Mario Szichman
“La conciencia moral de un ser humano
es la maldición que debe aceptar de los dioses
para conquistar de ellos su derecho a soñar”.
William Faulkner
En 1944, Maxwell Perkins, quizás el mejor editor literario norteamericano,
le dijo al crítico y poeta Malcom Cowley: “Faulkner
is finished,” Faulkner está acabado.
Perkins fue un editor de lujo. Sin él, no existiría The Great Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald, o novelas de otros
integrantes de The Lost Generation,
como Ernest Hemingway, o Tomas Wolfe. Es arduo imaginar que sin la presencia de
Perkins en la editorial Scribner´s,
hubiera remontado vuelo un narrador del Deep
South como Erskine Caldwell, autor de joyas como El camino del tabaco, La
chacrita de Dios, o El predicador
viajero.
(Hablé de Perkins en mi reseña: La tarea del editor es muy poco
gratificante… Y sin embargo ¿qué haríamos, sin ese personaje tan creador?
Perkins no representaba una minoría entre los críticos que aborrecían a
Faulkner. En el obituario que le dedicó The New York Times el 7 de julio de
1962, se acusó al escritor de mostrar “una obsesión con el homicidio, la
violación, el incesto, el suicidio, la codicia y una general perversión que
solo existe en la mente del autor, al menos en las proporciones que asumen sus
protagonistas en sus novelas y relatos”.
En el momento de la escueta evaluación de Perkins, William Faulkner tenía
46 años, había publicado dos libros de poesía, once novelas, dos colecciones de
relatos, y dos ciclos de narraciones: The
Unvanquished and Go Down, Moses. Entre
sus novelas figuraban The Sound and the
Fury, Sanctuary, Light in August, Absalom, Absalom, The Wild Palms, The Hamlet,
y As I Lay Dying. Cualquiera de ellas le hubiera conseguido el premio
Nóbel (Lo obtuvo cinco años más tarde).
El novelista André Malraux era uno de sus fervientes admiradores, y
contribuyó a difundirlo en Francia. Jean Paul Sartre era otro de sus
incansables fans. Y sin embargo, el
que se convertiría en el escritor más famoso de Estados Unidos, y maestro de
maestros a nivel mundial, estaba “finished”
en su tierra.
Por supuesto, Faulkner no era un escritor “fácil”. En la entrevista que le
hizo The Paris Review años después de
obtener el Premio Nobel, la escritora Jean Stein Vanden Heuvel le señaló:
“Algunas personas dicen que no pueden entender sus textos, inclusive después de
leerlos dos o tres veces. ¿Qué les sugiere?”
Faulkner respondió: “Que los lean cuatro veces”.
Pero Faulkner no es obscuro o enigmático. Al principio puede resultar
difícil. Sus frases son a veces muy largas. Su relato The Bear cuenta con uno de los párrafos más prolongados de la
literatura inglesa: se extiende durante treinta páginas. Y sin embargo, ese
relato es excepcional, y quien lo empieza a leer no puede abandonarlo.
(Hemingway lo consideraba el mejor cuento de Faulkner).
MIENTRAS AGONIZO
Faulkner escribió As I Lay Dying
“en seis semanas”, dijo en la entrevista de The
Paris Review. Para él, alinear las palabras en el texto fue “simplemente
una cuestión de acomodar ladrillos para que lucieran prolijos. Pues el escritor
conoce cada palabra hasta el final antes
de iniciar la escritura”.
Y eso, dijo Faulkner, ocurrió con As
I Lay Dying. “No fue fácil. Ninguna tarea honesta lo es. Ocurre que todo el
material estaba al alcance de la mano. Demoré exactamente seis semanas en mi
tiempo libre, durante un trabajo manual que me insumía doce horas diarias”. El
escritor se restringió a imaginar “a un grupo de personas, y las sometí a
simples catástrofes naturales, como son el desborde de agua y el incendio.
Además les brindé un simple motivo natural, con el propósito de orientar su
progreso”.
Esa descripción de Faulkner es tan absurda como considerar El viaje al fin de la noche, de Louis
Ferdinand Celine, la historia de un soldado que va a la guerra.
As I Lay Dying es una
gran novela del grotesco/gótico del sur de los Estados Unidos. Es cierto, la
historia es muy sencilla, y no miente ni siquiera en el título. Todo transcurre
en las pocas horas en que agoniza Addie Burden, en la manera en que reaccionan
los miembros de su familia ante su muerte, y en los eventos que se registran
para que su ataúd llegue al pueblo de Jefferson y pueda descansar en paz.
Ya el primer factor que choca como inverosímil es que el patriarca de la
familia se llame Anse Budren. El cercano parentesco de apellido con el de la
matriarca, Burden, es el primer alerta de que Faulkner está alejado de todo
realismo, e inmerso en la pura simbología. Pues Burden, en inglés, significa
carga, agobio.
Una de las obras maestras de la literatura anglosajona se titula Pilgrim´s Progress. El periódico The Guardian, de Londres, la ubica en
segundo lugar a nivel mundial, detrás de Don
Quijote. Esa alegoría cristiana, escrita por John Bunyan por la época en
que apareció Don Quijote, está repleta de nombres que informan de la naturaleza
de sus personajes. El protagonista se llama Christian, y es el epítome de un
buen cristiano. La tarea de Christian es abandonar La Ciudad de la Destrucción,
y llegar a la Ciudad Celestial, el
paraíso.
En el camino se cruza con seres como Obstinate,
quien se rehusa a acompañar a Christian en su viaje, y con Pliable, que como su nombre
lo indica, es flexible, influenciable, y por lo tanto, secundará al héroe en su
aventura.
Pilgrim´s Progress es tan
entretenido como un cuento de hadas. Y, como todo buen cuento de hadas, resulta
aterrador. Es inevitable que Faulkner, un sureño protestante, haya quedado
atraído por la magia y truculencia de esa narración.
Una tercera parte de la novela describe la agonía de Addie Burden. Tendida
en la cama, su única distracción en mirar por la ventana mientras Cash, su hijo
mayor, un carpintero, fabrica el ataúd en que reposará para siempre. La forma
en que Faulkner elabora esa escena anticipa el tono de tragedia y de salvaje
ironía que impregna toda la narración.
Tras la muerte de su madre, y su instalación en el ataúd, Cash, el
carpintero, descubre que la tapa de la cerrada urna está repleta de agujeros.
Ocurre que Vardaman, otro de los hijos de Addie Burden, se niega a aceptar que
su madre está muerta, y taladra numerosos agujeros en la tapa, para que pueda
respirar.
Cuando quitan la tapa del féretro, los familiares descubren que Vardaman
taladró dos agujeros en su rostro. ¿Dónde termina el horror y comienza la humanidad?
Faulkner nunca abandonaba el hilo de un relato. En otra escena, nos informa
que la matriarca de los Bundren ha sido colocada en el sarcófago de manera
invertida. ¿La razón? Que de esa manera, el cuerpo no aplastará el vestido de
novia que luce en su funeral. Además, parte del vestido ha sido utilizado para
fabricarle un velo que cubre su rostro y disimula los agujeros en su rostro
causados por el taladro que usó Vardaman.
Los personajes de Faulkner son tan grotescos como los de Erskine Caldwell,
aunque algo menos pobres. Son seres totalmente disfuncionales, de escasas
ambiciones. (El sueño de Anse Bundren, el patriarca, es obtener una flamante
dentadura postiza).
Transportar el ataúd de Addie Burden consume buena parte de la odisea. La
única ambición en la vida de esa mujer era ser enterrada entre sus familiares.
Una tormenta destruye los puentes de madera por donde los Bundren tienen
que cruzar. Pasan otro día completo intentando encontrar un vado que les
permita cruzar. Ese día extra de viaje incluye la inmersión del ataúd en un
tramo del río. En esa ocasión es Jewel, otro de los hijos, el encargado de
rescatarlo de las aguas.
Son apenas parte de las aventuras que abruman a los Bundren en su peregrinaje.
Cada uno de los personajes padece indecibles percances. Anse Bundren es el único que obtiene algo de la odisea.
Además de una dentadura postiza, ha descubierto en el pueblo una mujer de la
que se enamora. En una de las escenas finales, el reciente viudo presenta a los
miembros de su familia la mujer que reemplazará a Addie.
Quizás Faulkner era difícil, pero sus relatos son incomparables por su tono
bíblico, por la manera en que desmenuzaba una tragedia, y siempre ofrecía
esperanzas. Lo hizo en The Sound and the
Fury, a través de la figura de Dilsey, la criada negra que es el barómetro
moral de una familia trastornada por el incesto. Lo hizo en Light in August, con esa adolescente
embarazada que emprende un largo trayecto para encontrar al padre de su vástago
y obligarlo a casarse antes de dar a luz. (Es una de las mejores novelas de
Faulkner, pues abundan los personajes capaces de dar clemencia). No hay novela
de Faulkner que decepcione, pues, en el fondo de todas ellas, existe la
filosofía personal del autor, cargada de compasión. Como señaló en una
entrevista, “siempre una madre ama más al hijo que se hace ladrón, o asesino,
que aquel que se convierte en sacerdote”.
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