Mario Szichman
El dramaturgo Arthur Miller decía que el
único propósito de fumar era encender cigarrillos flamantes. “Uno fuma”, decía
Miller, “con la esperanza de acercar un fósforo al próximo cigarrillo”.
Siempre me ha fascinado el poder. En
realidad, el vicio del poder, ese hábito de gobernar por gobernar, seguir mandando
por un período de tiempo cada vez más prolongado. Es el hábito de aferrarse a
una silla en un palacio, y no soltarla. Fumar un cigarrillo tras otro, consumir
los días fiscalizando el trono.
¿Hay algún hombre fuerte deseoso de mejorar
la condición de los gobernados? Lo dudo, y no porque tenga una maldad
intrínseca. Puede tratarse del ser humano más bondadoso del mundo, pero el día
solo tiene veinticuatro horas. Quien más tiempo permanece en el poder, más horas
debe dedicar a preservar su cuerpo de las balas enemigas. La historia de la
Revolución Mexicana está repleta de caudillos que del llano pasaron a la tumba,
tras un corto interregno donde creyeron que eran inmunes.
Los caudillos son involuntarios filósofos del
pesimismo pues están convencidos de la imposibilidad de mejorar la especie
humana en pocos años. Si nuestra especie prospera, es a lo largo de los siglos,
aunque su colapso suele requerir apenas una generación, como lo verificaron Adolf
Hitler, José Stalin y una pléyade de salvadores de la patria.
Es fastidioso instalarse en la cima del
poder. La soledad está plagada de cortesanos. A los poderosos les aburren y
molestan las críticas, son siempre niños que exigen constantes caricias en su
cabeza. Y la inevitable alternativa son los lisonjeros, seres bastante
aburridos.
Controlar un gobierno por encima del tiempo
estipulado debe ser una de las tareas más monótonas y arduas del mundo, pero
ayuda si se cuenta con otros miembros de la familia.
Una de las figuras más famosas de la política
inglesa fue Oliver Cromwell (1599–1658). Después de la decapitación del rey
Carlos I se convirtió en Lord Protector de Inglaterra, Escocia e Irlanda, aunque
a nivel personal, nunca encontró la protección adecuada. Cromwell vivía
aterrado. Cada día lo acosaba la pesadilla de ser asesinado. Dicen que dormía
con dos pistolas bajo su almohada, y cambiaba de domicilio con gran frecuencia.
Aunque murió en su cama, la inmortalidad lo
alcanzó. Su hijo, Richard, lo sucedió como Lord Protector y posiblemente fue
involuntario causante de su incómoda eternidad. El hijo era peor que el padre,
y para completar la desdicha, carecía de influencia en el parlamento y en el ejército.
Finalmente, fue destituido en 1659, meses después del fallecimiento de su
progenitor. Y ahí comenzó la segunda vida, la eterna muerte de Cromwell. Ya
hablaremos de ella.
EL OTOÑO DE LOS PATRIARCAS
Cuando se habla de la perpetuación del poder,
no podemos descuidar América Latina, pues uno de los ingredientes más
interesantes de su política es la conversión de las repúblicas en dinastías. Los
lazos de sangre o conyugales acaban con los preceptos democráticos, aunque
facilitan la conservación del poder.
En Cuba, Fidel Castro y Raúl Castro se han
turnado en el gobierno desde el triunfo de la Revolución Cubana en 1959. Fidel
fue primer ministro de Cuba desde 1959 hasta 1976; ese año pasó de primer
ministro a presidente, y en el 2008 fue sustituido por Raúl. En total, el
apellido Castro ha gobernado Cuba durante más de medio siglo, sin interrupción
alguna. Hay pocos ejemplos en la historia, aunque la Reina Victoria estuvo
sentada en el trono de Inglaterra durante 64 años.
Cada modelo exitoso genera comparsas. Medio
siglo en el poder despierta embeleso y el intento de rivalizar. Uno de los más
fascinados con el ejemplo de Cuba fue el presidente de Venezuela Hugo Chávez
Frías, otro líder indiscutible e irremplazable, quien fue reemplazado en abril
de 2013 por Nicolás Maduro, tras fallecer de cáncer, a los 58 años de edad. Era
inmortal, como lo proclamaban diariamente sus corifeos de turno, y le resultaba
imposible concebir su propia muerte.
El apellido Chávez ha generado más lumbreras
que el apellido Castro. Hay un Adán Chávez, gobernador de Barinas; hay un
Aníbal José Chávez Frías, alcalde del Municipio Alberto Arvelo Torrealba, en
Sabaneta, también en el estado Barinas; está Asdrúbal Chávez, primo del extinto
presidente, a cargo del ministerio del Poder Popular de Petróleo y Minería de
Venezuela, y también María Gabriela Chávez,
hija de Hugo Chávez, y quien pese a su juventud (tiene 33 años) detenta
ahora el cargo de “embajadora alterna” en las Naciones Unidas.
Si Hugo Chávez era un devoto admirador de Fidel
Castro ¿Por qué no lo imitó también en la descendencia política? Varios de sus hermanos
podrían haber heredado su legado. Algunos alegan que existían problemas
constitucionales. Sin embargo, la manera displicente con que el chavismo maneja
la Constitución y las leyes en Venezuela desmiente esa hipótesis. Es obvio que
si Chávez hubiera querido dejar otro Chávez en el Palacio de Miraflores, las
normas jurídicas se hubieran estirado como un chicle para acomodar a otro
portador del apellido. De todas formas, aún no se ha dicho la última palabra en
Venezuela. Si con el propósito de apuntalar el régimen se requiere un chavismo
con el apellido Chávez, María Gabriela Chávez seguramente saltará al ruedo para
salvar el país.
En la Argentina la perpetuación de las
dinastías políticas se ha dado por el lado conyugal. Juan Perón fracasó en el
intento de llevar como compañera de fórmula para su segundo mandato a su
esposa, Eva Duarte de Perón. Los militares se opusieron y Perón tuvo que llevar
como candidato a vicepresidente a Jazmín Hortensio Quijano, quien falleció poco
después. Perón asumió por segunda vez la presidencia sin la compañía de su
compañero de fórmula. El cargo vacante fue ocupado por el almirante Alberto
Tessaire, como resultado de nuevas elecciones, en abril de 1954.
Cuando Perón regresó a la Argentina y al
poder, en 1973, consiguió imponer como compañera de fórmula a su tercera
esposa, María Isabel Martínez. Perón falleció el 1º de julio de 1974 e Isabel
Perón lo reemplazó, hasta que en marzo de 1976, una junta militar la derrocó.
El modelo impuesto por Perón tuvo una réplica
en el matrimonio de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Kirchner fue sucedido
por su cónyuge. La presidenta de Argentina debe abandonar el cargo en el 2015,
y ya en las alas del peronismo aguarda su hijo: Máximo Kirchner, inevitablemente,
otro genio político.
El único problema que tuvo esa sucesión
presidencial fue el fallecimiento de Néstor Kirchner en la flor de su edad. De
no haber sido por ese traspié, seguramente se
habría presentado en el 2015 como candidato a suceder a su esposa, y la
rotación hubiera persistido hasta que la muerte los separara. Pero es necesaria
la suerte y la longevidad de los Castro para garantizar el continuismo.
La costumbre de los presidentes en ejercicio
de reemplazarse a sí mismos en el poder se ha diseminado en América Latina como
el fuego en una pradera. No solo Chávez logró su reelección, también Evo
Morales en Bolivia. José Manuel Santos lo intentó en Colombia, pero una Corte
Constitucional vetó sus anhelos de servir al pueblo. En Ecuador, Rafael Correa
consiguió que un tribunal legalizara la relección indefinida y podemos apostar
que seguirá mandando luego del 2017. ¿Y por qué no? Ha gobernado de manera tan
excepcional que puede seguir haciéndolo hasta que pase a la inmortalidad. Correa, como otros gobernantes de su calidad, ha
demostrado que el poder pertenece a los elegidos. Si alguien en algunos países
de América sueña con ser presidente, pues deberá esperar sentado a que el Yo el Supremo de turno entregue su alma
al Señor.
Sin embargo, en todos los casos antes reseñados,
y eso resulta afortunado, aquello que protege la vida no es endosado por la
muerte. Y el ejemplo de Cromwell es bienvenido.
El 30 de enero de 1661, casi tres años
después de su muerte, y al cumplirse el duodécimo aniversario de la ejecución de
Carlos I, el cadáver del dictador fue exhumado de la Abadía de Westminster, y
sometido a una ejecución póstuma. El descompuesto cadáver de Cromwell fue
colgado de cadenas en Tyburn, y luego arrojado a una fosa común. Su cabeza fue
emplazada en una pértiga a las puertas de Westminster Hall, la parte más
antigua del Palacio de Westminster. Allí permaneció hasta 1685. Durante 27 años
posteriores a su muerte, la cabeza de Cromwell fue exhibida por sus enemigos
como un trofeo. Luego fue cambiando de manos, y, en 1814 vendida a un tal Josiah
Henry Wilkinson, según nos informa Wikipedia. El ánima de Cromwell debió
esperar hasta 1960 para que fuesen congregados parte de sus restos humanos en
un solo lugar, el Sidney Sussex College, en Cambridge.
Quizás uno de los peores errores de Cromwell
fue dejar el poder en manos de su inepto hijo. Un convencido líder republicano
terminó cediendo a las tentaciones de la sucesión monárquica y al llamado de la
sangre. Es un buen ejemplo de que perpetuarse en el poder no garantiza la
inmortalidad.
Y para agregar a esta larga lista, señalemos que en Cuba ya asoma la figura de Alejandro Castro Espín, hijo de Raúl y Vilma, general del ejército y listo para recoger el centro de su padre y su tío
ResponderEliminarperdón, el cetro (maldito autocorrector!!!!!)
ResponderEliminarDaniel, gracias por el comentario. Qué lástima que ignoraba ese importante dato. Pronto Cuba tendrá una dinastía política como la de Corea del Norte.
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