Mario Szichman
Hace algunos días volví a ver Rear Window, dirigida por Alfred Hitchcock. Creo que el título en castellano es La ventana indiscreta. Se basa en un
relato de Cornell Woolrich, un genio del suspense,
pero la distancia entre el texto impreso y el filme es inmensa. Me imagino que
para Hitchcock esa narración fue como maná del cielo. Es la historia de un
hombre confinado en su apartamento, que solo puede ir de su cama al baño o
asomarse por la ventana para espiar a sus vecinos. Y admite que, para algunas
mentes afiebradas, es una especie de Peeping Tom, el voyeur por antonomasia. Desde su ventana, el protagonista observa
retazos de la vida de otras personas, intuye sus dramas, y descubre un
asesinato.
El relato pasó primero por un “tratamiento” del dramaturgo
Joshua Logan, y el guión fue escrito por John Michael Hayes, quien trabajó en
otros excelentes proyectos de Hitchcock, como Para atrapar al ladrón, The
Trouble with Harry y The Man Who Knew
Too Much.
Con la excepción de la espléndida Dial ´M´ for Murder, la película Rear Window es la más teatral de todas las filmadas por Hitchcock. Y
triunfa no pese a sus limitaciones, sino gracias a ellas. El protagonista, L.B.
Jefferies (James Stewart) un fotógrafo
profesional, está confinado a una silla de ruedas luego de un accidente
mientras filmaba una carrera de automóviles. Fisgoneando por la ventana, va
descubriendo una serie de dramas que podrían reflejar, en parte, su vida
personal. Su novia Lisa Fremont (Grace Kelly) que no figura en el relato
original, una modelo con buenas relaciones en el mundo de la alta costura,
querría que Jefferies abandonara su vida aventurera y se dedicara a ser fotógrafo
de modas.
Hay una serie de incidentes donde Hitchcock, sabiamente,
introduce la perversión. Es evidente que el fotógrafo tiene una de las piernas
totalmente enyesada, hasta la ingle, por lo cual, las posibilidades de hacer el
amor con su novia están absolutamente vedadas. Sin embargo, Lisa se le aparece
un día con su bolso de noche, le muestra su provocadora ropa íntima, y es obvio
que piensa dormir con Jefferies. El director deja que los espectadores imaginen
toda clase de inquietantes posibilidades.
El problema principal del guionista Hayes fue con el
villano, Lars Thorwald (Raymond Burr). En el filme se sugiere que Thorwald
asesinó a su esposa y la descuartizó, para iniciar una nueva vida con otra
mujer.
Una regla de oro de cualquier tipo de narración es que un
protagonista necesita ser confrontado con un antagonista de su mismo calibre.
Pero en Rear Window, ambos sufren
problemas que desnivelan el conflicto. En el caso de Jefferies, es su
confinamiento en una silla de ruedas. En el de Thorwald, la imposibilidad de
expresar sus sentimientos, excepto en una escena al comienzo donde tiene una
violenta discusión con su esposa, una inválida. Un día, se baja la persiana en
la ventana donde se veía a la esposa. A partir de ese momento, Thorwald, un
viajante de comercio, abandona con frecuencia su apartamento cargando una
maleta de metal. Cuando vuelve a alzarse la persiana en la ventana que da al
dormitorio, la cama está vacía. Jefferies empieza a sospechar que hubo juego
sucio y trata de tender trampas al presunto asesino. Inclusive envía a su novia
a tratar de revisar el apartamento de Thorwald mientras el viajante lo abandona
para hacer una diligencia. Thorwald retorna de improviso, y es en ese contexto cuando
descubre que está siendo espiado desde otra ventana, iniciando así la
confrontación final.
¿Por qué nos apasiona tanto un filme que parece no acatar
ninguna de las reglas de la cinematografía? Es obvio que Rear Window es una obra de teatro. Si vamos al cine es porque
necesitamos los atractivos ofrecidos por una película, desde grandes espacios
abiertos y cambios de escenario hasta multitud de personajes. Hitchcock ofrece
en cambio una sola posibilidad al héroe: espiar sin ser espiado. (Excepto
cuando Thorwald, el personaje sometido a escrutinio, logra devolver la mirada y
convertir a Jefferies de cazador en cazado). Pero hay un elemento adicional: la
posibilidad de imaginar. En cada una de las ventanas que Jefferies somete a su
observación hay un personaje en conflicto con su medio ambiente. Está la señorita
corazones solitarios, entablando citas de una noche con hombres más jóvenes que
la defraudan, y en una ocasión la llevan a cometer un intento de suicidio; está
la señorita Torso, una bella bailarina pródiga en encantos, acosada por varios
galanes; está un compositor que aspira a escribir una melodía excepcional; está
la pareja de recién casados, haciendo el amor de la mañana a la noche, y una
pareja de mediana edad que ha depositado todo su amor en un perro.
¿Cómo terminará Jefferies? Cada una de las ventanas que escudriña le
señalan un incierto futuro. El voyeur
profesional nada desdeña, ni siquiera el asesinato de su pareja.
Hitchcock podría haber propuesto otra clase de guión, sin
tantas constricciones. Pero de inmediato descubrió las posibilidades del
confinamiento y de los múltiples obstáculos.
Jan Kott descubrió en El
Rey Lear de Shakespeare que la
carencia puede hacer volar la imaginación. El rey está ciego, y su bufón lo
conduce por el escenario anunciando obstáculos inexistentes. Le advierte que
debe alzar el pie para pasar por encima de una roca, que debe desviarse para
evitar un charco, y retroceder ante la presencia de un ser extraño. Pero el
espectador sabe, a diferencia del monarca, que el bufón está mintiendo. No hay
un solo estorbo en el escenario. Al mismo tiempo, las palabras del bufón
permiten instalar tres dimensiones en el territorio de lo imaginario.
En Rear Window,
en la reclusión de su apartamento, en el restringido espacio de su silla de
ruedas, Jefferies vive varias vidas simultáneas. Los inconstantes datos que se
ofrecen a su mirada le permiten organizar no solo su vida, sino las
posibilidades que se le ofrecen una vez recupere el uso de su cuerpo. Es una
especie de ensayo general, y nada más adecuado que usar para ello un tinglado
teatral. Además, Hitchcock nos permite anudar algunas historias para que
lleguemos a un final feliz. La señorita Torso, acosada por admiradores que se
comportan como lobos ante una presa fácil, termina reuniéndose con su
enamorado, la señorita corazones solitarios queda prendada del compositor que
en cierto modo la convierte en su musa inspiradora y le permite crear una bella
melodía, y la pareja que tiene a su perro como excusa para compartir la
soledad, obtiene una segunda oportunidad. Curiosamente, no sabemos qué ocurrirá
con el protagonista. Él ama la aventura, ir a zonas de conflicto, vivir cada
día una experiencia diferente. En cambio Lisa ama Nueva York y el mundo de la
moda. La escena final muestra a Lisa leyendo con atención un libro sobre cómo
organizar un safari, haciendo creer que está dispuesta a compartir con su novio
una vida de riesgos. Pero apenas Jefferies se queda dormido, Lisa cambia el
libro por un ejemplar de la revista Bazaar.
Pues si bien Hitchcock sabía complacer a sus espectadores, nunca olvidaba a los
seres de carne y hueso. Lisa no parece ser la persona que convertirá a
Jefferies en un marido feliz.
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