Mario Szichman
La ventaja de los líderes
infalibles es que además de no equivocarse jamás, quienes los acusan de cometer errores muy
pocas veces logran contar el cuento.
No vamos a culpar a los
líderes infalibles de crueldad. Ninguno de ellos ha sido un sádico por
naturaleza, o adquirió el poder con el propósito de hambrear a su pueblo, o
esclavizarlo. Todos ellos deseaban, de manera genuina, la grandeza de su país y
el bienestar de sus habitantes. Ni uno solo de ellos fue activo promotor del
culto a la personalidad. En realidad, si se examinan los documentos históricos,
se podrá comprobar que en todos los casos, ese culto se originó en sus
incondicionales.
Basta ver el caso de
Héctor Cámpora, quien fue presidente de la Cámara de Diputados durante el
primer gobierno de Juan Perón, y presidente de la Argentina durante 49 días, en
1973. Dicen que en cierta ocasión Eva Perón le preguntó a Cámpora la hora, y el
funcionario le respondió: “La hora que usted ordene, señora”.
UN SUEÑO REALIZADO
En 1958, Mao Tse Tung,
líder del Partido Comunista de China, ordenó el “gran salto hacia adelante”. El
propósito era transformar el país en una sociedad comunista a través de una
vertiginosa industrialización y de la colectivización de zonas rurales. El
resultado, como señaló Michael Fathers en el periódico londinense The Guardian,
fue la muerte de decenas de millones de personas.
“No fue la guerra la
causante de esa cifra estremecedora”, dice Fathers. “Tampoco fue resultado de
un desastre natural sino de un hombre. Todo fue una cuestión de política y de
la vanidad de un hombre”.
El propósito de Mao era
arrebatar a la Unión Soviética el control del movimiento comunista mundial
mostrando la superioridad de su estrategia. El dirigente soviético Nikita
Jruschov había dicho en mayo de 1957 que su nación superaría a Estados Unidos
como el principal líder industrial y agrícola del mundo en una década. Mao
quiso demostrar que podía lograrse una hazaña similar, pero en un lapso mucho
más corto. Su grito de batalla fue: “Salgan todos, enfilen hacia lo alto, y
logren mejores, más grandes, más rápidos y mejores resultados económicos en la
construcción del socialismo”.
Medio siglo más tarde de
lanzarse esa cruzada, Yang Jisheng, un modesto periodista que trabajó décadas
en la agencia noticiosa oficial Xinhua, detalló los resultados en un libro
titulado Tombstone. El libro analiza
ese período calificado por los enemigos de Mao de “La gran hambruna”. (Los
admiradores de Mao seguramente lo han rebautizado “El más grande ayuno
biométrico en la historia de la humanidad”).
El libro ha circulado en
Europa, en el mundo de habla inglesa y en Hong Kong, pero está prohibido en
China. Pues su denuncia resulta
indigerible para las autoridades de Beijing.
Como parte de “El gran
salto adelante”, dijo Yang, se movilizó al pueblo chino para crear gigantescas
granjas colectivas a fin de autoabastecer al país de productos agrícolas. El
excedente sería utilizado para lograr una rápida industrialización.
Uno de los resultados más
portentosos de ese gigantesco salto fue la estilización corporal de los chinos. Si bien los
chinos nunca fueron robustos, a excepción de los budas, en ese lapso se
transmutaron en seres transparentes. Entre 18 y 45 millones de chinos murieron
de hambre. (Las cifras varían de acuerdo a los expertos en demografía).
El gran ayuno se registró
en 14 provincias chinas, una inesperada secuela de la campaña para llevar la producción agrícola a
niveles jamás antes alcanzados. Las autoridades chinas querían demostrarles a
los “desviacionistas de derecha” que con pureza ideológica y sobrehumana
energía podrían superar todas las cosechas anteriores. Al entusiasmo se sumó la
necesidad de no hacer quedar mal a sus líderes. Por lo tanto, los campesinos y
dirigentes de comunas locales empezaron a exagerar los índices de producción.
Cuando los cuadros comunistas fueron a recoger las cosechas, descubrieron que
eran muy inferiores a lo anunciado. Se acusó a muchos campesinos de atesorar
granos y venderlos bajo cuerda, seguramente a los desviacionistas de derecha. Para
sacarles de mentira verdad, cometieron lo que en la jerga totalitaria se califica
de “perdonables excesos”.
La campaña estuvo plagada
de obstáculos. Un líder comunista, Liu Shao Qi, culpó al partido por la
hambruna. Liu, quien llegó a ser presidente de China, fue acusado luego de ser
un desviacionista de derecha, y expulsado del partido durante la Revolución
Cultural que reafirmó la infalibilidad de Mao.
El libro de Yang está
repleto de interesantes historias que es mejor no leer de noche para evitar el
insomnio. Muchas personas que fallecieron de hambre no fueron enterradas, dijo
Yang. “Se mantuvo a sus cadáveres en las camas y cubiertos con mantas. De esa
manera, sus familiares hacían creer que estaban vivos y podían recolectar sus
raciones de comida”. Otros enemigos del ayuno “comían cadáveres”, señaló el
autor. “En la provincia de Gansu, mataron a forasteros para comérselos. También
los campesinos devoraban a sus propios hijos”.
El autor menciona también
informes de comités regionales del partido Comunista, donde la escritura
burocrática refleja de manera pulcra el horror. He aquí algunos:
- 1961: de un informe de un comité del
partido Comunista en Sichuan:
“En esta comuna, desde el invierno de
1959 a la primavera de 1960, murieron 2.357 personas, un 14,5 por ciento de la
población total. De los fallecidos, 40 murieron apaleados. Se obligó a otros 32
a cometer suicidio. Más de 300 murieron tras ser hambreados de manera
deliberada. A algunos de ellos no se les dio comida durante más de medio
mes”.
-1961: De un estudio de 40 casos de
canibalismo en la provincia de Gansu:
“Sitio: comuna de Hongtai. Nombre del
culpable: Yang Shengzhong. Relación de
la víctima con el culpable: hijo. Número de víctimas: 1. Modus operandi del
crimen: El culpable cocinó el cadáver de la víctima y devoró la carne. Razón
para el crimen: Deseos de sobrevivir”.
-1962: De un informe de hambruna en la
provincia de Sichuan:
“En el condado de Jiangbei, más de
27.000 aldeanos se han dedicado a consumir ´tierra inmortal´ (arcilla) a fin de
aplacar su hambre”.
La sabiduría del autor de
Tombstone es elegir casos específicos
para exhibir la hambruna en toda su personal devastación. Otro libro, The Great Famine in China, 1958-62: A Documentary History, de Zhou Xun, profesor de la Universidad de
Hong Kong, da una visión panorámica de la escasez de alimentos en 16 provincias
de China durante 1958. Por ejemplo, en Shandong, “desde fines de marzo se cortó
totalmente el suministro de comida a más de 670.000 personas. Más de 150.000
personas se han visto obligadas a huir y se han transformado en mendigos”. En
Guangdong “La hambruna en la primavera privó de alimentos a 963.231 personas”.
En Gansu: “Predomina una gran hambruna. Las personas están comiendo corteza de
árboles y raíces para calmar el hambre”.
EL RAYO QUE NO CESA
Rana Mitter, autor de Modern China: A Very Short Introduction,
dijo en el periódico londinense The
Guardian que Mao y sus colegas “adoptaron decisiones específicas que
condujeron a una hambruna en masa”. Ellos perpetuaron un sistema que alentó a
los cuadros comunistas “a contar mentiras acerca de la producción de granos, y
desalentaron a quienes exigían transparencia, empeorando la hambruna”. Los
críticos de “El gran salto para adelante” fueron marginados o apresados.
Ese es el otro problema
de los líderes infalibles. Cuando fallan, nadie se anima a decirles que han
fallado, y por lo tanto, continúan causando daño.
Recién en 1962, hubo una
rebelión en el seno del partido Comunista, y el presidente de China Liu Sho qi
reconoció la hambruna. Liu dijo que el problema se debía en un treinta por
ciento a catástrofes naturales “y en un 70 por ciento a un desastre causado por
el hombre”. Las comunas fueron desmanteladas, se permitió a los campesinos
retornar a sus parcelas, y la comida volvió a las 16 provincias de China. Mao
nunca pidió disculpas, y nunca abandonó su fama de infalible.
En un país de América
Latina fácilmente identificable, marcha viento en popa una campaña de
suministros. El gobierno considera la campaña una redistribución del exceso de
víveres para que todos tengan democrático acceso a similares productos. La
escuálida oposición habla en cambio de “escasez de suministros”.
El Nuevo Hombre y la
Nueva Mujer de ese país empiezan a adquirir una belleza escultórica. En poco
tiempo más, todos ellos empezarán a parecerse a las obras maestras de Alberto
Giacometti.
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