domingo, 8 de mayo de 2016

Tan lejos de Dios, tan cerca de los Estados Unidos


Mario Szichman

Para Gisela Salomón
Ana María Carrano
Marcos Salas
Y Douglas Berrueta




Edna Buchanan ha escrito muy buenos trabajos sobre el crimen en el Sur de la Florida. Cubrió durante  dieciséis años en The Miami Herald lo que llaman the police beat, la información policial. Sus libros se devoran de una sola sentada.   
Tal vez su texto más famoso es The Corpse Had a Familiar Face, pues no solo narra la infinita capacidad del ser humano para estropearle la vida al prójimo, sino también su experiencia como newcomer. Buchanan es oriunda de Paterson, New Jersey. En julio de 1961 visitó Miami, para unas vacaciones de dos semanas, y se quedó de por vida.
Todo es exagerado en Miami, nos informa la cronista. “las nubes, los colores demasiado brillantes para ser reales, el calor, la violencia. Las cosas feas son más feas en Miami, pero la belleza quita el aliento, enamora de por vida”.   
Durante su permanencia en The Miami Herald, Edna Buchanan cubrió más de cinco mil homicidios. Algunos de los muertos tenían caras conocidas. Varios habían sido sus amigos. La narradora es un poco como la visitante del más allá. La mayor parte de su vida transitó entre seres que habían enmudecido para siempre. Es un inquietante oficio el de cubrir the police beat, no es recomendable.
En noviembre de 2009, con mi esposa, Laura Corbalán, decidimos probar en ese lugar que, de acuerdo a los cínicos, es sensacional, porque está muy cerca de los Estados Unidos. Nos mudamos de Guttenberg, New Jersey, a Sunny Isles, al norte de Miami. Abandonamos la primera tormenta de nieve, y tropezamos con un sitio junto al mar breathtaking, para cortar el aliento. Luego nos mudamos en otras dos ocasiones, acercándonos cada vez más a Miami Beach. Un sitio era más espectacular que otro. Y sin embargo, y sin embargo… Sigmund Freud decía que sólo un demente intenta darle explicación a la vida. Y que la búsqueda de la felicidad es tan absurda como desear esclarecer los secretos de nuestra existencia. En Miami no estaba la felicidad.
Exactamente un año después, en noviembre de 2010, abandonamos el sur de La Florida y regresamos a Guttenberg, New Jersey. Al mismo lugar de donde habíamos partido. Nuevamente nos aguardaba la nieve, calles encharcadas de fango, días grises y –río Hudson de por medio– el panorama íntegro de Manhattan, desde el Verrazano Bridge, al sur, hasta el George Washington Bridge, al norte.   
Durante el año en Miami, mientras Laura trabajaba con sus pacientes por teléfono y por Skype, y se encargaba de Clinical Studies, la revista de psicoanálisis que dirigía, me dediqué a escribir crónicas para el diario Tal Cual de Caracas, y seguí trabajando en mis novelas. O, en lo que un ensayista francés (¿sería Jacques Derrida?) consideraba la diseminación de textos. La idea es que después del primer libro, durante el resto de nuestras vidas, nos dedicamos a ampliar las ideas de la producción inicial. Proliferan los intentos, y algunos de ellos, fructifican.
Consideré plausible hacer fructificar, en esa etapa, un libro de ensayos ampliando las crónicas mayameras. Es una pena que Juan Carlos Onetti me haya ganado de mano con su cuento El infierno tan temido. Me hubiera gustado titular el libro Miami: el infierno tan temido. También podría haber usado la frase de Jean Paul Sartre, creo que figura en una de sus obras de teatro: “El infierno son los demás”.
¿Y por qué no escribir una novela, con un setting similar al de El poder y la gloria? Después pensé que la novela de Graham Greene podía ayudar solo en la parte del calor. El calor ayuda a un escritor. Provee a sus personajes con una serie de props. En esos climas son inagotables las botellas de cerveza, el gesto de acariciar la frente con la botella de cerveza, los sombreros Panamá. Pero el calor no ayuda a escribir sobre Miami. Uno se refugia en un mall y de inmediato teme contraer una neumonía. ¿Qué tal Miami: pesadilla de aire acondicionado? Pero el título le pertenece a Henry Miller, así que es mejor descartarlo.
Creo que el territorio más fecundo que ofrece Miami a un narrador es el del policial. Cuando más noir, mejor. Aunque también hay un obstáculo: las magníficas vallas narrativas erigidas por Carl Hiassen y Charles Willeford. Quizás otros narradores estimulan nuestra inspiración, pero Hiassen y Willeford solo espolean el plagio. ¿Cómo se hace para imitarlos? ¿Quién es capaz de superarlos?  
Hiassen es desopilante cuando describe las infinitas trácalas de muchos mayameros para engañar al fisco. (Me gustan Skinny Dip y Tourist Season, pero todas sus novelas son de primera). Willeford observaba buena parte de su mundo a través del policía Hoke Moseley (humano, excesivamente humano). Miami Blues es una novela perfecta, favorecida con la presencia de Freddy “Junior” Frenger, uno de los grandes psicópatas en la historia de la literatura norteamericana, y posiblemente mundial. Como en el caso de Hiassen, no ha escrito una sola novela mediocre. Me gusta esta frase de una reseña de Miami Blues aparecida en The New Yorker: “El señor Willeford nunca da un paso en falso”.
¿Dónde descubren esos autores la trama de sus novelas? Supongo que leyendo The Miami Herald. Inclusive Hiassen es columnista del periódico, aunque sus crónicas no son muy  brillantes. En sus novelas, Hiassen ni comenta ni critica, deja simplemente que sus personajes, especialmente los villanos, desplieguen su talento para desfalcar o asesinar. Pero en sus crónicas Hiassen abandona la ironía y prefiere expresar su indignación.
Willeford  (1919–1988), tenía una ventaja sobre Hiassen: era un transplantado. Había nacido en Little Rock, Arkansas. Para él, como para Edna Buchanan, el sur de la Florida era un sitio para confrontar con su lugar de origen. Por cierto, la mayor parte de la carrera literaria de Willeford se concretó fuera de la Florida. Y aunque todas sus ficciones policiales, cortas y largas, son muy buenas, su fama proviene de sus cuatro novelas sobre Miami: Miami Blues (1984); New Hope for the Dead (1985); Sideswipe (1987) y The Way We Die Now ( 1988). Todas están protagonizadas por el funcionario policial Hoke Moseley. Gracias a su producción final, logró que reeditaran sus olvidadas narraciones anteriores.
Con cada nueva novela sobre Miami, el autor disminuyó la investigación policial, y acrecentó la indagación psicológica. El escritor estaba fascinado con los personajes que proliferaban en el sur de la Florida en una época de violenta transición. Previamente, el policial de Miami había tenido como protagonista a Travis Mcgee, un personaje creado por John D. Macdonald.  Eran otras épocas, el protagonista vivía en una lancha atracada en un muelle, sin que a nadie se le ocurriera asesinarlo.
Willeford logró reseñar la enorme transición de Miami, una sleepy southern town, el sitio predilecto de turistas y jubilados, transmutada en el paraíso de los narcos, las fortunas suntuosas y chillonas, y los crímenes más raros del mundo.  
(Como un aparte: En una ocasión, un periodista entrevistó al escritor, y le pidió que le explicara el secreto de su abundante producción. “Es muy sencillo”, le respondió Willeford: “Nunca vaya al baño en la mañana, hasta haber escrito la primera página. De esa manera, tendrá garantizada una página por día. Al cabo de un año, contará con una novela”).  

POISONVILLE

En una crónica anterior señalaba que el innominado detective de Red Harvest, una novela de Dashiell Hammett, designaba como “Poisonville”, ciudad venenosa, al lugar donde iba a desfacer entuertos, aunque su verdadero nombre era mucho más neutral: Personville.
La primera vez que hacía una recorrida por la ciudad, el detective descubría que uno de los policías necesitaba una buena afeitada, el segundo tenía desabrochados dos botones de su raído uniforme, y el tercero dirigía el tráfico con un cigarro encendido en un costado de la boca. “Luego de eso”, decía el detective, “dejé de contemplarlos”. 
Podría comenzar una novela sobre Miami de esta manera: “Le informo al lector: ´En ciertos meses, usted no necesita paraguas en Miami´. Me pregunta el lector: ´¿Es que no necesito paraguas en esos meses por la ausencia de lluvias?´”
Por supuesto que llueve en Miami, y de manera abundante en cualquier parte del año. Si usted revisa el pronóstico meteorológico, descubrirá que siempre amenaza una isolated thunderstorm, a veces reemplazada por una scattered thundestorm. El hecho de que en Miami deba prescindir de paraguas en ciertos meses del año, es porque llegó la temporada en que por alguna extraña razón, escasean los paraguas.  
Digamos que usted lee en un aviso de una agencia turística de Key West: “¡Olvídese de su vehículo y disfrute de las dos ruedas!” Es la forma elegante de informarle que las calles de Key West son tan estrechas y están tan congestionadas de tráfico, que es mejor alquilar una bicicleta y abandonar el automóvil en la carretera o en un estacionamiento o en un valet parking, donde le cobrarán un ojo de la cara.
            Si por ejemplo le dicen en alguna zona turística: “Son las 11 de la mañana, es ya hora de disfrutar de un buen café”, el mensaje subliminal es el siguiente: “No se levante temprano. Antes de las 11 de la mañana no conseguirá un solo sitio donde le sirvan café, ni aunque se arrastre de rodillas”.
Miami y sus aledaños es el reino del make believe. Nada es lo que parece. Se trata de un brillante espejismo. Desde hace varios años es considerada la capital del fraude a Medicare y a otros servicios nacionales de salud, Emprendedores ciudadanos han desarrollado con orgullo una serie de estrategias para defraudar al estado y al público. Pero en la parlance mayamera, lo que han hecho es revolucionar la medicina y la psicoterapia contemporánea.
Algunos casos que recopilé:
            Edward Davis, un juez jubilado, descubrió en una de sus cuentas enviadas por Medicare (programa estatal de asistencia sanitaria a personas mayores de 65 años) que le habían cobrado 3.400 dólares por insertarle dos brazos artificiales. “He revisado mis brazos, y todavía cargo conmigo los obtenidos al nacer", declaró a la carta noticiosa de la AARP, la principal organización de jubilados de Estados Unidos.
            Si bien el fraude contra Medicare se practica en numerosos estados norteamericanos, la Florida es la punta del iceberg, y además se lleva un buen trozo de la parte sumergida. Por ejemplo, durante el 2009, Medicare pagó 2,4 millones de dólares a empresas que proveen equipos para activar la erección. Pues bien, un 90 por ciento de ese dinero fue a parar a empresas residenciadas en la Florida, no precisamente uno de los estados más prolíficos del país.
            Las autoridades federales estiman que anualmente, el condado Miami-Dade presenta falsos reclamos médicos por sumas de entre 3.500 y 4.500 millones de dólares. Eso incluye inexistentes o superfluos tratamientos del Sida, de la diabetes, o de enfermedades mentales. En mayo de 2010, David Marrero, propietario de una clínica en Miami, fue acusado de fraude luego de que entregó facturas a Medicare por 5,8 millones de dólares para que lo reembolsaran los gastos de no ofrecer terapia alguna a enfermos del Sida, entre los años 2005 y 2007. Más sofisticado fue el proceder de los hermanos Martín Jesús Tasis y Joaquín de Jesús Tasis, de la urbanización de Hialeah, acusados de crear clínicas para tratar a enfermos del Sida. Los pacientes tratados por los Tasis se dividían en dos categorías: aquellos que no recibían terapia, o aquellos que no la necesitaban.
            De acuerdo al FBI, la tendencia más flamante entre los estafadores médicos es cargar por servicios inexistentes en el área de la salud mental. Clínicas de Florida reclamaron a Medicare 421 millones de dólares en honorarios por atención a enfermos mentales durante el 2009. Esa cifra fue cuatro veces superior a la reclamada en el mismo período por clínicas de Texas --un estado mucho más poblado que la Florida-- y 635 veces más que en Michigan, que cuenta entre sus ciudades a Detroit, una de las más importantes de Estados Unidos.
            Wilfredo Ferrer, quien en el 2010 era fiscal federal de Miami, dijo que le avergonzaba “la dudosa reputación” de Miami como el Ground Zero de la estafa a los servicios de salud.
           
LA POLÍTICA DE LAS ZONAS ERÓGENAS

            Emilio Fernández López, de 47 años de edad, presidente de la empresa Charlie RX, y Orlando Hernández Estévez, de 25 años, presidente de Happy Trips, fueron arrestados en el 2009 por agentes del FBI en el condado de Hialeah, acusados de robar datos a pacientes y a médicos afiliados al sistema de Medicare con el propósito de presentar pedidos de reembolso de falsos honorarios por una cifra cercana a los dos millones de dólares.
            Charlie RX, la empresa de López, entregó a Medicare facturas por 689.853 dólares en reclamaciones dolosas. Eso incluía 41.000 dólares por penis pumps, una especie de diminutos infladores para causar erecciones, según informó The Miami Herald.
            Lo interesante del caso es que algunos de los beneficiarios eran mujeres. La fiscalía de Miami dijo que una de esas mujeres había reclamado cuatro sistemas de erección, demostrando que al menos en esa ciudad del sur de la Florida, el falo centrismo ha muerto.

Hay ciudades de leyenda, ciudades ficticias, ciudades que nos abruman con su presencia, otras que nos deprimen, pero ninguna de ellas obedece a nuestras expectativas, sino a las leyes de nuestra imaginación. Recorrimos con Laura los sitios que nos aconsejaron visitar, y descubrimos que hay algo peor que la indiferencia de la gran ciudad. (Sinclair Lewis prefería hablar de la “cálida indiferencia de la gran ciudad”). Las pequeñas ciudades suelen estar pobladas de habitantes con una inmediata hostilidad y abundantes sospechas hacia el recién llegado.
Si quieren saber por qué un pueblo chico es un infierno grande, deben leer Gone Girl, de Gillian Flynn. (Como diría Leonard Cohen, no es una sugerencia, es una orden). Se trata de una extraordinaria novela que puede pasar por una narración policial, aunque es, en realidad, la descripción de cómo un matrimonio se deteriora y desciende en la locura luego que la pareja abandona New York y se muda a North Carthage, Misurí. Se trata de una zona muy pintoresca donde transcurren las aventuras de Tom Sawyer, aunque parece habitada por los habitantes de The Silence of the Lambs.
Miami tenía playas en abundancia. Y gigantescos malls. Y más playas.
Todo era muy excesivo. Por lo tanto, decidimos con Laura recrear el mundo que habíamos armado en New Jersey, y volvimos a los meses de nieve, y nos cansamos de escuchar el viento aullando en las noches. Pero nunca se nos ocurrió retornar a ese sitio tan cercano a los Estados Unidos.  
Cuentan que un gran autor de novelas del Salvaje Oeste se negaba a visitar el área que describía en sus libros; prefería vivir en New York. Desdeñaba el mundo del Salvaje Oeste. Le gustaba la literatura griega y romana. Leía a Aristófanes y a Tácito en griego y latín. Un día, su editor neoyorquino le dijo que su público estaba muy desconcertado porque nunca había hecho una gira por esos lugares tan bien especificados en sus libros, y le organizó una estadía de una semana en algún lugar de Wyoming. El autor se aposentó en el hotel elegido por el editor, y durante esa semana se dedicó exclusivamente a leer sus autores griegos y latinos en el original. Nunca asomó las narices para observar el decorado o a los potenciales habitantes de sus novelas.
Los únicos lugares que habitamos están diseñados por nuestra imaginación. Cuando la realidad irrumpe de manera traumática, es mejor abandonarlos.



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