Mario Szichman
Hay
críticos que es mejor perderlos que encontrarlos, y otros, que siempre
promueven la creación. Entre los últimos figuran Daniel Zadunaisky, que tiene
una cultura enciclopédica, y la generosidad de señalar errores sin que el amonestado
tenga súbitos deseos de cortarse las venas.
En
un previo post en mi blog (“No todos los finales felices son igualmente
felices”) señalaba: “Jan Kott descubrió en El
Rey Lear de Shakespeare que la carencia puede hacer volar la imaginación.
El rey está ciego, y su bufón lo conduce por el escenario anunciando obstáculos
inexistentes. Le advierte que debe alzar el pie para pasar por encima de una roca,
que debe desviarse para evitar un charco, y retroceder ante la presencia de un
ser extraño. Pero el espectador sabe, a diferencia del monarca, que el bufón
está mintiendo. No hay un solo estorbo en el escenario. Al mismo tiempo, las
palabras del bufón autorizan la instalación de las tres dimensiones en el
territorio de lo imaginario”.
Daniel Zadunaisky me envió un correo
electrónico aclarándome que “En realidad, el que está ciego –porque
le han arrancado los ojos– es el duque de Gloucester, fiel seguidor del rey, y
el que lo guía es su hijo Edgar que se hace pasar por un vagabundo loco.
Justamente toda la obra juega con el contrapunto Lear-bufón y Gloucester-Edgar”.
(Daniel añadió sus disculpas “por ser tan plomo”).
En
principio intenté solucionar el error corrigiendo el texto. Pensaba disculparme,
indicando que había citado a Kott de memoria, sin revisar su libro Shakespeare, our Contemporary. (Creo que
hay una versión en español con el título de Apuntes
sobre Shakespeare.) Pero luego se me ocurrió una idea mejor: dejar intacto el
flagrante error, y mostrar sus beneficios en otro post.
Tal
como indicó Zadunaisky, Gloucester intenta suicidarse luego de que han
arrancado sus ojos. Su propósito es lanzarse al mar desde los acantilados de
Dover. Su hijo, Edgar, quien se hace pasar por loco, le sirve de lazarillo. Dos
actores, uno de ellos interpretando a un ciego, el otro fingiendo demencia, además
de reconstruir sus desdichas, enmiendan un paisaje. El hijo conduce al padre
hacia un promontorio inexistente, el padre acata los pasos de su guía y alza
sus pies con el propósito de trepar hacia la nada. Es el excelso mundo de la
pantomima. Kott indica que solo adquiere sentido si la representación
transcurre en un escenario plano.
Cada
ciclo histórico tropieza de manera inevitable con la modernidad de Shakespeare
por una razón: en la mayoría de sus obras impera la taquigrafía de las
emociones, las despoja de todo atavío. Varias de las obras de Shakespeare se
representaron en The Globe Theatre,
construido por la compañía de intérpretes en que revistaba el dramaturgo.
Shakespeare usó el escenario del teatro para urdir los episodios de sus obras y
mover a sus actores. Ese coliseo era un poco el precursor de los modernos
estudios cinematográficos. En ambos casos, la existencia del espacio y de los
decorados resuelve numerosos problemas que suelen afligir al novelista. En un
capítulo de mi último libro asigné a dos prisioneros de guerra la tarea de
escapar de un tren en marcha. Los prisioneros necesitaban ensanchar el espacio
entre dos barrotes de una ventana. Estaba, además, el obstáculo de un bastidor
de vidrio. ¿En qué lugar se hallaba el bastidor? Quiso saber mi amable e
implacable editora, ¿delante o detrás de los barrotes? Pasé un día entero
tratando de averiguar un detalle tan simple. (Y otra semana leyendo memorias de
personas que habían escapado de trenes en marcha, hasta que descubrí cómo se
hace para ensanchar el espacio entre dos barrotes).
Shakespeare
y su compañía querían ganar mucho dinero con el espectáculo. Todo aquello que
representara egresos, incluyendo profusos decorados, muebles, vestuario, luces,
significaba menos salario para los miembros del elenco. El dramaturgo/actor no solo
prometía un teatro lleno, sino la reducción de los gastos suntuarios. “¡Es el Oriente y Julieta, el sol! ¡Surge esplendente sol y mata a la envidiosa luna,
lánguida y pálida de sentimiento porque tú, su doncella, eres mas hermosa…”
no es solo una frase inmortal, también permite economizar en las distintas
fuentes lumínicas requeridas por el episodio.
Varios
críticos han mencionado la trascendencia del Globe en la imaginación de Shakespeare. Allí pudo percatarse de los
efectos hipnóticos que tenían sus frases en los espectadores. En una función a
plena luz del día podía convencerlos de tempestades, de la lobreguez de un
bosque, de la opresión sufrida por un prisionero en una celda sin barrotes y
sin paredes.
Shakespeare
es un autor barato. Muchas películas del Lejano Oeste, especialmente las de las
décadas del cuarenta y del cincuenta del siglo pasado, suelen contar con algún
bufón que recita a Shakespeare, o con una representación teatral en un prosaico
lugar, generalmente establos. El bardo no escribía dramas de época. Era, en el
mejor de los casos, un griego aggiornado,
más cercano a Sófocles o a Aristófanes que a sus contemporáneos. Hasta
comienzos del siglo dieciocho sus obras no tenían gran difusión fuera de Gran
Bretaña. El teatro “culto” era monopolio de los franceses, en algunas ocasiones,
también de los italianos. Ese teatro de cultivadas rimas era presenciado casi
exclusivamente por las clases altas.
Fuera
de su país, Shakespeare era considerado un bárbaro, su humor grosero, escatológico,
sus tragedias, terriblemente sanguinarias. Coriolano
es una orgía de asesinatos. El público inglés era mucho más mezclado que el de
buena parte del resto de Europa, y disfrutaba contemplando las bajas pasiones,
especialmente cuando los personajes eran monarcas o grandes dignatarios.
Recuerdo
una excelente película con Vincent Price, Theatre
of Blood. El actor interpreta a Edward Kendall Sheridan Lionheart, cuyos
roles en tragedias de Shakespeare le han traído innumerables disgustos. Un
grupo de críticos ha ridiculizado su desempeño, y Lionheart decide vengarse
asesinando a cada uno de ellos. Su método es copiar los homicidios urdidos por
los personajes de Shakespeare. Uno de los críticos es apuñaleado como Julio
César, y otro muerto a lanzazos y su cadáver arrastrado por un caballo, como
Héctor a manos de Aquiles en Troilo y
Cresida. En El mercader de Venecia,
Lionheart obtiene una libra de carne del corazón de un crítico, aunque la
mutilación original parece corresponder a los genitales masculinos, en tanto
otro de ellos es ahogado en un barril de vino, igual que el duque de Clarence
en Ricardo III.
LA
CRÍTICA COMO CREACIÓN
Agradezco
a Daniel Zadunaisky por señalarme el error. Pude así revisitar el texto de uno
de los genios de la crítica literaria contemporánea. Considero que Kott está a
la par de Mijail Bajtin, de Viktor Sklosvski, de Eric Auerbach o de Konstantin
Mochulsky. Ha “reinventado” a Shakespeare, del mismo modo en que el resto de
los mencionados han vaciado el vino de Dostoievski, de Cervantes, de la Biblia,
en odres nuevos. A diferencia de tanto crítico que pone la lengua
trabajosamente al costado de la boca para sintetizar de manera paupérrima el
pensamiento del autor comentado, los grandes críticos deliran, urden textos que
muy difícilmente coinciden con las ideas del escritor analizado, y en
ocasiones, hasta lo contradicen. Hay un Dostoievski soñado por Bajtin, y otro
por Sklovski o por Mochulsky. Las discrepancias son muy superiores a las
convergencias. Lo importante en esos innovadores es que abren al lector nuevos
horizontes, incitan a crear.
Examinando
el productivo error mencionado en relación al rey Lear, recordé un
extraordinario capítulo de Sklovski en su libro Sobre la prosa literaria. (Editorial Planeta, 1971). En ese libro
Sklovski destaca los errores cometidos por Heine y reiterados por Dostoievski
al analizar dos figuras de Cervantes: el barbero Nicolás y el bachiller Sansón
Carrasco. Tanto Heine como Dostoievski fusionan a ambos personajes en una sola
figura. Sklovski explica esa equivocación debido a la semejanza del barbero y
del bachiller en sus relaciones con don Quijote. Y hace luego este comentario
genial: “Dostoievski no captó el error de Heine porque la tendencia del error
correspondía a las leyes de la ulterior evolución de la novela. En las novelas
de los siglos dieciocho y diecinueve se procuraba que los personajes se
hallasen presentes en toda la obra. Dos personajes un tanto parecidos se
transformaron en uno en las evocaciones”.
Sklovski
decía también que Heine, el gran Heine, cometía muchos errores con sus
evocaciones. La mayoría eran inexactas, pues “así se rememora la infancia”.
Es
algo que también comparto con Daniel Zadunaisky, y que nos permite circular en nutridas
ocasiones por la misma longitud de onda.
Qué maravilla Jan Kott. Una visión tan distinta de la de los críticos "occidentales" como Bloom y Nuttall (ambos muy respetables a mi modo de ver). El concepto de Kott del "gran mecanismo" _rey déspota derrocado por "libertador" que se convierte en nuevo rey déspota_ es muy esclarecedor, de Shakespeare como de nuestra Revolución Libertadora.
ResponderEliminarBueno, y gracias por los conceptos y seguimos en sintonía
Excelente síntesis, Daniel, de la idea central de Kott. Sí, ese concepto de El gran mecanismo permite entender cómo funcionó la monarquía inglesa en su época de horrendo esplendor. Me pregunto cómo funcionaba la censura en Inglaterra para que Shakespeare se animara a mostrar la villanía de sus reyes sin temer represalias. Ese teatro de "denuncia" me resulta difícil de imaginar en la España o la Francia de la misma época. Tal vez Shakespeare dependía más del público que de los mecenas. En cuanto a Kott, ¡qué bien que escribía!
ResponderEliminar