Mario Szichman
Night Trains, de Arthur
Chrenkoff, es una novela muy peculiar, muy bien escrita, con un tema de gran
interés: el rescate de perseguidos por el nazismo durante la segunda guerra
mundial. Pero, posee un señuelo peculiar: el encargado de algunos rescates es
Martin, un viajero del tiempo.
El relato transcurre en nuestra época, quizás a comienzos del siglo
veintiuno. Martin es un australiano en
su veintena, sin demasiadas ambiciones, casi próspero, “well adjusted,” amante de las mujeres. Hasta que un día –en
realidad, una noche– comienza a ver y escuchar cosas extrañas cerca de un
abandonado cobertizo ferroviario: aparecen fugaces luces azules, locomotoras
que ya han pasado de servicio. Seres humanos surgen y se desvanecen en la
noche. Hay coros de voces en idiomas incomprensibles.
Un día, Martin conoce a Franz Bartok, el pasajero de un tren local, que es,
en realidad, un ujier del tiempo perdido. Bartok, quien durante la segunda
guerra mundial fue jefe de una estación en Austria, y ahora está jubilado,
asigna una tarea al protagonista: “realizar algunas labores en el futuro
cercano”, aunque necesitan concretarse en el remoto pasado. Martin tiene que colaborar
en el rescate de algunos judíos antes que los lleven a las cámaras de gases.
Chrenkoff no pierde tiempo revelando al lector algunas incongruencias. Él
mismo las explica. En el presente, Martin solo conoce el idioma inglés. En el
pasado, transita en lenguajes usados por seres a quienes necesita rescatar. Tampoco
requiere reacondicionar los objetos que usa para cubrir su cuerpo. “Ya no
estaba vistiendo un par de jeanes y una camiseta”, dice el protagonista. “En
cambio, tenía puesto un traje marrón, de tela pesada, y debajo un chaleco. Una
corbata ancha, a rayas, estaba ajustada a mi cuello. Aunque seguía usando
anteojos, el marco era diferente,
redondeado. Mi cabello estaba peinado hacia atrás, y lucía un fijador
que consideraba ridículo”.
Los atuendos de otras personas informan a Martin del lugar y la factible
época. A veces obtiene validación al aproximarse a un sitio plagado de jóvenes
que lucen camisas pardas, tienen cabellos cortados al rape, “y están atosigados
de perversos pensamientos en cerebros mal desarrollados”.
El surgimiento del nazismo en Alemania permite al autor recorrer no solo
sus incidencias trágicas, sino analizar el mecanismo de reflexión que permitía
a muchos habitantes aceptar el horror.
Uno de los personajes recita las frases que asaltan con tanta regularidad
las mentes sanas en una sociedad enferma. “Esto no puede durar”, dice uno.
“Somos seres inteligentes. Seguramente quemarán algunos libros más, escupirán a
algunos seres humanos, pero al final, todos advertirán quienes son” los nazis.
Y luego, el corolario: “Después de todo, esto es Europa”. El narrador añade: “Sus
palabras no sonaron como una pregunta, sino como un ruego”.
Las nuevas afrentas de los pistoleros del régimen son recibidas por los
agredidos con pasividad. Existe la esperanza de que “Cada desprecio, cada disturbio,
cada ley flamante, cada nuevo acto de discriminación” en algún momento cesarán.
La razón, y la decencia, deben prevalecer.
Pero Martin, que conoce el futuro, sabe dónde encallarán esas ilusiones. “Su
negocio sería destruido hasta los cimientos durante La Noche de los Cristales”, dice el protagonista al aludir a uno de
los personajes. “Jóvenes con uniformes marrones, blandiendo antorchas, le
prenderían fuego”.
En escasas, precisas frases, el autor reseña la vida de familias enteras acosadas
por el nazismo, y ofrece esperanzas en algunos de sus herederos, que tras
conocer la persecución, pasan a la actividad clandestina, y luchan por un
porvenir mejor.
Martin no es partidario de ofrecer al enemigo la otra mejilla. Piensa que
la autodefensa ofrece más recompensas que la autoflagelación.
Arthur Chrenkoff
Chrenkoff, de origen judío, nació en Cracovia, Polonia, y ahora vive en
Brisbane, Australia, donde publicó, hasta hace poco tiempo, un blog de enorme
popularidad y gran influencia (chrenkoff.blogspot.com).
Él también ha sido un viajero del tiempo, y es obvio que en su narrativa ha
mezclado sus experiencias de la guerra fría en Polonia, con su vida en la
Australia moderna. Cada sitio de residencia le ha servido para reflejar acerca
del lugar que abandonó.
¿VIAJAR HACIA
DONDE?
El viaje al pasado que emprende Martin desde su futuro combina el horror
real del nazismo, con una pátina de filme de Hollywood. Hay un nazi que se
redime, el capitán Hans Bernd von Schellendorff. Hay una baronesa que usa sus
encantos y su dinero para salvar vidas, la baronesa Molody.
Lejos de hacer irreal la narración, ese barniz de los grandes filmes de la
década del cuarenta le da una vivacidad, y un tempo casi frenético.¿Podría haberse escrito Night Trains sin contar como trasfondo con aquello que el pionero
de la fotografía Eadweard Muybridge calificó de “galloping images,” precursoras del cine? Sin la captura del
movimiento humano, y su perpetuación en el celuloide –o ahora en el proceso
digital– la vida acontecería infatigable hacia la muerte, sin posibilidad de
revisitarla.
En nuestro mundo, seres muertos desde hace décadas coexisten de manera
reiterada con seres vivos. Conocemos hasta el último gesto de cuanto prócer o
criminal de guerra ha recorrido la tierra en el último siglo, gracias a canales
de televisión dedicados a recopilar la historia previamente registrada en
noticieros y documentales. Y esa coexistencia impide pintar el pasado reciente
con una pátina de tonalidades ocres, o concederle romanticismo.
No es lo mismo recordar personajes muertos emplazados en fotografías o en
cuadros, que cuando están vivos, en movimiento, ignorantes del destino que les
aguarda.
Algunas de las mejores páginas de Night
Trains están reservadas a esa confrontación entre el pasado que evoca
Martin, cuyas semejanzas con el mundo real son escasas, y el único presente que le es permitido vivir.
En el pasado que Martin frecuenta, conoce por anticipado qué ocurrirá. En el
presente, solo puede presumir de variados destinos.
En un mundo habitado por colosos con pies de barro, adictos a las frases
estruendosas, a los golpes en el pecho, y a una incansable necesidad de obtener
más poder y saquear mejor el erario público, ¿cuáles son las posibilidades de
un ser humano para enfrentar el mal? ¿Sirven acaso las actividades marginales?
Es la principal pregunta que formula el novelista. Y también la responde en
su texto.
Martin piensa en la insensatez de su viaje al pasado. “Tengo que salvar a
personas ya muertas”, le dice a su guía. “Ellas han estado muertas desde hace
décadas”.
Bartok, su mentor, le responde: “A usted le atañe elegir. Una posibilidad
es seguir subiendo a esos trenes nocturnos, y contribuir a salvar esas
personas. Una, diez, un centenar, mil vidas, quien sabe. La otra posibilidad es
no hacer nada. Haga de cuenta que todas ellas son fantasmas, y déjelas morir”.
Martin acepta la propuesta y decide “ayudar a los muertos a escapar del
pasado, usando trenes fantasmas”. Es un riesgo más grande, aunque más
gratificante, que no hacer nada.
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