miércoles, 21 de septiembre de 2016

Journeyman, de Erskine Caldwell: El predicador viajero y su perversa carga de tragedia


Mario Szichman



“What are you, anyway,” she demanded. “Are you a preacher or a pimp?” (“De todas maneras ¿Quién es usted?” la mujer exigió. “¿Un predicador, o un rufián?”)
Quien formula esa pregunta es Lorene, una prostituta, luego que Semon Dye, un predicador viajero, le propone ganar dinero extra acostándose con su ex esposo y con un amigo, en Journeyman, una de las novelas más famosas y polémicas de Erskine Caldwell.
El narrador consiguió fama imperecedera, y decenas de millones de lectores en Estados Unidos, con su trilogía Tobacco Road (El camino del tabaco), God´s Little Acre (La chacrita de Dios), y Journeyman (a veces traducida como El predicador viajero), aunque esa fue una parte mínima de su producción.

Caldwell escribió 25 novelas, 150 relatos, 12 colecciones de ensayos, dos autobiografías y dos libros para jóvenes lectores.  Fue corresponsal durante la segunda guerra mundial, y uno de los escasos reporteros que pudo ir a Ucrania, con permiso de Joseph Stalin, para escribir sobre la devastación causada por el ejército nazi.
Journeyman puede estar inspirada en su padre, un predicador presbiteriano. Pero la única parte de semejanza entre el Semon Dye de su escandalosa novela, y la figura paterna, es que su progenitor, Ira Sylvester Caldwell, debió desplazarse con su familia por el sur de Estados Unidos, como parte de sus actividades religiosas.
Eso incluyó los estados de Florida, Virginia, Tennessee, y las dos Carolinas. Finalmente, cuando Erskine Caldwell tenía 15 años de edad, la familia se estableció en Wrens, Georgia.
Caldwell nació en 1903 en White Oak, Georgia y, como muchos escritores de su generación, tuvo múltiples empleos antes de encontrar su verdadera vocación. Trabajó en un buque de carga en el golfo de México, fue arrestado por violar las leyes de vagancia en Bogalusa, Luisiana, fue empleado en una librería en Maine, repartió leche en el estado de Washington, y almacenó cristalería en Wilkes-Barre, Pensilvania. Pero su ambición era convertirse en el Theodore Dreiser de su generación. (Aunque olvidado fuera de Estados Unidos, Dreiser sigue siendo un referente indispensable de la literatura estadounidense, con obras como Sister Carrie, y An American Tragedy).
“Siempre supe qué era lo que deseaba escribir, y cuál sería el tema”, señaló en una ocasión. “Quería describir personas que conocí, sus vidas reales, la manera en que se movían y hablaban”.
Usando Maine como su base de operaciones, Caldwell comenzó a escribir un relato por semana, un hábito en el que persistió toda su vida. (Falleció en 1987, a los 83 años de edad).
Aunque la mayoría de sus contrincantes literarios deseaban sintetizar The Jazz Age, e intentaban remedar a Francis Scott Fitzgerald, Caldwell no se sentía cómodo entre los habitantes de las grandes ciudades. Prefería recordar su infancia y adolescencia en los estados sureños, especialmente la experiencia recopilada tras las andanzas de su padre.
Tenía un oído extraordinario para capturar el diálogo de las regiones rurales de Estados Unidos. A eso sumaba una sexualidad a lo Rabelais, y lo que se ha dado por llamar “a barnyard humor,” humor de corral.
Al principio, trató de ajustarse a los cánones literarios del norte de Estados Unidos, mucho más urbano y sofisticado que el del sur. Pero era obvio que los ingredientes más notorios de sus textos apuntaban hacia el grotesco.
Quien salvó su talento fue Maxwell Perkins, el editor de editores del cual hemos hablado en otras ocasiones, y cuyo mayor hallazgo fue Scott Fitzgerald. En su privilegiada posición en la editorial Scribner's, Perkins hizo una gran apuesta con Caldwell, señalándole que The Deep South, el mismo que había nutrido a William Faulkner, era un territorio más fértil. Caldwell abandonó la novela que transcurría en Maine (fue publicada décadas más tarde, en 1952, como A Lamp for Nightfall), y decidió sumergirse en aquello que el crítico W. J. Cash calificó de “el ideal salvaje” del sur de Estados Unidos.
Para refrescar sus vivencias, el escritor hizo un recorrido por zonas rurales de Georgia, y tomó apuntes sobre granjeros, jugadores, prostitutas y madres enfermas de pelagra.
Nadie describió la fenomenal pobreza de The Deep South con el humor y la compasión de Caldwell. Sus personajes son pecadores, pero enaltecidos por su decisión de negarse a reconocer su derrota. Y Journeyman, el predicador viajero, es uno de sus más famosos ejemplos.

EL PECADO ORIGINAL

Cuando Semon Dye llega a una localidad de Georgia, sus objetivos son ganar dinero usando dados cargados, acostarse con la mayor cantidad de mujeres posibles, y violar la mayoría de los Diez Mandamientos. Pero hay una carga de fanatismo, una genuina necesidad de salvación, que convierte al predicador viajero en una figura trágica. Racista hasta la médula, Semon desprecia a los negros, aunque desea dormir con sus mujeres, y explora todas las posibilidades destinadas a estafar al prójimo. No se trata de un Tartufo. Es violento, impetuoso, y cuando no puede imponer su voluntad, simplemente saca su revólver, y amenaza a sus potenciales feligreses.
Y pese a eso, algo de su despreciable humanidad está animada por el fuego sagrado. Y sus interlocutores, ignorantes, sin acendradas normas morales, hundidos en la pobreza cotidiana, demuestran ciertas cualidades que resultan al principio difíciles de discernir. Temen a la violencia, pero disfrutan de la lealtad. Son seres humanos que creen en la honradez, en la amistad, en la palabra empeñada. Y las relaciones entre hombres y mujeres exhiben una gran sutileza.
Si la palabra ribaldry, impudor, no existiese, seguramente Caldwell la hubiera inventado. Es su manera de mostrar, en su extraordinaria trilogía, seres paupérrimos dispuestos a proteger su dignidad, en medio de la hostil naturaleza de The Deep South.
Aunque el humor rabelesiano predomina en los textos más famosos de Caldwell, no es procaz, solo realista. No hay obscenidad, o “malas palabras”. Hay sugerencia de actos sexuales, pero nada gráfico. Y no impera la degradación.
Caldwell nos muestra en Journeyman a una prostituta, Lorene, desesperada por salvar a su hijo enfermo. Ella es en primer lugar una madre. Y sus relaciones con otros hombres son simplemente transacciones comerciales.  
Cuando se enamora del predicador, lo hace de igual a igual. En realidad, es difícil encontrar un personaje depravado en las novelas de Caldwell.
El narrador tenía además, una cualidad poética. En uno de los últimos  capítulos de la novela, el predicador, junto con dos granjeros a los que desplumó de sus ahorros, sube a la parte superior de un establo, para turnarse en la contemplación de una grieta en una de las tapias. No hay nada interesante del otro lado de las tapias, apenas un bosque.
Pese a ello, los tres se relevan espiando ese bosque. Más allá del simbolismo –¿Qué más puede representar esa grieta en una de las tapias, sino el sexo de una mujer?-- existe una especie de fervor místico. También el escamoteo puede significar el hallazgo de algo celestial. Es imposible no sorprenderse y congratularse ante esa escena. De repente, es como si esos seres humanos asistieran a una revelación divina.
La novela culmina con un sermón de Semon Dye, atendido por todo el pueblo en una escuela. Al principio Semon tiene como única intención que sus diáconos pidan contribuciones a los asistentes, a fin de alzarse con dinero extra. Pero luego, la reunión se convierte en una especie de exorcismo de los pecados, reales, o imaginarios, de los habitantes del lugar. Y Semon no puede mantener una mirada objetiva y cínica. Se hunde en la humildad de la confesión, comparte las culpas de sus feligreses. Es Lorene, su amante, quien asume una mirada clínica, hundiendo al predicador en la desesperación.
Algunas páginas previas al final, Lorene le pregunta a Semon: “¿Cuál va a ser el tema de su sermón?” Y Semon, el estafador, jugador, pecador por excelencia, responde:
“Hablaré de los pecados. Siempre mi sermón es sobre los pecados. No hay nada que la gente pueda soportar por mucho tiempo como el pecado. Cuando abundan los pecados, cuando los pecados son más vergonzosos,  más dispuesta está la gente a escuchar un sermón. Me gusta predicar sobre cosas que la gente desea oír. He descubierto el tema que las personas están más dispuestas a oír: el pecado. Y yo lo ofrezco”.

Hay otra novela sobre el mismo tema: Elmer Gantry, de Sinclair Lewis. Pero Lewis era un racionalista. No se engañaba sobre las mentiras y triquiñuelas de Elmer Gantry. En cambio Caldwell nunca estaba por encima de sus personajes. Tenía una extraña ingenuidad, apuntalada por la creencia de que sus criaturas literarias estaban expresando una verdad, aunque valiéndose de métodos ineficaces. Semon Dye es mucho más falible que Elmer Gantry. Pero su actitud, su consternación, demuestran que está sumido en la tragedia. El predicador viajero se asoma a misterios que un racionalista como Sinclair Lewis hubiera sido incapaz de comprender.

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