Mario Szichman
En 1945, en Nag Hammadi, Egipto, fueron descubiertos en el interior de una
enorme jarra de arcilla trece rollos de papiro forrados en cuero. Esos rollos
incluían el Evangelio de Tomás, el Evangelio de Felipe, el Evangelio de la Verdad, y el Evangelio de los Egipcios. Otros textos
eran atribuidos a los discípulos de Jesús, tales como El Libro Secreto de Jaime, El
Apocalipsis de Pablo, La Carta de
Pedro a Felipe, y El Apocalipsis de
Pedro. Conocidos en la actualidad como Los
Evangelios Gnósticos, esos textos han causado una enorme controversia. Se
los considera “heréticos”, a fin de oponerlos a los evangelios ortodoxos.
Si analizamos la historia de las revoluciones, a partir de la francesa de
1789, veremos que el monopolio de la ortodoxia pertenece al triunfador, y el de
la deslealtad al derrotado.
En su extraordinario libro The
Gnostic Gospels, Elaine Pagels muestra la forma en que la iglesia cristiana
evolucionó, desde sus humildes orígenes, hasta convertirse en una institución
que, a través de una alianza con el poder imperial romano, logró perdurar más
de veinte siglos. El análisis de los evangelios gnósticos es ejemplar porque
nos muestra una vía alterna para el desarrollo de una de las tres religiones
monoteístas del planeta. Y eso incluye una visión muy diferente del Jesucristo
“ortodoxo”, así como del papel esencial que desempeñó la mujer en los inicios
de esa nueva religión.
Por primera vez, gracias a esos evangelios, presuntamente escritos una o
dos generaciones después de la crucifixión de Jesús, el fundador de la religión
habla con sus propias palabras, no a través de las versiones de sus discípulos.
Y en el “reportaje”, Jesús es un hombre de carne y hueso que inclusive incurre
en la pasión egoísta de un hombre enamorado. Por ejemplo, en el Evangelio de
Felipe se nos informa que “la compañera de El Salvador es María Magdalena.
Cristo la amaba más que a todos los discípulos, y solía besarla con frecuencia
en la boca. Los discípulos se mostraron ofendidos… y le preguntaron: ´ ¿Por qué
la amas a ella más que a todos nosotros? ‘Y El Salvador les respondió (con otra
pregunta): ´ ¿Por qué no los amo a ustedes como la amo a ella?´”
Además, Cristo cuestiona en esos evangelios la inmaculada concepción o la
posibilidad de que un muerto pueda resucitar. Pagels dice que el fundador de la
religión cristiana aparece en esos textos no como un iluminado sino como un
iluminista: cree en la razón, no en los milagros. Y la serpiente, que en la
ortodoxia cristiana encarna la tentación, en los evangelios gnósticos
representa el principio de la divina sabiduría. Y para añadir el insulto a la
injuria, el narrador cambia totalmente el significado de El Jardín del Edén, al
describirlo desde el punto de vista de la serpiente. Mientras “El Señor”
amenaza a la primera pareja humana con la muerte, si se arriesga a comer del
fruto del bien y del mal, la serpiente indica a Adán y Eva la necesidad de “conocer”, aunque eso
represente la expulsión del paraíso. (Es curioso que la tarea intelectual
aparezca como una transgresión vinculada al acto sexual).
En el Evangelio de Tomás existe el siguiente pasaje: “Estas son las
palabras secretas que profirió Jesús en vida, y que su hermano gemelo, Tomás
Judas, transcribió”. Entonces ¿Jesús no era hijo único? ¿La inmaculada
concepción involucraba dos vástagos en vez de uno?
En otro texto titulado “El trueno y la mente perfecta”, se revela que el
poder divino pertenece a la mujer:
“Porque yo soy
el principio y el fin.
Soy la virtuosa y la escarnecida.
Soy la
prostituta y la mujer sagrada…
Soy la estéril,
aunque muchos son mis hijos…
Soy el silencio
que resulta incomprensible…
Y la
proclamación de mi nombre”.
LA APOSTASÍA
Al parecer, los gnósticos fueron un verdadero dolor de cabeza para los
padres de la iglesia. Quizás el problema principal era que en esas sectas protocristianas
la mujer no estaba subordinada al hombre, era su igual. Mientras la tradición
cristiana –y previamente la judía, y posteriormente la musulmana– exaltan un
Dios masculino, los gnósticos le brindan a la divinidad atributos de ambos
sexos. Aunque los intérpretes de las doctrinas ortodoxas dicen que Dios es
asexuado, lo cierto es que se lo define en términos masculinos: Dios es el rey,
el amo, el maestro, el juez, el padre. Pagels destaca el ejemplo de María, la
madre de Jesús. Si bien es “la madre de Dios”, nunca es “La Madre Diosa”. Y en
la Santísima Trinidad, están el padre y el hijo, pero el tercero en discordia
es el espíritu, un ser asexuado.
Frente al machismo de los padres de la iglesia, varias sectas de comienzos
del cristianismo, como los Montañistas y los Valentinianos, o “herejes” como
Marcion, designaron a mujeres en cargos importantes, inclusive en el obispado.
Los Montañistas tenían dos mujeres como fundadoras: Prisca y Maximilla. Los
Valentinianos veneraban a algunas mujeres como profetisas. Otras actuaron como
maestras y sacerdotisas.
Pero, al consolidarse la iglesia, las mujeres comenzaron a
ser desalojadas de sus cargos. En el segundo siglo de nuestra era, en la
Primera Epístola a los Corintios, se dice que “las mujeres deben mantener
silencio en las iglesias. No están autorizadas a hablar. Ellas son
subordinadas. Es vergonzoso que una mujer hable en la iglesia”. Y Tertuliano fue más explícito. “Está prohibido
que una mujer hable en la iglesia, o que enseñe, o que bautice, o que ofrezca
la eucaristía, o que exija compartir alguna función masculina … incluido el
oficio sacerdotal”.
La masculinización de la prédica religiosa sirvió para acrecentar el
autoritarismo. Como hubiera dicho Freud, empezó a imperar el narcisismo de las
pequeñas diferencias. Nunca hubo grandes divergencias doctrinarias entre los profetas de cada revolución. El
único problema consistía en averiguar quién tomaba el poder y lo conservaba.
A medida que el sector ortodoxo se afianzó, empezó la caza de brujas. El
obispo Ireneo, dice Pagels, acusó a los Valentinianos de fomentar la herejía contra Cristo. Como
buen paranoico, su principal razón para suponerlos herejes era que aunque
pensaban igual que los ortodoxos, se negaban a acatar la autoridad de sus
líderes. El obispo admitió que los propios Valentinianos estaban desconcertados
con las imputaciones lanzadas por los ortodoxos. “Ellos preguntan por qué si
confiesan las mismas cosas, y sostienen las mismas doctrinas, nosotros los
calificamos de herejes”. La respuesta puede encontrarse fácilmente en los
procesos que ordenó José Stalin contra los discípulos de Bujarin y de Trotsky
en la década del treinta del siglo pasado. Esos herejes soviéticos eran
“desviacionistas”. ¿En qué consistía esa desviación? En rechazar a Stalin como
líder absoluto.
¿Cómo se hace para distinguir los evangelios gnósticos de los ortodoxos?
Pues muy sencillo: se condena al ostracismo o a la hoguera a quienes difunden
esos evangelios. Basta que alguien sea exiliado o muera en la hoguera para
descubrir que era en realidad un apóstata encargado de difundir herejías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario