Mario Szichman
Gas Light (1944), un filme protagonizado por Ingrid Bergman y Charles Boyer, ha
tenido enorme popularidad no solo entre los espectadores de teatro y cine a
partir de la década del cuarenta, sino entre psiquiátras y psicólogos,
especialmente en los Estados Unidos. Se trata de la adaptación de una obra de
teatro escrita por el dramaturgo británico Patrick Hamilton y puesta en escena
en Londres, en 1938. Pertenece a esas obras “comunales” que flotan en la
imaginación popular durante décadas o siglos, como El Doctor Jekyll y Míster Hyde, de Robert Louis Stevenson, o Drácula, de Bram Stoker, o A Rose for Emily, de William Faulkner. Y
es comunal porque circula como leyenda hasta el momento en que un autor decide transcribirla
en el papel.
¿Cual es la trama de Gaslight? La historia de un marido que intenta convencer a su crédula esposa
que está loca mediante la manipulación de algunos objetos de su entorno. Cada
vez que la mujer se desconcierta ante un cambio ocurrido en la casa, el marido
le demuestra que está equivocada, o que sus conjeturas proceden de una mente
desquiciada.
El setting de la
historia es el Londres de finales del siglo diecinueve, y el título original
alude al oscurecimiento de las luces de gas en la casa cuando el marido prende
algunas lámparas adicionales en el ático con el propósito de buscar un tesoro
oculto. Cada vez que la esposa comenta el eclipse de las luces y discute el
fenómeno, el marido le dice que se trata de un producto de su imaginación.
La película dio origen al vocablo gaslighting como sinónimo de abuso mental. La víctima recibe falsa
información y el propósito es que dude de su memoria, percepción e intelecto. La psicóloga Florence Rush, en su trabajo The Best-kept Secret: Sexual Abuse of
Children (El secreto mejor guardado: el abuso sexual de los niños) dice que
la expresión “es usada para describir el intento de destruir en otra persona la
percepción de la realidad”.
¿Resulta casual que la escritura de Gaslight sea de 1938, y su versión más famosa de 1944? Es el
período en que el nazismo llegó a su máxima expresión, y en que la formidable
maquinaria de propaganda del Tercer Reich hizo un eficaz lavado en el cerebro
de decenas de millones de alemanes. El régimen de Adolf Hitler necesitaba, en
primer lugar, borrar la mancha de la derrota sufrida por el ejército en la
primera guerra mundial. Para eso inventó la fantasía de que había sido
apuñaleado por la espalda. El enemigo estaba adentro: pacifistas, judíos,
homosexuales, gitanos, comunistas, socialistas, liberales, eran los culpables
de la capitulación.
El nazismo reinventó la historia de Alemania. No tuvo
problemas en mentirle al pueblo en la cara. Los libros de historia fueron
reescritos, se cambió la actuación de los héroes, se les hizo decir cosas que
nunca habían pronunciado en su vida. No hubo un solo aspecto de la cultura o de
la tradición alemana que permanecieran intactos. Inclusive se alteraron los
mapas a fin de poder reclamar regiones transmutadas en irredentas una vez se
alteró su trazado.
Hitler cometió solamente un error en su vida: creer en sus
propios embustes. La teoría de la puñalada en la espalda lo convenció de que el
ejército alemán era invencible. Se necesitaba únicamente eliminar la quinta
columna de derrotistas, cautelosos, indiferentes, usureros y perversos, y
enfilar hacia la conquista de otros territorios. Marchó a la guerra, y terminó
suicidándose en un bunker junto con su esposa, Eva Braun. Su destino hubiera
sido muy diferente de optar por regir Alemania con puño de acero sin invadir
Polonia. Al menos, hubiera durado algunos años más, aunque sufría del mal de
Parkinson. Quizás lo hubieran enterrado en el panteón de los héroes,
posiblemente en un mausoleo de las dimensiones que alberga a Napoleón Bonaparte
en París.
ALTERNATIVAS
Cada hombre fuerte desprende comparsas. Es un seductor
ejemplo para las mentes desquiciadas que intentan emularlo. Al mismo tiempo,
sus émulos tienen la ventaja de conocer el destino que terminó sepultando a su
modelo. Optan por lo tolerado y desechan lo riesgoso.
Sin embargo, sin importar la calaña del enano político que
intenta imitar al insigne modelo, hay un elemento imposible de eludir: la
reinvención de la historia, la perversa necesidad del gaslighting. Existe cierto placer en proveer al pueblo de falsa
información para hacerlo dudar de su memoria, percepción e intelecto.
En ese sentido, el fallecido presidente de Venezuela Hugo
Chávez Frías infligió a su pueblo un gaslighting
inédito en los anales de América Latina al someter al Libertador Simón Bolívar
a una operación de cirugía estética.
Uno de los lemas favoritos del hombre fuerte argentino
Juan Domingo Perón era: “De todas partes se vuelve, menos del ridículo”. Pero
¿qué ocurre si alguien es capaz de retornar del ridículo? Pues es invulnerable.
Nos burlamos de la mentira hasta que nos enfrenta, y se proclama indiscutible. Todo gobierno capaz de tener éxito en la
patraña –siempre que eluda la guerra– puede eternizarse en el poder.
Una noche, los venezolanos se acuestan teniendo en su
mente una imagen muy clara de Simón Bolívar. A la mañana siguiente, despiertan
observando un rostro de Bolívar que ni el Libertador hubiera reconocido al
mirarse en el espejo. Treinta millones de venezolanos, y posiblemente muchos
miles de latinoamericanos, contemplan un Bolívar “digitalizado”. Es un rostro
que parece de goma, superpuesto a la imagen icónica.
Cuando Bolívar vivía, el pintor limeño José Gil Castro le
hizo un retrato en vivo y en directo. El Libertador quedó muy contento con el
resultado. Al punto que se lo envió al general Robert Wilson con estas
palabras: “Me tomo la libertad de dirigir a Usted un retrato mío hecho en Lima
con la más grande exactitud y semejanza”.
Si a Bolívar le hubiera disgustado el cuadro, se lo habría
comunicado a Gil Castro. El Libertador era muy vanidoso, y no toleraba que se
agraviara su imagen. También es previsible que el general Wilson conociera
personalmente al prócer. En esas épocas previas al internet y al Skype, eran
difíciles las relaciones a distancia. Seguramente
Wilson confirmó en el cuadro la gran semejanza con el original.
Chávez, quien siempre se proclamó heredero del Libertador
perpetró un acto de taumaturgia que ningún gobernante en el mundo osó realizar:
imponerle al prócer máximo su ideal de belleza, y al mismo tiempo desautorizarlo,
una tendencia muy enquistada en el gobierno bolivariano.
Cuando visité Trujillo, en el estado venezolano del mismo nombre,
para dar algunas conferencias en la universidad de Los Andes, me informaron que
los trujillanos, ahora rebautizados trujillenses (todo se rebautiza en la
Venezuela chavista), contaban con una flamante heroína. Tan flamante que ni
siquiera existió. Se trataba de la generala post-mortem Dolores Dionisia Santos
Moreno, también conocida como “La Inmortal de Trujillo”.
Si el lector explora Google.books, que tiene más libros
que la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, verá que hay exactamente una
sola referencia a la inventada heroína. Y la referencia proviene de Huma José
Rosario Tavera, cronista del Municipio Trujillo, y perpetrador de la heroína.
En cambio, Google.books dedica nutridas referencias a
todos los héroes de la independencia latinoamericana, no sólo los más
connotados, sino aquellos que apenas han merecido una escuálida referencia como
nota al pie.
Y entonces ¿por qué la heroína Dolores Dionisia Santos
Moreno no aparece en referencia alguna, excepto en la formulada por Rosario
Tavera? El lector podrá intuir las razones de la extraña omisión.
Felizmente, el cronista del Municipio Trujillo suplió esa inadvertencia
con una vagarosa y larguísima biografía. No sólo la heroína estaba presente en
todos los lugares donde ocurrieron episodios históricos. También se alojaba en
todos los intersticios del lugar común. Cuando no estaba luchando por la
patria, agonizaba por ella.
Sin embargo, otros chavistas cuestionaron la invención.
Henry Martorelli, director del Movimiento Social y Poder Popular del gobernante
Partido Socialista Unido de Venezuela, acusó a Rosario Tavera de tejer una
patraña.
Según Martorelli, el Centro de Historia de Trujillo fue
tomado por el Comando Kuicas, uno de cuyos miembros era Rosario Tavera. Como
parte de su labor revisionista, Rosario Tavera modificó algunos cuadros
existentes en el Centro de Historia de Trujillo, y eliminó otros. Y luego, dijo
Martorelli, creó “héroes y acontecimientos que sólo han existido en su
imaginación”, entre ellos a la generala post-mortem. De acuerdo a Martorelli,
Huma Rosario también habría urdido el cuadro de Dolores Dionisia Santos Moreno.
“La imagen de esa figura”, indicó Martorelli, “tiene la cara de Angie Quintana
y el cuerpo de José Antonio Páez”.
Al parecer, un sector del chavismo, ansioso por superar
sus leyendas en materia de estadísticas, o de borrar con el codo el pasado
venezolano y las facciones del Libertador, desea ahora reconstruir otro pasado
impoluto, hecho a la medida de su fallecido líder.
Hugo Chávez incorporó el gaslighting como método político. Hizo dudar al pueblo venezolano
de su memoria, de su percepción y de su intelecto. La falsa información pasó a
ser verdadera. Afortunadamente, aunque Simón Bolívar es inmortal, discrepa con
Chávez en un aspecto: no es eterno, y no puede ser afectado por el gaslighting. En cambio, la tarea de
anestesiar y deformar la memoria de un pueblo avanza a paso de vencedor.
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