miércoles, 3 de diciembre de 2014

No todos los finales felices son igualmente felices

Mario Szichman



Hace algunos días volví a ver Rear Window, dirigida por Alfred Hitchcock.  Creo que el título en castellano es La ventana indiscreta. Se basa en un relato de Cornell Woolrich, un genio del suspense, pero la distancia entre el texto impreso y el filme es inmensa. Me imagino que para Hitchcock esa narración fue como maná del cielo. Es la historia de un hombre confinado en su apartamento, que solo puede ir de su cama al baño o asomarse por la ventana para espiar a sus vecinos. Y admite que, para algunas mentes afiebradas, es una especie de Peeping Tom, el voyeur por antonomasia. Desde su ventana, el protagonista observa retazos de la vida de otras personas, intuye sus dramas, y descubre un asesinato.
El relato pasó primero por un “tratamiento” del dramaturgo Joshua Logan, y el guión fue escrito por John Michael Hayes, quien trabajó en otros excelentes proyectos de Hitchcock, como Para atrapar al ladrón, The Trouble with Harry y The Man Who Knew Too Much.
Con la excepción de la espléndida Dial ´M´ for Murder, la película Rear Window es la más teatral de todas las filmadas por Hitchcock. Y triunfa no pese a sus limitaciones, sino gracias a ellas. El protagonista, L.B. Jefferies  (James Stewart) un fotógrafo profesional, está confinado a una silla de ruedas luego de un accidente mientras filmaba una carrera de automóviles. Fisgoneando por la ventana, va descubriendo una serie de dramas que podrían reflejar, en parte, su vida personal. Su novia Lisa Fremont (Grace Kelly) que no figura en el relato original, una modelo con buenas relaciones en el mundo de la alta costura, querría que Jefferies abandonara su vida aventurera y se dedicara a ser fotógrafo de modas.
Hay una serie de incidentes donde Hitchcock, sabiamente, introduce la perversión. Es evidente que el fotógrafo tiene una de las piernas totalmente enyesada, hasta la ingle, por lo cual, las posibilidades de hacer el amor con su novia están absolutamente vedadas. Sin embargo, Lisa se le aparece un día con su bolso de noche, le muestra su provocadora ropa íntima, y es obvio que piensa dormir con Jefferies. El director deja que los espectadores imaginen toda clase de inquietantes posibilidades.
El problema principal del guionista Hayes fue con el villano, Lars Thorwald (Raymond Burr). En el filme se sugiere que Thorwald asesinó a su esposa y la descuartizó, para iniciar una nueva vida con otra mujer.
Una regla de oro de cualquier tipo de narración es que un protagonista necesita ser confrontado con un antagonista de su mismo calibre. Pero en Rear Window, ambos sufren problemas que desnivelan el conflicto. En el caso de Jefferies, es su confinamiento en una silla de ruedas. En el de Thorwald, la imposibilidad de expresar sus sentimientos, excepto en una escena al comienzo donde tiene una violenta discusión con su esposa, una inválida. Un día, se baja la persiana en la ventana donde se veía a la esposa. A partir de ese momento, Thorwald, un viajante de comercio, abandona con frecuencia su apartamento cargando una maleta de metal. Cuando vuelve a alzarse la persiana en la ventana que da al dormitorio, la cama está vacía. Jefferies empieza a sospechar que hubo juego sucio y trata de tender trampas al presunto asesino. Inclusive envía a su novia a tratar de revisar el apartamento de Thorwald mientras el viajante lo abandona para hacer una diligencia. Thorwald retorna de improviso, y es en ese contexto cuando descubre que está siendo espiado desde otra ventana, iniciando así la confrontación final.
¿Por qué nos apasiona tanto un filme que parece no acatar ninguna de las reglas de la cinematografía? Es obvio que Rear Window es una obra de teatro. Si vamos al cine es porque necesitamos los atractivos ofrecidos por una película, desde grandes espacios abiertos y cambios de escenario hasta multitud de personajes. Hitchcock ofrece en cambio una sola posibilidad al héroe: espiar sin ser espiado. (Excepto cuando Thorwald, el personaje sometido a escrutinio, logra devolver la mirada y convertir a Jefferies de cazador en cazado). Pero hay un elemento adicional: la posibilidad de imaginar. En cada una de las ventanas que Jefferies somete a su observación hay un personaje en conflicto con su medio ambiente. Está la señorita corazones solitarios, entablando citas de una noche con hombres más jóvenes que la defraudan, y en una ocasión la llevan a cometer un intento de suicidio; está la señorita Torso, una bella bailarina pródiga en encantos, acosada por varios galanes; está un compositor que aspira a escribir una melodía excepcional; está la pareja de recién casados, haciendo el amor de la mañana a la noche, y una pareja de mediana edad que ha depositado todo su amor en un perro.
¿Cómo terminará Jefferies? Cada una de las ventanas que escudriña le señalan un incierto futuro. El voyeur profesional nada desdeña, ni siquiera el asesinato de su pareja.
Hitchcock podría haber propuesto otra clase de guión, sin tantas constricciones. Pero de inmediato descubrió las posibilidades del confinamiento y de los múltiples obstáculos.
Jan Kott descubrió en El Rey Lear de Shakespeare que la carencia puede hacer volar la imaginación. El rey está ciego, y su bufón lo conduce por el escenario anunciando obstáculos inexistentes. Le advierte que debe alzar el pie para pasar por encima de una roca, que debe desviarse para evitar un charco, y retroceder ante la presencia de un ser extraño. Pero el espectador sabe, a diferencia del monarca, que el bufón está mintiendo. No hay un solo estorbo en el escenario. Al mismo tiempo, las palabras del bufón permiten instalar tres dimensiones en el territorio de lo imaginario.
En Rear Window, en la reclusión de su apartamento, en el restringido espacio de su silla de ruedas, Jefferies vive varias vidas simultáneas. Los inconstantes datos que se ofrecen a su mirada le permiten organizar no solo su vida, sino las posibilidades que se le ofrecen una vez recupere el uso de su cuerpo. Es una especie de ensayo general, y nada más adecuado que usar para ello un tinglado teatral. Además, Hitchcock nos permite anudar algunas historias para que lleguemos a un final feliz. La señorita Torso, acosada por admiradores que se comportan como lobos ante una presa fácil, termina reuniéndose con su enamorado, la señorita corazones solitarios queda prendada del compositor que en cierto modo la convierte en su musa inspiradora y le permite crear una bella melodía, y la pareja que tiene a su perro como excusa para compartir la soledad, obtiene una segunda oportunidad. Curiosamente, no sabemos qué ocurrirá con el protagonista. Él ama la aventura, ir a zonas de conflicto, vivir cada día una experiencia diferente. En cambio Lisa ama Nueva York y el mundo de la moda. La escena final muestra a Lisa leyendo con atención un libro sobre cómo organizar un safari, haciendo creer que está dispuesta a compartir con su novio una vida de riesgos. Pero apenas Jefferies se queda dormido, Lisa cambia el libro por un ejemplar de la revista Bazaar. Pues si bien Hitchcock sabía complacer a sus espectadores, nunca olvidaba a los seres de carne y hueso. Lisa no parece ser la persona que convertirá a Jefferies en un marido feliz.




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