Mario Szichman.
Carmen Virginia Carrillo
El poeta
y ensayista venezolano Rafael Cadenas (Barquisimeto, 1930), ha sido distinguido
con el premio XXVII Reina
Sofía de Poesía Iberoamericana. Galardón que suma al Premio Internacional de poesía Federico García Lorca 2015 y
el Premio de Literatura FILCAR del 2017.
Cadenas
publicó su primer poemario, Cantos iniciales (1946) a los dieciséis
años. Ya desde los primeros versos, se perfilan algunos de los ejes temáticos
que se han reiterado a lo largo de toda su obra, entre ellos cabe destacar el
de la exploración del ser y del lenguaje.
En 1952,
el poeta tuvo que abandonar el país rumbo al destierro, en la isla de Trinidad.
Allí comenzó a escribir un segundo libro titulado Una isla, que culminó,
después de su regreso al país, en Caracas, y cuya versión original circuló
multigrafiada en la Escuela
de Letras de la
Universidad Central de Venezuela en 1977.
En 1960,
la editorial del grupo Tabla redonda editó el largo poema en prosa Los
cuadernos del destierro. Tres años más tarde
apareció el poema más conocido de Cadenas, “Derrota”, texto que plasma la
crisis existencial de una generación que se sintió traicionada.
El año
1966, la
Universidad Central publicó Falsas maniobras, libro
que agudiza la problematización del yo que ya se anunciaba en los textos
anteriores. Luego vendrán "Memorial" 1977, "Intemperie" 1977, "Amante" 1983, "Dichos"
1992, "Gestiones” 1992. Y los libros de ensayo Literatura y vida (1972), Realidad
y literatura (1979), Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística
(1977, 1995), La barbarie civilizada (1981), Anotaciones (1983), Reflexiones
sobre la ciudad moderna (1983), En torno al lenguaje 1984), Sobre
la enseñanza de la literatura en la Educación Media (1998).
Sus últimos títulos son: Sobre abierto (2012) En
torno a Basho y otros asuntos (2016), Contestaciones (2016)
La obra
de Cadenas dialoga con la cultura oriental, particularmente con el pensamiento
vedántico, el taoísmo y el zen. De Occidente encontramos en Cadenas los ecos de
Arthur Rimbaud, Walt Whitman, Rainer Maria Rilke, D. H. Lawrence, Fernando
Pessoa, Giuseppe Ungaretti, Czeslaw Milosz, Henri Michaux, Carl G. Jung, Alan
Watts, López Pedraza, Ortega y Gasset, Unamuno, Machado, Salinas y Guillén.
En Los cuadernos del destierro (1960) destaca la reflexión
sobre la identidad del ser y la palabra poética. El hablante se define por su
condición de desterrado e intenta fundar un mundo mítico en el cual busca reconocerse.
El desarraigo lleva a una crisis de identidad, que se intenta restablecer en el
texto poético. Un relato fundacional que tiene como marco de fondo el espacio
insular de Trinidad.
Este largo poema en prosa, que rompe la lógica del discurso, se
enlaza con toda una tradición de poesía narrativa que se inicia en el siglo XIX
con los románticos, continúa en Baudelaire y sus Petits poèmes en prose y en América Latina alcanza con Azul, de
Rubén Darío, su concepción más moderna.
La relación del libro de Cadenas con Una temporada en el
infierno, de Rimbaud, se percibe desde las primeras líneas.
Al igual que el poeta francés, Cadenas inicia el texto estableciendo el origen
ancestral y mítico del hablante:
Yo
pertenecía a un pueblo de grandes comedores de serpientes, sensuales,
vehementes, silenciosos y aptos para enloquecer de amor.
Pero mi
raza era de distinto linaje. Escrito está y lo saben –o lo suponen- quienes se
ocupan en leer signos no expresamente manifestados que su austeridad tenía
carácter proverbial. Era dable advertirla, hurgando un poco la historia de los
derrumbes humanos, en los portones de sus casas, en sus trajes, en sus
vocablos. (1960:7).
Una vez determinada la genealogía, el hablante se describe a sí
mismo “Soy desaliñado, camino lentamente y balanceándome por los hombros y
adelantando, no torpe, más si con moroso movimiento un pie, después otro” y
anuncia el propósito del texto: “relataré no sin fabulaciones mi transcurso por
tierra de ignominias y dulzuras, ruptura y reuniones, esplendores y derrumbes”.
De esta manera anuncia la intención de rescatar del olvido las vivencias en el
destierro, a la vez que pone en evidencia la intervención de la imaginación en
la construcción del poema.
El hablante se encuentra escindido, se pierde en una multiplicidad
de rostros. La representación de un yo dividido es una forma de plasmar los
enigmas de un sujeto que pierde su unidad y que puede llegar a su disolución
total. Palabra que nombra y al nombrar da nueva vida a los recuerdos, palabra
génesis del exiliado que se desborda en imágenes surrealistas.
El olvido es una amenaza permanente; en la medida en que los
acontecimientos pasados se van borrando de la memoria, el individuo va
perdiendo su identidad. En el poema, el hablante lamenta la pérdida de los
recuerdos; sin embargo, todo el texto representa un intento por rescatar las
vivencias del exilio, de la lengua hablada en el país extranjero.
La presencia del sol, el mar, la luz, se reiteran a lo largo del poema;
aguas resplandecientes que reflejan las emociones de un yo que se debate en la
duda “Mi único caudal eran los botines arrancados al miedo”. Comienza entonces
la larga lista de inseguridades:
Yo nunca supe si fui escogido para trasladar revelaciones.
Yo nunca estuve seguro de mi cuerpo.
Yo jamás pude precisar si tenía dos manos, dos piernas,
un rostro, una historia.
Yo ignoraba todo lo concerniente a mí y a mis ancestros.
Yo nunca creí que mis ojos,
orejas, boca, piel,
nariz,
movimientos, gustos, dilecciones,
aversiones me
pertenecían enteramente.
El texto está organizado a partir de dos tiempos, un presente que
se vive en la añoranza, y un pasado. Ese pasado puede ser ´otra edad`, la
infancia o un lugar impreciso del que se regresó. Del pasado se conservan
sucesos, separaciones, contradicciones, encuentros, pérdidas y reparos. El aquí
y el ahora se enfrentan a un allá y un antes; el país del destierro frente al
país natal; la muerte aparece como la estación final de las trajinadas mudanzas
de la vida.
La representación que el poeta hace de sí mismo oscila entre el
polo mítico y el realista; por un lado, tenemos al vate que se reconoce en los
orígenes míticos, por el otro la autorreferencia. En uno se oculta y en el otro
se revela. Este constante debatirse de un ser dividido entre dos realidades,
una mítica y otra histórica, se reitera en este fragmento en que el yo
interpela a su alter ego.
En Los cuadernos del destierro conviven los contrarios,
magia y logos, sonido y silencio, presencia y ausencia del hablante, en una
lucha por superar el límite del lenguaje mismo. El poeta plantea la incapacidad del lenguaje
para nombrar con propiedad la realidad, para revivir el pasado y para expresar
los estados de ánimo.
Se escribe con la
intención de rescatar del olvido la experiencia vivida, memoria cómplice que se
vale tanto de la verdad histórica como de la ficción para reconstruir el
pasado. Un yo lírico se dibuja desde un
imaginario mítico y un yo autobiográfico que se asoma a ratos, ofreciendo
pinceladas de la historia personal de Cadenas. Las vidas de estos dos ´yoes` se
narran de forma entrecruzada a lo largo del poema.
El poema “Derrota” (1963) puede
considerarse una muestra fundamental de la poesía conversacional en nuestro
país. En un lenguaje en apariencia directo, despojado de artificios, el poeta
reitera la sensación de fracaso que ya había anunciado en Los cuadernos del
destierro.
Yo que no he tenido nunca un oficio
que ante todo competidor me he sentido débil
que aprendí los mejores títulos para la vida
que apenas llego a un sitio ya quiero irme
(creyendo
que
mudarme es una solución)
que he sido negado anticipadamente y
escarnecido
por
los más aptos
que me arrimo a las paredes para no caer del
todo
que soy objeto de risa para mí mismo
que creía que mi padre era eterno
que he sido humillado por profesores de
literatura
que un día pregunté en qué podía ayudar y la
res-
puesta fue una risotada
que no podré nunca formar un hogar, ni ser
brillante,
ni
triunfar en la vida
que he sido abandonado por muchas personas
porque casi no hablo
que tengo vergüenza por actos que no he
cometido
que poco me ha faltado para echar a correr por
la
calle
que he perdido un centro que nunca tuve
que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente
por
vivir en el limbo
que no encontraré nunca quién me soporte
que fui preterido en aras de personas más
miserables que yo
que seguiré toda la vida así y que el año
entrante
seré muchas veces más burlado en mi ridícula
ambición
El hablante, en una actitud autocrítica exacerbada, se va
describiendo en función de la enumeración detallada de sus carencias, negaciones
e insuficiencias. Construcción de una imagen pública en negativo; burla y
juicio crítico de sí mismo que lleva implícito un cuestionamiento de la
sociedad en general.
En Falsas
maniobras (1966) encontramos algunos de los asuntos que ya habían ocupado a
Cadenas en Los cuadernos del destierro, tales como los problemas del
exilio, la presencia del doble, la reflexión sobre el lenguaje, el
cuestionamiento de la identidad de un yo poético conflictivo y desadaptado;
incluso el paisaje, que en algunos momentos se convierte en el eje de los
poemas, es el mismo.
Sin embargo, el lenguaje es otro. En este poemario, Cadenas se
despoja de la metáfora surrealista, del discurso poético ambiguo y polisémico.
La concepción estético-filosófica ha cambiado, ahora la escritura quiere ser un
acto de revelación y busca en el Oriente, en el budismo Zen, la iluminación. En el
poemario el hablante lucha consigo mismo y con un entorno al que
percibe hostil; conciencia desgarrada que realiza un ejercicio de autoacusación.
El conflicto existencial se despliega en los desdoblamientos y la vacilación
del hablante frente a las demandas del entorno social.
En un lenguaje decantado que tiende a la economía verbal, Cadenas
propone una nueva poética con una actitud más auténtica y comprometida, a la
vez que nos deja entrever la tendencia orientalista de sus planteamientos
metapoéticos. La búsqueda de la iluminación a través del budismo Zen se hace
más explícita.
En el poema
“Nombres” el poeta vuelve a la reflexión metapoética sobre la capacidad
nominadora del lenguaje y de la poesía:
te llamas hoja húmeda, noche de apartamento
solo, vicisitud, campana, tersura y
lascivia,
ingenuidad, lisura de la piel, luna llena,
crisis
oh
mi cueva, mi anillo de saturno, mi loto de
mil
pétalos
Eufrates
y Tigris, erizo de mar, guirnalda, Jano,
vasija, tórtola, S. y trébol
ovípara
uva,
vellocino y petrificación
podrías
llamarte …
pero
tu nombre es
lecho,
lavabo, dentífrico, café, primer cigarrillo,
luego
sol de taxis, acacia, también te llamas acacia
y six pi
em –em- o half past six o seven,
cerveza y Shakespeare
y
vuelves a llamarte hoja húmeda, noche de
apartamento solo
día
tras día,
sí,
tienes tantos nombres
y
no te puedo llamar.
La poesía da nombre a los objetos y al nombrar entra en contacto
con el ser de las cosas; el poema es el mundo, la experiencia del hablante, sus
carencias. En la poesía de Cadenas, la búsqueda de la identidad no es solamente
la búsqueda del ser, sino también la búsqueda de la lengua y su materialización
en el ejercicio poético.
A lo largo de su obra
poética y ensayística, Rafael Cadenas reflexiona sobre el lenguaje. Si bien la
función del lenguaje es nombrar lo real, Cadenas pareciera mostrarnos lo
contrario. En este sentido el autor se
inscribe en la tradición moderna que nos habla de la toma de conciencia de los
poetas sobre la incapacidad nominadora del lenguaje.
En su libro Anotaciones, Cadenas
ofrece textos metapoéticos escritos
en prosa en los cuales la realidad y la palabra son interpretadas por un
hablante que demuestra su preocupación frente al lenguaje y la escritura. En este libro el discurso poético del autor
se aleja de la retórica y asume un tono más directo que llega incluso a lo
conversacional haciéndose, de esta manera, más acorde con los planteamientos de
orden ético que acompañan las reflexiones de índole estético.
¿Angustiosa demanda de lo imposible?, ¿fracaso
del acto creador?, o aceptación de los límites de la experiencia humana frente
al misterio de la creación. Tal vez no sea la palabra el vehículo adecuado para desvelar el
misterio, de ahí que al final sólo quede el silencio inefable que inspira al
hombre hacia nuevos y utópicos intentos de conocer el mundo y conocerse a sí
mismo.
La idea del poema como representación de la imposibilidad de
escribir, como segmento de un deseo inconcluso es una variante de la conciencia
desgarrada del poeta frente a la crisis del lenguaje. Y es en la ausencia de la palabra que el ser
reconoce lo efímero de su existencia, el vacío indecible de la muerte, su
inminente final.
La palabra sustituye lo real, es la alquimia del verbo que lo
transforma todo. Escritura fragmentaria que da cuenta de los conflictos del
ser moderno, que pone en evidencia la
precariedad del lenguaje.
Rafael Cadenas y Eugenio Montejo
En medio del silencio, la palabra permite al ser manifestarse,
nombrar lo real; no obstante, la crisis de la era moderna ha conducido al
escritor hacia el cuestionamiento de las posibilidades del lenguaje, de su
concreción. Este diálogo permanente entre la palabra y el silencio es el fondo
sobre el que el escritor cuestiona la realidad, la vida, la muerte, la
trascendencia.
En Rafael Cadenas, el silencio es vacío que se complementa con la
plenitud de la palabra; es el último estado alcanzable ante la dificultad del
lenguaje por nombrar lo real. Para el autor el decir fragmentado sobre el
oficio de la escritura encuentra en el silencio su máximo resplandor. Su poesía
reflexiona sobre la capacidad nominadora del lenguaje y sobre los
procedimientos textuales a través de los cuales el poema se convierte en un
generador de mundos.
En estos tiempos
aciagos que atraviesa Venezuela, el reconocimiento internacional de la obra de
nuestro gran escritor Rafael Cadenas nos recuerda que la mejor literatura
resplandece aún en las peores circunstancias. Sus versos siguen comprometidos
con el país, con el lenguaje, con su visión del mundo.
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