico, ¿tú qué eres, un paranoico?” le
ordenó que le devolviera el dinero y lo echó de su despacho.
Esa es la manera casual de
trabajar en la Venezuela actual. Nadie debe rendir cuentas de nada. Bueno,
quita y no pon, como dicen los españoles, y se acaba el montón. Y el país se
convierte en una sociedad de irresponsabilidad ilimitada. ¿Dónde aprende un
pueblo sus modales, o su futuro?
Cada vez estoy más convencido
de la utilidad de la novela histórica. Es como una especie de pentagrama.
Permite descubrir la música que deseamos escuchar, y también evita que
desentonemos. Tal vez los ejemplos de Miranda y de Bolívar parecen muy lejanos
en la historia. Pero las opciones que presentan están tan vigentes hoy, como la
época en que transitaron por el mundo. (Me sigo quedando con Francisco de
Miranda).
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