“Ese Quijote que no está loco, y tiene fuego sagrado en el alma”
(Napoleón Bonaparte)
El 14 de julio de 2016 se cumplen dos siglos de
la muerte de Francisco de Miranda en el
calabozo del penal de las Cuatro Torres del arsenal de la Carraca en San
Fernando de Cádiz, España.
No existe otro héroe como Miranda en toda la
historia de América Latina, o un personaje tan trágico. El Precursor luchó en
tres revoluciones: la de Estados Unidos, la de Francia, y la de la Capitanía
General de Venezuela. Su nombre está inscripto en el Arco de Triunfo de París,
junto a grandes personajes de la Revolución Francesa. Partidario de los
girondinos, enemigo de Robespierre, fue encarcelado y estuvo a punto de ser
decapitado en la guillotina. Los más de 50 volúmenes de La Colombeia, son el testimonio de sus experiencias como político,
diplomático, general, e ideólogo de la emancipación.
Miranda fue gobernante de la Primera República de
Venezuela. Tras una serie de fracasos militares, sus camaradas de armas, entre
ellos, Simón Bolívar, lo entregaron a los españoles.
El prócer pasó sus años finales en La Carraca,
sin condolerse, o arrepentirse. Inclusive planeó su fuga del penal, rumbo a
Gibraltar, pero sufrió un ataque cerebrovascular, y falleció a los 66 años de
edad. Nunca fueron hallados sus restos. Tal vez los partidarios del culto a
Bolívar, prefieren que así sea. De esa manera, el Libertador cuenta con el
monopolio de mantener sus restos en el Panteón de Caracas, aunque no hay nada
más ominoso que una tumba vacía.
Escribí la novela Los papeles de Miranda tratando de reflejar la magnitud de su obra
por la emancipación. Considero al Precursor el mayor héroe imperfecto que ha
dado América Latina.
La profesora Carmen Virginia Carrillo leyó
inicialmente su trabajo El precursor de
la independencia hispanoamericana a tres voces, en el XXII Colloque
International du CRICCAL. Université de Paris III, que se llevó a cabo en la
capital francesa entre el 14 y el 16 de octubre de 2010. El texto fue
publicado en la revista América
(Cahiers du CRICCAL Número 41, Presses Sorbonne Nouvelle, 2012).
El trabajo consigue conjugar a través del ensayo histórico, el ensayo
literario, y la ficción, inolvidables imágenes del Precursor. Y rescata también
esa incomparable “Memoria del Mundo” que fue ese Archivo de viajes y estadías
de La Colombeia.
Agradezco a la profesora Carmen Virginia Carrillo
por haberme autorizado a compartir en este blog su iluminador trabajo.
Mario Szichman.
Carmen Virginia Carrillo
El precursor de la independencia
hispanoamericana a tres voces
Todos los papeles y
manuscritos se enviarán a la ciudad de Caracas
(…) para que colocados en los archivos de la ciudad, testifiquen a mi patria el amor sincero de un fiel
ciudadano y los esfuerzos constantes que
tengo practicados por el bien público de
mis amados compatriotas.
(Francisco de Miranda “Disposición
testamentaria”)
En el presente trabajo se ponen en relación documentos
históricos y de ficción sobre Francisco de Miranda, el precursor de la
independencia hispanoamericana. La voz de Miranda, leída desde La Colombeia, gigantesco archivo
de sesenta y tres volúmenes organizados con particular celo por el
Precursor[1];
los documentos
secretos e inéditos recopilados por
Ángel Grisanti en el libro Miranda
juzgado por los funcionarios españoles de su tiempo (1954), que recoge las
injurias e improperios de los funcionarios españoles y las diatribas de sus
enemigos (5) y la novela del escritor
argentino Mario Szichman Los papeles de
Miranda (2000), texto que propone una lectura del personaje desde la ficción, permiten poner en relación diferentes
miradas e interpretaciones, lo que
confiere al personaje y a su proyecto una nueva dimensión.
Francisco de Miranda concibió América como una gran Nación. Las ideas de este visionario y revolucionario
hombre de armas, de vasta cultura y
controversial personalidad, quien dedicó
la vida a concebir e intentar llevar a cabo la gran hazaña libertaria,
ejercieron una influencia fundamental en el proceso de emancipación de
Venezuela y América. Miranda participó
en las tres grandes revoluciones que, entre finales del siglo XVIII y
principios del XIX, constituyeron eventos fundamentales en el proceso de transformación de la estructura geopolítica
de occidente: la Independencia de los Estados Unidos, la Revolución Francesa y
la Independencia de América Hispana. Su pensamiento y su avasallante personalidad
constituyen referentes historiográficos y ficcionales sin par.
Sebastián Francisco de Miranda nació
el 28 de marzo de 1750. A
los veintiún años, partió hacia España con la intención de ingresar al ejército
real. A partir de este momento, la necesidad de demostrar su calidad, limpieza de sangre y nobleza del nombre; el
deseo de formarse intelectual y militarmente y la obsesión por registrar
meticulosamente todas sus vivencias, ideas e intercambios de información marcaron
su itinerario. Esta etapa de la vida de
Miranda es puesta en escena por Szichman
en la novela, en lo que el protagonista
llama “primer borrón y cuenta nueva” (21).
En 1780 Miranda acompañó a Cagigal en una
expedición hacia América comandada por
Victorio de Navia, con la misión de unirse a los franceses para apoyar a los
angloamericanos contra Inglaterra. Llegan a La Habana y permanecen allí tres
años; durante este tiempo una serie de acontecimientos cambió el rumbo de la
carrera militar del joven capitán. Tras la toma de Pensacola, Estados Unidos,
cuya participación activa en mayo 1781 le valió
el ascenso a teniente coronel,
fue injustamente acusado de un incidente provocado por la visita del
general Campbell, quien en su escala en la Habana visitó la fortaleza; el año siguiente el
intercambio de prisioneros con los ingleses en Jamaica y las circunstancias que
rodearon la victoria de Cagigal en las Bahamas fueron usados para acusarlo de
contrabando y traición. La orden se sumaba a otra anterior emitida por la Inquisición.
En el argumento de la novela, el “segundo
borrón y cuenta nueva” (Szichman, 84) ocurre en 1783. Miranda huía de la
justicia española desde Cuba hacia los Estados
Unidos. Con 33 años el personaje inició un largo recorrido cuya
naturaleza y propósitos permiten considerarlo un viaje de formación. En 1785 llegó a Europa y tras escribir al rey
Carlos III una carta en la que renunciaba al ejército y exigía el reembolso del
dinero pagado por la patente de capitán, recorrió los países del viejo continente
y algunos de Asia, con la intención de
informarse y adiestrarse para
organizar e instituir un nuevo
gobierno en América. A lo largo de sus recorridos dedicó tiempo a
escribir impresiones, anécdotas, reflexiones, etc.; estos manuscritos conforman
el Archivo de viajes y estadías de La
Colombeia, “Memoria del mundo” que puede leerse como una bitácora de ese viaje de formación realizado
por Miranda.
En 1789 regresó a Londres en busca de ayuda
para llevar a cabo una expedición
libertadora contra el imperio español en América. En 1792, tras fallidos
intentos por lograr el apoyo del gobierno inglés, Miranda se fue a Francia,
donde le nombran general del ejército y participó en la Revolución Francesa. En
1798 volvió a Londres. El espíritu liberal e iconoclasta de Miranda le llevó a
sintonizar con las ideas de los autores de la Ilustración francesa.
Sus vivencias, observaciones y reflexiones sobre la forma de gobierno de los
Estados Unidos, de las cortes europeas, la rusa, y en particular de la inglesa,
le permitieron formular un proyecto político para el gran país que soñaba y al
que denominaba la Colombeia en honor a Cristóbal Colón.
Con miras a llevar a término el proceso que
emprendiera el estado español contra Miranda se organizó un complot para perseguirlo y cercarlo. Desde
su llegada a Londres y durante su largo periplo europeo y asiático, se le
vigiló con el fin de encontrar la circunstancia adecuada para arrestarlo,
apoderarse de sus papeles y llevarlo a España, donde sería juzgado y condenado.
Tal tarea se encomendó a Bernardo del
Campo, ministro español en la capital inglesa, quien se fue ganando la confianza
de Miranda y lo persuadió para que viajara a Francia, donde sería más fácil
llevar a cabo el plan. El conde de
Floridablanca era el encargado de dar
las directrices y mantenerse en contacto con del Campo. La
correspondencia sostenida entre estos dos personajes y otros representantes del
gobierno español en los países que visitó Miranda durante los años de su viaje
y recopilada por Grisanti, demuestra el
atractivo que el mismo ejerció sobre las cortes que visitó. Si bien el genio, el desenfado y el
conocimiento de Miranda lo hicieron acreedor de elogios y amabilidades –Napoleón
Bonaparte dijo de él, “ese Quijote que no está
loco, tiene fuego sagrado en el alma” (en línea) –, la insistencia del gobierno
español en desacreditarlo y perseguirlo, paradójicamente contribuyó a forjar la
imagen legendaria de este hombre como “símbolo de libertad, no solamente en
Europa, sino también en América… modelo a imitar y el maestro a escuchar”
(Bohorquez, 149).
Miranda se consideraba súbdito español y se
negó a participar en ninguna empresa que fuera en contra de los intereses de la
corona española hasta 1790 cuando, tras cuatro años de intentar obtener un
desagravio, ante el rechazo que sintió
de parte del rey y sus personeros y convencido de la inutilidad de sus gestiones,
renunció de manera definitiva al reino español. Rotos los vínculos con la madre
patria, inició sus acciones en pro de la independencia de la América
meridional, y la cimentación de esa nueva patria que soñaba.
En los documentos recopilados por Grisanti,
que Szichman incorpora y re-escribe en la novela, se puede apreciar la
valoración que los adversarios políticos de Miranda tenían sobre él. Lo describen como
traidor, malvado, revoltoso y perverso.
Sin embargo, Del Campo en su informe
comenta: “Parece mozo instruido, de grande actividad y de muchísimo fuego. Es
feliz en la expresión y su trato personal son propios para agradar a las
gentes.” (En Grisanti, 67) Entre las
cualidades que le atribuye se encuentran
“imaginación exaltada, luces y conocimientos más que medianos, fervor y
vehemencia en su expresión, y sobre todo una actividad extraordinaria” y
concluye: “con tal conjunto de calidades si este joven llegara a verse
exasperado y rreducido a abrazar el partido de servicio estrangero, creo que
preferirá siempre todo lo que sea acción, movimiento y singularidad, a seguir
una vida quieta y indiferente” (106). A pesar de las recomendaciones hechas por
Del Campo, así como también las del Conde de Aranda quien en carta a
Floridablanca comenta acerca de Miranda:
No sé las causas de su desvío ó desgracia, que
pueden ser de las que no admiten compostura; pero si fuesen suceptibles, el ser
Criollo, el tener travesura, el poseer las lenguas principales de Europa, el
haversela viajada como hace, y hecho conocimientos, serían consideraciones para
ver de recogerlo a buenas no pudiendo a malas. (En Grisanti, 185)
José de Gálvez, Ministro de Indias, su implacable
perseguidor, particularmente desde que conociera el proyecto emancipador de
Miranda, rechazó todos los intentos de
reconsideración de su causa. Sin embargo, no será hasta 1812, año en que sus
propios compatriotas lo traicionaron y lo entregaron, que el generalísimo Francisco de Miranda pise
una cárcel española.
Luego de recorrer Europa buscando ayuda infructuosamente,
pasó a los Estados Unidos donde finalmente consiguió apoyo para emprender, en
1806 una expedición a las costas
venezolanas. El 3 de agosto desembarcó en La Vela de Coro, tomó el fortín, izó la bandera y
leyó la proclama de libertad. Nueve días más tarde, los participantes de este
episodio abandonaban la localidad tras
su fracaso. El Precursor regresó a
Caracas en 1810 por solicitud de los
compatriotas que viajaron a Londres en busca de ayuda para la gesta
independentista, entre los que se encontraba Simón Bolívar. A su llegada le otorgaron el grado de Teniente
General de los ejércitos de Venezuela. El
23 de abril 1812 fue nombrado General en Jefe de toda la Confederación
Venezolana, con plenas facultades y se le confirieron poderes dictatoriales con
la finalidad de que defienda al país del ataque del capitán general español
Juan Domingo de Monteverde, las circunstancias no son favorables a los
patriotas y el 12 de julio, Bolívar perdió Puerto Cabello y Miranda se vio
obligado a capitular. La madrugada del
31 del mismo mes, Miranda fue hecho prisionero por un grupo de jóvenes
oficiales del ejército venezolano y entregado a los españoles. Esta etapa de la
vida del personaje constituye material de una interesante interpretación ficcional en la novela de
Mario Szichman.
El súbdito del rey de España, capitán
Sebastián Francisco de Miranda, quien pasó de ser un soldado fiel a desertor y luego a conspirador, muere a
causa de una apoplejía a los sesenta y seis años en la prisión de la Carraca,
en Cádiz, el 14 de julio de 1816.
Ya en la primera propuesta que Miranda
hiciera al primer ministro inglés William Pitt[2],
señalaba como las principales causas del descontento de los habitantes de la
América hispana la discriminación que los españoles europeos hacen con los
criollos, los controles de la Inquisición y las injusticias cometidas contra
los nativos. Un mes más tarde presentaba al gobierno inglés el “Plan para la
formación, organización y establecimiento de un gobierno libre e independiente
en América meridional”[3].
La lectura del pasado que el
creador hace desde la ficción permite licencias mucho más amplias que las
usadas por el historiador. Si bien la novela dialoga con los documentos, el
autor re-elabora el discurso histórico sin estar limitado por las barreras de
la fundamentación, la comprobación y la confrontación que se le exige a la
Historia.
En la novela Los papeles de Miranda, Mario Szichman articula las voces que están en las fuentes
historiográficas, la de Miranda y las de sus adversarios, y las actualiza. Así,
el texto constituye un intento de interpretación del pasado desde ese surco
que se vislumbra en los testimonios
históricos cuando se habla de las humillaciones y desprecios a los que los mantuanos caraqueños expusieron al
padre de Miranda, quien fuera acusado de mulato y despojado de su cargo de
capitán del batallón unificado de voluntarios blancos de Caracas, y asoma la
posibilidad de que la vida del hijo haya estado modelada por la necesidad de
reivindicar el mancillado nombre del padre y salvar el honor de la familia. De esta manera la novela, sin abandonar del
todo los textos fundamentales de la historia, apuesta a una versión de los
hechos que puede tomar orientaciones o rumbos distintos.
El personaje se configura desde la primera
persona y la voz del protagonista se convierte en la expresión de su mundo interior. Gracias a la ficción, la
aproximación a la verdad histórica se hace a partir de esos silencios y grietas
que suele guardar la historia. Los
recursos de los que se vale la novela permiten al lector reconocer al personaje
en su interioridad, en sus temores, descubrir su lado más humano, conflictivo,
contradictorio y anti-heroico.
La acción de la novela comienza la noche del
31 de julio de 1812 en La Guaira y
concluye la madrugada del primero de agosto del mismo año. En esta historia enunciada autodiégeticamente
(G. Genette) Francisco de Miranda, desde la Casa de Aduana, en La Guaira , ordena sus papeles
y, en función de los mismos, va recordando su vida y relatándola a su criado
Pedro José en flash-backs. El autor utiliza como eje del relato los papeles
de Miranda, los cuales constituían el más preciado tesoro del
Generalísimo. El protagonista se pasea
entre sus “amados papeles” (14), elige documentos, expurga, ordena, pasa en
limpio, borra; intenta limpiar la mancha de la humillación heredada del padre.
Principio y fin de su trayectoria:
“La
humillación que empezó con mi padre está finalmente por alcanzarme. Y para que
no me alcance debo frenarme. Frenarme y enfrentarla. Así las apuestas de una
vida, de varias vidas inacabadas, podrán transformarse en el destino que acabo
de fabricarme. …De la Caracas que me vio nacer a
la Caracas
que me ha condenado a muerte. De la humillación primera a la humillación última.
(18)
El autor toma como
punto de partida, para el recorrido de la vida del personaje, el momento en que
Miranda, después de haber encontrado refugio en la fragata Sapphire tras la
capitulación ante Monteverde, regresa al puerto de La Guaira. Este hecho da un giro trágico al destino del
personaje. La novela ofrece una posible explicación de ese inesperado acontecimiento al ofrecer una
versión del asunto, que no tiene ningún referente historiográfico:
Cuando me disponía a huir en la Sapphire apareció el maldito papel. Una simple
sentencia, … Ese insidioso trozo de papel escrito por alguien que me comprendía
muy bien, sumado a esa gente que no comprendía en absoluto que
se me había enfriado el guarapo –que seguía confiando en mí contra toda esperanza,
contra toda evidencia– me hicieron desandar los pasos, reformular mis planes,
asignarle un nuevo papel al general Miranda, algo que no figuraba en mis
antecedentes, y crear un personaje que ha perdido toda coherencia y tiene muy
poco que ver con su vida pasada.” (Szichman, 13-14)
En el último apartado de la segunda parte,
Miranda dará nombre propio al autor del papel que se convertirá en su
sentencia:
El único papel que no he podido conservar es un
papel que debo asumir por cuenta de otros. La esquela que deslizó Bolívar por
debajo de la puerta de mi camarote. Tres párrafos. Mi condena y mi salvación. ¿Qué otra cosa podía esperarse del hijo del
tendero? La puerta de escape de esta imposible situación, lo único que hace
plausible mi retorno a tierra firme cuando La Sapphire estaba a punto
de zarpar. No existe otra explanation. Yo mismo me siento tan intrigado como
todos los que me rodean ante esta trama que no tenía prevista y que es la única capaz de cortar el nudo
gordiano. … Sin el papel que recibí de Bolívar, nothing makes sense. (169-170)
Esta
aclaración final del protagonista ratifica, desde la ficción, la tesis sostenida por Miranda ante Pitt y
más tarde ratificada por los historiadores, de que las pugnas entre los
peninsulares y los criollos, aunado a las diferencias raciales y sociales,
jugaron un papel fundamental en el desarrollo de los procesos independentistas
en América Latina.
El tratamiento del tiempo es uno de los
elementos fundamentales de la novela. Szichman explora el concepto de
circularidad temporal:
¿Por qué no quise seguir huyendo? Tal vez en algún
momento la rueda debía cesar de girar. Y en el punto en que la detuve le puedo
dar a mi biografía el viso de lo inevitable. Si mi historia carece de
principio, medio o fin, al menos puedo darle el aspecto de un incesante retorno
a las fuentes. (18)
Ese
“incesante retorno a las fuentes” (18) puede interpretarse como un intento de reflexionar sobre el tiempo de la historia,
que no se define en sí mismo como totalmente lineal, o totalmente imaginativo;
a su vez, propone una estructura temporal que ofrece mayores posibilidades al narrador, cuando
éste trata de explorar la vida de un ser tan complejo como Miranda. En el texto
se ponen en relación el tiempo mítico del eterno retorno y el ficcional, cuyos movimientos no son
ordenados, continuos, ni cronometrados, para así construir otras posibilidades de sentido.
El texto propone una particular manera de
concebir la relación entre pasado, presente y futuro, que oscila entre la
inevitable consecución del destino trágico del personaje y la clara
conciencia que el protagonista tiene de que a través de la escritura se
puede reconstruir la realidad:
Mi vida es un libro abierto en
muchas páginas a la vez. Y en cada una de ellas están marcados el promisorio
comienzo y el deterioro final. Como las arañas, soy incapaz de remendar la tela
y siempre debo hacer borrón y cuenta nueva. (21)
Tanto en la novela, como en La Colombeia, Miranda intenta
desesperadamente legar una versión de su historia que restituya el sentido a su
existencia: “En unas horas necesito tener una historia que pueda legar a la
posteridad” (18), “inventar mi propio
destino como inventé mis pasados, reconstruyéndome incesantemente, abominando
de la cronología.” (147) Frente a las posibilidades de que la palabra dicha
llegue a malinterpretarse o a desaparecer, la escritura luce como una versión que ofrece la posibilidad de
ser eterna. Es así como el personaje ve asegurado su destino en la permanencia
de esos papeles que, con tanto celo, ha
llevado, traído y guardado a lo largo de su existencia real y novelesca:
siempre expresamos por escrito tanto nuestra pureza
como nuestras buenas intenciones. Es nuestra malicia lo que sigue siendo oral.
Mejor eliminarlas de nuestra historia y que nuestros documentos terminen convirtiéndose
en nuestras leyendas. (56)
La selección que hace el autor de
los episodios de la vida de Miranda y la forma en que se organizan estos
eventos dentro del texto permiten establecer cierta distancia entre lo que tradicionalmente
ha dicho la historia y lo que la novela propone, y diseñar un personaje signado
por la fatalidad de su origen. Una última conjetura se
asoma, la rivalidad de Bolívar y Miranda, representantes de los dos grupos
sociales con mayores aspiraciones y derechos
políticos en la colonia.
En las páginas finales, el protagonista imagina al lector virtual en su intento por reconstruir
el pasado y justifica la imposibilidad de comprobar el porqué de su fatal decisión, ya que la posible evidencia ha
desaparecido:
Un futuro historiador se rascará la cabeza pensando que no había
justificación alguna para el abandono de la Sapphire. (Aunque estoy
seguro que encontrará una explicación plausible. Es la misión de todo
historiador poner orden en el desatino).
Pero si el abandono parece caprichoso, lo que está por ocurrir le dará
el sello de lo inevitable. ¿Se le ocurrirá a alguien resolver este misterio?
¿Por qué el general Miranda decidió abandonar la protección de la bandera
inglesa para aceptar retornar a una fortaleza que se permutó en prisión?
¿Desandará algún historiador los pasos que me llevaron de la fortaleza de la Sapphire , y de la Sapphire nuevamente a tierra firme? Es imposible, pues la única
prueba ha sido quemada. Por supuesto, Bolívar sabía en qué terreno arar. (170)
Miranda produjo y organizó ese inmenso archivo llamado La Colombeia, para que diera cuenta de
su vida, con la clara consciencia de
que la palabra escrita era su pasaporte a la trascendencia. Los documentos
históricos que Grisanti recopiló, en diálogo
alterno con ese primer texto, permiten
reconstruir y completar el perfil de este hombre legendario y controversial para
quien la producción de la evidencia escrita llegó a ser una manía u obsesión;
del lado de la ficción, la novela de Szichman se apropia de las memorias del otro y de los otros para ofrecer una interpretación distinta de la historia, con
la intención de construir una verdad posible desde ese espacio de la libertad y
de la subjetividad que es la literatura.
Referencias Bibliohemerográficas:
Bohórquez,
Carmen L. 2006. Francisco de Miranda.
Precursor de las independencias
de la América Latina. Caracas: El perro y la rana.
“Francisco de Miranda”, en Historia de Venezuela para todos,
Fundación polar,
http://www.fundacionempresaspolar.org/nosotros/historia/mirandafrnc.html
Grisanti,
Ángel, 1954, Miranda juzgado por los
funcionarios españoles de su tiempo,
Caracas, Jesús E. Grisanti.
Kadir,
Djelal, 1984, “Historia y novela: tramatización de la palabra”, en Roberto
González Echeverría (compilador), Historia y ficción en la narrativa
Hispano-
americana, Caracas, Monteávila, pp.
297-307.
Miranda
de, Francisco, Colombeia, (en línea),
http://franciscodemiranda.org/colombeia/
_______________,
Diario de Moscú y San Petersburgo
Szichman,
Mario, 2000, Los papeles de Miranda, Caracas,
El Centauro.
[1]
Los archivos de Miranda
contienen reflexiones, certificados personales, proclamas, proyectos, planes de
gobierno, propuestas de constituciones, documentos para negociaciones, estrategias de guerra,
registro de traiciones e intrigas, diarios de viajes, crónicas de guerra,
correspondencias, mapas, entre otros papeles. En 1812 se extraviaron después de
que Miranda fuera hecho prisionero en La Guaira, más tarde fueron embarcados
por Antoine Leleux en un navío inglés. Después de haber estado dos años en
Curaçao finalmente fueron enviados a Inglaterra, allí permanecieron en manos de la familia del
Precursor hasta 1926 (Bohorquez, 2006, 17); desde 1927 estuvieron bajo la
custodia de la
Academia Nacional de la Historia hasta
el 5 de junio de 2010, fecha en que fueron trasladados al Archivo General
de la Nación ,
por decreto presidencial del 13 de abril del mismo año. Del total de los
sesenta y tres volúmenes, han sido publicados veinticuatro.
[2] Archivada como la N ° VIII, correspondiente al N°
3, en consecuencia de la
Conferencia tenida en Hollwood el 14 de febrero de 1790 en la Colombeia
(versión en línea).
[3]
Para Carmen Bohorquez, el
problema de la identidad americana comienza a precisarse y a tomar dimensiones
políticas con Miranda, quien se ve “obligado a definirse a sí mismo respecto a
la realidad que quiere construir y que a su vez lo construye” (16) En este
sentido, cabe destacar el peso que, sobre los procesos independentistas de los
países hispanoamericanos, tuvo el maltrato al que eran sometidos los criollos y
las diferencias sociales y raciales, elementos que crearon el ambiente
propicio para que germinaran las ideas
emancipadoras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario