Mario Szichman
El tema del viajero del tiempo ha generado algunas de las mejores
narraciones de los dos últimos siglos. Las novelas surgidas de ese personaje
que trasciende edades, pueden contarse por centenares. Y los cuentos que tienen
como argumento la derrota de la cronología suman varios millares. Y eso sin
olvidar el spin–off de los filmes.
Hay muchos clásicos, entre ellos Un
Yanqui en la Corte del Rey Arturo, de Mark Twain, o La máquina del tiempo, de H.G. Wells, aunque no han logrado
reflejar en el cine las virtudes originales.
Mark Twain no hizo muchos preparativos para que su personaje, Hank Morgan,
un ingeniero de Hartford, Connecticut (sitio de residencia del escritor), enfilara desde su presente, fines del siglo
diecinueve, hacia un pasado bastante remoto. Nada de buscar portales, o beber
alguna poción mágica, o explorar una cueva. Tras recibir un golpe en la cabeza,
Morgan es transportado a la corte del rey Arturo de Inglaterra, en el siglo
sexto de nuestra era.
El escritor asumió el proyecto pensando que sería una formidable tomadura
de pelo al pasado anglosajón. Y lo primero que le llamó la atención, no fueron
las costumbres sino el lenguaje. Imagine el lector una novela moderna cuyos personajes
hablan como un contemporáneo de Cervantes, y tendrá una buena idea del ridículo
que es capaz de generar un lenguaje arcaico. Amo a Salgari, pero todavía no me he podido acostumbrar a las invectivas de
Sandokan, a sus “¡Voto a bríos!” o a sus “¡Rayos y centellas!” o a todo ese
pintoresco lenguaje de que hacen gala los piratas en las versiones traducidas
al español. Y Salgari es mucho más moderno que el rey Arturo.
Pero
había algo más en esa exploración de anacronismos, suficiente para crear una gran
comedia: el tratamiento del cuerpo. A Mark Twain le costaba tomar en serio las
tribulaciones de un guerrero medieval. ¿Cómo hacían cuando la naturaleza
llamaba, para despojarse de su metálica indumentaria? (El narrador ofrece
algunos ejemplos).
Sin embargo, aunque el escritor era un gran humorista, tenía una vena
trágica acentuada por sus desdichas personales. Es casi imposible desvincular
el humor de la tragedia. Y a medida que avanzó en la narración, reveló no solo
los defectos del pasado, sino la desagradable realidad del presente. De esa
manera, una simple travesura del
intelecto derivó en uno de los libros más pesimistas y proféticos del narrador.
En el comienzo, Hank Morgan engaña a los seres de la Edad Media haciéndose
pasar por un mago. ¿Cómo explicar de otra manera sus logros? En la época del
rey Arturo no existían armas como las ametralladoras automáticas gatling, que
hacían 600 disparos por minuto con solo oprimir el gatillo, ni torpedos, ni
globos aerostáticos, o acorazados.
Morgan es un fanático de la tecnología. Y le resulta muy sencillo imaginar
un mundo feliz, una vez utilice modernas herramientas. Pero lo que finalmente
establece es algo que remeda una dictadura. La iglesia católica promulga contra
él un interdicto, y estalla una guerra civil. Hank Morgan fracasa en su utópica
idea de crear el mejor de los mundos posibles. La naturaleza humana no solo se
refleja en los hábitos higiénicos.
En cuanto a H.G. Wells, nos envía hacia un distante, engañoso futuro, aún
más horrendo que el descripto por Mark Twain en La máquina del tiempo.
El Viajero del Tiempo –nunca nos enteramos de su nombre– se dirige con su
máquina hacia un planeta distante, y descubre una civilización en el año
802.701. Los habitantes, conocidos como Eloi, son adultos con modales de niños.
Se trata de seres pequeños, elegantes, y ociosos. No trabajan. Carecen de toda
curiosidad y disciplina, y parecen muy pacíficos. Pero luego, la máquina del tiempo desaparece.
El viajero sospecha que hay otros seres ocultos en ese planeta, y alguno de
ellos robó su vehículo. Los apáticos Eloi no son los únicos habitantes.
El protagonista descubre que existe además una civilización subterránea,
constituida por la raza de los Morlocks. Se trata de trogloditas parecidos a
monos, que en la noche emergen de sus cavernas. Los Morlocks son los verdaderos
dueños del planeta. Se encargan de controlar la maquinaria y la industria que
permite a los Eloi vivir en la superficie, sin necesidad de trabajar.
Luego, el viajero hace otro descubrimiento. La relación entre los Morlocks
y los Eloi no es similar a la de esclavos y amos. Se parece a la que mantienen
los ganaderos con sus reses. El viajero del tiempo confirma que la inteligencia
es el resultado y la respuesta ante el peligro. Los Eloi nunca han enfrentado
grandes desafíos, y han perdido la capacidad de reaccionar ante sus verdaderos
amos. Por lo tanto, los Morlocks se encargan de cuidar y engordar a los Eloi.
Luego los devoran para alimentarse. (Los Eloi tienen sabor a pollo).
ELIGIENDO
LA MANERA DE
VIAJAR
Uno de los descubrimientos más placenteros en materia de narrativa
vinculada con los viajeros del tiempo es Tourmalin’s
Time Cheques, de Thomas Anstey Guthrie (1856 -1934). El escritor, quien firmaba con el seudónimo de F. Anstey,
era periodista de la famosa revista humorística Punch, de Londres, además de novelista. Creó varias narraciones muy divertidas, parodiando distintos temas en
boga. Por ejemplo, en Viceversa, usó
el recurso de Príncipe y Mendigo, de
Mark Twain, aunque en lugar de sustituir a un personaje de la realeza británica
con un mendigo, puso a un padre en el lugar de su hijo, y viceversa. (El padre
terminaba yendo al colegio al cual su hijo se había negado a ingresar pues los
maestros infligían humillantes castigos corporales).
Los escritos de F. Anstey han resucitado en filmes, obras de teatro y
musicales; en ocasiones, sin dar crédito alguno al autor. Tal vez la versión
cinematográfica más famosa es la de su novela The Tinted Venus con guión del humorista norteamericano, S. J.
Perelman, y música de Kurt Weill, quien
compuso las melodías para La ópera de
tres centavos, de Bertolt Brecht. El
filme, titulado One Touch of Venus
(1948), era protagonizado por Ava Gardner.
Pero Tourmalin’s Time Cheques,
que combina la idea del viajero del tiempo con la comedia de situaciones es something else.
Peter Tourmalin es un empleado londinense que retorna a su país en un
paquebote, The Boomerang, tras pasar
vacaciones en Australia. El protagonista no solo debe regresar a Inglaterra,
sino a los brazos de su prometida, un ser insoportable. La mayor parte del viaje es muy aburrida,
quizás anticipo de una temible dicha conyugal. Eso se agudiza por el añadido de
horas extra debido al cruce de husos horarios.
Un día, un desconocido le dice al señor Tourmalin que existe un banco, The Anglo-Australian Joint Stock Time Bank,
Limited, donde puede depositar las horas de aburrimiento padecidas en el
barco, y retirarlas luego, a su conveniencia,
a fin de aprovecharlas como se le antoje. El protagonista recibe una
chequera. Cada vez que se mortifica con su vida cotidiana en Londres, endosa
uno de sus cheques, generalmente, de 15 minutos de duración, pues ignora qué
tropiezos sufrirá.
Luego de la transferencia de cada cheque, el señor Tourmalin es
transportado súbitamente al barco donde regresaba de Australia. Al parecer, el
protagonista no había estado tan ocioso como lo pensaba y había establecido
diálogos con dos bellas mujeres, más interesantes y apasionadas que su fiancée.
El problema con los cheques endosados por Tourmalin es que no siguen un
orden cronológico. Cada nuevo cheque lo hunde en una situación comprometida con
una de las dos mujeres, o con damas que le reprochan sus infidelidades –algo
que el protagonista ignora. Además, los diálogos carecen de comienzo o de
final.
El señor Tourmalin es elogiado en ocasiones por alguna acción heroica –que
ignora en qué consiste– o insultado por una grave ofensa de la cual no tiene la
menor idea. Para descubrir su conducta, el viajero del tiempo debe hacer toda
clase de malabarismos verbales. Es como si fuera al mismo tiempo el paciente y
el psicoanalista.
Toda persona necesita emociones estables, avanzar o retroceder cautamente
en sus relaciones sentimentales, o en el trato con sus semejantes. El señor Tourmalin carece de ese
atributo. ¿Fue acaso infiel con su prometida? ¿Ha incurrido en promiscuidades
con ambas mujeres a bordo del Boomerang? Un día, la intimidad con una de las
damas es absoluta (inclusive la Inglaterra victoriana sugería escenas de alcoba
sin necesidad de mencionarlas), y días después, la mujer ignora quien es el
señor Tourmalin, y éste debe hacer una presentación formal.
Tourmalin vive en la cuerda floja. En una coyuntura, es recibido con
improperios por una matrona a quien no ha visto nunca en su vida. La señora lo
considera un Don Juan, un ser miserable, que ha causado la desgracia de su
hija. Tourmalin no sabe quién es la hija de la señora. Tampoco puede preguntar
a la ofendida madre a qué persona se refiere. Sería sumar el insulto a la
injuria.
En otras ocasiones, el canje de tiempos agrava las infidelidades. Cuando el
señor Tourmalin viajaba en The Boomerang, estaba de novio. Pero en algunos de sus
retornos al barco, tras librar uno de sus cheques, ya contaba con una esposa. Por lo tanto, sus
flirteos se transformaban en un descarado adulterio. Y las preguntas que le
formulaban sus tiernas amantes lo forzaban a multiplicar sus mentiras. Por
culpa de esos cheques, un ser absolutamente honesto se va enredando
progresivamente en falsedades cada vez más escabrosas.
(El artículo está en “No hay nada nuevo, salvo lo olvidado: Las increíbles
aventuras del señor Peter Tourmalin” http://marioszichman.blogspot.com/2015/05/no-hay-nada-nuevo-salvo-lo-olvidado-las.html)
ALTERANDO LA
REALIDAD
Uno de los problemas centrales que enfrenta el viajero del tiempo, más allá
de aceptar o rechazar las convenciones del género, es evaluar las nociones del
tiempo, y cómo puede ser alterado por la intervención humana. Quizás el relato
más famoso, más reiteradamente publicado,
es A Sound of Thunder, de Ray
Bradbury.
En el cuento, un cazador del futuro realiza un viaje al pasado para
perseguir un Tyrannosaurus Rex, y mata sin querer a una mariposa, alterando el
flujo del tiempo de manera desastrosa.
A Sound of Thunder tiene
su contrapartida en otra joya de la ciencia ficción clásica, The Men Who Murdered Mohammed , de Alfred
Bester. Apareció por primera vez en The
Magazine of Fantasy and Science Fiction, en octubre de 1958. Ha sido
traducido a media docena de idiomas, y reimpreso por lo menos nueve veces.
Quizás la calidad del cuento radica en su tono. ¿Dónde termina la seriedad
y comienza la farsa? El lector debe suspender su incredulidad, y aceptar las
premisas del narrador. En este caso, el absurdo está dosificado con una
impecable lógica.
Bester comienza su relato analizando algunos famosos científicos que
concretaron tareas bastante extrañas. Se los consideraba locos, aunque fueron
reconocidos como genios tras su muerte. Uno de ellos era Henry Hassel, un
profesor del cercano futuro (1980). Como Bester publicó el cuento en 1958, ese
futuro resultaba cercano y plausible.
Un día Hassel regresa a su hogar y descubre a su esposa en los brazos de
otro hombre. Pero, como es un genio, no desea imitar a un marido celoso, y
simplemente asesinarla. Necesita encontrar un método especial para deshacerse
de la infiel de manera que nunca haya existido.
Hassel decide fabricar una máquina del tiempo, y viajar hacia el pasado
para asesinar al abuelo de la dama, interrumpiendo la progenie. Se trata de una
venganza perfecta. Pero cuando Hassel regresa al presente, su esposa sigue
besando al amante. Luego asesina a la abuela de la mujer. Nada ocurre. Desesperado
por su ineficacia, Hassel se lanza en una carrera de homicidios a través de las
épocas, acabando con George Washington, Napoleón, Cristóbal Colón, Mahoma, y
muchos otros. Eso no impide a la
adúltera seguir sus besuqueos con el galán.
Hassel tiene, inclusive, tiempo para visitar a Marie Curie, y enseñarle los
secretos de la fisión nuclear. Después que París desaparece en un hongo
atómico, el científico vuelve a su hogar y descubre que la esposa sigue en el
mismo lugar, tan apasionada como siempre.
No narraremos el final. Solo podemos garantizar que es impecable, y acata
las normas del relato de ciencia ficción. Es, además, una refutación directa a A Sound of Thunder, de Bradbury, que fue
publicado seis años antes.
Para Bester, el efecto mariposa no existía. De esa manera liberó a muchos
escritores del corsé impuesto por Bradbury.
The Men Who Murdered Mohammed no
figura en la misma liga que A Sound of
Thunder, aunque ofrece más espacio para respirar y abrir nuevos caminos al
viajero del tiempo. Del lado del lector, muchos más están agradecidos a
Bradbury que a Bester. En cambio, varios narradores están dispuestos a brindar
por Bester, por sus múltiples futuros e insondables pasados. Una cosa es
transitar por el mundo en puntas de pie, para no alterar el porvenir, y otra
muy distinta indicar que es imposible causar eventos irreparables, y por lo
tanto, es factible continuar con exploraciones y nuevas aventuras.
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