Mario Szichman
“De las 2.500 obras auténticas pintadas
por Camille Corot,
7.800 se hallan en
colecciones privadas de EE.UU.”
Newsweek, 1940
Buena parte de la historia del arte es la
historia de la falsificación de las obras de arte. En el Renacimiento, grandes
pintores como Miguel Ángel o Leonardo tenían escuelas donde sus discípulos
aprendían a imitar a sus maestros.
En cualquier museo importante siempre se
exhiben obras que, según señalan rótulos explicativos, pertenecen a la escuela
de algún pintor célebre, ejecutadas por un notable discípulo. Pero en la época
en que vivían esos artistas no existía esa distinción, y por una simple razón:
el maestro podía ganar mucho más dinero alegando que esas obras habían surgido
de su pincel.
La idea de la propiedad privada de esculturas
y pinturas es un invento relativamente reciente. Casi tan flamante como la
proliferación de falsificaciones de maestros en los dos últimos siglos.
El falsificador más famoso del siglo veinte
es el holandés Han van Meegeren (1889-1947), quien se inició en el arte del
fraude a raíz del desdén con que eran recibidas sus obras originales. Se han
publicado numerosos libros sobre ese artífice que bordeó las orillas del genio.
Con van Meegeren vale la pena preguntarse: ¿Dónde termina su falsificación y
comienza su originalidad? Recuerdo una deliciosa película: “Incognito”,
dirigida por John Badham, la historia de un falsificador excepcional. La manera
en que prepara las pinturas es una fiesta para los ojos, desde la selección del
lienzo –el único objeto original que necesita un imitador– hasta la preparación
de los colores y la horneada final.
Para un recreador de obras antiguas como van
Meegeren, lo más difícil era envejecer la pintura. De acuerdo al contenido de
aceite, los distintos colores usados en un cuadro tienden a secarse y a
desteñirse cuando se los hornea. Van Meegeren experimentó con diferentes medios
hasta que descubrió que el aceite de lilas tenía propiedades únicas. Se
evaporaba con rapidez y al secarse no afectaba los colores. Pero recién pudo
avanzar en sus investigaciones cuando descubrió un libro de Alex Eibner que
analizaba toda clase de pinturas al óleo, y las distinguía entre óleos pesados,
que demoraban en disiparse y otros de rápida evaporación. Finalmente detectó
que la temperatura adecuada era entre cien y ciento veinte grados centígrados.
Una vez se endurecía la pintura le pasaba un cilindro por encima para aumentar
las grietas, y la hundía en tinta china diluida para que llenara las fisuras
(el famoso craquelé, sello de
autenticidad de pinturas con algunos siglos de antigüedad).
Luego de seis años de experimentos, van
Meegeren estuvo en condiciones de producir “originales” que atribuyó al gran
Vermeer. (Uno de los temas de A la búsqueda
del tiempo perdido es el análisis de la belleza pictórica, que para Marcel
Proust se halla sintetizado en La vista
de Delft, de Vermeer, o mejor dicho, “en una pequeña pared de color
amarillo… tan preciosa como una obra de arte chino” que nadie ha podido señalar
con exactitud, pues hay tres partes del cuadro con esa pared). Van Meegeren
creó La cena en Emmaus, y otras obras
en el estilo de Vermeer, previo a la segunda guerra mundial, y en el curso de
ella. Sus réditos fueron fabulosos.
Curiosamente, su éxito lo llevó a la cárcel.
Cuando una de sus pinturas creadas en el estilo de Vermeer apareció en posesión
de Herman Goering, uno de los jerarcas del gobierno nazi presidido por Adolfo
Hitler, se lo acusó de ser un colaborador.
Durante la ocupación alemana de Holanda, uno
de los agentes de van Meegeren ofreció un Vermeer falsificado, Cristo con la Adúltera, a un banquero y
comerciante de arte, el alemán Alois Miedl, quien luego lo revendió a Göring
por una cifra que representa siete millones de dólares de la actualidad.
Al concluir la guerra, fuerzas aliadas
encontraron la pintura, junto a más de 6.000 obras de arte saqueadas por los
nazis. Hubo numerosas investigaciones sobre el Vermeer previamente desconocido.
El banquero Miedl fue interrogado, y de esa manera se descubrió que la obra
había estado en poder de van Meegeren.
La justicia holandesa acusó a van Meegeren de
participar en el saqueo de la herencia cultural del país, y lo amenazó con
muchos años de cárcel. Cuando el pintor dijo que él era el autor de Cristo con la Adúltera, se le rieron en
la cara. Conocían la producción de van Meegeren, bastante mediocre, por cierto.
No podía compararse con el arte de Vermeer. En el curso de un interrogatorio
hecho por un fiscal holandés, van Meegeren se puso de pie como un poseído, y
gritó: “¡La pintura que cayó en manos de Göring no es, como ustedes presumen,
una creación de Vermeer, oriundo de Delft, sino de van Meegeren, un holandés
oriundo de Deventer! ¡Yo pinté ese cuadro!” Obviamente, nadie le creyó. Por lo tanto,
entre julio y diciembre de 1945, en presencia de numerosos reporteros y
testigos, van Meegeren creó otro presunto original de Vermeer, El joven Cristo en el Templo para
demostrar su destreza como falsificador.
Van Meegeren se reivindicó a los ojos del
público holandés. Lejos de ser un colaboracionista, había mermado el erario de
Göring y lo había puesto en ridículo. Pues el mariscal nazi se vanagloriaba de
su sabiduría en materia de obras de arte. Inclusive durante un breve tiempo, la
figura de van Meegeren adquirió ribetes heroicos en su país. Falleció en
diciembre de 1947, luego de sufrir dos ataques al corazón.
FRAUDE Y HERENCIA
En el territorio de los deportes y del arte,
quien decide es siempre el árbitro. Van Meegeren tuvo la suerte que el encargado
de examinar La cena en Emmaus fuese
el doctor Abraham Bredius, un famoso historiador de arte cuya especialidad era
Vermeer. Aunque al principio Bredius expresó algunas dudas, al final debió
rendirse ante la evidencia, y dijo que estaba en presencia de un genuino
Vermeer. Una vez el experto estampó la falsificación con el sello de la
autenticidad, el resto de las obras pintadas por van Meegeren pasaron al
panteón de las genuinas obras de arte.
EL REVÉS DE LA TRAMA
Con los Vermeer de van Meegeren pasamos de la
originalidad a la falsificación. Pero ahora, en una interesante vuelta de
tuerca, comenzamos a pasar de la falsificación a la autenticidad. Otro artista
holandés, Vincent Van Gogh, es uno de los pintores más imitados. Hay toda una
industria de obras genuinas de Van Gogh que nunca fueron compuestas por el
maestro. ¿Pertenece a esa categoría la recientemente descubierta Atardecer en Montmajour?
Durante casi un siglo, Atardecer en Montmajour fue considerada una falsificación.
Historiadores de arte ofrecieron datos explicando por qué la obra no podía
haber sido pintada por el artista holandés, y si el lector observa el cuadro,
descubrirá que los expertos tenían motivos para sospechar.
La pintura tiene un estilo excesivamente
“vangoghiano”. En ella se configuran las obras más famosas y redituables de Van
Gogh, como Girasoles, Noche estrellada, La casa amarilla, El
dormitorio, o El retrato del doctor
Gachet.
Una de las reglas de oro del arte es que
cuando se descubre una nueva obra de un pintor famoso, y muestra el estilo más
conocido del artista, suele ser una falsificación.
El artista genuino suele marchar siempre
hacia lo desconocido, hasta cuando repite sus temas o sus pinceladas en cierta
dirección, con cierta gama de colores. Pero el falsificador es un esclavo del
artista que imita.
Cada artista tiene su rúbrica especial. En el
caso de Van Gogh esa rúbrica está dada por una naturaleza tan animada que sólo
necesita hablar. Los astros de Van Gogh giran como en un espectáculo
psicodélico, las nubes se desplazan ante nuestros ojos, sus arbustos, de tan
retorcidos, parecen sufrir. Y todo eso fue hecho en base a breves pinceladas y
a colores puros y altisonantes.
Pero Van Gogh diseñó centenares de cuadros y
de dibujos, y el “estilo Van Gogh” no está presente en la mayoría de ellos. Atardecer en Montmajour recuerda una
colcha empatada de retazos, con fragmentos de las pinceladas más famosas del
pintor. Es como si un falsificador de Goya hubiera reunido en un solo cuadro a
dos miembros de la Familia Real de España, la cabeza de La Maja Desnuda y a uno de los fusilados en los motines del 2 y 3
de mayo en Madrid.
Es bueno preguntarse no por qué el museo Van
Gogh acaba de declarar genuina la pintura Atardecer
en Montmajour, sino por qué durante casi un siglo nadie creyó que fuese
auténtica. ¿Qué maliciaban los historiadores de arte del pasado? ¿Por qué los
expertos del presente desechan con tanta displicencia esas sospechas?
UN PASADO IMPERFECTO
Hasta el 1901, la pintura formó parte de la
colección de Theo Van Gogh, hermano del artista. La viuda de Theo, Johanna Van
Gogh-Bonger, vendió ese año la obra a un comerciante de arte de París. En 1908,
ese comerciante la vendió a un coleccionista noruego. Poco después, Atardecer en Montmajour fue examinada
por un perito en arte, quien la declaró “una falsificación, o al menos, no un
original” de Van Gogh. El coleccionista noruego la guardó en su desván, donde
permaneció hasta su muerte, en 1970. El actual propietario la compró poco
después.
En 1991, Atardecer
en Montmajour fue llevada al Museo Van Gogh, y sus expertos insistieron en
que era una falsificación. Todo eso cambió en 2011, cuando los propietarios del
cuadro volvieron a transportarlo al museo. Esa vez, obtuvieron el gordo de la
lotería. Los expertos del museo dijeron que era una obra genuina.
Según Louis van Tilborgh, jefe de los
investigadores de la pinacoteca, a partir de 1991 el museo ha desarrollado
nuevas tecnologías para identificar y autenticar obras de arte. Y gracias a
esas nuevas técnicas, Atardecer en Montmajour
abandonó su inautenticidad y surgió intacta del pincel del maestro.
Una de las pruebas de autenticidad, dijo Van
Tilborgh, es que fue pintada con el mismo tipo de tela empleado por Van Gogh, y
usando igual base. Pero los expertos casi contemporáneos de Van Gogh nunca
pusieron en duda esos detalles. Consideraban el cuadro una falsificación por
razones más plausibles. Sin embargo, más de un siglo de razones plausibles
fueron descartadas en el nuevo escrutinio de los expertos del museo Van Gogh.
La penúltima obra de Van Gogh descubierta por
el museo es La diligencia de Tarascón,
una pintura de 1888 declarada genuina en la década del treinta. No es una de
las obras maestras del artista, pues su estilo es más convencional, pero nadie
duda de su autenticidad (Posiblemente porque su estilo es menos osado y exhibe
la evolución de su creador).
De todas maneras, existe la certeza de que
este hallazgo redituará algunas decenas de millones de dólares a sus
vendedores. Van Gogh se sigue cotizando muy bien. El retrato del doctor Gachet
se vendió por 82,5 millones de dólares en una subasta realizada en 1990.
Apenas como precaución, sería conveniente que
el interesado en comprar Atardecer en
Montmajour contrate a varios expertos en arte, para ver si vale la pena el
riesgo.
Así como Göring adquirió obras genuinas de
Vermeer pintadas por van Meegeren, y los auténticos diarios de Adolfo Hitler
fueron resultado de una burda falsificación descubierta de pura casualidad, Atardecer en Montmajour parece demasiado
legítimo para ser verdadero.
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