Mario
Szichman
The unmentionable odour of death
offends the September night.
W. H. Auden
Fotografía de Richard Drew
Esta es la imagen de una obsesión. Una imagen, una obsesión, que solo cesó
en su acoso cuando pude plasmarla en un texto: “En la foto, un hombre estaba
cayendo de cabeza en una perfecta vertical. Marcia no podía decidir si la foto
era en blanco y negro, o en color. Aquello que no era blanco estaba formado por
nítidas sombras. Tampoco pudo decidir si el hombre ya estaba muerto”.
Marcia perdió a sus dos hijos el 11 de septiembre de 2001, durante el
ataque a las torres gemelas del Trade
World Center. Un periodista la visita, intentando averiguar si el hombre
cayendo en una perfecta vertical, “The Falling Man,” es uno de sus hijos.
“La parte derecha de la torre estaba rayada por líneas verticales blanquecinas
y grisáceas que avanzaban hacia la parte izquierda hasta convertirlas en líneas
agresivamente blancas y negras. El hombre parecía desplomarse en el eje de esa
composición, en el centro exacto de una vertical línea blanca. Su pierna
izquierda estaba plegada, su zapato se apoyaba en el tobillo derecho”.
Es la imagen más famosa, y encubierta, de la tragedia del 9/11. Apareció al
día siguiente en varios periódicos de Estados Unidos. The New York Times la exhibió en la séptima página de su primer
cuerpo. Luego, desapareció de las publicaciones, aunque no de la memoria
colectiva.
“–El fotógrafo debe ser un gran artista —dijo Marcia—. Parece más
preocupado por la simetría que por el hombre cayendo”. Y el periodista le
informa: “—Richard Drew. El fotógrafo se llama Richard Drew… Fotografió a
Robert Kennedy cuando lo asesinaron en Los Angeles. Fotografió a la viuda de
Kennedy cuando lo insultaba, exigiéndole que cesara de sacar fotografías de su
esposo muerto. Drew guarda en su casa la camisa ensangrentada de Robert
Kennedy, como un trofeo”. (La región vacía,
página 16).
Richard Drew
Cuando tomó la fotografía de Robert Kennedy, Drew tenía apenas 21 años, y
trabajaba para el periódico Pasadena
Independent-Star News de Pasadena, California. La noche del 5 de junio de
1968, fue enviado al hotel Ambassador de
Los Angeles para cubrir la celebración de la victoria de Kennedy sobre Eugene
McCarthy en las primarias presidenciales de California. Mientras se hallaba en
el podio, aguardando el ingreso del ex secretario de Justicia, el fotógrafo
sintió sed, y se dirigió a la cocina del hotel para pedir un vaso de agua.
En ese momento, apareció Robert Kennedy en la cocina, cortando camino rumbo
al estrado. Drew se puso detrás de Kennedy, “Y en ese momento vi que alguien me
apuntaba con un arma corta”, me dijo. Drew había estado en la reserva del
ejército, y recordó el consejo de uno de sus instructores: “Cuando alguien lo
apunte con un arma, arrójese al suelo”. Drew acató el consejo.
Foto de Richard Drew
Sonaron disparos. Segundos después, el fotógrafo estaba encima de una mesa
de acero inoxidable, tomando fotos de Kennedy desangrándose en el suelo. Su
atacante, Shiran Bishara Shiran, le había alojado en el cuerpo cuatro balazos
con una pistola calibre .22.
La esposa del senador, Ethel Kennedy, se lanzó contra Drew exigiéndole que
no tomara fotos de su marido. Drew tuvo la delicadeza de no fotografiar a la
mujer cuando lo insultaba.
LA CERCANÍA INALCANZABLE
Entre 1987 y el 2009, trabajé en el buró latinoamericano de The Associated
Press en Nueva York. A menos de diez metros de distancia, el fotógrafo Richard
Drew tenía su escritorio. Nunca me animé a entablar una conversación con ese
formidable personaje que ha asentado en Estados Unidos algunas de las imágenes
más inquietantes de las últimas cuatro décadas. Parte de ese lapso lo dediqué a
buscar, hasta el último papelito relacionado con los ataques del 11 de
septiembre de 2001, fecha inaugural del siglo veintiuno.
Richard Drew estaba siempre presente en el background. Pensaba escribir un libro de non fiction sobre el 9/11. Ya narré en otra parte cómo ese libro
nunca fue publicado, aunque el manuscrito tiene más de 300 páginas. En cambio,
gracias a la sugerencia, a la porfiada insistencia de mi editora, la profesora
Carmen Virginia Carrillo, terminó transformándose en la novela La región vacía, rebautizada como The Empty Region en la versión en
inglés. Y la novela surgió de la serena, aterradora imagen de The
Falling Man, atrapada por Drew.
Los ensayos no están urgidos necesariamente de un protagonista, o de una
imagen poderosa. Pero la novela es diferente. Un protagonista interesante, una
imagen perturbadora, ayudan a conquistar la curiosidad de los lectores. No creo
que nada supere la de The Falling Man. Posee,
además, una fascinación adicional: se ha convertido en la imagen oculta de ese
día aciago.
Si se revisan los periódicos y revistas de los días y semanas posteriores a
los ataques del 9/11, podrá verificarse que casi no hay fotos de muertos. Dos
mil setecientas cuarenta y nueve personas se convirtieron, como señalé en la
novela “en restos orgánicos y desaparecieron en un compuesto formado en partes
iguales por fibra de vidrio, plomo, papel, algodón, concreto, y combustible de
aviación”. Sin embargo, excepto por The
Falling Man, y por algunas fotografías de varias personas lanzándose al
unísono desde una de las torres incendiadas, hubo gran pudor en exponer
cadáveres. Apenas fue exhibida la foto de una mano ensangrentada surgiendo del
lodo.
Los periódicos y revistas, tal vez atendiendo al clamor del público,
optaron por exhibir las fotos tomadas desde gran distancia, con teleobjetivo. La
gigantesca carnicería adquirió una tonalidad surreal.
EL PRIMER DÍA DEL FIN DEL MUNDO
Esta es una fecha que pienso almacenar en mis recuerdos: 14 de noviembre de
2016. Finalmente, estoy sentado frente a Richard Drew, mi excompañero de
trabajo en The Associated Press. Finalmente
me animé a dialogar con Richard –sí, ahora estoy autorizado a llamarlo Richard–.
Estamos ahora en una cervecería de la calle 43 y la Octava Avenida. Trato de
superar la primera, embarazosa tarea: tomarle fotos a Richard para este
reportaje, mientras ruego que al menos una de ellas salga bien.
El 11 de septiembre de 2001, me dice Drew, comenzó con un assignment para fotografiar un desfile
de modas. “Las dos semanas anteriores había cubierto en Queens el Abierto de
Tenis de Estados Unidos. Fashion Week,
la semana de la moda, se iniciaba justamente ese 11 de septiembre en Bryant
Park, detrás de la Biblioteca de Nueva York, en la calle 42 y la sexta Avenida.
Era una exhibición de ropas de maternidad. Antes de comenzar el desfile, fui a
los camerinos, para observar los preparativos. En esa ocasión, las modelos
estaban realmente embarazadas. Bueno tomé algunas fotografías, y me acerqué
para saludar a un camarógrafo de la red CNN.
En ese momento le comunicaron por teléfono que se había registrado una
explosión en The World Trade Center.
Me quedé sorprendido. ¿Podía confirmarlo? Me dijo: ´Espera un segundo… No,
ahora me dicen que un avión se estrelló contra el World Trade Center´. Casi de manera simultánea, mi teléfono celular
comenzó a sonar. Era Barbara Woike, mi supervisora en The Associated Press. Confirmó que un avión se había estrellado
contra una de las torres gemelas. Me pidió que me olvidara del desfile de
modas, que fuese a cubrir la historia. Caminé una cuadra hasta Times Square, y me subí a un subterráneo
expreso, creo que el dos, o el tres. Era el único pasajero. Me bajé en la
estación de Chambers Street. Las dos
torres estaban ardiendo. Mientras viajaba en el subterráneo, el segundo avión
se estrelló contra la torre Sur. Ese 11 de septiembre era un día muy soleado,
brillante. El viento soplaba de oeste a este, en dirección a Brooklyn. No
quería que el viento me aislara en el humo. Por lo tanto, me dirigí a The Financial Center. De esa manera,
podría fotografiar The World Trade Center
sin ser afectado por el humo.
“Me acerqué a uno de los policías. Me dijo que había estado en el lugar mucho
antes de los ataques. El segundo avión que se estrelló contra la torre Sur era ´A fucking 767´”. (El avión de United Airlines, vuelo 175, era un
Boeing 767 que partió del aeropuerto Logan de Boston rumbo a Los Ángeles, y fue
desviado hacia Nueva York. Se estrelló contra la Torre Sur a las 9:03 de la
mañana).
“Poco después, una mujer que estaba con una cuadrilla de rescate, gritó: ´¡Mi
Dios, vean lo que está ocurriendo!´ Alzamos la vista y vimos que varias
personas estaban cayendo desde las torres. Tomé mi cámara, y empecé a tomar
fotografías de esas personas. Entre ellas estaba The Falling Man. Las fotos de esas personas están en nuestros
archivos, pero no creo que hayan sido publicadas. Pues The Falling Man tiene cierto talante muy especial que lo destaca. En
la foto muestra una gran serenidad. No se trata de esas imágenes que estamos
acostumbrados a ver, de personas que reciben un balazo en la cabeza, o quedan atrapadas
en un incendio, o mueren en un accidente automovilístico. Sí, es un hombre
cayendo, pero todavía sigue con vida”.
Drew dijo que no pudo ver el cadáver. “Pero sí pude escuchar el ruido que
hacían lo cuerpos cuando se estrellaban contra el asfalto. Sí, pude
escucharlo”.
Escasos minutos más tarde, “escuché otro ruido, como el de una avalancha de
piedras. Vi que se desprendía una parte de la fachada de la Torre Sur. Casi de
inmediato, todo el edificio se derrumbó. Logré registrar el colapso de esa
torre. No pude seguir tomando fotos. El
conductor de una ambulancia me tomó por el brazo y me dijo que tenía que
irme. Mientras caminaba, tomé
fotografías de personas que se alejaban de la zona. Todas ellas estaban
cubiertas de un polvo blanco, como si les hubiera caído nieve encima. Los
policías intentaban despejar el área. La Torre Norte seguía en pie. Eludí a varios
policías ocultándome en una pequeña plaza donde había algunos árboles. Las
últimas fotografías que tomé fueron de la Torre Norte cuando se abrió como un
gigantesco hongo, y se derrumbó. En ese preciso instante, decidí que debía
irme”.
Drew caminó unas cincuenta cuadras hasta llegar a las oficinas de The Associated Press. Todo estaba
paralizado. No había trenes, subterráneos ni autobuses circulando.
En The Associated Press los staffers estaban trabajando en silencio,
con gran serenidad, sin mirar otra cosa que las pantallas de sus computadoras.
Como background podían escuchar las
voces de locutores de CNN informando
de la catástrofe desde gigantescos monitores fijados al cielorraso.
Drew se dirigió a la sección de fotografía, e insertó el disco compacto de
su cámara digital en su laptop. Recién
en ese momento pudo revisar las fotografías y tropezar, por primera vez, cn la
imagen de The Falling Man.
“That was such a powerful image” (esa fue
una imagen tan poderosa), debió reconocer). Especialmente por su simetría. Por
lo tanto, elegimos esa fotografía para enviarla a los medios periodísticos. Yo
había tomado una secuencia de la caída, diez, o doce imágenes, pero solo ese frame tenía gran armonía. En otras
imágenes, un aspecto digamos desmañado.
No fotografié la muerte de ese hombre. Solo capturé la última parte de su
vida”.
CLOSURE
Hay varios episodios de esa jornada que Drew no puede recordar. “Por ejemplo, cómo hice para regresar esa
noche a mi hogar. No había medios de transporte. Pero sí recuerdo que uno de
nuestros fotógrafos, que vivía en New Jersey, y no pudo volver a su hogar, pues
todos los puentes entre New York y New Jersey estaban clausurados, durmió esa
noche en mi apartamento. ¿Y de qué hablamos? Mi esposa recuerda que hablamos de
todo. Pero no hubo una sola mención a lo ocurrido en The World Trade Center. Conversamos varias horas sobre fotografía,
sobre distintos tipos de lentes, discutimos diferentes técnicas. La jornada del
11 de septiembre estuvo ausente del diálogo”.
Al cumplirse el décimo aniversario del ataque a las torres gemelas, un hombre apareció en la sede de The Associated Press y pidió hablar con Richard Drew. Había visto en un periódico la foto de una mujer cayendo de una de las torres. La foto era en blanco y negro. El hombre creyó reconocer la ropa que esa mujer vestía el día en que murió, pero no estaba seguro. La mujer era su novia. Estaban por casarse cuando irrumpió la tragedia.
Al cumplirse el décimo aniversario del ataque a las torres gemelas, un hombre apareció en la sede de The Associated Press y pidió hablar con Richard Drew. Había visto en un periódico la foto de una mujer cayendo de una de las torres. La foto era en blanco y negro. El hombre creyó reconocer la ropa que esa mujer vestía el día en que murió, pero no estaba seguro. La mujer era su novia. Estaban por casarse cuando irrumpió la tragedia.
Ambos revisaron ese día el archivo de The Associated Press con las fotos
tomadas ese día. Y ahí estaba, en colores, la foto de la mujer cayendo de una
de las torres. Los rasgos pertenecían a la novia del hombre. Y este sintió que
un capítulo se cerraba en su existencia. De cierta manera, esa clausura era una
liberación. Podía contemplar al menos la foto final de esa mujer con la que
había soñado una vida en pareja.
DESENLACES
Han transcurrido quince años de ese día que marcó la jornada inaugural del
siglo veintiuno. ¿Cómo lidió Richard Drew con las secuelas?
“Al principio fue muy difícil. Volví a Ground
Zero, el área de los ataques, el 12 y el 13 de septiembre. Pero me negué a
hacerlo el tercer día. Quería ir a cualquier otra parte. Fui a refugios donde
habían sido emplazadas familias que debieron abandonar sus hogares. Mientras
tomaba fotografías, sonó mi teléfono celular. Era mi hija Sophie, en ese
momento de tres años y medio de edad.
“Sophie me dijo: ´Papá, quería decirte que te quiero mucho´. Y eso me
entristeció. En esos días, había muchas personas que no volverían a oír a su
hija pequeña, o a ningún otro ser humano. Llamé a mi oficina, e informé que me
iba directo a mi casa. No podía hacer otra cosa que irme a mi casa. Mi supervisora
me dijo, con mucha gentileza, que sí, que entendía, que por supuesto.
“En ese momento descubrí todo lo que había deseado negar. Permanecí en el
apartamento con mi familia los dos días siguientes. Y fue muy importante. Esas cuarenta y ocho horas en mi apartamento,
rodeado de mi familia, sentí una gran paz, una enorme quietud”.
Richard Drew participó en las tareas cotidianas de la casa, preparó
desayunos, salió a caminar por la calle –vive en The Upper West Side de
Manhattan, cerca del Central Park–. Observó esa parte de la ciudad que no había
sido afectada por la catástrofe. Aunque seguramente en algunos edificios
residían personas cuyos familiares no retornarían a su hogar, ni volverían a
compartir un desayuno.
Drew no podía agotar la contemplación de su esposa, de Sophie. A veces, nuestros
seres queridos se asemejan a milagros. Generalmente recordamos sus sonrisas,
que en nada se parecen a las sonrisas de nuestros semejantes. A veces
compartimos sus angustias, que se convierten en las nuestras. Y además, poseen
un futuro, que anhelamos se prolongue muchos, muchos años más que el nuestro.
En algún momento, al observar sus presencias, me dijo Richard Drew, pensó
que algún día, ese 11 de septiembre podría convertirse en un mal recuerdo, pero
en recuerdo al fin. No estaría en medio de la multitud, que huía aterrada, no
estaba obligado a registrar imágenes que le exigía su deber de fotógrafo, pero
que era doloroso contemplar. “Y, lo más importante”, señaló, “sentí en mi
hogar, rodeado por mi familia, que podía empezar a sanar”.
Querido Mario: Qué buen artículo! Te felicito y solo puedo reafirmar lo formidable de esta historia, de este fotógrafo y de tu sensibilidad en esta historia. Felicidades de nuevo!
ResponderEliminarQuerida Guadalupe: me puso muy contento tu comentario. Creo que es uno de los reportajes que hice con más agrado, y con mayor admiración por el entrevistado. Para mí, poder hablar finalmente con Richard Drew, fue realmente un sueño hecho realidad. Richard ha sido el encubierto motor de la trama, del mismo modo en que la profesora Carmen Virginia Carrillo, mi editora en jefe, fue la que me ayudó a transformar un ensayo en una honorable obra de ficción.
EliminarCada uno tiene sus ídolos. Para mí Richard Drew es uno de los héroes de nuestro tiempo.Es un hombre que no teme observar cara a cara lo desagradable y lo horrendo. Al mismo tiempo, se conmueve por las desdichas que padecen sus fotografiados.
Gracias, nuevamente, mi querida amiga. Admiro tus libros, y considero "Miradas a la ciudad" un trabajo ejemplar sobre la gran narrativa de algunas de nuestras ciudades más emblemáticas. En cuanto a tu blog Nota a pie de página es sencillamente una joya. Está escrito con mucha inteligencia y gran ternura. ¡Te envío un gran abrazo!
Querido Mario tienes siempre el talento de imprimirle una dimensión tan humana en todos tus relatos como en tus novelas como en tus escritos. Con admiración e invariable afecto Diego Arria
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