Mario Szichman
Su mayor
logro es Cutter and Bone, una novela noir que llegó como una exhalación, en
1976, y de la misma manera se desvaneció en el aire. El filme basado en la
novela, y titulado Cutter's Way,
transitó las pantallas de cine en 1981 con la misma premura, y luego, fue olvidado.
El crítico de cine Michael Goldfarb dijo que se trataba de una “genuina obra
maestra ya relegada”.
No es fácil
encontrar en un filme a dos personajes que sigan con tanta fidelidad la
trayectoria de los héroes de la novela. El director checo Ivan Passer tuvo la
fortuna de tropezar con dos jóvenes actores, Jeff Bridges, cuya carrera levantó
vuelo tras la comedia de los hermanos Cohen The
Big Lebowski, y John Heard, quien interpreta
al lisiado veterano de guerra Alex Cutter y se roba la película. (Heard no tuvo
la suerte de Bridges. Los directores de Hollywood rehusaron servirse de su
talento, confinándolo a roles secundarios).
La novela,
una obra maestra escrita por Newton Thornburg, es propiedad exclusiva de
Cutter, un desperado que solo
posterga el suicidio mientras aguarda una señal divina y ser extraído del
lodazal en que se ha convertido su vida. Y Richard Bone, su partner, a veces amigo, a veces su
enemigo, y de manera constante el depredador que anhela acostarse con su
esposa, Mo, finalmente lo provee de la excusa, o el método, para abandonar la
pobreza, o quizá prolongar su vida.
¿Qué hace de
Cutter and Bone una novela tan
especial?: los personajes, los diálogos, y el sitio donde transcurre, el sur de
California. Curiosamente, es una novela muy de época. Esa es, tal vez, la razón
de su fugacidad. Cada generación necesita redescubrirla, volver a sumergirse en
lo que significó la guerra de Vietnam, una tragedia muy cercana para quienes la
padecieron, muy alejada de la realidad del estadounidense medio, ansioso por
enriquecerse, y con la mayor premura.
Los dos
focos de Cutter and Bone están
representados por Cutter, el lisiado, anclado en la guerra, en el cinismo
–representa otra generación perdida– y por Bone, un male prostitute, que se gana la vida de manera precaria, intentando
seducir a mujeres quince o veinte años mayores que él. Ninguno de los
protagonistas comenzó como un lumpen. Cutter es hijo de millonarios, y Bone, al
final de su adolescencia, tenía ambiciones burguesas que logró concretar,
casándose con una mujer de clase media, y obteniendo un empleo rentable. Pero
la guerra, para Cutter, el hastío, para Bone, alteró las perspectivas.
Escena de Cutter's Way
Thornburg
tenía la incómoda cualidad de Louis Ferdinand Celine. Nos introducía en un
mundo ajeno al nuestro, y nos obligaba a observar aquello que nos pone
incómodos o nos avergüenza aceptar.
Ya la
primera escena de Cutter and Bone
marca el tono. Bone se está afeitando con una Lady Remington en el baño de un motel, tras haber hecho el amor con
una maestra, que junto con dos amigas viajó de Fargo, Dakota del Norte, a Santa
Barbara, para disfrutar de algunos días de playa. “La lógica” de esas turistas
era que “si no aparecían hombres, se limitarían a visitar sitios históricos o
rebuscar en negocios de antigüedades”.
Bone sale
del baño, y la escena siguiente es todo un ejercicio en humillación. La maestra
ha encargado champagne y camarones para consumirlos en el cuarto. El encargado
de traer la orden le guiña el ojo a Bone “probablemente porque la mujer ha firmado la cuenta”. Luego, su
ocasional amante formula el comentario: “Se dice que los mariscos son buenos
para la virilidad ¿es cierto?” Y Bone le responde: “Los hombres que trabajan en
mi profesión, no pueden prescindir de ellos”.
De ahí en
más, todo se derrumba. La mujer pide disculpas por haber agredido a Bone, y la
superioridad y desdén con que durante dos días pagó todas las cuentas o “el
casi indecente entusiasmo con que hacía efectivos sus cheques del viajero” o le
deslizaba al gigoló “dinero bajo la mesa
o por encima” en los restaurantes, se ha transfigurado en un apesadumbrado
intento por retenerlo.
Bone es un
amateur en la seducción de mujeres; todavía intenta retornar a la buena vida
burguesa, conseguir un trabajo estable. La mujer ocasional es apenas un
obstáculo o un escalón en sus planes. Cuando se mira en el espejo, es como el
doctor Jekyll inspeccionando el rostro del señor Hyde. El “joven dorado, con la
piel tostada por el sol, elegante, en buena forma” es, en realidad, un
simulacro. Otro espejo “más honesto”, habría mostrado una figura como la de
Cutter, el lisiado veterano de Vietnam cuyo apartamento habita. Un ser “con un
brazo ausente, un ojo de vidrio, y una sonrisa similar al rictus de un
alarido”.
La maestra
se derrite ante Bone, pide disculpas de manera abyecta, “enuncia algunas vagas,
húmedas palabras acerca del amor, el compromiso, asentarse en algún lugar”. Bone
está harto de la mujer, que se ha convertido “en una extraña con una boca
temblorosa, con unos ojos que hablan de los prolongados inviernos en Dakota”, y
abandona el cuarto de hotel, como siempre aterrado por el incierto futuro.
¿Podrá comer al día siguiente, a la semana siguiente? ¿Tendrá un lugar en el
cual dormir? Ya nada depende de él,
excepto por la esporádica conquista de mujeres. Todo estriba en su pal, el veterano de Vietnam, y en sus
cheques de discapacitado.
En pocos
minutos más, el futuro de Bone cambiará para siempre, gracias a una fugaz
visión que se irá haciendo cada vez más pausada, tridimensional.
El
protagonista real de la novela aparece poco después, es Alex Cutter, quien
permite a Bone vivir en su apartamento por algunos días. Cutter es uno de los
grandes villanos del noir. Está construido
en base a sus monólogos y a sus diálogos. Su ironía, y su impecable lógica, lo truecan
en el gran seductor. Y durante buena parte de la novela, ignoramos si la fugaz
visión de Bone de un hombre arrojando un cadáver en un cesto de desperdicios,
existió, o todo ha sido ilusionado por Cutter.
Poco a poco,
la realidad pasa a un segundo plano. El único interés del lector es observar
cómo Cutter convence a Bone que sí, que ha presenciado un asesinato, y ha visto
al asesino. Además, el homicida, un empresario muy poderoso, puede ser
extorsionado. Es como haber ganado el premio mayor en la lotería.
La novela se
construye en dirección contraria al policial moderno. Del mismo modo en que
Yago persuade a Otelo de la infidelidad de Desdémona, Cutter convence a Bone de
que ha visto lo que tal vez solo imaginó. Recuerda a ese guion que Alfred
Hitchcock nunca pudo concretar, el de un crimen cometido en una ensambladora de
automóviles. Un vehículo pasaba por todas las etapas del montaje, y cuando
finalmente llegaba a la línea final, uno de los operarios abría la puerta
delantera del automóvil, y descubría un cadáver en su interior.
Es cierto
que se ha registrado un asesinato en Santa Barbara, la noche en que Bone
transitaba por el lugar. Es indiscutible que Bone pasó cerca del edificio
cuando alguien sacaba un bulto del maletero de un automóvil, y lo arrojaba a un
cesto. Pero Bone creyó que el bulto se asemejaba a una bolsa repleta de palos
de golf. Y quizás lo era. El automóvil era flamante, y de una marca muy
costosa. Por lo tanto, su propietario debía contar con una buena cantidad de
dinero.
Nadie puede
extorsionar a una persona porque arrojó una bolsa con palos de golf en un cesto
de desperdicios. Por lo tanto, para Cutter, debe existir una alternativa más
provechosa. La bolsa con palos de golf se transmuta en un cadáver. Y quien
arrojó el cuerpo, es obviamente, un hombre con recursos. Mejor aún, con
inmensos recursos.
Cutter hace
una especie de lavado de cerebro a Bone –de nuevo, la tragedia se erige sobre
la base las palabras del lisiado
veterano– y fabrica algo que podrían considerarse circunstancial evidences.
Luego, van
emergiendo los personajes capaces de hacer creíble la tesis de Cutter, y
factible la extorsión.
La noche en
que Bone observó a alguien librarse de una bolsa con palos de golf, una
muchacha fue asesinada en la zona que transitaba el gigoló. Luego, aparece la
hermana de la asesinada. Al principio, solo quiere que se haga justicia. Cuando
Cutter la convence de que el asesino es J.J. Wolfe, un millonario, dueño de un
vasto imperio, a la justicia se une la codicia. Finalmente, los tres deciden ir
a la cacería de Wolfe, obligarlo a que suelte mucho dinero, a cambio de
promesas de silencio. Bone, Cutter, y la hermana de la asesinada, emprenden una
larga travesía hacia la sede del imperio de Wolfe, en las Ozarks.
No
contaremos el final, aunque Cutter and Bone
es una de las escasas novelas policiales en que el desenlace puede ser
divulgado sin afectar el interés de los lectores. Pero ese denouement corre por cuenta
de cada uno de los que se sumerge en el
texto, y está basado en la credibilidad asignada a los personajes. Quien acepte
las reglas del policial, analizará el final como resultado lógico de las
sospechas de Cutter. Quien analice los deseos del protagonista, pensará que es
una metáfora del suicidio. Al menos Bone, en los instantes finales de su vida,
descubre que el enemigo no está afuera sino en los demonios interiores que han
plagado su existencia.
Un excelente
novelista, George Pelecanos, quien escribió un prólogo a la reedición de Cutter and Bone en Gran Bretaña, dijo
que el texto “pone en entredicho las bases tradicionales del policial”. Además,
Thornburg sufrió una maldición: produjo
narraciones demasiado apasionantes para ser ubicadas en el territorio de la
ficción “literaria”, y excesivamente inusuales para ajustarse a los cánones del
policial.
En el
obituario que le dedicó The Guardian
en junio de 2011, Sam Jordison pidió que no olvidaran a Newton Thornburg.
“Aunque su fallecimiento en mayo (de 2011) fue escasamente registrado”, dijo
Jordison, “él fue uno de los realmente grandes escritores estadounidenses del
siglo veinte”.
Jordison
añadía esta personal, encantadora recomendación. “Se trata de un libro muy
especial. Lo leí porque mi novia me dio una copia. También me anunció que su
respeto por mí descendería de manera súbita si no me agradaba”.
Aquello que
Jordison consideró “una ostensible broma”, no lo era. “Tras leer Cutter and Bone, descubrí que mi novia
no estaba bromeando. No responder al sombrío poder de Cutter and Bone hubiera sido una falla de mis atributos como ser
humano”.
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