jueves, 1 de septiembre de 2016

Dimitrios, entre el ataúd y la máscara: El relato de Eric Ambler que transformó la novela de espionaje


Mario Szichman


La novela de Eric Ambler A Coffin for Dimitrios, también titulada The Mask of Dimitrios, fue publicada en Londres en 1939, el mismo año en que apareció Rogue Male, de Geoffrey Household.
Fue un gran año para el thriller anglosajón. Curiosamente, ambas novelas fueron publicadas cuando Adolf Hitler ordenó la invasión de Polonia, que precedió a la segunda guerra mundial.  En tanto Rogue Male lidiaba directamente con el asesinato de Hitler, aunque Household no lo mencionaba en su narración –tampoco aludía a Alemania, sino a un país del centro de Europa– A Coffin for Dimitrios tenía como tema central la búsqueda de un misterioso personaje: Dimitrios Makropoulos, un narcotraficante y tratante de blancas, sospechoso de haber participado en dos asesinatos políticos.
Rogue Male es la historia del cazador cazado. Tras fracasar en el intento de asesinar a un poderoso jefe de estado, y sobrevivir a las torturas infligidas en cautiverio, el protagonista logra huir y empieza a ser perseguido por los servicios de inteligencia de esa nación de Europa central. Household hizo maravillas con esa historia que podría caber perfectamente en un cuento corto. Entre otras cosas, logró enunciar una filosofía antifascista, demostrando las razones por las cuales un hombre, sin importar si tiene seguidores, debe enfrentar el Mal, asumir el coraje de eliminarlo, y someterse a las secuelas del magnicidio. Es una tragedia clásica, sin distracciones.
A Coffin for Dimitrios es lo contrario de una tragedia. Según lo señala Ambler ya en la primera frase del libro, “Un francés llamado Chamfort dijo, en cierta ocasión, que la ocasión es el sobrenombre que asignamos a la palabra providencia”.  Y el escritor va a demostrarlo con el ejemplo de Dimitrios Makropoulos.
Eric Ambler
“El hecho de que un hombre como Latimer se haya enterado de la existencia de un hombre como Dimitrios”, dice Ambler, “es de por sí grotesco. Que haya visto en realidad el cadáver de Dimitrios, y haya pasado semanas investigando la sombría historia de esa figura, haya salvado su vida gracias al raro gusto de un criminal por la decoración de interiores, lleva la cuestión al absurdo”.
Obviamente, no se trata del thriller que acostumbramos a leer. Y a medida que avanzamos en la narración, descubrimos que Ambler no solo altera las convenciones del género, sino los roles del protagonista y de las personas que entrevista para descubrir la historia de Dimitrios.
En primer lugar, tenemos el trágico background histórico. Charles Latimer, protagonista de la novela, es un profesor universitario que aburrido de su profesión, decide escribir novelas policiales, alcanzando cierto éxito que le permite vivir de sus obras. Cuando el otoño londinense comienza a afectar su buen humor, decide hacer un viaje a Grecia, buscando un clima más cálido. A punto de regresar, decide postergar algunos días su retorno a Gran Bretaña, y visitar Turquía, donde tiene algunos amigos.
En el curso de una fiesta a la que es invitado por una millonaria, la señora Chávez,  “una mujer turca muy bella, que se casó y divorció exitosamente de un rico comerciante en carnes de Argentina”, Latimer conoce al coronel Haki, uno de los personajes más siniestros, mejor dibujados, de la ficción de espionaje. Se murmura que Haki tiene una alta posición en la policía secreta turca. Y en la época en que transcurre el relato, comienzos de la década del treinta del siglo pasado, el presente turco es bastante ominoso. Han pasado escasos años desde el genocidio armenio y las matanzas de griegos registradas entre 1915 y fines de la primera guerra mundial. Un coronel turco como Haki no necesita mayor introducción para hacerse temible desde la primera escena.  (Pienso que sólo el actor Ben Kingsley podría interpretar al coronel, con su mezcla de cordial amabilidad y su veta de sadismo, tal como lo hizo en el filme Sexy Beast).
Las páginas que Ambler dedica a las matanzas registradas en la Gran Guerra son de gran literatura, sus imágenes sucintas e inolvidables,  similares a la retirada de Caporetto detallada por Ernest Hemingway en A Farewell to Arms.
El coronel Haki es el primero de los personajes que obliga a reconsiderar el papel del profesor Latimer. Ambler cuenta con un ingenioso recurso. Primero está la opinión de Latimer sobre un personaje, generalmente desdeñosa. Luego, el personaje demuestra que es más astuto que Latimer, y el profesor queda como un farfullante aficionado. Pero, lejos de desdeñarlo, comenzamos a admirar a Latimer. Tal vez sus interlocutores y contrincantes son más astutos, pero son seres de una sola pieza. En cambio Latimer, pese a sus vacilaciones y torpezas, sabe aprovechar de sus errores, y logra así progresar en su investigación, demostrando que el amateur puede convertirse en un profesional, no solo con su escritura, sino aprendiendo de los desafíos que está obligado a enfrentar.
Cuando Latimer conoce al coronel Haki, éste le confiesa su admiración por la narrativa policial. De inmediato Latimer adquiere un tono condescendiente,  que se incrementa una vez Haki, tras demostrar su obsecuente admiración por el narrador, admite que ha pensado en una trama para una novela policial. Obviamente, la trama es trillada, los personajes simples marionetas. El placer de Haki en explicar el argumento, lo exhibe como un ser de escasas luces. El título de la potencial novela es The Clue of the Bloodstained Will,
La clave del testamento manchado de sangre, y cuenta con las acostumbradas convenciones del policial de Agatha Christie, incluido el lacayo que descubre el cadáver de su amo con un balazo en su sien, y un nuevo protocolo manchado de sangre, que cambia el nombre del beneficiario de su fortuna.
Latimer no tiene mucho tiempo para burlarse de las aspiraciones narrativas del coronel. Mientras aguarda en el despacho del funcionario a que le entreguen una copia de la trama, un policía le informa a Haki que han hallado el cadáver de un hombre llamado Dimitrios, un asesino, rufián, y narcotraficante.
El insignificante Haki se transmuta en un eficiente, enérgico, astuto investigador. Toda su untuosa amabilidad ha desaparecido. Invita a Latimer a que lo acompañe a la morgue donde yace Dimitrios, y es el turno de Latimer de exhibir su torpeza, su ignorancia de los procedimientos policiales.
Pero la figura de Dimitrios lo fascina, quiere saber más de ese personaje que ha presenciado las matanzas de Salónica, ha huido de la policía turca, y ha sufrido misteriosas transformaciones,  en distintas capitales de Europa.
¿Qué es lo que conduce Latimer a esa búsqueda? Él mismo admite que no puede incorporar a Dimitrios como personaje de alguna de sus novelas. O, al menos, de las novelas que acostumbra escribir.
El desacuerdo entre la idea de narración de Latimer, y la realidad de un mundo que desconoce, y también lo repele, es el motor de una búsqueda que lo hace recorrer la mitad de Europa intentando descubrir claves.
Muchas de las grandes narraciones contemporáneas parten de premisas que muy pocos escritores se animan a explorar. Y también de técnicas que en otros autores resultarían trilladas.
Buena parte de A Coffin for Dimitrios consiste en relatos de otras personas a las que Latimer conoce de casualidad, o porque han sido presentadas por conocidos. (Recordemos otra vez el comienzo de la novela: “Un francés llamado Chamfort dijo, en cierta ocasión, que la ocasión es el sobrenombre que aplicamos a la palabra providencia”). 
Lejos de desdeñar, tanto el autor como su protagonista, un recurso que parece marchito, los sucesivos relatos nos ofrecen invaluable información sobre Dimitrios y, al mismo tiempo, convierten a su figura en algo incomprensible. ¿Es Dimitrios de 1923 el mismo hombre que el de 1926, el de 1928, el de 1931? Su figura es tan multifacética, que abandona su carnalidad para convertirse en un mito. Los únicos rasgos que lo distinguen son su tenacidad, su desprecio por el otro, sin interesar su importancia, y su insistente crueldad.
A eso añade Ambler que cada relato está contado con una voz distinta. Los sucesivos narradores tienen sus propias intenciones, sus propias cuentas que saldar. Ninguno puede dar cuenta exacta del personaje. Es una manera original de hacer perdurar el suspenso.
Toda la historia de A Coffin for Dimitrios consiste en una serie de intentos frustrados. Es imposible conocer a Dimitrios, es difícil averiguar cuáles han sido exactamente sus crímenes, pues no hay un narrador omnisciente, solo personajes interesados en relatar su propia versión de eventos y, por supuesto, convertirse en héroes de la historia. Implícitamente, es también una discusión sobre el género que practica Ambler, y Latimer, su alter ego. 
Los personajes de A Coffin for Dimitrios le revelan a Latimer que quizás carecen de su inteligencia, o resultan ineficaces en áreas que carecen de su interés. Pero cuando se trata de su esfera de dominio, convierten al protagonista en un perfecto amateur.
Estamos muy lejos del James Bond de Ian Fleming, en realidad, una figura de historieta, y muy cerca de personajes de carne y hueso que podrían habitar tranquilamente cualquier gran novela.
Quizás los antihéroes de Ambler no son admirables, pero nadie puede dudar de su humanidad, de sus motivos, aunque a veces resulten impenetrables. Y especialmente, no hay un solo actor o actriz que sean utilizados para justifica una escena. (“¿Para qué sirvo?” le preguntaba Estragón a Vladimir en Esperando a Godot: “Para ofrecerme una réplica”, respondía Vladimir).
En última instancia, Ambler hace su apuesta concluyente al lector. Los personajes no son héroes de una sola pieza, o villanos sin absolución alguna. Son seres humanos. Y son los seres humanos, con sus imperfecciones, sus deseos, sus temores, y en ocasiones su desesperada valentía, quienes terminan siendo protagonistas de una historia.


James Bond leyendo A Conffin for Dimitrios       

Escribiendo en The Wall Street Journal,  Sara Weinman, experta en crime fiction, dijo que la virtud de Ambler fue “tomar a un hombre del montón, hacerlo descender en medio de eventos extraordinarios, emplazarlo en situaciones peligrosas, probar su coraje, y revelar su íntima capacidad para sobrevivir”.


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