Mario Szichman
Karel Capek (1890–1938) fue uno de los más importantes intelectuales checos
entre la primera y la segunda guerra mundial. Dramaturgo, ensayista, crítico
literario, fotógrafo, su fama perdurable se concentra en la novela de ciencia
ficción La guerra de las salamandras,
y en la obra teatral R.U.R., que
introdujo al mundo la palabra robot.
Fue nominado siete veces para el Premio Nóbel de Literatura (nunca lo
obtuvo), y su legado literario solo ha sido superado por su compatriota Franz
Kafka.
Un librepensador que abominaba de extremismos, Capek tuvo el incómodo
orgullo de figurar en la lista de futuros fusilados por el nazismo. (Ocupaba el
segundo lugar). Falleció muy joven, a los 48 años de edad, poco antes de la
invasión de Checoslovaquia por las tropas del Tercer Reich, y se ahorró el
destino de su hermano Josef, con el que colaboró en narraciones y en obras de
teatro. Josef murió en un campo de concentración.
Al observar el surgimiento del nazismo, Capek señaló su estupor por la
manera en que “toda una nación había accedido, de manera espiritual, a creer en
el animalismo, en la raza, y en otras tonterías semejantes”.
El narrador decía que esas “necedades” podían atribuirse a fallas para
defender los verdaderos principios de la vida intelectual: “Los intelectuales
(alemanes) han cometido una traición colosal”, indicaba. “En cada lugar donde
se comete violencia contra la humanidad cultural, encontramos intelectuales que
se unen para perpetrarla en masa. Y lo que es peor, esgrimiendo justificaciones
ideológicas”.
Para enfrentar tal perfidia, proponía Capek, la única respuesta consciente
era “no traicionar nuestra disciplina espiritual. No negar, bajo circunstancia
alguna, bajo presión alguna, el espíritu desaforado y sabio”.
Al final de su vida, una vida que posiblemente se acortó a raíz de las
angustias generadas por esa raza superior que tenía a Hitler como líder, Capek
escribió sus “cuentos apócrifos”, donde se encargó de reescribir escenas
históricas.
En su último cuento, que bien podría ser su epitafio, Capek urdió un
diálogo entre Arquímedes y un soldado romano que había participado en la
conquista de Siracusa. El soldado intentaba persuadir a Arquímedes de que
utilizara sus conocimientos científicos a fin de ayudar a los romanos a
conquistar el mundo.
La respuesta de Arquímedes era la siguiente: “¡Ah, el mundo! Por favor, no
se ofenda, pero estoy haciendo algo mucho más importante. Algo más perdurable.
Se trata de un método para calcular el área del sector de un círculo”.
Como indicaba un crítico en The Times
Literary Supplement, la siguiente, y última frase de la historia, era ésta:
“Se ha informado que el erudito Arquímedes falleció debido a un accidente”.
VALKA S MLOKY
La guerra de las salamandras (en
checo Valka s mloky), es la historia
de las relaciones entre el ser humano y una nueva especie de humildes, casi
obsecuentes anfibios bípedos.
Las salamandras que descubre el capitán holandés J. van Toch en Sumatra son
seres muy sumisos. Con un poco de entrenamiento, saben cómo extraer perlas de
moluscos. Pronto aprenden también idiomas, y a manejar herramientas. En poco tiempo,
empresarios de las principales naciones de la tierra convierten a las
salamandras en mano de obra esclava. Ignoran un inconveniente: al encontrar
territorio submarino más favorable, y un régimen de vida menos anárquico, las
salamandras comienzan a reproducirse a increíble velocidad, hasta superar a la
población humana. Es en ese momento cuando esos seres encuentran un líder
dispuesto a reivindicar sus derechos. En el estilo de Hitler, el líder exige
espacio vital para su pueblo.
La guerra de las salamandras es una
parodia de todos los géneros imaginables. Está el narrador omnisciente, el
registro exclusivamente documental, y el testimonio que aborda varios géneros.
Los científicos, los filósofos, los periodistas, los académicos, los
empresarios, aportan su cuota de sobria insensatez, a favor y en contra de las
propuestas esbozadas por el líder de las salamandras.
Aquello que distingue a las salamandras de otros pueblos inflamados por la
retórica de sus dirigentes es que carecen de estatus legal. Cuando las
salamandras pasan de las amenazas a los hechos, causando catastróficas
explosiones que comienzan a alterar el planeta, el primer problema que
confrontan sus enemigos es que esos animales no constituyen un estado, y
carecen de toda representación. De esa manera, el mundo se hunde en una
conflagración bélica excepcional. “Se trata de una curiosa guerra”, dice Capek.
“Inclusive es difícil calificarla de una guerra, pues no existe un estado que
represente a las salamandras. Nadie ha reconocido un gobierno de las
salamandras contra el cual pueda declararse una guerra formal”.
La novela también trabaja diferentes escenarios. Es una recopilación de los
distintos temas que elaboró Hollywood durante la década del treinta, desde la
codicia de las corporaciones, hasta el romance submarino, con una starlet ansiosa por aparecer en toda su
desnudez rodeada de salamandras ávidas por transformarla en su diosa.
Y después, está la parodia del discurso intelectual. Políticos,
empresarios, sacerdotes, comunistas, científicos, líderes obreros, racistas,
abogados, ofrecen sus elucubraciones sobre la manera de lidiar con los bípedos
anfibios.
Capek podía burlarse de todo y de todos, con suave ironía, pero también era
capaz de mostrar las corrientes subterráneas que amenazaban al individuo y a la
humanidad. Tres años antes de que Hitler iniciase su programa de exterminio de
judíos, gitanos, enfermos mentales y discapacitados, el novelista incluyó un
apócrifo informe de un científico alemán exponiendo la obligación de realizar experimentos mortíferos
con seres humanos. Algo que luego concretó el médico Josef Mengele en el campo
de concentración de Auschwitz cuando practicó operaciones de cambio de sexo,
creó hermanos siameses uniendo a gemelos por la cadera, o inyectó productos
químicos a quienes padecían de heterocroma del iris, logrando unificar el
color de los ojos. Mengele también prescindió de la anestesia en sus
intervenciones quirúrgicas.
En la novela de Capek, las salamandras conquistan finalmente la tierra,
anegan los continentes y son los seres humanos más privilegiados quienes logran
escapar del desastre huyendo hacia las montañas más altas.
Capek se anticipó en algunos años al filósofo y urbanista Leopold Kohr
quien en su libro The Breakdown of
Nations postuló la tesis de que Small
is beautiful, lo pequeño es hermoso. Una vez un pueblo o una nación
adquieren cierta cuota de poder, debido al número de sus habitantes y a la
complejidad de sus conocimientos tecnológicos, señalaba Kohr, el hambre de
poder y una conducta expansionista se desarrollan de manera casi espontánea. Grandes
sistemas requieren absorber enormes recursos para seguir funcionando.
La hipótesis de Kohr fue desarrollada durante la década del cuarenta del
siglo pasado, cuando las naciones imperiales de Occidente: Estados Unidos y
Gran Bretaña, más la Unión Soviética comandada por José Stalin, se enfrentaron
a las poderosas ambiciones de Alemania, Japón e Italia. Según Kohr: “Cada vez
que algo anda mal, es porque se trata de algo muy grande”.
Kohr daba el ejemplo del joven Wolfgang Amadeus Mozart. La pequeña ciudad
de Salzburgo pudo promover sus virtudes. Una metrópolis seguramente lo hubiera
ignorado.
“La enfermedad primordial de nuestra época”, dijo Kohr, “No es la fealdad,
la pobreza, el crimen o el abandono, sino la fealdad, la pobreza, el crimen y
el abandono derivados de las dimensiones, imposibles de sondear, del gigantismo
moderno, urbano y nacional”.
Capek precedió el pensamiento de Kohr, aunque fue su coetáneo. A través de
una sátira al principio amable, muy bien articulada, y posteriormente cada vez
más ominosa, mostró la facilidad con que una utopía puede transformarse en una
profecía aterradora.
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