miércoles, 13 de agosto de 2014

A la búsqueda de la memoria perdida


Mario Szichman



Jan Decleir es un actor belga que, como el austríaco Christoph Waltz, se ha convertido en el darling de los cineastas europeos. Waltz ha sido descubierto por Quentin Tarantino, y sus roles en Inglorious Basterds y en Django Unchained le han permitido alcanzar fama internacional. Todavía falta que ocurra algo similar con Decleir, un actor que en papeles cómicos y dramáticos tiene la tendencia a devorarse el escenario. Su rol más famoso es El caso Alzheimer, o Recuerdos de un asesino, un filme difícil de olvidar. En realidad, la trama de la película se basa en la desmemoria de un asesino, afectado por demencia senil. El crítico cinematográfico norteamericano Roger Ebert dijo en una crónica que “Jan Decleir jamás busca un efecto fácil, nunca presiona demasiado, su personaje tiene la solidez de una roca. Nada de lo que dice está expresado sino encarnado”.
Productores de Hollywood pensaron hacer una nueva versión del filme, pero el problema era conseguir un actor equiparable a Decleir.  Ebert dijo que tal vez Gene Hackman o Morgan Freeman podían intentar meterse en los zapatos de Decleir. O Robert Mitchum, si hubiera estado vivo. “Pues Decleir es la cosa de verdad”.
La desmemoria comienza a ocupar un lugar en el cine, aunque sin los atributos melodramáticos de hace medio siglo. Recuerdo una película mexicana, creo que protagonizada por Libertad Lamarque, donde el esposo de la protagonista iba perdiendo la razón. Entonces, la protagonista decidía acompañar a su esposo en su descenso a la locura, y lo primero que hacía era ir cerrando las ventanas de su mansión, para ser envuelta en la oscuridad. Esa piedad masoquista me hizo trepar las paredes de la furia. A partir de ese momento, nunca más miré películas mexicanas, excepto las de Cantinflas y las que hizo Luis Buñuel.
Memento, interpretada por el actor australiano Guy Pierce, también lidia con la desmemoria. Es muy entretenida y absolutamente incomprensible. Se pueden encontrar en Internet varios foros donde se discute la trama. Básicamente, es la historia de Leonard Shelby, un ex investigador de una empresa de seguros, que sufre de un tipo peculiar de amnesia. Leonard y su esposa fueron aparentemente atacados por un desconocido. Él puede recordar todo lo ocurrido antes del ataque, pero sus recuerdos tras el ataque no duran más de 15 minutos. Por lo tanto, convierte su cuerpo en una especie de ayuda memoria, y lo revisa para evocar lo que debe hacer durante una jornada, especialmente las tareas vinculadas con el hallazgo del atacante.
El filme fue rodado alternativamente en color y en blanco y negro. Las secuencias en blanco y negro son cronológicas, y las secuencias en color marchan de atrás hacia delante, o viceversa. Es un rompecabezas muy animado y muy banal. Creo que la parte que siempre será recordada es la del tatuado cuerpo de Pearce con todas las inscripciones que lo orientan en su búsqueda. Funciona a nivel narrativo, y como artefacto visual.
Hace algunos meses leí un bello artículo sobre la lucha del escritor Martin Cruz Smith para enfrentar el mal de Parkinson. Smith, autor de Gorky Park y de otros bestellers, luchó como un tigre para concluir su último thriller, Tatiana. Por cierto, la trama de la novela se centra en un cuaderno que nadie puede descifrar.
Smith viene peleando con el mal de Parkinkson desde hace 18 años. Nunca quiso revelar que se hallaba aquejado de esa enfermedad, ni al público, ni a su casa editorial. Y siguió trabajando en su oficio, pese a que temblores y rigidez le impedían en muchas ocasiones tomar notas, diseñar personajes o lugares con la eficacia requerida. En ocasiones, tuvo que pedirle a su esposa que redactara en su computadora las palabras que necesitaba para concluir, en el 2010, su novela Three Stations, que se convirtió en un éxito de librería.
Una de las razones de Smith para ocultar su enfermedad, según dijo a The New York Times, es que “No quiero que se me juzgue por mi enfermedad. Uno es un buen escritor, o no lo es. ¿Quién necesita que lo elogien diciendo: ´Él es nuestro mejor escritor aquejado de Parkinson´”?
¿Cómo finalizó su última novela? Con ayuda de su esposa, Emily, quien es también la editora de sus libros. Smith, sentado en una silla, dictaba frases, que su esposa registraba en la computadora. Luego, Emily le ofrecía su feedback, como hacen todas las buenas editoras, cuestionaba pláticas que le parecían falsas, o escenas que le resultaban triviales. Y el texto se iba corrigiendo en ese diálogo de dos voces.
Algo que me causó mucha ternura es que a pesar de que están casados desde hace muchos años, Emily siente pudor cuando su esposo describe escenas de alto voltaje sexual. Por lo tanto, en esas ocasiones, ella le propone que dicte a su grabadora el primer borrador de una escena de amor, sin ella en el cuarto.
“Creo que hay una enmienda o un cambio o una sugerencia de Emily en cada página” de la nueva novela, dijo Smith. El escritor indicó que Emily no es únicamente su editora, sino también su intérprete. Y en Tatiana, que se basa en el asesinato de una periodista rusa en el 2006, el cuaderno de notas, tan importante en el plot, pertenece a una intérprete.
Somos seres pensantes, y la lucidez y la desmemoria nos pueden llevar a la euforia o al pánico. El filme Luz de gas, interpretado por Ingrid Bergman y Charles Boyer ofrece buenos datos sobre ambos aspectos. Charles Boyer, el suave villano de Luz de gas, se casa con Ingrid Bergman para quedarse con su fortuna. Y la manera de lograrlo es hacerle creer que está loca.
En la psiquiatría norteamericana se usa el término de gaslighting para describir la manera en que ciertos psicópatas intentan llevar a su cónyuge a la locura. Aquello que es individual en el caso de gaslighting se transforma en social en el lavado de cerebro. Muchos gobiernos tratan de hacer creer que lo blanco es negro, y nos bombardean con publicidad de la mañana hasta la noche para hacernos creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles, o para aterrarnos con las calamidades que nos aguardan si no votamos por ellos.
En ocasiones, aceptar la lucidez es reconocer que seremos minoría hasta el fin de nuestros días. Al mismo tiempo, la defensa de nuestra lucidez es el mayor logro que podemos alcanzar.  Pues solo la bestia aburrida necesita de engaños.

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