Mario
Szichman
Tal como señalaba Marshall McLuhan, “el
medio es el mensaje”. Me costó mucho entender la frase –soy lerdo para
aprender—pero creo que se trata de un postulado muy sabio. Vivimos traduciendo
obras, de la literatura al cine, del cómic
a la filosofía, de la escultura al teatro. Y cada medio impone su marca en
el producto. Hay horrendas versiones cinematográficas de novelas famosas, y
versiones de malas novelas transformadas en buenas obras de teatro, o en
excelentes películas.
Clint Eastwood, que de policía sin
escrúpulos en sus interpretaciones de Dirty
Harry, se ha convertido en un gran director de cine —basta ver esa joya que
es Play Misty for Me— lamentaba que
sus colegas se empecinaran en hacer nuevas versiones de filmes exitosos. “No se
trata de recrear películas de calidad”, dijo en una de sus entrevistas, “sino
de hacer adaptaciones buenas de películas malas”.
El envase de un género artístico suele
exhibir o disimular la calidad de una obra y estipular la recepción del
crítico. Erskine Caldwell, uno de los mejores narradores norteamericanos del
siglo veinte, autor de Tobacco Road,
de La chacrita de Dios, de Journeyman, inició su carrera de manera
circunspecta, como hombre de letras, publicando en una editorial prestigiosa. Nada
ocurrió. Recién cuando decidió probar con el marketing de sus obras en editoriales conocidas por sus lurid portadas –era habitual que
sobresalieran los senos de la blusa de una mujer seductora—alcanzó enorme fama,
y gran cantidad de críticas despectivas. En esa ocasión, el medio fue el
mensaje de manera muy concreta. Podría hacerse un buen análisis sondeando el
modo en que fueron criticadas y recibidas sus más famosas novelas a través de
las distintas editoriales y de las portadas donde se explicitaba la mercancía
ofrecida.
Buena parte de la mejor literatura
norteamericana tuvo el desdichado envase de los cómics, en los cuales aparecieron obras maestras del policial o de
la ciencia ficción. Y ese envase propició el desdén de los críticos. Hasta que
esos relatos fueron llevados a medios más prestigiosos, y resucitaron
convirtiéndose en clásicos.
The
Red Right Hand, de Joel Townsley Rogers es, en opinión
de varios críticos, la mejor novela policial que se haya escrito en los Estados
Unidos. Rogers ocupa un lugar muy especial porque ha logrado combinar el
suspenso con la novela de horror, los mitos infantiles, y el acertijo. No hay
muchas novelas donde el nombre del asesino aparece en el título, como en The Red Right Hand. Pero, su inicial
aparición en un cómic postergó la
fama.
Algo similar ocurrió con Jim Thompson. The New Republic, al informar del
resurgimiento de “Big Jim,” tras algunos años de olvido, lo hizo de manera
memorable. “Como los filmes de Clint Eastwood” dijo la revista, “su obra nutre a
la clase baja rural, a camioneros, venidos a menos, psicópatas, y profesores de
literatura. Jim Thompson es uno de los mejores narradores norteamericanos.También
el más aterrador, pues ha hecho un pacto con el diablo”.
Para ese renacimiento, no hubo que
cambiar una coma a las 29 novelas de “Big Jim”, solo transportarlas a la serie Vintage Crime/ Black Lizzard, una
división de la prestigiosa editorial Random House.
Por cierto, fue Vintage Books la casa que contribuyó a poner nuevamente en el radar
la novela de ciencia ficción The
Demolished Man, de Alfred Bester (1913—1987). Aunque Bester no contó con la
persistente fama de Richard Matheson (Soy
Leyenda, El Hombre Menguante), o
de Ray Bradbury (Fahrenheit 451), o
de Phillip Dick (The Man in the High
Castle), pertenece al núcleo selecto de los grandes de la ciencia ficción
gracias a The Demolished Man y The Stars My Destination. Tiene también
cuentos ya convertidos en clásicos, como The
Men Who Murdered Mohammed, donde un hombre que sorprende a su mujer en los
brazos de otro hombre intenta vengarse asesinando a sus antepasados, y a
famosos héroes y villanos de la historia, sin obtener resultado alguno: la
mujer persiste impávida en su aventura amorosa.
Quizás el problema con la narrativa de
Bester es su envase. Aunque corresponde al género de la ciencia-ficción combina
elementos que discrepan con sus esenciales atributos: tiene un raro sentido del
humor, y una predilección por lo siniestro. Al lector de ciencia ficción no le
gusta emerger de la aventura en que está sumergido para ser frenado por un
sarcasmo, o por algo que puede desviarlo hacia el mundo del horror, como ocurre
con The Demolished Man.
La narración ganó en 1953 el primer
Premio Hugo a la mejor novela. Ese galardón equivale más o menos al Nóbel de
Literatura en el territorio de la ciencia ficción, y muchas de las novelas galardonadas
son muy superiores a tradicionales novelas de reconocidos autores.
La premisa de la novela de Bester es
que en un futuro lejano, en el año 2301, las armas de fuego serán piezas de
museo, y un ejército de personas con poderes telepáticos se encargará de
supervisar la mente de los habitantes de nuestro planeta, a fin de evitar que
cometan crímenes. El conflicto se inicia
cuando un magnate de los negocios necesita librarse de un poderoso rival , abriendo
las puertas a la destrucción de la sociedad.
El gran riesgo del narrador, que por
cierto lo comparten muchos escritores de ciencia ficción, es crear un nuevo
mundo, “con sus arquitecturas y sus barajas, con el pavor de sus mitologías y
el rumor de sus lenguas, con sus emperadores y sus mares, con sus minerales y
sus pájaros y sus peces, con su álgebra y su fuego, con su controversia
teológica y metafísica”, como decía Borges.
Alfred Bester
Por
suerte, Bester knew best. Sabía que si el lector
no conectaba el mundo de su narrativa con el territorio que suele transitar de
manera habitual, abandonaría su novela en la segunda página. Bester enfundó su
mundo de ciencia ficción en otro subgénero: el policial. Luego que el magnate
Ben Reich consuma su asesinato, las fuerzas del bien, encarnadas en el
inspector de policía Lincoln Powell, tratan de aprehender al criminal.
Un factor que usó Bester fue la
telepatía. Muy influido por el psicoanálisis, logró hacer de ese policial
futurista un combate mortal entre mentes muy desarrolladas. En ocasiones, el
texto tiene matices surrealistas. Los enemigos intentan enfrentarse bloqueando
sus respectivos pensamientos, a fin de que nadie husmee en ellos. En un
capítulo, ese combate se resuelve por medios tipográficos, donde abundan las
interrupciones, y los double entendre,
abriendo el camino a la ambigüedad, y al humor subido de tono.
La hazaña de Bester consistió en
insertar los productos de una cultura avanzada en géneros no muy acreditados, y
a un ritmo muy veloz. Además, eludió el error de muchos escritores de ciencia
ficción, que primero construyen su mundo, y solo después lo hacen habitable. El
cosmos del escritor no difiere mucho del nuestro. Solo muestra excentricidades
en los seres humanos que pertenecen a subculturas. Pero no se trata de
monstruos de tres cabezas, sino de marginados: estafadores, adivinos,
acompañados de funcionarios que intentan activar o desactivar la acción de la
justicia.
Y finalmente, ese mundo exterior
termina siendo ocupado por la fantasía del magnate Reich, una fantasía edípica,
dominada por El Hombre sin Rostro, y por Craye D'Courtney, el enemigo al que
asesina. Ocurre que Reich es el hijo bastardo de su competidor, resultado de
un breve affair de su madre. Y Barbara D'Courtney,
única testigo de la muerte de su padre, y a la cual Reich desea eliminar, es su
hermanastra.
Una vez arrestado y condenado, Reich es
sentenciado a la temida demolición. Se lo despoja de sus recuerdos y de su
conciencia, y queda convertido en una especie de zombie. (En la década del
cincuenta eran frecuentes las teorías,y en ocasiones las prácticas, del lavado
de cerebro).
Una de las hipótesis subterráneas de
Bester era que las personalidades muy fuertes representaban un peligro para la
sociedad, debido a su capacidad para burlar la ley. Observando la cantidad de
psicópatas que gobiernan o intentan gobernar el mundo, su hipótesis no resultó
herrada.
Bester apuntó a los deseos humanos más
a que a sus inventos científicos. Y así creó una bella, inquietante fábula, que
lejos de envejecer, mejora con el tiempo. Es muy difícil identificarse con
máquinas, o con su tecnología. Es preferible pensar en los seres que habitan
este mundo. Ya no usamos carrozas. Ni luchamos con arcos y flechas. Pero la
naturaleza humana cambia muy poco. Y seguimos identificándonos, y padeciendo
los mismos complejos, que llevaron a Edipo y a Electra a su destrucción.
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