Para la profesora Carmen Virginia Carrillo.
Sin ella, esta novela no existiría.
La ejecución de Maximiliano Robespierre, luego que envió a miles de sus
enemigos al cadalso, pertenece a la historia del grotesco. Robespierre era un
hombre muy atildado, que solía empolvar su blanca peluca. Particularidad que no
suelen recordar los libros de historia, y que quise evocar en mi novela Eros y la doncella, sobre La Gran
Revolución, publicada por la editorial Verbum.
La imagen que, para muchos franceses, quedó de su maltratada figura, es el
eje del episodio que a continuación les ofrezco.
Mario Szichman.
“Uno tras otro, los veintidós condenados fueron
conducidos hacia el cadalso, para enfrentar al verdugo Sanson y a sus dos
ayudantes. El convencionista Couthon gritó y rogó, y se ensució los pantalones
de miedo.
Henriot, el ex comandante de la guardia nacional, fue
arrastrado hacia el cadalso cargando en su chaleco los excrementos de los
demás. Un precario parche de pirata le cubría el ojo desprendido de un
bayonetazo, suspendido de sus ligamentos sobre una de sus mejillas.
Cuando estaban a punto de subirlo por las escaleras, un
espectador desprendió el ojo de los ligamentos y huyó con el trofeo. la mayoría
de los condenados fueron empujados o transportados hacia la báscula, cada vez
más ensangrentada. las cabezas comenzaron a apilarse en los redondos cestos
forrados de cuero. Sus torsos fueron asidos uno tras otro por los dos ayudantes
de Sanson y arrojados en carruajes alfombrados de paja. Solo Saint Just, el
único ileso de la jornada, pudo marchar al cadalso sin ayuda, conservando su
frialdad y su desdén hasta el final.
El vigésimo primer espécimen que recibió la doncella fue
el de su amado Maximiliano.
Robespierre observó desde el carruaje a los veinte
condenados que lo precedían, el charco de sangre que se iba ampliando en torno
a la base de la plataforma. Para él era un espectáculo novedoso y molesto.
Nunca le habían apasionado las ejecuciones.
El tribuno sintió
su cuerpo escindido en diferentes trozos. Cada uno lo atormentaba como una
articulación machacada. Era imposible que todos esos trozos pudieran acomodarse
a la báscula.
Sobre su cuerpo lucía, como un palimpsesto, la famosa
chaqueta de seda de color azul que seis semanas antes había usado, inmaculada,
durante la Fiesta del Ser Supremo. La chaqueta estaba manchada de sangre. la
sangre que seguía manando de su herida en la mandíbula apenas si podía ser
absorbida por el vendaje anudado en la coronilla.
Los dos ayudantes de Sanson comenzaron a subir el cuerpo
de Robespierre por la escalera. El tribuno fue contando los escalones. Sus
manos manchadas de sangre se balanceaban sobre los brazos de los ayudantes de
Sanson. Sus pies golpeaban duro en cada escalón. El vendaje que intentaba
sostener la mandíbula unida a su boca parecía formar parte de su nuevo rostro.
Cuando lo empujaron hacia la báscula, sus rodillas flaquearon. Durante algunos
segundos quedó apoyado en la báscula, despatarrado. Luego lo amarraron a la
báscula con cinturones de cuero. Sintió la sangre pegajosa fundirse con la
sangre que humedecía su venda.
Por primera vez el tiempo se congeló. Aunque separaban a
Robspierre escasos segundos de su ingreso en la eternidad, el tiempo cesó de
transcurrir. El relámpago iluminó el área del cadalso, y persistió. Retumbó el
trueno, y siguió retumbando, alimentándose de su propio eco. Robespierre volvió
a pensar en el gabinete de maravillas del mago Robertson.
Uno de los ayudantes de Sanson le murmuró al oído que
debía quitarle la venda, pues podía interferir con el limpio corte de la
cuchilla. Cuando Robespierre creyó que le estaba pidiendo permiso para
proceder, sintió que le arrancaban la venda. Fue como si hubiera recibido otro
pistoletazo en la mandíbula y lanzó un grito desgarrador.
Sanson inclinó brevemente su cabeza. Uno de sus ayudantes
ladeó la báscula para que reposase entre los dos montantes verticales de la
guillotina.
Casi de inmediato, el cepo de madera aseguró el cuello de
Robespierre. Sanson bajó la palanca y el seco trallazo de la doncella separó la
garganta del grito de Robespierre. al rodar la cabeza en el cesto, su empolvada
peluca diseminó una nube de talco.
Los cadáveres de Robespierre y de sus compañeros fueron
trasladados al cementerio de Errancis, pues el cementerio de la Madeleine, la
fosa común más popular, había sido clausurado cinco meses atrás, por falta de
espacio.
El transporte de los torsos y de las cabezas costó 193
libras. Sobre los cadáveres fueron arrojadas paletadas de cal viva. los
sepultureros recibieron una remuneración adicional de siete libras cada uno.”
De la novela han opinado los estudiosos:
“Existe, en la novela, una relación pendular entre la muerte y el amor.
Entre el erotismo y el tono épico de quien narra una verdadera batalla, de
todos contra todos. Pues así fue desarrollándose una revolución que transformó
las necesidades humanas en venganzas y muerte. El cadalso es el escenario por
excelencia y la Doncella su mayor protagonista. La animidad con la que se
describe a la Gillotina, siempre
Doncella, permite al narrador construir una relación amorosa y mórbida
entre Robespierre, a quien se le describe “despiadado, arrollador, impasible, virgen y
asexuado” (p. 14) y la Doncella, “Estilizada como una escuadra de carpintero,
escueta como un atril, virtuosa como un altar”. Ella es su amante, su pieza
perfecta para construir el mundo del terror que después lo devoraría a él.”
Dra. Guadalupe Isabel Carrillo, ensayista.
Autora, entre otras obras, de Miradas a la ciudad. Profesora de la
Universidad Autónoma del Estado de México. (Tomado de Diario de los Andes,
Venezuela)
Eros y la doncella (2013) de Mario Szichman, es una atractiva novela histórica, escrita en un
estilo, tono y ritmo apasionantes,
pero a su vez desgarradora, insinuante y también precisa. Sin llegar a perder la
intención del eje narrativo, el autor
logra recrear momentos, personajes y acciones notables de la Revolución Francesa en un acto
creador fascinante, que se instaura a partir del mismo título, conformado
gramaticalmente por dos sustantivos que connotan belleza y seducción, en
un juego lingüístico que representa, al estilo Aristotélico, la
“síntesis ideal” de la trama narrativa.
Dra. Alexis del C. Rojas P., profesora de la
Universidad Experimental Simón Rodríguez, Venezuela.
“Un universo de personajes se asoma a las
páginas del texto de Szichman en medio de confrontaciones, alianzas y
traiciones. La seducción y la lascivia constituyen la válvula de escape en ese
mundo abyecto, contaminado de una
profunda degradación moral y física. La gran protagonista: la guillotina,
insaciable doncella a la que Robespierre proveerá de cuerpos.”
Dra. Carmen Virginia Carrillo, profesora de
la Universidad de los Andes, Venezuela, ensayista. Autora de varios libros,
entre ellos, De la belleza y el furor.
“Aunque suene paradójico, Eros y la doncella de Mario
Szichman es una convulsa historia de amor donde los amantes se mueven en un
terrible laberinto que es la vida; historia del deseo que sobrepasa los cánones
históricos y presenta al cuerpo como centro de la existencia humana… Mario
Szichman se ha convertido en un verdadero maestro que interroga realidades
desde la cotidianeidad de los personajes, privilegiando el cuerpo como el gran
cartabón para intentar reflexionar sobre las bondades y miserias de la
existencia humana”.
Dr. Luis Javier Hernández, profesor de la
Universidad de los Andes, Venezuela, escritor. Tomado del Diario TalCual de
Venezuela.
“En todo caso, la Revolución Francesa
de 1789 dio papel protagónico a un instrumento que segó miles y miles de vidas:
la guillotina, rebautizada rápidamente por el pueblo como La
Doncella.
Szichman nos la presenta como un personaje femenino
por la que especialmente Maximiliano Robespierre experimentaba una auténtica
pasión amorosa: era el medio favorito para terminar con sus enemigos
justificados e injustificados. Pero
además desempeñaba el papel central en las decapitaciones, que se transformaban
en espectáculos macabros, pero a los que asistía la población civil con un
evidente morbo. Se popularizó tanto,
que, como recuerda nuestro autor, se fabricaron modelos de ella en miniatura
para que los niños “jugaran” a la decapitación empleando pajarillos.”
Dr. Edgar Samuel Morales Sales, profesor de la
Universidad Autónoma del Estado de México, autor de varios libros, entre
ellos: El sabor agrio de la cultura Mazahua. (Tomado del
Diario El Impulso de Barquisimeto, Venezuela)
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