Mario Szichman
Mit Den Augen in Der Hand, una
antología de autores judeo-argentinos cuya edición estuvo a cargo de la
profesora Erna Pfeiffer, fue publicada en fecha reciente por la editorial
austríaca Mandelbaum. En ella figuran excelentes novelistas, cuentistas y
poetas como Alicia Steimberg, Andrés Neuman, Luisa Futoransky, Alicia Dujovne
Ortiz, Sara Rosenberg, Manuel Fingueret, Susana Szwarc, Liliana Lukin, Reina Roffé,
Alicia Kozameh, Mario Goloboff, Mario Satz, Diana Raznovich, Perla Suez, Sergio
Chejfec y Ana María Shua.
Me resulta
difícil pensar en una persona más inteligente, perspicaz y sabia que Erna
Pfeiffer para la concreción de una tarea como la que llevó a cabo. Fue, hasta
hace poco, titular de Literatura Hispánica en el Departamento de Filología
Románica de la Universidad “Karl Franzens” de Graz.
Entre sus
numerosos libros figuran: Estructura
literaria y referencia a la realidad en la novela de la violencia colombiana;
EntreVistas: Diez escritoras mexicanas
desde bastidores; Aves de paso.
Autores latinoamericanos entre exilio y transculturación (1970-2002) y Alicia Kozameh: Ética, estética, y las
acrobacias de la palabra escrita. Ha publicado, además, más de cien
artículos en revistas y libros.
Mit Den Augen in Der Hand fue
lanzada en la apertura de la Feria del Libro en Fránkfurt, el pasado 8 de
octubre. Hubo también presentaciones del libro en Salzburgo, Innsbruck, Berlín,
Viena y Graz.
Según nos
informó Erna en un reciente correo electrónico,
a principios del 2015, probablemente a tiempo para la Feria del Libro en
Leipzig (12-15 de marzo), saldrá un segundo libro, en las ediciones del
PEN-Club de Viena, con las traducciones de las versiones completas de las
entrevistas hechas a los autores.
En la antología,
Erna Pfeiffer incluyó un fragmento de mi novela A las 20:25 la señora pasó a la inmortalidad, que en su versión en
alemán se titula Um 20.25 ging Evita in
die Ewigkeit ein. La novela tiene para mí una significación muy especial.
Mientras vivía en Caracas la envié a un concurso convocado en 1979 por Ediciones del Norte, de Hanover, New
Hampshire, Estados Unidos. Lo gané, y con el dinero obtenido decidimos en 1980,
con mi esposa, Laura, mudarnos a Nueva York. Su título ha sufrido vaivenes. En
su edición inglés fue rebautizada At 8:25
Evita Became Immortal. También la edición en alemán instala el nombre de
Evita. Pero en castellano era redundante mencionar a Evita. La única señora que
se murió en la Argentina a las 20:25 era Eva Duarte de Perón. De ahí que el
título original fuese A las 20:25 la
señora entró en la inmortalidad. La versión corregida y aumentada, a cargo
de la profesora Carmen Virginia Carrillo (y muy superior a la de 1980) no hizo entrar a
Evita en la inmortalidad, sino que la hizo pasar. Cuando la escribí, no existía
el internet, y no sé si por dificultad o por flojera, no visité una hemeroteca
en Caracas donde tenían periódicos de mediados de 1952 en que se aludía al fallecimiento
de la primera dama. Temí perder muchos días revisando los diarios a fin de
encontrar la célebre frase que un locutor repetía puntualmente todas las
noches: “Son las 20:25, hora en que Eva Perón pasó a la inmortalidad”. Los
regímenes autoritarios son muy proclives a la fastidiosa reiteración.
A las 20:25 ocupa un sitio
muy especial entre mis novelas. Ha sido una divisoria de aguas. Tras su
lanzamiento, en 1980, pasé los siguientes veinte años escribiendo, sin tener
posibilidad alguna de publicar. Pude emerger de la sequía en el 2000 cuando
publiqué Los papeles de Miranda en
Ediciones Centauro de Caracas. A partir de ese momento, todo cambió.
Especialmente, mi idea de la narrativa. No solo he alterado mi temática, sino
mi manera de escribir. Me he desprendido de ciertos mitos que creo traban la
creatividad. Me he liberado de un pasado excesivamente restringido. Pongo a mis
personajes a recorrer lugares que nunca visité, los hago enamorarse de seres
que no figuran en mi canon literario, y como ese personaje de Moliere, que se
enteró asombrado que los seres humanos hablan en prosa, descubrí la pasión
amorosa. Aunque esa pasión figuraba en todas mis novelas, era de pura
casualidad. Ahora es absolutamente intencional. Como la muerte.
El fragmento que
van a leer, de A las 20:25 la señora pasó
a la inmortalidad, fue uno de los elegidos por Erna Pfeiffer para su
ejemplar antología. Sus personajes pertenecen a un pasado muy remoto con el
cual recién ahora empiezo a reencontrarme.
M.S.
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revelaciones
Itzik decidió
vengarse de la familia y fallecer mucho después de lo pronosticado en las
radiografías. Y como sus parientes no podían dejarlo morir antes de encontrar
una foto para su lápida, pues de lo contrario causarían sospechas, Itzik hizo
una escrupulosa requisa de todos sus retratos, inclusive uno que le habían
tomado al año de edad, recostado sobre una alfombra y con la cola al aire.
Una vez cumplida
la tarea, Itzik se sintió más animado y se aprestó a congelar todas sus
actividades. Nunca le había afligido el estado de vida latente, excepto a la
hora de la comida, y apelando al método de tensión dinámica fue excluyendo
palabras de su cuerpo, dejó que sus recuerdos se disiparan como el tostado en
una cara, y por último, se quedó tieso.
Dora vigilaba a
Itzik desde el dormitorio de Rifque, su difunta hija. En su mano dere a
el telémetro que su hermano Jaime había traído de una gira por Mendoza. Se
trataba de uno de esos enseres inútiles que rubricaban la afinidad de Jaime con
los oficios autoritarios. Pero en esa ocasión, el telémetro resultaba útil para
medir la inmovilidad de Itzik.
Cada tres horas,
Dora alzaba el telémetro y hacía mediciones. Al cabo de un día, cuando Dora se
persuadió de que Itzik no estaba haciendo teatro, convocó a una junta familiar.
La reunión se
hizo en el dormitorio. Dora tapó el ataúd de Rifque con un mantel bordado y se
sentó en la cabecera. Al alcance de su mano había puesto una maquina de rociar
insecticida que llenó de lavanda Atkinsons. Cada vez que el olor de la muerta
desplazaba el resto de los olores, Dora activaba el émbolo.
Jaime y Natalio
estaban barbudos por el luto y Salmen, que se las quería dar de piadoso, se
había rociado ceniza en la cabeza y tenía el saco hecho jirones.
–Esto ya es
demasiado–se quejó Jaime al observar la cabeza de Salmen.
–Otros se
olvidan de las tradiciones–dijo Salmen. – Pero no es mi caso.A mamá la velamos
en el suelo. Y papá se rompió la ropa, por respeto a mamá. Papá tenía las uñas
comidas por los nervios, ¿te acordás, Dora? Y hubo que ayudarlo a romper el
caftán. Yo y Menajem tuvimos que hacer fuerza para romperle el caftán. Yo
tirando de un lado, y Menajem tirando del otro. Era el único caftán que tenía
papá. Pero tuvimos que romperlo. Por respeto a mamá.
–Sí, ya sé que
fuimos muy pobres en Egipto–dijo Jaime fastidiado.
–No, eso pasó
cuando fuimos pobres en Polonia–dijo Salmen. –En pleno invierno. Y si papá pudo
hacerlo, yo también. Y vos, Natalio, no es por reprocharte, pero también
podrías echarte un poco de ceniza en la cabeza.
–Me quedé sin
ceniza desde que abandoné el vicio de fumar–comentó Natalio haciéndose el
sarcástico, aunque su estómago estaba contraído por la angustia, desde esa vez
en que la ráfaga de aire lo había puesto de rodillas y le había ordenado jurar,
por lo más sagrado, que antes de volver a fumar, se amputaría las manos.
–Vos y tus ironías–le
reprochó Salmen a Natalio. –Y a vos, Jaime, no te digo nada porque parece que
eso de echarse un poco de ceniza en la cabeza no es muy de católicos.
–Puedo
destrozarme la ropa–le dijo Jaime enojado. – ¿Te conformás si me destrozo la
ropa?
–Yo sólo cumplo
con la tradición–dijo Salmen. –Lo hago porque así me educaron. Por cierto,
antes de empezar la reunión les voy a leer algo: “Al principio Dios creó el
cielo y la tierra. La tierra estaba confusa y vacía. Las tinieblas cubrían todo
el abismo”.
–¿Pensás
contarnos la Biblia desde el comienzo de la creación?– preguntó Jaime.
–Claro, vos
querés llegar a toda velocidad a la parte del bastardo y de la cruz. Pero vas a
tener que esperar, mijito–añadió Salmen. –Nosotros tenemos historia desde mucho
más atrás. Ya vamos por los cinco mil setecientos años y pico. Los goim
(gentiles) apenas si pasaron los mil novecientos y tantos. Cuando ellos van,
nosotros ya volvimos dos veces.
–Qué vas a
comparar–le dijo Jaime. –Los goim piensan en el futuro. En cambio nosotros
andamos como el cangrejo. El otro día leí que Sansón nació en el año
setecientos treinta antes de Cristo, y se murió en el seiscientos noventa y
cinco. ¿Cómo es posible que fuese más joven al morir que cuando nació? Fijate
en cambio lo que pasó con Cristo. Murió en el año treinta y tres después de Cristo.
– ¿Y cuando
nació?–preguntó Salmen.
–Habrá nacido en
el año cero– titubeó Jaime. – ¿No dicen de alguien que cumple treinta y tres
años que tiene la edad de Cristo? Con más razón Cristo. Entonces, treinta y
tres años después de Cristo, que es cuando se murió, menos treinta y tres, te
da exactamente cero.
– ¿Y eso te
parece muy inteligente?– le preguntó Salmen. –Siempre hay que nacer en algún
año.
–¿A quién le
interesa en qué año nació Cristo? Como decía mamá: Er nicht gestorben, nicht
geflogen (Ni resucitó, ni voló). –volvió a ironizar Natalio.
Su función en la
estructura familiar era hacerse el sardónico, porque en su juventud había coqueteado
con el socialismo.
–Creí que nos
habíamos reunido por problemas más graves–dijo Dora.
–Si estamos
reunidos aquí–rebatió Salmen–es gracias a que ya no estamos en Egipto.
–Esto parece el
cuento de la buena pipa– se quejó Natalio. –¿Empezamos o no empezamos?
–Si no me dejan
leer del Génesis, al menos déjenme romperme un poco la ropa para mostrar lo
religioso que soy–le dijo Salmen a Natalio. –Vos, Natalio, tirá de la solapa,
que yo la sostengo.
–Aquí tenés la
tijera– le dijo Dora tendiéndole una tijera dorada.
Natalio cortó un
trozo de solapa con la tijera y la siguió desgajando con la mano.
–En el suelo nos
sentábamos y llorábamos– dijo Salmen velozmente, temiendo que lo
interrumpieran. –Y eso porque fuimos esclavos en Egipto.
–Está bien,
acepto. Fuiste esclavo en Egipto–concedió Jaime. –Pero no yo. Yo pertenezco a
otro linaje. Yo soy argentino hasta la muerte. Vos amarás a Moisés, que los
llevó a la tierra prometida, pero yo sólo amo al almirante Brown.
–También
sufrimos el Holocausto–le recordó Salmen. – ¿Cómo entra el almirante Brown en
el Holocausto?
–No hay manera
de que el almirante Brown entre en el Holocausto. ¿Cómo vamos a amar al
almirante Brown si sufrimos el Holocausto? La única manera de amar al almirante
Brown es no haber sufrido el Holocausto. ¿Qué argentino de pura cepa se va a
preocupar al mismo tiempo por el Holocausto y por el almirante Brown? Hay
prioridades. Elegí. Ni se te ocurra mencionar el Holocausto cuando hables del
almirante Brown. Eso es de ordinarios.
–También tenemos
la torre de Babel–le recordó Salmen.
–La torre de
Babel no la construyeron en la Argentina–le recordó Jaime.–Y ustedes viven en
la Argentina. Olvídense de todo lo que sea foráneo. Aquí hay tango, aquí hay
pebetas de arrabal.
–Y vos, Natalio
¿no tenés nada que decir?–increpó Salmen a Natalio.
Natalio
carraspeó, se acomodó los anteojos para mostrar su espíritu crítico, y dijo que
si bien respetaba las tradiciones judías, nunca lo había convencido eso de la
circuncisión. Cierta literatura científica ligaba la circuncisión con el
síndrome de la castración, aunque necesitaba examinar el tema con más detalle.
–¿No se dan
cuenta de lo macabro que es todo esto?–les reprochó Jaime. –Cuando no se trata
del Holocausto, se trata de la circuncisión. ¿Qué es eso de que un moil
(encargado de la circuncisión) use su bisturí con un bebé de ocho días? Yo nací
en Buenos Aires. Aquí hay cortes y quebradas, la costurerita que dio aquel mal
paso, y lo peor de todo, sin necesidad, y el malevo Muñoz, y los estudiantes
que enamoran a hermosas grelas, y milongueros que hacen triunfar el tango en París.
–Hay cosas mucho
mejores que el tango. Nosotros tenemos canciones litúrgicas que te ponen la
piel de gallina–le dijo Salmen.
–No hay nada
como el tango para ponerte la piel de gallina–le dijo Jaime.
–¿Pero no te
das cuenta que el tango es de gente baja?– le dijo Salmen. –Si hasta lo silban.
¿Vos escuchaste alguna vez que silbaran una canción litúrgica? Y fijate lo que
dicen las letras de tango. O está la sirvienta traicionando a garufa con el
mejor amigo, o está el mejor amigo traicionando a la sirvienta con garufa. Todo
es así entre los goim.
–¿Por qué
seguís tirándote del saco?– le preguntó Jaime a Salmen.
–Necesito romper
un poco la parte de atrás. Si no, la expiación no es completa.
Jaime le arrancó
a Dora la tijera dorada, y comenzó a trasquilar la parte de atrás del saco,
arrancándole dos lonjas, mientras explicaba que era necesario primero armar toda
una infraestructura católica para borrar el pasado judío y crear un pasado
católico. De esa manera, podrían traer un médico de rancia estirpe a la
familia, que se encargaría de firmar el
certificado de defunción de Rifque. Era la única manera de enterrar a la
sobrina. No podian mantenerla en la casa todo el tiempo que durara el funeral
de La Señora.
Cuando Jaime
observó que Salmen volvía a manosear el saco, le pidió permiso para acelerar el
trámite. Se consideraba un miembro activo de la Nueva Argentina, donde, como
había enseñado el general, mejor que decír era hacer, y mejor que prometer era
cumplir.
–Si querés
seguir rompiéndote el saco– se ofreció solícito – yo lo voy a hacer. Dejame que
te rompa otro pedazo. Todo sea por la paz familiar–. Con la fuerza que lo
caracterizaba, Jaime arrancó la manga derecha del saco que lucía Salmen… Y al
rato se le encendió la lamparita.
–Ese saco tiene
cara conocida–le dijo a Salmen.
–Sí, claro que
tiene cara conocida. Las veces que lo habrás visto.
–¿Hace mucho
que lo compraste?
–¿Comprarlo?–se
sorprendió Salmen. –Pero si es tuyo. ¿No te acordás
que me lo
prestaste para ir a lo de Tajmer?
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