Mario Szichman
Para algunos venezolanos de clase media, y para su clase gobernante, Miami
es la sucursal del cielo. Y es inevitable que cualquier novedad registrada en
esa ciudad del estado de la Florida sea trend
en Venezuela.
Como ya conté en un post anterior, viví en Miami con mi esposa, Laura,
exactamente un año. Llegamos un 9 de noviembre de 2009, y huimos despavoridos
un 9 de noviembre de 2010. Partimos hacia La Florida evadiendo una tormenta de
nieve en Guttenberg, New Jersey, y estuvimos a punto de besar el suelo cuando
retornamos a Guttenberg, New Jersey, en medio de otra tormenta de nieve –creo
que acompañada de granizo. Hay que vivir en Miami, para creer que existe
realmente ese lugar. Disipa la idea de que es apenas una alucinación.
The Miami Herald
no es The New York Times o The Wall Street Journal, pero es un buen
periódico. Y cuando se trata de informar sobre el crimen local,
resulta insuperable. Siempre ha contado con excelentes reporteros y
columnistas. Edna Buchanan es, realmente, The
Queen of Crime, según dijo USA Today.
Y Carl Hiaasen, uno de los mejores cultores de la novela policial emplazada en
Miami, fue, o sigue siendo, un columnista del diario. Ellos nada inventan,
aunque todo parece muy surrealista, especialmente cuando se trata de describir
las malandanzas de la delincuencia mayamera.
Recuerdo que paseando por Miami Beach, quedé sorprendido al ver en varios
comercios de venta de trajes de baño, o de ropa de mujer, maniquíes exhibiendo
unas formas descomunales, como si hubieran sido sometidos a cirugía
reconstructiva. Me acordé de Skin Tight una
novela de Hiaasen, donde le hacían juicio a un cirujano plástico porque
moldeaba senos tan duros que solían vaciar los ojos de amantes poco precavidos.
La decisión de Hiaasen de lidiar con el tema surgió a raíz de una serie de
artículos periodísticos en que se denunciaban las chapuceras operaciones de
muchos cirujanos, así como los daños que causaban.
Otro caza de coto de los cirujanos plásticos de Miami es la parte posterior
de las mujeres. Muchas damas son perseguidas hasta en la vía pública a fin de
que acepten someterse a rutinas presuntamente destinadas a embellecerlas. En
agosto de 2010, The Miami Herald informó
del arresto de una mujer, quien durante una conversación con una dama en la
calle la convenció que debía mejorar la apariencia de su behind. La mujer detenida se hacía pasar por una doctora. Al
parecer, el único propósito en la vida consistía en hacer felices a mujeres
insatisfechas con su apariencia exterior.
La cirugía de los buttocks es muy
peligrosa. Un investigador del Departamento de Salud de Florida dijo al
periódico que las substancias inyectadas para mejorar la forma de las nalgas incluyen
no solo siliconas o Botox, sino también líquidos industriales, entre ellos Super glue y un aerosol cuyo propósito
original es inflar neumáticos. Las
consecuencias pueden ser fatales. En el 2001, una mujer de Carol City murió
debido a una de esas inyecciones. El hombre que la convenció de someterse a la
operación fue a parar a una prisión en Carolina del Sur.
Como era inevitable, la práctica se trasladó a Caracas.
Hace tres años, cuando ya la crisis económica social y política de
Venezuela era grave –empezaba a asomar la plaga del desabastecimiento que en la
actualidad suele ocupar la primera plana de los diarios– The New York Times dedicó un extenso artículo, y parte de su
primera plana, a reseñar la popularidad alcanzada por el embellecimiento de las
zonas erógenas entre venezolanas de clase media.
La crónica me interesó porque revelaba el costado de frivolidad que anima a
una clase media en vías de extinción. En realidad, era una manifestación más de
un fenómeno que aquejaba a la nación rebautizada en una época como Venezuela
Saudita.
Cuando viví en Caracas durante la década del setenta, el diario El Nacional dedicaba algunas páginas de
sociales a reseñar cumpleaños de perros. Y la clase media se endeudaba hasta
las cejas para pagar religiosamente sus viajes a Miami. Algunos eran anuales y
otros trimestrales, pero había también viajes mensuales y semanales. Ya conté
en un post anterior que una de mis alumnas en una clase de literatura fue en
cierta ocasión a Miami con su esposo a fin de comprar toallas para el baño.
Cuando descubrió que las toallas no combinaban con el color de los azulejos, retornó
a Miami y compró azulejos factibles de combinar con el color de las toallas.
Nadie pensaba en el ahorro o en el mañana. Venezuela era una especie de
casino gigantesco donde no había perdedores –estoy hablando de la clase media y
de la clase política, pues el setenta por ciento de la población estaba
compuesta por gente pobre, con vastas dificultades para ganarse la vida.
Algunos visionarios, entre ellos Juan Pablo Pérez Alfonzo, quien fue ministro
de Minas y uno de los fundadores de la OPEP, siempre alertaron que el petróleo
era el excremento del diablo. Algún día, señalaban los pesimistas, los
venezolanos descubrirían que el único juego aceptado en el casino sería la
ruleta rusa.
UN CURIOSO IDEAL
DE BELLEZA
En el artículo antes mencionado, el corresponsal trataba de explicar la
obsesión por magnificar el cuerpo de la mujer venezolana. ¿Cuál era la
necesidad de exaltarlo de manera casi obscena en un país famoso por sus reinas
de belleza, que son la antítesis de las mujeres abultadas? Quizás en los
gobiernos de la Cuarta República eso parecía normal. Pero en la Quinta
República del primer comandante y luego comandante eterno, resultaba una
anomalía. ¿Era posible tolerar ese despliegue de curvas en un régimen donde
abundaban las primeras combatientes y las mujeres ministras que parecían
sargentos de caballería? Un humorista dijo que era tal vez una consecuencia de
la crisis. A medida que Venezuela se deslizaba por el despeñadero, algunos seres
necesitaban sólidos trozos de carne a los cuales aferrarse.
UN FENÓMENO QUE
SE RETROALIMENTA
Lejana está la época en que el ideal de belleza femenina para las
venezolanas era un seno que podía abarcarse en la palma de la mano, según un
decadente poeta francés del siglo diecinueve. En fecha más reciente, todo se ha
hecho descomunal.
Es interesante comprobar cómo la exaltación de las zonas erógenas
reconfigura la moda. La cola ha comenzado a mover al perro. No es que las
mujeres observen un maniquí en una vidriera, descubran sus generosas formas, y
reclamen similares medidas. No, los maniquíes, que en una época lucían escuetos
y esbeltos, han comenzado a aggiornarse
a las formas alcanzadas por las venezolanas en el quirófano.
The New York Times citaba el
ejemplo de Eliézer Álvarez, propietario de una fábrica de maniquíes en la
ciudad de Valencia. Álvarez descubrió que sus ventas eran tan modestas como sus
delgados maniquíes. Luego verificó la causa. Los maniquíes no seguían la
artificial evolución corporal de muchas damas, por lo tanto, el artesano
decidió acatar la tendencia inflacionaria –todo es inflación en Venezuela– y
creó maniquíes siguiendo las formas diseñadas por los cirujanos plásticos.
El resultado fue la creación de maniquíes con The New Look, caracterizados, dijo el diario, por “Pechos abultados
y nalgas como vigas voladizas”, a los cuales se sumaba una cintura de avispa y
largas piernas. (Esta última parte no la entiendo. ¿Existe una cirugía capaz de
alargar las piernas?)
En definitiva, concluía el redactor, se trata de “una fantasía de fiberglass al estilo venezolano”.
Pero la fantasía funcionó para Álvarez y para varios de sus colegas. Las
formas de los maniquíes adquirieron opulencia y las ventas se incrementaron. Curiosamente,
al menos en la reseña periodística, no son los hombres quienes hablan
maravillas de la nueva moda, sino las mujeres
ansiosas por imitarla.
Reina Parada, quien trabajaba en el taller de Álvarez, resumió el tipo de
fantasías que despiertan esos maniquíes en las damas. “Cuando una mujer observa
a otra con esas formas, dice: ´Guau, yo quiero ser como ella ´”.
Tres años son mucho tiempo. En ese lapso no he vuelto a leer más crónicas
sobre el negocio de las operaciones de cirugía reconstructiva en Caracas. Los
periódicos de Estados Unidos o de Europa se concentran en el paulatino
hundimiento de Venezuela, su constante caos, las protestas, la represión, el
incremento en los asesinatos. ¿Siguen exhibiendo en tiendas de Caracas los
maniquíes con The New Look? ¿Continúan
almacenando los cirujanos plásticos crecidas sumas de dinero, en un país donde
el internet se ha convertido en la farmacia virtual de personas desesperadas
por obtener medicinas evaporadas de los estantes?
Sería cuestión de indagar. Tal vez quienes todavía cuentan con dinero para
mejorar su aspecto físico, lo hacen en Miami. Además, con una ventaja: si las
intervenciones quirúrgicas traen complicaciones, siempre es posible entablar un
litigio a los cirujanos que causan daños a los pacientes. En Venezuela, eso es
imposible, pues se trata de un estado anómalo. “La ley es como el cuchillo”,
decía el protagonista del poema Martín
Fierro. “No ofende a quien la maneja”. Por lo tanto, quien desee ver formas femeninas
extravagantes, tal vez se vea obligado a viajar a Miami. Además, puede
aprovechar y visitar las playas.
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