Mario
Szichman
Marc Behm
No existe una traducción literal al español de The Eye of the Beholder. Una posible
versión es: “Todo depende del color del cristal con que se mira”.
Por ejemplo la frase: Depending
on the eye of the beholder, a bath of hot water may be half-full or half-empty
se traduce como “Según el color del cristal con que se mire, una bañera de agua
caliente puede estar medio llena o medio vacía”.
El problema es que algo se pierde de la versión en inglés. Pues Eye, ojo, significa también detective, a
raíz de la famosa agencia Pinkerton, que antes de consagrar sus energías a la
tarea de investigar adúlteros por encargo de sus cónyuges, además de una
variada gama de malhechores, fue contratada por empresarios y se concentró en
la cacería de sindicalistas y “rojos”.
El logo de Pinkerton era justamente un ojo avizor, acompañado del
lema: We never sleep, nunca dormimos.
Desde el título, The Eye of
the Beholder, la obra maestra del novelista norteamericano Marc Behm,
sumerge al lector en una trama que no tiene antecedentes ni consecuentes en la
narrativa estadounidense ... a excepción de otra novela del mismo autor: Afraid to Death, que es una imagen
especular de The Eye of the Beholder.
Un día, la agencia de investigaciones donde trabaja The Eye, recibe la visita de un
millonario, quien desea localizar a su hijo. El joven ha huido del hogar
acompañado de una misteriosa femme fatale.
Corresponde a The Eye,
un detective adicto a las palabras cruzadas –nunca nos enteramos de su nombre–
la tarea de localizar a la pareja. Pero existe un problema con The Eye: está acosado con sus propios
fantasmas. Ha perdido todo rastro de su hija. Posee apenas una fotografía de un
grupo de niñas tomada en un colegio. Todas rondan los 11 años de edad. Una de
ellas es su hija. Pero ¿cuál? ¿No será la femme
fatale que huyó con el hijo del millonario? El detective decide, sin prueba
alguna, que la femme fatale es su
añorada hija. Por lo tanto, su deber es protegerla.
Existe sin embargo un escollo: el único talento de la dama
consiste en seducir hombres ricos, robarles su dinero, y asesinarlos.
ALUCINACIONES
The Eye acepta desde
el primer momento que tal vez es víctima de un delirio. Quizás la mujer no es
su hija, pero persiste la duda obsesiva. Por lo tanto, decide seguirla a todas
partes, y ampararla. Es una relación que se acerca al incesto.
En ocasiones, el detective ayuda secretamente a la mujer en sus
crímenes. Luego de cada asesinato, The
Eye elimina toda prueba que pueda incriminar a su presunta hija. A veces, esconde
los cadáveres. De esa manera, el hipotético padre comienza una quijotesca
cacería de la mujer, cubriendo buena parte del territorio de Estados Unidos.
La trama se desarrolla con los escasos, recónditos elementos de
una obsesión. La femme fatale cambia
de amantes –apenas uno se salva, pues le confiesa que ha perdido a su hija—de
la misma manera en que suplanta de su personalidad nombres, apellidos y
pelucas. Aunque es una voraz consumidora de hombres, también se enamora de
mujeres, casi siempre buscando protección, o una noche de amor, aunque sin
bajar la guardia un solo instante.
EL INFIERNO TAN TEMIDO
Behm narra con una prosa muy especial, escueta, rítmica, cargada
de las resonancias de una pesadilla.
Es obvio que tanto The Eye
como su conjetural hija provienen de alguno de los círculos del infierno
urdidos por Dante. Todo es fantasmagórico, irreal, en Eye of the Beholder. Es como esos road filmes que se hicieron muy populares en Estados Unidos en la
década del sesenta, al estilo de Thelma
and Louise. Existe una virtud transformadora en esas películas. Dos simples
amas de casa, como Thelma y Louise, pueden mudarse sin problemas en
atracadoras. La vía es ancha y ajena. Permite que el ser humano se haga invisible.
A lo largo de su inalterable huida, tanto el protagonista como la femme fatale tropiezan con múltiples
representantes de los bajos fondos, pasan por diferentes etapas –la femme fatale queda embarazada, y pierde
a su bebé—y van envejeciendo en la invisible compañía del otro.
Behm podría haber coexistido perfectamente con los autores de
tragedias griegas, pues tanto los escenarios, como los seres humanos que habitan
su novela, son frugales en sus alojamientos, parcos y devastadores en sus
pasiones.
EL MISTERIO DE UNA FAMA
Resulta extraño que Behm, una figura de culto en Francia, sea poco
conocido en Estados Unidos, su país de origen.
Nació en Trenton, New Jersey, en 1925, y falleció en Francia, en
el 2007. Combatió como soldado del ejército norteamericano durante la segunda
guerra mundial, y quedó prendado de la cultura francesa. Los franceses suelen
considerarlo como uno de sus intelectuales, y han traducido todas sus novelas. (Parte
de la narrativa de Behm fue escrita originalmente en francés).
Su principal forma de ganarse la vida era como guionista de cine. Colaboró
en las sinopsis de dos clásicos del cine: Charade,
protagonizada por Cary Grant, y Help!
Uno de los filmes más famosos de los Beatles.
En cuanto a su producción narrativa en inglés, además de The Eye of the Beholder, considerada su
obra maestra, está su “cuasi” obra maestra, Afraid
to Death, una rareza que a algunos críticos fascina, y a otros desconcierta,
y The Queen of the Night. Hay otras cinco novelas que
escribió en francés.
UNA NOVELA QUE NO TOMA PRISIONEROS
Marc Behm debutó en la narrativa en 1977 con The Queen of the Night. Es la historia, en primera persona, de una
dama promiscua, y de sus aventuras en la Alemania nazi.
La mujer conoce a Adolph Hitler, a Joseph Goebbels, a Adolph
Eichmann, a Heinrich Himmler, y a otros jerarcas del nazismo. También a Eva
Braun, la amante de Hitler hasta el último día de su existencia, cuando se casó
con el Führer horas antes de suicidarse junto con su galán.
La “reina de la noche” es testigo de toda clase de excesos
sexuales, incluyendo la necrofilia, y colabora sin problemas en la “solución
final” del problema judío, viajando en un autobús especialmente equipado, donde
se puede asesinar a prisioneros gracias a una válvula situada en el techo del vehículo,
que disemina monóxido de carbono en su interior.
Lo incómodo de la novela es que Behm nunca permite la redención de
la “heroína”. Ella es testigo, y también participante, en todos los horrores
del nazismo, aunque exhibe cierta ambivalencia con los resultados.
En cuanto a Afraid to Death,
la “cuasi” obra maestra de Behm es, como señalábamos antes, la imagen en espejo
de Eye of the Beholder. En este caso,
en lugar de decenas de hombres seducidos y asesinados por una femme fatale, el principal personaje masculino
se convierte en presa de una dama que es, en realidad, el ángel de la muerte.
La fascinación con la narrativa de Behm aflora y desaparece por
temporadas, pero siempre hay algún adepto que resucita su prosa.
Al escribir el obituario de Behm en The Guardian de Londres, el crítico y editor Maxim Jakubowski
resumió su fervor por el autor recordando que tras obtener una copia de segunda
mano de The Eye of the Beholder,
quedó tan fascinado con el texto, “que consideré mi misión crear una editorial
a fin de publicarla”. Y la editorial funcionó con éxito, en parte, gracias a
las novelas de Behm.
El autor tenía un estilo muy especial. Agarraba al lector por la
solapa, y no lo soltaba hasta enunciar su última frase.
Un crítico no estuvo muy errado cuando dijo que Eye of the Beholder le recordaba un potboiler escrito por el grande entre
los grandes Jim Thompson y corregido por William S. Burroughs.
No existe una traducción literal al español de The Eye of the Beholder. Una posible
versión es: “Todo depende del color del cristal con que se mira”.
Por ejemplo la frase: Depending
on the eye of the beholder, a bath of hot water may be half-full or half-empty
se traduce como “Según el color del cristal con que se mire, una bañera de agua
caliente puede estar medio llena o medio vacía”.
El problema es que algo se pierde de la versión en inglés. Pues Eye, ojo, significa también detective, a
raíz de la famosa agencia Pinkerton, que antes de consagrar sus energías a la
tarea de investigar adúlteros por encargo de sus cónyuges, además de una
variada gama de malhechores, fue contratada por empresarios y se concentró en
la cacería de sindicalistas y “rojos”.
El logo de Pinkerton era justamente un ojo avizor, acompañado del
lema: We never sleep, nunca dormimos.
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