Mario
Szichman
“What are you, anyway,” she
demanded. “Are you a preacher or a pimp?” (“De todas
maneras ¿Quién es usted?” la mujer exigió. “¿Un predicador, o un rufián?”)
Quien formula esa pregunta es Lorene, una prostituta, luego que Semon Dye,
un predicador viajero, le propone ganar dinero extra acostándose con su ex esposo
y con un amigo, en Journeyman, una de
las novelas más famosas y polémicas de Erskine Caldwell.
El narrador consiguió fama imperecedera, y decenas de millones de lectores
en Estados Unidos, con su trilogía Tobacco
Road (El camino del tabaco), God´s Little Acre (La chacrita de Dios), y Journeyman
(a veces traducida como El predicador
viajero), aunque esa fue una parte mínima de su producción.
Caldwell escribió 25 novelas, 150 relatos, 12 colecciones de ensayos, dos
autobiografías y dos libros para jóvenes lectores. Fue corresponsal durante la segunda guerra
mundial, y uno de los escasos reporteros que pudo ir a Ucrania, con permiso de
Joseph Stalin, para escribir sobre la devastación causada por el ejército nazi.
Journeyman puede
estar inspirada en su padre, un predicador presbiteriano. Pero la única parte
de semejanza entre el Semon Dye de su escandalosa novela, y la figura paterna,
es que su progenitor, Ira Sylvester Caldwell, debió desplazarse con su familia
por el sur de Estados Unidos, como parte de sus actividades religiosas.
Eso incluyó los estados de Florida, Virginia, Tennessee, y las dos
Carolinas. Finalmente, cuando Erskine Caldwell tenía 15 años de edad, la
familia se estableció en Wrens, Georgia.
Caldwell nació en 1903 en White Oak, Georgia y, como muchos escritores de
su generación, tuvo múltiples empleos antes de encontrar su verdadera vocación.
Trabajó en un buque de carga en el golfo de México, fue arrestado por violar
las leyes de vagancia en Bogalusa, Luisiana, fue empleado en una librería en Maine,
repartió leche en el estado de Washington, y almacenó cristalería en Wilkes-Barre,
Pensilvania. Pero su ambición era convertirse en el Theodore Dreiser de su
generación. (Aunque olvidado fuera de Estados Unidos, Dreiser sigue siendo un
referente indispensable de la literatura estadounidense, con obras como Sister Carrie, y An American Tragedy).
“Siempre supe qué era lo que deseaba escribir, y cuál sería el tema”,
señaló en una ocasión. “Quería describir personas que conocí, sus vidas reales,
la manera en que se movían y hablaban”.
Usando Maine como su base de operaciones, Caldwell comenzó a escribir un
relato por semana, un hábito en el que persistió toda su vida. (Falleció en
1987, a los 83 años de edad).
Aunque la mayoría de sus contrincantes literarios deseaban sintetizar The Jazz Age, e intentaban remedar a
Francis Scott Fitzgerald, Caldwell no se sentía cómodo entre los habitantes de
las grandes ciudades. Prefería recordar su infancia y adolescencia en los
estados sureños, especialmente la experiencia recopilada tras las andanzas de
su padre.
Tenía un oído extraordinario para capturar el diálogo de las regiones
rurales de Estados Unidos. A eso sumaba una sexualidad a lo Rabelais, y lo que
se ha dado por llamar “a barnyard humor,”
humor de corral.
Al principio, trató de ajustarse a los cánones literarios del norte de
Estados Unidos, mucho más urbano y sofisticado que el del sur. Pero era obvio
que los ingredientes más notorios de sus textos apuntaban hacia el grotesco.
Quien salvó su talento fue Maxwell Perkins, el editor de editores del cual
hemos hablado en otras ocasiones, y cuyo mayor hallazgo fue Scott Fitzgerald. En
su privilegiada posición en la editorial Scribner's, Perkins hizo una gran
apuesta con Caldwell, señalándole que The
Deep South, el mismo que había nutrido a William Faulkner, era un
territorio más fértil. Caldwell abandonó la novela que transcurría en Maine
(fue publicada décadas más tarde, en 1952, como A Lamp for Nightfall), y
decidió sumergirse en aquello que el crítico W. J. Cash calificó de “el ideal
salvaje” del sur de Estados Unidos.
Para refrescar sus vivencias, el escritor hizo un recorrido por zonas
rurales de Georgia, y tomó apuntes sobre granjeros, jugadores, prostitutas y
madres enfermas de pelagra.
Nadie describió la fenomenal pobreza de The
Deep South con el humor y la compasión de Caldwell. Sus personajes son
pecadores, pero enaltecidos por su decisión de negarse a reconocer su derrota.
Y Journeyman, el predicador viajero,
es uno de sus más famosos ejemplos.
EL PECADO
ORIGINAL
Cuando Semon Dye llega a una localidad de Georgia, sus objetivos son ganar
dinero usando dados cargados, acostarse con la mayor cantidad de mujeres
posibles, y violar la mayoría de los Diez Mandamientos. Pero hay una carga de
fanatismo, una genuina necesidad de salvación, que convierte al predicador
viajero en una figura trágica. Racista hasta la médula, Semon desprecia a los
negros, aunque desea dormir con sus mujeres, y explora todas las posibilidades
destinadas a estafar al prójimo. No se trata de un Tartufo. Es violento,
impetuoso, y cuando no puede imponer su voluntad, simplemente saca su revólver,
y amenaza a sus potenciales feligreses.
Y pese a eso, algo de su despreciable humanidad está animada por el fuego
sagrado. Y sus interlocutores, ignorantes, sin acendradas normas morales, hundidos
en la pobreza cotidiana, demuestran ciertas cualidades que resultan al
principio difíciles de discernir. Temen a la violencia, pero disfrutan de la
lealtad. Son seres humanos que creen en la honradez, en la amistad, en la
palabra empeñada. Y las relaciones entre hombres y mujeres exhiben una gran
sutileza.
Si la palabra ribaldry, impudor,
no existiese, seguramente Caldwell la hubiera inventado. Es su manera de
mostrar, en su extraordinaria trilogía, seres paupérrimos dispuestos a proteger
su dignidad, en medio de la hostil naturaleza de The Deep South.
Aunque el humor rabelesiano predomina en los textos más famosos de
Caldwell, no es procaz, solo realista. No hay obscenidad, o “malas palabras”.
Hay sugerencia de actos sexuales, pero nada gráfico. Y no impera la degradación.
Caldwell nos muestra en Journeyman
a una prostituta, Lorene, desesperada por salvar a su hijo enfermo. Ella es en
primer lugar una madre. Y sus relaciones con otros hombres son simplemente
transacciones comerciales.
Cuando se enamora del predicador, lo hace de igual a igual. En realidad, es
difícil encontrar un personaje depravado en las novelas de Caldwell.
El narrador tenía además, una cualidad poética. En uno de los últimos capítulos de la novela, el predicador, junto
con dos granjeros a los que desplumó de sus ahorros, sube a la parte superior
de un establo, para turnarse en la contemplación de una grieta en una de las
tapias. No hay nada interesante del otro lado de las tapias, apenas un bosque.
Pese a ello, los tres se relevan espiando ese bosque. Más allá del
simbolismo –¿Qué más puede representar esa grieta en una de las tapias, sino el
sexo de una mujer?-- existe una especie de fervor místico. También el escamoteo
puede significar el hallazgo de algo celestial. Es imposible no sorprenderse y
congratularse ante esa escena. De repente, es como si esos seres humanos
asistieran a una revelación divina.
La novela culmina con un sermón de Semon Dye, atendido por todo el pueblo
en una escuela. Al principio Semon tiene como única intención que sus diáconos
pidan contribuciones a los asistentes, a fin de alzarse con dinero extra. Pero
luego, la reunión se convierte en una especie de exorcismo de los pecados,
reales, o imaginarios, de los habitantes del lugar. Y Semon no puede mantener
una mirada objetiva y cínica. Se hunde en la humildad de la confesión, comparte
las culpas de sus feligreses. Es Lorene, su amante, quien asume una mirada
clínica, hundiendo al predicador en la desesperación.
Algunas páginas previas al final, Lorene le pregunta a Semon: “¿Cuál va a
ser el tema de su sermón?” Y Semon, el estafador, jugador, pecador por
excelencia, responde:
“Hablaré de los
pecados. Siempre mi sermón es sobre los pecados. No hay nada que la gente pueda
soportar por mucho tiempo como el pecado. Cuando abundan los pecados, cuando
los pecados son más vergonzosos, más
dispuesta está la gente a escuchar un sermón. Me gusta predicar sobre cosas que
la gente desea oír. He descubierto el tema que las personas están más
dispuestas a oír: el pecado. Y yo lo ofrezco”.
Hay otra novela sobre el mismo tema: Elmer
Gantry, de Sinclair Lewis. Pero Lewis era un racionalista. No se engañaba
sobre las mentiras y triquiñuelas de Elmer Gantry. En cambio Caldwell nunca
estaba por encima de sus personajes. Tenía una extraña ingenuidad, apuntalada
por la creencia de que sus criaturas literarias estaban expresando una verdad,
aunque valiéndose de métodos ineficaces. Semon Dye es mucho más falible que
Elmer Gantry. Pero su actitud, su consternación, demuestran que está sumido en
la tragedia. El predicador viajero se asoma a misterios que un racionalista
como Sinclair Lewis hubiera sido incapaz de comprender.
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