Mario Szichman
Después de conversar con el escultor
venezolano Luben Damianoff , me surgen dos deseos contradictorios: por un lado,
seguir un curso para aprender a esculpir, y por el otro, aceptar resignado que
es mejor ver al artista trabajar sus piezas, y escribir sobre sus logros,
ahorrándome una tarea absolutamente extenuante.
Tal vez el oficio de escribir debe ser
el que menos esfuerzo físico requiere, y cuyo overhead, o gastos generales, resulta menos oneroso.
NUEVAS PROPUESTAS
En la actualidad, Damianoff trabaja en
lo que califica de “espacios preconcebidos”, utilizando piezas que confluyen en
otras. Le interesa crear esculturas que puedan integrarse a la mirada del
espectador. Para él, la escultura es un objeto que el público necesita ir
descubriendo mientras da vueltas a su alrededor.
“Cada parte de la escultura adquiere
protagonismo al ser privilegiada por el espectador”, dice. “El problema es que
la solidez de la escultura únicamente permite una sola mirada. Por eso pensé en
esculturas que confluyan en otras”.
Los materiales esenciales serán la opacidad
del metal, y la transparencia de la resina, una especie de cajas de sorpresas
que permitirá dispares miradas. Habrá porciones macizas, y otras traslúcidas.
Cada plano que escrutará el espectador presentará un desafío distinto. Cada
material, un significado diferente. Pero también la materia será trabajada como
evocación.
“El metal puede ser rústico o pulido.
Hay metales que se prestan al óxido, pues cuentan con historia”, señala. En
cuanto a la parte diáfana, será la encargada de revelar los secretos del
interior de la pieza.
LA TAREA DE APACIGUAR LA MATERIA
Caracas, ciudad portátil, cruzada por
autopistas, ha sido desde mediados del siglo pasado adornada por esculturas de
artistas de la talla de Carlos Cruz-Diez, Jesús Soto y Alejandro Otero, y en la
pasada década por otras de creadores como Alfredo Ramírez, Rafael Martínez,
Sydia Reyes, Nidia del Moral, Daniel Suárez y Luben Damianoff. La mayoría
fueron instaladas en varios puntos de la autopista Francisco Fajardo, otras en
sectores como la vía Caracas-La Guaira e incluso en el interior del país, en
ciudades como Barquisimeto.
Se trata de ciento cinco piezas, cuya
creación y ensamblaje muestran interesantes entretelones. Entre ellas se
destaca La Cayena, de Damianoff, en
la autopista Francisco Fajardo.
La obra pesa unas dos toneladas,
difíciles de reconocer en una estructura cuyo esplendor reside justamente en la
grácil apariencia de una flor. Damianoff habla con orgullo de la manera en que
fue armando cada una de esas piezas, con el propósito de que el gigantesco
objeto final no discrepara del pequeño boceto.
“En total”, dice, “hubo unos tres
centímetros de diferencia entre el modelo y el producto que hoy se exhibe en la
avenida Francisco Fajardo”. En cuanto al margen de error entre una pieza y
otra, no podía ser superior a un centímetro. Fue concretar, en gran escala, la
misma tarea que la de un orfebre al armar las piezas de un reloj.
Las gigantescas herramientas usadas para
recortar el metal tuvieron que ser calibradas, y las brocas evaluadas al
milímetro para evitar desajustes. Pues si en un diseño de pequeño tamaño es
posible disimular fallas, en una gigantesca escultura cada pormenor se
multiplica.
Una vez concluido el ensamblaje, hubo
que dividir la pieza en tres partes a fin de transportarla en un gigantesco
camión por la autopista, volver a armarla, y transformar la tosca materia en
una superficie lisa y luminosa, en un proceso que recuerda las tareas de
masillar y pintar la carrocería de un automóvil.
Otro proyecto que exhibe Damianoff está
en el Patio sur del terminal Río Tuy, donde convirtió sillas y mesas en objetos
de arte usando concreto y láminas estriadas de hierro.
El escultor dice que intentó usar esos materiales,
que suelen utilizarse en el área de la construcción, como elementos capaces de
integrar el mobiliario urbano. La propuesta adquirió forma después de que ganó
un concurso promovido por el Gobierno del Distrito Capital. El propósito era
amoblar el espacio con piezas no solo decorativas sino útiles y resistentes.
“Quería redefinir y dar concepto
estético a los materiales que la gente está acostumbrada a ver en puertas de
seguridad”, señala.
El escultor ha estudiado y expuesto en
Venezuela, en España y en Estados Unidos, y ha participado durante los últimos
años en exhibiciones individuales y grupales en Valencia, Ribarroja del Turia,
en Caracas, en Valencia (Venezuela) y en
Filadelfia, Estados Unidos.
Describir la confección de cada una de
las bellas piezas de este escultor es como emprender una travesía. Tal como
ocurre con todo arte tridimensional (y en eso incluyo también desde los
artefactos pictóricos hasta las obras de teatro y la filmación de películas),
desde el momento de la concepción y del boceto hasta la obra concluida se
requieren una serie de actos destinados a doblegar la materia y hacerla
accesible a la imaginación. Es justamente en el curso del proceso cuando
resulta viable percibir los entretelones de una labor, y la creatividad que
emana de un cuerpo.
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