La mayoría de los seres humanos
padecen vidas de tranquila desesperación.
Henry David Toreau
Hay narradores que pertenecen más al siglo
veintiuno que al siglo diecinueve: entre ellos Edgar Allan Poe, Fiodor
Dostoievski, y Robert Louis Stevenson. Sin importar la extensión de su prosa —Dostoievski
escribía largas novelas, lo mejor de Poe y de Stevenson se condensa en menos de
quinientas páginas— existe un ascetismo en sus textos que parte de sus inquietudes
esenciales y de un concepto de la literatura como un arte comunal. Esa noción ha sido desarrollada por el
teórico Angus Fletcher (Allegory: The
Theory of Symbolic Mode; Time, Space,
and Motion in the Age of Shakespeare, entre otros textos). Su tema central es
que ciertos narradores trascienden su época marchando a los orígenes. Sus
fuentes pueden ser la Biblia, la Ilíada, el Lazarillo de Tormes, o los cuentos de Andersen, esto es, “creencias
antiguas y una tradición común”, dice Fletcher.
Esa pauta fue precedida por Miguel de Cervantes,
por John Bunyan en su Pilgrim Progress, por Daniel Defoe, y por Jonathan
Swift. En todos los casos, existe una emigración del héroe rumbo a lo
desconocido, abundan las aventuras, y el final no es siempre feliz.
Hay tres protagonistas en La isla del
tesoro: Jim Hawkins, el niño/adolescente, su padre desvalido y muerto, y
Long John Silver, el cocinero/pirata, un jano bifronte que comienza
representando la figura del padre protector y se convierte luego en perseguidor
del hijo adoptivo.
Los primeros capítulos de la novela, que transcurre
a mediados del siglo dieciocho, representan la puesta en escena de una obra de gran
guiñol, tras la aparición de “El viejo lobo de mar” en la posada Admiral Bebow, propiedad de los
progenitores de Jim Hawkins. En la novela abundan nombres que marcan un atributo, o los apodos, otro atributo de
la literatura comunal.
Bunyan usó ese recurso hasta la saciedad en Pilgrim Progress. Esa alegoría cristiana
está repleta de nombres que informan de la naturaleza de sus personajes. El
protagonista se llama Christian, y es el epítome de un buen cristiano. La tarea
de Christian es abandonar La Ciudad de la Destrucción, y llegar a la
Ciudad Celestial, el paraíso. En el camino se cruza con seres como Obstinate, quien se rehúsa a acompañar a
Christian en su viaje, y con Pliable, que como su nombre lo indica, es flexible, acepta
la influencia de sus líderes, y por lo tanto, secundará al héroe en su
aventura.
VILLANOS DE NOVELA
El viejo lobo de mar —su verdadero nombre es “Billy”
Bones, y bones significa huesos y alude
al esqueleto— se apodera de la imaginación del adolescente cuando le promete un
modesto pago a cambio de vigilar el área donde se encuentra la posada. El
veterano marino teme el arribo de un hombre con una pata de palo. Estamos ya en
el territorio de los temores infantiles, agravados porque el padre de Jim
agoniza en un cuarto de la posada.
Al principio, Bones se convierte en la gran
atracción del mesón. Todas las noches se sienta en una mesa alejada del resto
de los comensales, bebe ron de manera continua, y narra sus hazañas, además de amedrentar
a los parroquianos. La madre de Jim Hawkins teme que la presencia del viejo
pirata disminuya la concurrencia de lugareños. Pero ocurre todo lo contrario.
Las aburridas vidas de los clientes se animan gracias a “Billy” Bones y a sus
relatos de aventuras.
El personaje “frecuentaba mis sueños”, dice el
protagonista. “En noches tormentosas… lo veía de mil formas diferentes, y con
un millar de diabólicas expresiones”. En ocasiones, “la pierna estaba cortada a
la altura de la rodilla, y en otras, surgía de la cadera. También a veces, era
una monstruosa criatura que solo poseía una pierna, y en el medio del cuerpo”.
Stevenson estaba al tanto de los símbolos fálicos, mucho antes que Sigmund
Freud. También conocía al público a quien se dirigía, y sabía que los niños
también pueden disfrutar del terror.
Pero quien aparece en la posada no es un hombre con
una pata de palo, sino un marinero con ambas piernas, “Black Dog”, un excompañero del pirata, quien lo aterra con sus
predicciones. Finalmente, un mendigo ciego le entrega al expirata el famoso “Black Spot,” uno de los grandes
artilugios literarios de Stevenson. The
Black Spot era una pieza circular de papel o de cartón. Un lado estaba
oscurecido con hollín, el otro lado portaba un mensaje con una sentencia de
muerte, y debía ser colocado en la palma del acusado.
Aterrado por la visita de sus excompañeros, el expirata
le confiesa al protagonista que es buscado porque se apropió de un mapa donde se halla marcado el sitio de un tesoro
escondido.
“Billy” Bones sufre un ataque de apoplejía, y
muere. Jim y su madre descubren un cofre
dentro del cual está el mapa. El médico del pueblo, el doctor Livesey, examina
la carta náutica, y deduce que alude a una isla del Caribe donde un famoso
pirata, el capitán Flint, enterró un gran tesoro. Luego, el señor Trelawney,
terrateniente del distrito, propone adquirir un barco e ir en busca del tesoro.
El doctor Livesey es designado médico de a bordo, y Jim actuará como
grumete.
La pareja que procreó a Jim desaparece totalmente
de la escena, como es habitual en las novelas de aventuras, y el padre muerto
del protagonista es reemplazado por uno de los grandes villanos de la
literatura moderna: Long John Silver. Excepto por el doctor Jekyll y su alter
ego, Míster Hyde, no existe en la narrativa de Stevenson un personaje más
cautivante que ese presunto cocinero y real jefe de una banda de piratas
ansiosos por quedarse con el botín.
Long John Silver tiene una pata de palo, y es
curioso que Jim no lo vincule con ese pirata citado al comienzo del relato por
“Billy” Bones. La combinación de su destreza física, su amabilidad y sentido
del humor, cautivan al protagonista. Long John Silver es una versión mejorada
del padre del protagonista.
Stevenson intuyó desde el principio que ese
antihéroe se iba a devorar la novela, al punto que el primer título que pensó
fue The Sea Cook, el cocinero del
mar. Pero si Stevenson advertía el enorme potencial de Long John Silver, estaba
al tanto de sus riesgos. ¿Cómo lidiar con ese villano que ponía en duda inclusive
al progenitor de Jim? El narrador tuvo la súbita inspiración de desenmascarar
al jefe de los piratas en la famosa escena del barril de manzanas. Mientras Jim
pasea por la cubierta del barco donde viajan hacia la isla del tesoro, siente
hambre, y se dirige a un barril para recoger el fruto. Apenas queda una manzana
en el fondo del tonel.
Jim se apresta a tomarla cuando escucha pasos, y
decide refugiarse en el barril. Quienes se aproximan son Long John Silver y uno
de los marineros. En esa ocasión, el jefe de los piratas revela el plan para
apropiarse del tesoro y asesinar a quienes fletaron el barco, junto con los
tripulantes leales.
Es posible que Stevenson haya lamentado transformar
a Long John Silver en un villano. De todas maneras, hasta en su rol de traidor,
el jefe de los piratas se sigue deglutiendo las escenas. Basta leer sus
monólogos y explorar sus argucias. El lector se siente tentado a perdonarle sus
triquiñuelas, y a veces, a justificarlas. Y Stevenson tuvo al menos la
generosidad de permitir al pirata huir con parte del tesoro.
Narrada a un ritmo vertiginoso, la novela es una
obra de la modernidad. Otras narraciones del siglo diecinueve que han sido
llevadas al cine, tuvieron que ser despojadas de buena parte de sus primeros,
tediosos capítulos. Pero no La isla del
tesoro. Quizás ayudó el hecho de que fue inicialmente serializada en una
revista para lectores juveniles.
La novela es muy gráfica en la descripción de
aventuras, pero su contenido es tan especial, que inclusive su transfiguración
en un cómic no le hace perder interés
alguno.
Tras releerla, analicé La isla del tesoro, clásicos en cómic, una versión en forma de
historieta publicada este año por la editorial Verbum, de Madrid, con dibujos
de Arianna Ricardo, y guion de Carlos Peinado Gil. Debo confesar que me acerqué
al cómic con bastante aprensión.
Recuerdo que en mi infancia, había varias editoriales que publicaban ese tipo
de cómics, aunque en blanco y negro, y a veces, en blanco y sepia. Era difícil
entusiasmarse con esas historietas, quizás porque los dibujantes no solían
compenetrarse de la mentalidad infantil.
Pero, por lo demás, es un buen cómic. Los dibujos tienen primeros planos de gran eficacia, y las
escenas elegidas ofrecen una buena ambientación. En los cómics hay solo dos posibilidades: o nos atrapan, o resultan insulsos.
El cómic de La isla del tesoro atrapa, y la trama es muy fluida.
Leer la versión original de la novela, y su
transcripción al cómic sirve también
de ayuda a los escritores. Quien desee capturar el interés de niños y
adolescentes, mejor que se emancipe de novelas excesivamente amuebladas, o de
personajes con dramas existenciales. En vez de poner el carro antes que los
caballos, Stevenson puso el diálogo y las descripciones al servicio de la
aventura.
La isla del tesoro nunca ha pasado de
moda, ha sido un perpetuo best–seller,
entre otras cosas, porque trata a sus lectores infantiles o juveniles como
adultos, y no les ahorra la descripción de toda clase de calamidades.
Pero es, además, una novela optimista: enseña a
tener paciencia y conquistar coraje a quienes padecen vidas de tranquila
desesperación.
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