Mario Szichman
El ser humano está acostumbrado
a perder la cabeza, y la causa principal suele ser el amor. Pero en los últimos
años ha cundido la moda, especialmente en el Medio Oriente, de hacer perder la
cabeza a una persona por razones políticas y/o religiosas.
Hace algunos días, el
ISIS, siglas en inglés de Estado Islámico de Siria e Irak, exhibió un video
donde un hombre se disponía a degollar a James Foley, un periodista
norteamericano capturado por la milicia sunita. Los productores del video
ahorraron al espectador las escenas en que se exhibía el descabezamiento.
Abundan los argumentos para esa omisión, pero estoy seguro de que la razón
principal estuvo ausente de esas conjeturas. Presumo que el asesino de Foley
tropezó con los mismos problemas que condujeron a los líderes de la Revolución
Francesa a preferir la guillotina a la espada a fin de separar la cabeza del
cuerpo de sus adversarios.
HACE SU APARICIÓN
EL VERDUGO SANSÓN
Cuando estaba buscando
materiales para mi novela Eros y la
doncella, que transcurre durante el Reino del Terror, descubrí un personaje
que, de vivir en nuestra época, ya hubiera recibido varios galardones de
agencias de las Naciones Unidas por sus compasivos atributos: Charles-Henri
Sanson, el verdugo oficial de Francia durante el reino de Luis XVI, y luego de
la Primera República Francesa. Entre sus feligreses figuró tanto el monarca que
le ofreció el trabajo, así como sus reemplazantes, entre ellos George Danton y
Maximiliano Robespierre.
Sanson era el cuarto en
una dinastía de seis generaciones de verdugos. Podía vanagloriarse de una
nobleza de sangre tan antigua como la de sus monarcas. Su tatarabuelo, Charles
Sanson (1658–1695) había sido nombrado verdugo de París en 1684. El personaje
que nos interesa, el más famoso de ellos, Charles Henri, también conocido como
“El Gran Sanson”, ayudó a su padre a cortar cabezas durante veinte años, y se
convirtió en verdugo titular en 1778. Su hijo Henri (1767–1830) lo reemplazó en
la tarea, en tanto el menor Gabriel (1769–1792), también colaboró en las
labores familiares. (Gabriel murió, de manera apropiada, en el cadalso, mientras
exhibía una cabeza a la multitud, resbaló en la sangre y se desnucó).
El Gran Sanson tenía dos
cualidades: su imparcialidad, y una destreza insuperable. En las cuatro décadas
en que ejerció el cargo cercenó las cabezas de casi 3.000 personas. En Eros y la doncella intenté reseñar la
insuperable hazaña de Sanson, indicando que bajo el rasero de la guillotina
murieron los culpables y los inocentes. Murieron aquellos cuyo nombre había
sido bien escrito, y aquellos cuyo nombre había sido mal pronunciado. Murieron
en la misma hornada los familiares de conspiradores, los criados de
conspiradores, y los vecinos de conspiradores. Fueron reducidos por la
guillotina aquellos cuya justificada detención los condenaba al cadalso, y
aquellos cuya injustificada detención los hacía sospechosos y los condenaba al
cadalso. La guillotina nunca rehusó carne alguna. Fueron ejecutados los
presuntos traidores, los hipotéticos partidarios del primer ministro inglés
William Pitt, los probables contrarrevolucionarios, los supuestos agiotistas,
los propagadores de rumores, los causantes de hambrunas, los desleales y
quienes escuchaban las calumnias con aire de aprobación, o hablaban el mismo
lenguaje que los revolucionarios con propósitos burlones, y aquellos que lucían
similar máscara de patriotismo. Fue ejecutado el mago Rollin porque un miembro
del Tribunal Revolucionario deseaba averiguar cómo haría para conjurar su
propia muerte. Un miembro del Comité de Seguridad Pública envió a la guillotina
al encargado de una taberna, ansioso por observar a un hombre subiendo al
cadalso con un delantal ceñido a la cintura. Fueron degollados marqueses,
pasteleros; duquesas, cocineras, indecisos, vacilantes, perplejos,
indiferentes, desorientados, inciertos, príncipes y porteros, condes y
carteros, magistrados, sacerdotes, soldados, almaceneros, artesanos,
jornaleros, y en ocasiones delincuentes comunes. Pero el triunfo mayor de
Sanson fue guillotinar a todos los miembros del Tribunal Revolucionario que
lograron posponer su ascenso al cadalso gracias al subterfugio de condenar a
muerte a una increíble gama de presuntos traidores que los precedieron en la
marcha.
Todavía hoy, dos siglos
después del Reino del Terror, se desconoce la cifra exacta de franceses que
murieron en la guillotina. Los estimados varían entre dieciséis mil y cuarenta
mil personas de todas las edades. (La guillotina no solo funcionó en París,
sino en la mayoría de los departamentos de Francia).
DEL DEGOLLAMIENTO CONSIDERADO
COMO UNA DE LAS BELLAS ARTES
Sanson había comenzado
sus labores usando una espada para ejecutar condenados. Vivía horrorizado por
los problemas que traía ese método, y que explicó en un famoso opúsculo
titulado “Memorándum con Observaciones sobre la Ejecución de Criminales a
Través de la Decapitación”.
Según decía Sanson, el
descabezamiento requería no solo la destreza del verdugo, sino la cooperación
del condenado. El verdugo debía ser “un gran experto”. El condenado, “un ser de
gran solidez”, de lo contrario, la ejecución con espada “puede causar
peligrosos accidentes”. Es posible
conseguir un verdugo de gran experiencia., pero ¿cómo se obtiene un condenado
de gran solidez? Sanson podía practicar su oficio con gran regularidad. Eso le
brindaba una enorme práctica, totalmente
ausente en los condenados. La ejecución es una experiencia inédita para el ser
humano. Y aunque hay individuos de gran coraje, es necesario tener una gran
presencia de ánimo cuando estamos maniatados y frente a nosotros hay una persona armada con una espada, y
dispuesta a usarla.
Y eso cuando se trataba
de degollamientos individuales, pero ¿qué ocurría con las ejecuciones
colectivas? El panorama que pintaba Sanson era aterrador. “La gran cantidad de
sangre que produce (el primer ejecutado) y que se desparrama por todas partes,
seguramente causará miedo y debilidad en los corazones más intrépidos de
aquellos que aguardan turno”, dijo.
Más allá del aspecto
personal, estaba el problema con los instrumentos de ejecución. En su
memorándum a la Asamblea Nacional de Francia el verdugo señalaba que tras matar
al condenado, la espada quedaba llena de muescas, y había que llevarla a un
buen afilador para ponerla como nueva. En otras ocasiones, la cabeza volaba por
un lado, y la hoja de la espada por el otro. “Las espadas”, decía Sanson,
“suelen romperse con frecuencia en ejecuciones de este tipo”.
Aunque no era cicatero,
Sanson se quejaba además de que el estado francés obligaba al verdugo a pagar
las espadas de su bolsillo, y cada una costaba unas 600 libras, seguramente
varios sueldos.
Los argumentos de Sanson
convencieron a los asambleístas franceses, la mayoría tan humanitarios como el
verdugo, y la guillotina fue considerada una bendición. Por supuesto, el diablo
está en los detalles. Era muy fácil cortar cabezas, y el espectáculo era más
entretenido que un teatro de títeres, por lo tanto, proliferaron las
ejecuciones. Nadie puede augurar qué hubiera ocurrido en caso de persistir la
decapitación usando una espada como instrumento. Tal vez menos personas
hubieran sido degolladas, aunque a la hora de matar, el ser humano siempre
encuentra instrumentos de exterminio masivo.
Los parisinos de la época
de la Revolución realmente disfrutaban de la diversión proporcionada por la
guillotina. Solían llevar a sus hijos a ver cómo algunos intrigantes morían en
el cadalso, del mismo modo en que los padres de la actualidad llevan a sus
niños a disfrutar de Disney World. La profesora y ensayista Concepción Reverte
Bernal hizo mención a guillotinas de juguete con las que se entretenían los
niños durante el Reino del Terror “y que hoy pueden contemplarse en museos como
el Carnavalet de París”. Por cierto,
para que los niños no se aburrieran en los intermedios entre uno y otro
degollamiento, las guillotinas de juguete eran vendidas junto con jilgueros
muertos, a fin de que esos tesoritos pudieran imitar a Sanson.
Si observamos el video
que reseña el asesinato de Foley hay un corte en la secuencia. Está el antes y
el después. Pero no se exhibe la ejecución. Tras leer los cuestionamientos de
Sanson al uso de la espada en un degollamiento, podemos entender el por qué de
esa omisión. El productor del video debe haber eliminado imágenes demasiado
horribles para ser exhibidas.
Hemos llegado a una etapa
de nuestra involución como especie humana en que debemos rescatar seres y
métodos del pasado, para exhibirlos como modelos de progreso.
En medio de la difusión
de la barbarie, un verdugo como Sansón, oriundo de una estirpe de degolladores,
mostró sensibilidad. Durante cuatro décadas se dedicó a cumplir con su oficio,
y no era un sádico. Lo demuestra su predilección por un instrumento de asesinar
que comparado con otros hasta parece mostrar ribetes humanitarios.
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