Mario
Szichman
Para Gisela Salomón
Ana María Carrano
Marcos Salas
Y Douglas Berrueta
Edna Buchanan ha escrito muy buenos trabajos sobre el crimen en el Sur
de la Florida. Cubrió durante dieciséis años
en The Miami Herald lo que llaman the police beat, la información policial.
Sus libros se devoran de una sola sentada.
Tal vez su texto más famoso es The
Corpse Had a Familiar Face, pues no solo narra la infinita capacidad del
ser humano para estropearle la vida al prójimo, sino también su experiencia
como newcomer. Buchanan es oriunda de
Paterson, New Jersey. En julio de 1961 visitó Miami, para unas vacaciones de
dos semanas, y se quedó de por vida.
Todo es exagerado en Miami, nos informa la cronista. “las nubes, los
colores demasiado brillantes para ser reales, el calor, la violencia. Las cosas
feas son más feas en Miami, pero la belleza quita el aliento, enamora de por
vida”.
Durante su permanencia en The
Miami Herald, Edna Buchanan cubrió más de cinco mil homicidios. Algunos de
los muertos tenían caras conocidas. Varios habían sido sus amigos. La narradora
es un poco como la visitante del más allá. La mayor parte de su vida transitó
entre seres que habían enmudecido para siempre. Es un inquietante oficio el de
cubrir the police beat, no es
recomendable.
En noviembre de 2009, con mi esposa, Laura Corbalán, decidimos probar
en ese lugar que, de acuerdo a los cínicos, es sensacional, porque está muy cerca
de los Estados Unidos. Nos mudamos de Guttenberg, New Jersey, a Sunny Isles, al
norte de Miami. Abandonamos la primera tormenta de nieve, y tropezamos con un
sitio junto al mar breathtaking, para
cortar el aliento. Luego nos mudamos en otras dos ocasiones, acercándonos cada
vez más a Miami Beach. Un sitio era más espectacular que otro. Y sin embargo, y
sin embargo… Sigmund Freud decía que sólo un demente intenta darle explicación
a la vida. Y que la búsqueda de la felicidad es tan absurda como desear esclarecer
los secretos de nuestra existencia. En Miami no estaba la felicidad.
Exactamente un año después, en noviembre de 2010, abandonamos el sur
de La Florida y regresamos a Guttenberg, New Jersey. Al mismo lugar de donde
habíamos partido. Nuevamente nos aguardaba la nieve, calles encharcadas de
fango, días grises y –río Hudson de por medio– el panorama íntegro de
Manhattan, desde el Verrazano Bridge, al sur, hasta el George Washington
Bridge, al norte.
Durante el año en Miami, mientras Laura trabajaba con sus pacientes
por teléfono y por Skype, y se encargaba de Clinical
Studies, la revista de psicoanálisis que dirigía, me dediqué a escribir
crónicas para el diario Tal Cual de
Caracas, y seguí trabajando en mis novelas. O, en lo que un ensayista francés
(¿sería Jacques Derrida?) consideraba la diseminación de textos. La idea es que
después del primer libro, durante el resto de nuestras vidas, nos dedicamos a
ampliar las ideas de la producción inicial. Proliferan los intentos, y algunos
de ellos, fructifican.
Consideré plausible hacer fructificar, en esa etapa, un libro de
ensayos ampliando las crónicas mayameras. Es una pena que Juan Carlos Onetti me
haya ganado de mano con su cuento El
infierno tan temido. Me hubiera gustado titular el libro Miami: el infierno tan temido. También
podría haber usado la frase de Jean Paul Sartre, creo que figura en una de sus
obras de teatro: “El infierno son los demás”.
¿Y por qué no escribir una novela, con un setting similar al de El
poder y la gloria? Después pensé que la novela de Graham Greene podía
ayudar solo en la parte del calor. El calor ayuda a un escritor. Provee a sus
personajes con una serie de props. En
esos climas son inagotables las botellas de cerveza, el gesto de acariciar la
frente con la botella de cerveza, los sombreros Panamá. Pero el calor no ayuda
a escribir sobre Miami. Uno se refugia en un mall y de inmediato teme contraer una neumonía. ¿Qué tal Miami: pesadilla de aire acondicionado?
Pero el título le pertenece a Henry Miller, así que es mejor descartarlo.
Creo que el territorio más fecundo que ofrece Miami a un narrador es
el del policial. Cuando más noir,
mejor. Aunque también hay un obstáculo: las magníficas vallas narrativas erigidas
por Carl Hiassen y Charles Willeford. Quizás otros narradores estimulan nuestra
inspiración, pero Hiassen y Willeford solo espolean el plagio. ¿Cómo se hace
para imitarlos? ¿Quién es capaz de superarlos?
Hiassen es desopilante cuando describe las infinitas trácalas de
muchos mayameros para engañar al fisco. (Me gustan Skinny Dip y Tourist Season,
pero todas sus novelas son de primera). Willeford observaba buena parte de su
mundo a través del policía Hoke Moseley (humano, excesivamente humano). Miami Blues es una novela perfecta,
favorecida con la presencia de Freddy “Junior” Frenger, uno de los grandes
psicópatas en la historia de la literatura norteamericana, y posiblemente
mundial. Como en el caso de Hiassen, no ha escrito una sola novela mediocre. Me
gusta esta frase de una reseña de Miami
Blues aparecida en The New Yorker:
“El señor Willeford nunca da un paso en falso”.
¿Dónde descubren esos autores la trama de sus novelas? Supongo que
leyendo The Miami Herald. Inclusive
Hiassen es columnista del periódico, aunque sus crónicas no son muy brillantes. En sus novelas, Hiassen ni
comenta ni critica, deja simplemente que sus personajes, especialmente los
villanos, desplieguen su talento para desfalcar o asesinar. Pero en sus
crónicas Hiassen abandona la ironía y prefiere expresar su indignación.
Willeford (1919–1988), tenía
una ventaja sobre Hiassen: era un transplantado. Había nacido en Little Rock,
Arkansas. Para él, como para Edna Buchanan, el sur de la Florida era un sitio
para confrontar con su lugar de origen. Por cierto, la mayor parte de la
carrera literaria de Willeford se concretó fuera de la Florida. Y aunque todas
sus ficciones policiales, cortas y largas, son muy buenas, su fama proviene de
sus cuatro novelas sobre Miami: Miami
Blues (1984); New Hope for the Dead
(1985); Sideswipe (1987) y The Way We Die Now ( 1988). Todas están
protagonizadas por el funcionario policial Hoke Moseley. Gracias a su
producción final, logró que reeditaran sus olvidadas narraciones anteriores.
Con cada nueva novela sobre Miami, el autor disminuyó la investigación
policial, y acrecentó la indagación psicológica. El escritor estaba fascinado
con los personajes que proliferaban en el sur de la Florida en una época de
violenta transición. Previamente, el policial de Miami había tenido como
protagonista a Travis Mcgee, un personaje creado por John D. Macdonald. Eran otras épocas, el protagonista vivía en una
lancha atracada en un muelle, sin que a nadie se le ocurriera asesinarlo.
Willeford logró reseñar la enorme transición de Miami, una sleepy southern town, el sitio
predilecto de turistas y jubilados, transmutada en el paraíso de los narcos,
las fortunas suntuosas y chillonas, y los crímenes más raros del mundo.
(Como un aparte: En una ocasión, un periodista entrevistó al escritor,
y le pidió que le explicara el secreto de su abundante producción. “Es muy
sencillo”, le respondió Willeford: “Nunca vaya al baño en la mañana, hasta
haber escrito la primera página. De esa manera, tendrá garantizada una página
por día. Al cabo de un año, contará con una novela”).
POISONVILLE
En una crónica anterior señalaba que el innominado detective de Red Harvest, una novela de Dashiell
Hammett, designaba como “Poisonville”, ciudad venenosa, al lugar donde iba a
desfacer entuertos, aunque su verdadero nombre era mucho más neutral:
Personville.
La primera vez que hacía una recorrida por la ciudad, el detective
descubría que uno de los policías necesitaba una buena afeitada, el segundo
tenía desabrochados dos botones de su raído uniforme, y el tercero dirigía el
tráfico con un cigarro encendido en un costado de la boca. “Luego de eso”,
decía el detective, “dejé de contemplarlos”.
Podría comenzar una novela sobre Miami de esta manera: “Le informo al
lector: ´En ciertos meses, usted no necesita paraguas en Miami´. Me pregunta el
lector: ´¿Es que no necesito paraguas en esos meses por la ausencia de lluvias?´”
Por supuesto que llueve en Miami, y de manera abundante en cualquier
parte del año. Si usted revisa el pronóstico meteorológico, descubrirá que
siempre amenaza una isolated thunderstorm,
a veces reemplazada por una scattered
thundestorm. El hecho de que en Miami deba prescindir de paraguas en
ciertos meses del año, es porque llegó la temporada en que por alguna extraña
razón, escasean los paraguas.
Digamos que usted lee en un aviso de una agencia turística de Key West:
“¡Olvídese de su vehículo y disfrute de las dos ruedas!” Es la forma elegante
de informarle que las calles de Key West son tan estrechas y están tan
congestionadas de tráfico, que es mejor alquilar una bicicleta y abandonar el
automóvil en la carretera o en un estacionamiento o en un valet parking, donde
le cobrarán un ojo de la cara.
Si por ejemplo le dicen en alguna
zona turística: “Son las 11 de la mañana, es ya hora de disfrutar de un buen
café”, el mensaje subliminal es el siguiente: “No se levante temprano. Antes de
las 11 de la mañana no conseguirá un solo sitio donde le sirvan café, ni aunque
se arrastre de rodillas”.
Miami y sus aledaños es el reino del make believe. Nada es lo que parece. Se trata de un brillante
espejismo. Desde hace varios años es considerada la capital del fraude a
Medicare y a otros servicios nacionales de salud, Emprendedores ciudadanos han desarrollado
con orgullo una serie de estrategias para defraudar al estado y al público. Pero
en la parlance mayamera, lo que han
hecho es revolucionar la medicina y la psicoterapia contemporánea.
Algunos
casos que recopilé:
Edward Davis, un juez jubilado,
descubrió en una de sus cuentas enviadas por Medicare (programa estatal de
asistencia sanitaria a personas mayores de 65 años) que le habían cobrado 3.400
dólares por insertarle dos brazos artificiales. “He revisado mis brazos, y
todavía cargo conmigo los obtenidos al nacer", declaró a la carta
noticiosa de la AARP, la principal organización de jubilados de Estados Unidos.
Si bien el fraude contra Medicare se
practica en numerosos estados norteamericanos, la Florida es la punta del
iceberg, y además se lleva un buen trozo de la parte sumergida. Por ejemplo,
durante el 2009, Medicare pagó 2,4 millones de dólares a empresas que proveen
equipos para activar la erección. Pues bien, un 90 por ciento de ese dinero fue
a parar a empresas residenciadas en la Florida, no precisamente uno de los
estados más prolíficos del país.
Las autoridades federales estiman
que anualmente, el condado Miami-Dade presenta falsos reclamos médicos por
sumas de entre 3.500 y 4.500 millones de dólares. Eso incluye inexistentes o
superfluos tratamientos del Sida, de la diabetes, o de enfermedades mentales.
En mayo de 2010, David Marrero, propietario de una clínica en Miami, fue
acusado de fraude luego de que entregó facturas a Medicare por 5,8 millones de dólares
para que lo reembolsaran los gastos de no ofrecer terapia alguna a enfermos del
Sida, entre los años 2005 y 2007. Más sofisticado fue el proceder de los
hermanos Martín Jesús Tasis y Joaquín de Jesús Tasis, de la urbanización de
Hialeah, acusados de crear clínicas para tratar a enfermos del Sida. Los
pacientes tratados por los Tasis se dividían en dos categorías: aquellos que no
recibían terapia, o aquellos que no la necesitaban.
De acuerdo al FBI, la tendencia más
flamante entre los estafadores médicos es cargar por servicios inexistentes en
el área de la salud mental. Clínicas de Florida reclamaron a Medicare 421
millones de dólares en honorarios por atención a enfermos mentales durante el
2009. Esa cifra fue cuatro veces superior a la reclamada en el mismo período
por clínicas de Texas --un estado mucho más poblado que la Florida-- y 635
veces más que en Michigan, que cuenta entre sus ciudades a Detroit, una de las
más importantes de Estados Unidos.
Wilfredo Ferrer, quien en el 2010
era fiscal federal de Miami, dijo que le avergonzaba “la dudosa reputación” de
Miami como el Ground Zero de la
estafa a los servicios de salud.
LA
POLÍTICA DE LAS ZONAS ERÓGENAS
Emilio Fernández López, de 47 años
de edad, presidente de la empresa Charlie
RX, y Orlando Hernández Estévez, de 25 años, presidente de Happy Trips, fueron arrestados en el
2009 por agentes del FBI en el condado de Hialeah, acusados de robar datos a
pacientes y a médicos afiliados al sistema de Medicare con el propósito de
presentar pedidos de reembolso de falsos honorarios por una cifra cercana a los
dos millones de dólares.
Charlie
RX, la empresa de López, entregó a Medicare facturas por 689.853 dólares en
reclamaciones dolosas. Eso incluía 41.000 dólares por penis pumps, una especie de diminutos infladores para causar
erecciones, según informó The Miami
Herald.
Lo interesante del caso es que
algunos de los beneficiarios eran mujeres. La fiscalía de Miami dijo que una de
esas mujeres había reclamado cuatro sistemas de erección, demostrando que al
menos en esa ciudad del sur de la Florida, el falo centrismo ha muerto.
Hay ciudades de leyenda, ciudades ficticias, ciudades que nos abruman
con su presencia, otras que nos deprimen, pero ninguna de ellas obedece a
nuestras expectativas, sino a las leyes de nuestra imaginación. Recorrimos con
Laura los sitios que nos aconsejaron visitar, y descubrimos que hay algo peor
que la indiferencia de la gran ciudad. (Sinclair Lewis prefería hablar de la
“cálida indiferencia de la gran ciudad”). Las pequeñas ciudades suelen estar
pobladas de habitantes con una inmediata hostilidad y abundantes sospechas
hacia el recién llegado.
Si quieren saber por qué un pueblo chico es un infierno grande, deben
leer Gone Girl, de Gillian Flynn.
(Como diría Leonard Cohen, no es una sugerencia, es una orden). Se trata de una
extraordinaria novela que puede pasar por una narración policial, aunque es, en
realidad, la descripción de cómo un matrimonio se deteriora y desciende en la
locura luego que la pareja abandona New York y se muda a North Carthage,
Misurí. Se trata de una zona muy pintoresca donde transcurren las aventuras de
Tom Sawyer, aunque parece habitada por los habitantes de The Silence of the Lambs.
Miami tenía playas en abundancia. Y gigantescos malls. Y más playas.
Todo era muy excesivo. Por lo tanto, decidimos con Laura recrear el
mundo que habíamos armado en New Jersey, y volvimos a los meses de nieve, y nos
cansamos de escuchar el viento aullando en las noches. Pero nunca se nos
ocurrió retornar a ese sitio tan cercano a los Estados Unidos.
Cuentan que un gran autor de novelas del Salvaje Oeste se negaba a
visitar el área que describía en sus libros; prefería vivir en New York.
Desdeñaba el mundo del Salvaje Oeste. Le gustaba la literatura griega y romana.
Leía a Aristófanes y a Tácito en griego y latín. Un día, su editor neoyorquino
le dijo que su público estaba muy desconcertado porque nunca había hecho una
gira por esos lugares tan bien especificados en sus libros, y le organizó una
estadía de una semana en algún lugar de Wyoming. El autor se aposentó en el
hotel elegido por el editor, y durante esa semana se dedicó exclusivamente a
leer sus autores griegos y latinos en el original. Nunca asomó las narices para
observar el decorado o a los potenciales habitantes de sus novelas.
Los únicos lugares que habitamos están diseñados por nuestra
imaginación. Cuando la realidad irrumpe de manera traumática, es mejor
abandonarlos.
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