domingo, 3 de julio de 2016

Zonas erógenas y cambios políticos


Mario Szichman





Para algunos venezolanos de clase media, y para su clase gobernante, Miami es la sucursal del cielo. Y es inevitable que cualquier novedad registrada en esa ciudad del estado de la Florida sea trend en Venezuela.
Como ya conté en un post anterior, viví en Miami con mi esposa, Laura, exactamente un año. Llegamos un 9 de noviembre de 2009, y huimos despavoridos un 9 de noviembre de 2010. Partimos hacia La Florida evadiendo una tormenta de nieve en Guttenberg, New Jersey, y estuvimos a punto de besar el suelo cuando retornamos a Guttenberg, New Jersey, en medio de otra tormenta de nieve –creo que acompañada de granizo. Hay que vivir en Miami, para creer que existe realmente ese lugar. Disipa la idea de que es apenas una alucinación.
The Miami Herald no es The New York Times o The Wall Street Journal, pero es un buen periódico. Y cuando se trata de informar sobre el crimen local, resulta insuperable. Siempre ha contado con excelentes reporteros y columnistas. Edna Buchanan es, realmente, The Queen of Crime, según dijo USA Today. Y Carl Hiaasen, uno de los mejores cultores de la novela policial emplazada en Miami, fue, o sigue siendo, un columnista del diario. Ellos nada inventan, aunque todo parece muy surrealista, especialmente cuando se trata de describir las malandanzas de la delincuencia mayamera.
Recuerdo que paseando por Miami Beach, quedé sorprendido al ver en varios comercios de venta de trajes de baño, o de ropa de mujer, maniquíes exhibiendo unas formas descomunales, como si hubieran sido sometidos a cirugía reconstructiva. Me acordé de Skin Tight una novela de Hiaasen, donde le hacían juicio a un cirujano plástico porque moldeaba senos tan duros que solían vaciar los ojos de amantes poco precavidos.
La decisión de Hiaasen de lidiar con el tema surgió a raíz de una serie de artículos periodísticos en que se denunciaban las chapuceras operaciones de muchos cirujanos, así como los daños que causaban.
Otro caza de coto de los cirujanos plásticos de Miami es la parte posterior de las mujeres. Muchas damas son perseguidas hasta en la vía pública a fin de que acepten someterse a rutinas presuntamente destinadas a embellecerlas. En agosto de 2010, The Miami Herald informó del arresto de una mujer, quien durante una conversación con una dama en la calle la convenció que debía mejorar la apariencia de su behind. La mujer detenida se hacía pasar por una doctora. Al parecer, el único propósito en la vida consistía en hacer felices a mujeres insatisfechas con su apariencia exterior.  
La cirugía de los buttocks es muy peligrosa. Un investigador del Departamento de Salud de Florida dijo al periódico que las substancias inyectadas para mejorar la forma de las nalgas incluyen no solo siliconas o Botox, sino también líquidos industriales, entre ellos Super glue y un aerosol cuyo propósito original es inflar neumáticos.  Las consecuencias pueden ser fatales. En el 2001, una mujer de Carol City murió debido a una de esas inyecciones. El hombre que la convenció de someterse a la operación fue a parar a una prisión en Carolina del Sur.
Como era inevitable, la práctica se trasladó a Caracas.
Hace tres años, cuando ya la crisis económica social y política de Venezuela era grave –empezaba a asomar la plaga del desabastecimiento que en la actualidad suele ocupar la primera plana de los diarios– The New York Times dedicó un extenso artículo, y parte de su primera plana, a reseñar la popularidad alcanzada por el embellecimiento de las zonas erógenas entre venezolanas de clase media.  
La crónica me interesó porque revelaba el costado de frivolidad que anima a una clase media en vías de extinción. En realidad, era una manifestación más de un fenómeno que aquejaba a la nación rebautizada en una época como Venezuela Saudita.
Cuando viví en Caracas durante la década del setenta, el diario El Nacional dedicaba algunas páginas de sociales a reseñar cumpleaños de perros. Y la clase media se endeudaba hasta las cejas para pagar religiosamente sus viajes a Miami. Algunos eran anuales y otros trimestrales, pero había también viajes mensuales y semanales. Ya conté en un post anterior que una de mis alumnas en una clase de literatura fue en cierta ocasión a Miami con su esposo a fin de comprar toallas para el baño. Cuando descubrió que las toallas no combinaban con el color de los azulejos, retornó a Miami y compró azulejos factibles de combinar con el color de las toallas.
Nadie pensaba en el ahorro o en el mañana. Venezuela era una especie de casino gigantesco donde no había perdedores –estoy hablando de la clase media y de la clase política, pues el setenta por ciento de la población estaba compuesta por gente pobre, con vastas dificultades para ganarse la vida.
Algunos visionarios, entre ellos Juan Pablo Pérez Alfonzo, quien fue ministro de Minas y uno de los fundadores de la OPEP, siempre alertaron que el petróleo era el excremento del diablo. Algún día, señalaban los pesimistas, los venezolanos descubrirían que el único juego aceptado en el casino sería la ruleta rusa.

UN CURIOSO IDEAL DE BELLEZA

En el artículo antes mencionado, el corresponsal trataba de explicar la obsesión por magnificar el cuerpo de la mujer venezolana. ¿Cuál era la necesidad de exaltarlo de manera casi obscena en un país famoso por sus reinas de belleza, que son la antítesis de las mujeres abultadas? Quizás en los gobiernos de la Cuarta República eso parecía normal. Pero en la Quinta República del primer comandante y luego comandante eterno, resultaba una anomalía. ¿Era posible tolerar ese despliegue de curvas en un régimen donde abundaban las primeras combatientes y las mujeres ministras que parecían sargentos de caballería? Un humorista dijo que era tal vez una consecuencia de la crisis. A medida que Venezuela se deslizaba por el despeñadero, algunos seres necesitaban sólidos trozos de carne a los cuales aferrarse.

UN FENÓMENO QUE SE RETROALIMENTA

Lejana está la época en que el ideal de belleza femenina para las venezolanas era un seno que podía abarcarse en la palma de la mano, según un decadente poeta francés del siglo diecinueve. En fecha más reciente, todo se ha hecho descomunal.
Es interesante comprobar cómo la exaltación de las zonas erógenas reconfigura la moda. La cola ha comenzado a mover al perro. No es que las mujeres observen un maniquí en una vidriera, descubran sus generosas formas, y reclamen similares medidas. No, los maniquíes, que en una época lucían escuetos y esbeltos, han comenzado a aggiornarse a las formas alcanzadas por las venezolanas en el quirófano.  
The New York Times citaba el ejemplo de Eliézer Álvarez, propietario de una fábrica de maniquíes en la ciudad de Valencia. Álvarez descubrió que sus ventas eran tan modestas como sus delgados maniquíes. Luego verificó la causa. Los maniquíes no seguían la artificial evolución corporal de muchas damas, por lo tanto, el artesano decidió acatar la tendencia inflacionaria –todo es inflación en Venezuela– y creó maniquíes siguiendo las formas diseñadas por los cirujanos plásticos.  
El resultado fue la creación de maniquíes con The New Look, caracterizados, dijo el diario, por “Pechos abultados y nalgas como vigas voladizas”, a los cuales se sumaba una cintura de avispa y largas piernas. (Esta última parte no la entiendo. ¿Existe una cirugía capaz de alargar las piernas?)
En definitiva, concluía el redactor, se trata de “una fantasía de fiberglass al estilo venezolano”.
Pero la fantasía funcionó para Álvarez y para varios de sus colegas. Las formas de los maniquíes adquirieron opulencia y las ventas se incrementaron. Curiosamente, al menos en la reseña periodística, no son los hombres quienes hablan maravillas de la nueva moda, sino las mujeres  ansiosas por imitarla.
Reina Parada, quien trabajaba en el taller de Álvarez, resumió el tipo de fantasías que despiertan esos maniquíes en las damas. “Cuando una mujer observa a otra con esas formas, dice: ´Guau, yo quiero ser como ella ´”.  
Tres años son mucho tiempo. En ese lapso no he vuelto a leer más crónicas sobre el negocio de las operaciones de cirugía reconstructiva en Caracas. Los periódicos de Estados Unidos o de Europa se concentran en el paulatino hundimiento de Venezuela, su constante caos, las protestas, la represión, el incremento en los asesinatos. ¿Siguen exhibiendo en tiendas de Caracas los maniquíes con The New Look? ¿Continúan almacenando los cirujanos plásticos crecidas sumas de dinero, en un país donde el internet se ha convertido en la farmacia virtual de personas desesperadas por obtener medicinas evaporadas de los estantes?   

Sería cuestión de indagar. Tal vez quienes todavía cuentan con dinero para mejorar su aspecto físico, lo hacen en Miami. Además, con una ventaja: si las intervenciones quirúrgicas traen complicaciones, siempre es posible entablar un litigio a los cirujanos que causan daños a los pacientes. En Venezuela, eso es imposible, pues se trata de un estado anómalo. “La ley es como el cuchillo”, decía el protagonista del poema Martín Fierro. “No ofende a quien la maneja”.  Por lo tanto, quien desee ver formas femeninas extravagantes, tal vez se vea obligado a viajar a Miami. Además, puede aprovechar y visitar las playas.

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