Mario Szichman
Giacomo Casanova fue arrestado en la noche del 25
de julio de 1755 y emplazado en una celda de I Piombi, (el plomo), los cuartos bajo al techo revestido de plomo
del Palacio del Dogo (duque) de Venecia. El Consejo de los Diez, que asesoraba
al duque, había ordenado apresar a Casanova por su conducta libertina y por
cometer estafas. Lo acusaban de hacerse amigos de nobles a quienes embaucaba
con sus presuntos poderes mágicos.
La condena ordenada por el duque fue de cinco
años en prisión. Pero Casanova logró escapar de I Piombi a los pocos meses, acompañado por otro compañero de celda,
el padre Marino Balbi. Entre ambos lograron hacer un agujero en el techo del
palacio, y luego descendieron con ayuda de cuerdas al patio del gigantesco
edificio, pero ahí no terminó la odisea, pues al dirigirse al cercano canal con
el propósito de arrojarse a las aguas y huir nadando, los fugitivos descubrieron
que había una gran distancia entre la muralla del canal y el agua, y podrían
morir en la zambullida. Por lo tanto, se introdujeron en el palacio portando en
una alforja ropas de gala, descansaron en una de las habitaciones, y al día
siguiente pasaron media mañana recorriendo corredores, galerías y recámaras,
intentando encontrar la salida. Quien se ocupó de enseñarles la puerta de
escape era un guardia de palacio. Al principio, al guardia le pareció
sospechosa la presencia de Casanova y del sacerdote, pero sus ropas indicaban
un elevado status. Casanova explicó que habían quedado encerrados en el palacio
luego de una recepción oficial. El glorioso escape, como era inevitable en
Venecia, fue en góndola.
Los fugitivos se separaron, y Casanova se dirigió
a París, donde llegó el 5 de enero de 1757. Casualmente ese mismo día, Robert-François
Damiens intentó asesinar al rey Luis Quince. El aventurero presenció la
ejecución, y la describió en sus memorias.
Casanova fue un ser de múltiples rostros y oficios. Tal vez tres
encarnaciones contribuyeron a su fama: sus actividades como estafador, como
seductor –de mujeres y hombres de manera indistinta– y como memorista de la
tribu.
Todo en Casanova es exagerado, desconcertante. No era un hombre escindido
sino una colcha empatada de retazos. Cada una de sus “profesiones” contradecía
a las otras. Inclusive su ego estaba dividido.
Según indica David Coward en The
Times Literary Supplement al reseñar dos nuevos tomos de Histoire de Ma Vie publicados por
Gallimard (el total alcanza a más de un millón doscientas cincuenta mil
palabras) Casanova era: “un libreprensador y un católico tenaz, un racionalista
escéptico y un nigromante en ejercicio, un hombre de principios, y un
oportunista”. Además, era contestatario, lamebotas del establecimiento, en
ocasiones cobarde, en otras un héroe, “generoso, mezquino, inteligente,
estúpido, un estafador que era crédulo, y un bribón a quien se engañaba con
facilidad”.
Lo que diferencia las memorias de Casanova de otras es la candidez con que
son narradas. El gran seductor no tenía temor de revelar sus fallas, y mostraba
pulcra honestidad al narrar sus relaciones amorosas o sus hazañas. El famoso
episodio de su fuga del palacio de Venecia fue en ocasiones cuestionado debido
a sus ribetes melodramáticos o heroicos. Según los escépticos, el escape era implausible
–fue el único registrado en las celdas de ese palacio– y lo más probable era
que hubiese sobornado a los guardias. Pero hay evidencias físicas de que
ocurrió tal como aparece en sus memorias. En los archivos del Palacio existen
informes sobre las reparaciones que se hicieron en la celda de Casanova, en el
techo, y en algunas puertas, trazando la trayectoria de su fuga.
En su Historia de mi huida, un
folleto publicado en 1787, Casanova dijo que “Dios me proporcionó lo que
necesitaba para un escape, que resultó ser una maravilla, o quizás un milagro.
Reconozco que me siento orgulloso de ello. Pero mi orgullo no proviene del
éxito de la empresa, pues conté con una buena cuota de suerte, sino de
comprobar que la cosa podía concretarse, y que tuve el coraje de llevarla a
cabo”.
En tanto ese tipo de incidentes lo hacen precursor de la narrativa de
Alejandro Dumas, algunas de sus venganzas podrían ingresar en una novela
picaresca. En 1763 llegó a Inglaterra, tras esquilmar a una dama francesa que
creía que Casanova era capaz de regenerar su alma transfigurándola en el cuerpo
de una adolescente. Pero en Londres encontró la horma de su zapato. Se enamoró
de Marie Charpillon, hija de mademoiselle
Augspurgher, una amiga parisina a la cual debía dinero. Marie sedujo al
seductor y le robó 2.000 guineas, una suma importante en esa época, huyendo
luego. Semanas más tarde, le llegaron a Casanova rumores de que Marie había
muerto, y sintiendo “un gran disgusto” por lo acaecido, pues se sentía, por
alguna razón, responsable de ese fallecimiento, decidió acabar con su vida. Cuando
anunció a un amigo que estaba dispuesto a arrojarse al río Támesis con los
bolsillos de su chaqueta repletos de perdigones de plomo, el amigo lo disuadió.
Días más tarde, y tras hacer unas discretas averiguaciones, el amigo lo invitó
a acompañarlo a Ranelagh sin explicarle la razón. En esa zona ingresaron a un
castillo donde Marie Chapillon estaba llena de vida, bailando un minué con otro
enamorado. Luego de algunos incidentes en que la madre de Marie lo acusó, al
parecer falsamente, de agredir a su hija, Casanova decidió zanjar la disputa.
Su venganza consistió en entrenar a un loro para que aprendiera ciertas
palabras. Un día, Casanova soltó al loro en la Bolsa de Londres, y centenares
de comerciantes oyeron al animal gritar: “La Chapillon es una puta más grande
que su madre”.
EL AVENTURERO
FILÓSOFO
De acuerdo a Coward, las aventuras amorosas de Casanova ocupan alrededor
del diez por ciento de sus memorias. El resto está dedicado a reseñar medio
siglo de su increíble existencia. Una vida que no concluyó con su muerte, sino
con varias resurrecciones del texto de Ma
Vie, y cuyos incidentes podrían llenar las páginas de un libro muy
entretenido. Casanova falleció en 1798 en el castillo de Dux, cerca de Praga,
donde trabajaba como bibliotecario del conde de Waldstein. Un sobrino del conde
compró el legajo de sus memorias. Las guerras napoleónicas dificultaron la
venta del manuscrito, y recién en 1820, la familia Waldstein pudo ofrecer las
memorias al editor de Leipzig F.A. Brockhaus. Y allí se inició una comedia de
trágicas equivocaciones. El manuscrito estaba escrito en un francés plagado de
expresiones en italiano, la lengua materna de Casanova. El francés era la lingua franca en Europa y Casanova
deseaba llegar a la mayor cantidad de lectores posible.
Entre 1822 y 1828, fueron publicadas adaptaciones de las memorias en
francés y en alemán. Para proteger su inversión, dice Coward, el editor
Brockhaus decidió imprimir el texto original y contrató a Jean Laforgue, un
maestro francés, para que editara el texto. “Si existe una persona responsable
por la difamación de Casanova”, indica Coward, “esa persona fue Laforgue. No
solo corrigió el francés de Casanova, sino que eliminó párrafos que le
disgustaban, atenuó las opiniones conservadoras del autor –Laforgue tenía
simpatías revolucionarias– y mitigó aquello que consideraba obsceno, mientras
hacía escabrosos otros párrafos que consideraba aburridos”.
Así comenzó un peregrinaje de versiones adulteradas de las aventuras que no
cesó en más de un siglo y medio. Una de las partes más curiosas de esa epopeya
editorial fue que la casa Brockhaus, la misma que recibió el manuscrito
original, se ocupó de restablecer un texto fidedigno. En 1945, en las
postrimerías de la segunda guerra mundial, los herederos de Brockhaus, ante el
avance de las tropas soviéticas, decidieron cerrar su establecimiento en
Leipzig, cargaron sus archivos en camiones del ejército norteamericano, y
mudaron sus operaciones a Wiesbaden, en lo que luego sería la República Federal
de Alemania.
La edición anotada de las memorias de Casanova apareció en alemán (1960
–1962). Entre 1966 y 1971, fue publicada la traducción al francés de Willard
Trask. En el 2010, el manuscrito original fue adquirido por la Biblioteca
Nacional de Francia, que tuvo la buena idea de ponerlo online. Y finalmente Gallimard incluyó las memorias en su colección
de clásicos.
CODÉANDOSE CON
LOS FAMOSOS
En tanto las relaciones de Casanova con seres de ambos sexos ocupan una
modesta parte del texto original, el resto se divide entre sus viajes por todas
las regiones del mundo habitado, y sus encuentros con los famosos de su tiempo.
Casanova dialogó con papas y monarcas, y discutió y defendió sus puntos de
vista ante figuras como Benjamin Franklin o Voltaire. También fue amigo de
Mozart. Inclusive corrigió el libreto de su ópera más famosa, Don Giovanni.
Cuando Voltaire lo recibió en su mansión, Casanova tuvo la audacia de
decirle que su guerra contra la superstición era una pérdida de tiempo. Si se
enseñaba a un ser humano a descreer de todo, afirmaba, terminaría presa de
cualquier creencia, hasta de la más idiota. Fue uno de los pocos intelectuales
de su época que despreció las teorías de Rousseau. Lo consideraba una especie
de masoquista –el término no existía en ese tiempo– que había reacomodado la
idea del mundo para ser absuelto de sus fallas. Y detestaba a Maximiliano
Robespierre, y el Reino del Terror que impuso en Francia, señalando que El
Incorruptible era el engendro creado por el “visionario” Rousseau.
Pero el amor nunca estuvo alejado de Casanova, hasta que ingresó en sus
años finales. Frances Wilson señaló en una reseña de Casanova´s Women que el gran seductor fue bastante morigerado. Amó
a unas 120 mujeres desde que tuvo su primera experiencia erótica a los 17 años,
hasta su conclusión, a finales de la cuarentena. En treinta años de actividad
sexual, se estima que sedujo a un promedio de cuatro mujeres por año. (El
novelista francés Georges Simenon se enorgullecía de haber seducido a diez mil
mujeres en un lapso similar). A diferencia de Don Juan, que conquistaba y
abandonaba a las mujeres, Casanova trató a sus compañeras como sus iguales. Consideraba
el acto del amor una forma racional y compartida de encontrar placer.
Pero al final, más allá de encuentros de todo tipo, de aventuras de capa y espada, de persecuciones y escapes,
lo que perdura en Casanova es su escritura. Y él lo sabía. En sus memorias
señaló que escribía para personas como él, “aquellas que tras mucho vivir, se han
hecho inmunes a la seducción, y que por vivir tanto tiempo inmersas en el
fuego, se han convertido en salamandras”.
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