Publicado en el portal oficial del
Colegio de periodistas de Lima
www.cp-lima.pe
Con Néstor Ikeda, veterano periodista peruano, compartimos muchos años de
tareas en The Associated Press, en Nueva York. Inclusive nos
jubilamos el mismo día.
Desde ese momento y hasta ahora, aunque yo en New Jersey, y Néstor en
Lima, hemos mantenido una comunicación constante. Néstor ha creado revistas,
bellos videos, y nunca se apartó de la actividad periodística. Una de sus
tareas, en la actualidad, es encargarse de la página Web del Colegio de
Periodistas de Lima.
Néstor ha tenido la generosidad de usar en el portal de la institución
uno de mis trabajos, aludiendo a otro admirable colega, Richard Drew, fotógrafo
de AP y quien registró la foto más icónica del 11 de septiembre de 2001,
durante el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York.
La foto de Drew, realmente, habla por más de mil palabras. Y a mí me
sirvió de inspiración para la novela La región vacía. Me dice
Néstor: "Unos colegas peruanos consideraron el artículo un ejemplo de cómo
una foto que muestra a una sola persona dentro de una gigantesca tragedia como
el 9/11 puede actualizar el hecho mismo ocurrido hace casi 20 años y poner la
atención del lector en casos humanos específicos, como el fotógrafo y el hombre
que cae". ¡Gracias, Néstor!
Mario Szichman
Esta es la imagen de una obsesión. Una
imagen, una obsesión, que solo cesó en su acoso cuando pude plasmarla en un
texto: “En la foto, un hombre estaba cayendo de cabeza en una perfecta
vertical. Marcia no podía decidir si la foto era en blanco y negro, o en color.
Aquello que no era blanco estaba formado por nítidas sombras. Tampoco pudo
decidir si el hombre ya estaba muerto”.
Marcia perdió a sus dos hijos el 11 de
septiembre de 2001, durante el ataque a las torres gemelas del Trade
World Center. Un periodista la visita, intentando averiguar si el hombre
cayendo en una perfecta vertical, “The Falling Man,” es uno de sus hijos.
“La parte derecha de la torre estaba
rayada por líneas verticales blanquecinas y grisáceas que avanzaban hacia la
parte izquierda hasta convertirlas en líneas agresivamente blancas y negras. El
hombre parecía desplomarse en el eje de esa composición, en el centro exacto de
una vertical línea blanca. Su pierna izquierda estaba plegada, su zapato se
apoyaba en el tobillo derecho”.
Es la imagen más famosa, y encubierta,
de la tragedia del 9/11. Apareció al día siguiente en varios periódicos de
Estados Unidos. The New York Times la exhibió en la séptima
página de su primer cuerpo. Luego, desapareció de las publicaciones, aunque no
de la memoria colectiva.
Richard Drew
"–El fotógrafo debe ser un gran artista
—dijo Marcia—. Parece más preocupado por la simetría que por el hombre
cayendo”. Y el periodista le informa: “—Richard Drew. El fotógrafo se llama Richard
Drew… Fotografió a Robert Kennedy cuando lo asesinaron en Los Angeles.
Fotografió a la viuda de Kennedy cuando lo insultaba, exigiéndole que cesara de
sacar fotografías de su esposo muerto. Drew guarda en su casa la camisa
ensangrentada de Robert Kennedy, como un trofeo”. (La región vacía,
página 16).
Cuando tomó la fotografía de Robert
Kennedy, Drew tenía apenas 21 años, y trabajaba para el periódico Pasadena
Independent-Star News de Pasadena, California. La noche del 5 de junio
de 1968, fue enviado al hotel Ambassador de Los Angeles para
cubrir la celebración de la victoria de Kennedy sobre Eugene McCarthy en las
primarias presidenciales de California. Mientras se hallaba en el podio,
aguardando el ingreso del ex secretario de Justicia, el fotógrafo sintió sed, y
se dirigió a la cocina del hotel para pedir un vaso de agua.
En ese momento, apareció Robert Kennedy
en la cocina, cortando camino rumbo al estrado. Drew se puso detrás de Kennedy,
“Y en ese momento vi que alguien me apuntaba con un arma corta”, me dijo. Drew
había estado en la reserva del ejército, y recordó el consejo de uno de sus
instructores: “Cuando alguien lo apunte con un arma, arrójese al suelo”. Drew
acató el consejo.
Sonaron disparos. Segundos después, el
fotógrafo estaba encima de una mesa de acero inoxidable, tomando fotos de
Kennedy desangrándose en el suelo. Su atacante, Shiran Bishara Shiran, le había
alojado en el cuerpo cuatro balazos con una pistola calibre .22.
La esposa del senador, Ethel Kennedy, se
lanzó contra Drew exigiéndole que no tomara fotos de su marido. Drew tuvo la
delicadeza de no fotografiar a la mujer cuando lo insultaba.
LA CERCANÍA INALCANZABLE
Entre 1987 y el 2009, trabajé en el buró
latinoamericano de The Associated Press en Nueva York. A menos de diez metros
de distancia, el fotógrafo Richard Drew tenía su escritorio. Nunca me animé a
entablar una conversación con ese formidable personaje que ha asentado en
Estados Unidos algunas de las imágenes más inquietantes de las últimas cuatro
décadas. Parte de ese lapso lo dediqué a buscar, hasta el último papelito
relacionado con los ataques del 11 de septiembre de 2001, fecha inaugural del
siglo veintiuno.
Richard Drew estaba siempre presente en
el background. Pensaba escribir un libro de non fiction sobre
el 9/11. Ya narré en otra parte cómo ese libro nunca fue publicado, aunque el
manuscrito tiene más de 300 páginas. En cambio, gracias a la sugerencia, a la
porfiada insistencia de mi editora, la profesora Carmen Virginia Carrillo,
terminó transformándose en la novela La región vacía, rebautizada
como The Empty Region en la versión en inglés. Y la novela
surgió de la serena, aterradora imagen de The Falling Man,
atrapada por Drew.
Los ensayos no están urgidos
necesariamente de un protagonista, o de una imagen poderosa. Pero la novela es
diferente. Un protagonista interesante, una imagen perturbadora, ayudan a
conquistar la curiosidad de los lectores. No creo que nada supere la de The
Falling Man. Posee, además, una fascinación adicional: se ha
convertido en la imagen oculta de ese día aciago.
Si se revisan los periódicos y revistas
de los días y semanas posteriores a los ataques del 9/11, podrá verificarse que
casi no hay fotos de muertos. Dos mil setecientas cuarenta y nueve personas se
convirtieron, como señalé en la novela “en restos orgánicos y desaparecieron en
un compuesto formado en partes iguales por fibra de vidrio, plomo, papel,
algodón, concreto, y combustible de aviación”. Sin embargo, excepto por The
Falling Man, y por algunas fotografías de varias personas lanzándose
al unísono desde una de las torres incendiadas, hubo gran pudor en exponer
cadáveres. Apenas fue exhibida la foto de una mano ensangrentada surgiendo del
lodo.
Los periódicos y revistas, tal vez
atendiendo al clamor del público, optaron por exhibir las fotos tomadas desde
gran distancia, con teleobjetivo. La gigantesca carnicería adquirió una
tonalidad surreal.
EL PRIMER DÍA DEL FIN DEL MUNDO
Esta es una fecha que pienso almacenar
en mis recuerdos: 14 de noviembre de 2016. Finalmente, estoy sentado frente a
Richard Drew, mi excompañero de trabajo en The Associated Press. Finalmente
me animé a dialogar con Richard –sí, ahora estoy autorizado a llamarlo
Richard–. Estamos ahora en una cervecería de la calle 43 y la Octava Avenida.
Trato de superar la primera, embarazosa tarea: tomarle fotos a Richard para
este reportaje, mientras ruego que al menos una de ellas salga bien.
El 11 de septiembre de 2001, me dice
Drew, comenzó con un assignment para fotografiar un desfile de
modas. “Las dos semanas anteriores había cubierto en Queens el Abierto de Tenis
de Estados Unidos. Fashion Week, la semana de la moda, se
iniciaba justamente ese 11 de septiembre en Bryant Park, detrás de la
Biblioteca de Nueva York, en la calle 42 y la sexta Avenida. Era una exhibición
de ropas de maternidad. Antes de comenzar el desfile, fui a los camerinos, para
observar los preparativos. En esa ocasión, las modelos estaban realmente
embarazadas. Bueno tomé algunas fotografías, y me acerqué para saludar a un
camarógrafo de la red CNN. En ese momento le comunicaron por
teléfono que se había registrado una explosión en The World Trade
Center. Me quedé sorprendido. ¿Podía confirmarlo? Me dijo: ´Espera un
segundo… No, ahora me dicen que un avión se estrelló contra el World
Trade Center´. Casi de manera simultánea, mi teléfono celular comenzó a
sonar. Era Barbara Woike, mi supervisora en The Associated Press.
Confirmó que un avión se había estrellado contra una de las torres gemelas. Me
pidió que me olvidara del desfile de modas, que fuese a cubrir la historia.
Caminé una cuadra hasta Times Square, y me subí a un subterráneo
expreso, creo que el dos, o el tres. Era el único pasajero. Me bajé en la
estación de Chambers Street. Las dos torres estaban ardiendo.
Mientras viajaba en el subterráneo, el segundo avión se estrelló contra la
torre Sur. Ese 11 de septiembre era un día muy soleado, brillante. El viento
soplaba de oeste a este, en dirección a Brooklyn. No quería que el viento me
aislara en el humo. Por lo tanto, me dirigí a The Financial Center.
De esa manera, podría fotografiar The World Trade Center sin
ser afectado por el humo.
“Me acerqué a uno de los policías. Me
dijo que había estado en el lugar mucho antes de los ataques. El segundo avión
que se estrelló contra la torre Sur era ´A fucking767´”. (El avión
de United Airlines, vuelo 175, era un Boeing 767 que partió del
aeropuerto Logan de Boston rumbo a Los Ángeles, y fue desviado hacia Nueva
York. Se estrelló contra la Torre Sur a las 9:03 de la mañana).
“Poco después, una mujer que estaba con
una cuadrilla de rescate, gritó: ´¡Mi Dios, vean lo que está ocurriendo!´
Alzamos la vista y vimos que varias personas estaban cayendo desde las torres.
Tomé mi cámara, y empecé a tomar fotografías de esas personas. Entre ellas
estaba The Falling Man. Las fotos de esas personas están en
nuestros archivos, pero no creo que hayan sido publicadas. Pues The
Falling Man tiene cierto talante muy especial que lo destaca. En la
foto muestra una gran serenidad. No se trata de esas imágenes que estamos
acostumbrados a ver, de personas que reciben un balazo en la cabeza, o quedan
atrapadas en un incendio, o mueren en un accidente automovilístico. Sí, es un
hombre cayendo, pero todavía sigue con vida”.
Drew dijo que no pudo ver el cadáver.
“Pero sí pude escuchar el ruido que hacían lo cuerpos cuando se estrellaban
contra el asfalto. Sí, pude escucharlo”.
Escasos minutos más tarde, “escuché otro
ruido, como el de una avalancha de piedras. Vi que se desprendía una parte de
la fachada de la Torre Sur. Casi de inmediato, todo el edificio se derrumbó.
Logré registrar el colapso de esa torre. No pude seguir tomando fotos. El
conductor de una ambulancia me tomó por el brazo y me dijo que tenía que
irme. Mientras caminaba, tomé fotografías de personas que se alejaban de
la zona. Todas ellas estaban cubiertas de un polvo blanco, como si les hubiera
caído nieve encima. Los policías intentaban despejar el área. La Torre Norte
seguía en pie. Eludí a varios policías ocultándome en una pequeña plaza donde
había algunos árboles. Las últimas fotografías que tomé fueron de la Torre
Norte cuando se abrió como un gigantesco hongo, y se derrumbó. En ese preciso
instante, decidí que debía irme”.
Drew caminó unas cincuenta cuadras hasta
llegar a las oficinas de The Associated Press. Todo estaba
paralizado. No había trenes, subterráneos ni autobuses circulando.
En The Associated Press los staffers estaban
trabajando en silencio, con gran serenidad, sin mirar otra cosa que las
pantallas de sus computadoras. Como background podían escuchar
las voces de locutores de CNN informando de la catástrofe
desde gigantescos monitores fijados al cielorraso.
Drew se dirigió a la sección de
fotografía, e insertó el disco compacto de su cámara digital en su laptop. Recién
en ese momento pudo revisar las fotografías y tropezar, por primera vez, cn la
imagen de The Falling Man.
“That was such a powerful image” (esa
fue una imagen tan poderosa), debió reconocer). Especialmente por su simetría.
Por lo tanto, elegimos esa fotografía para enviarla a los medios periodísticos.
Yo había tomado una secuencia de la caída, diez, o doce imágenes, pero solo
ese frame tenía gran armonía. En otras imágenes, un aspecto
digamos desmañado. No fotografié la muerte de ese hombre. Solo capturé la
última parte de su vida”.
CLOSURE
Hay varios episodios de esa jornada que
Drew no puede recordar. “Por ejemplo, cómo hice para regresar esa noche a
mi hogar. No había medios de transporte. Pero sí recuerdo que uno de nuestros
fotógrafos, que vivía en New Jersey, y no pudo volver a su hogar, pues todos
los puentes entre New York y New Jersey estaban clausurados, durmió esa noche
en mi apartamento. ¿Y de qué hablamos? Mi esposa recuerda que hablamos de todo.
Pero no hubo una sola mención a lo ocurrido en The World Trade Center.
Conversamos varias horas sobre fotografía, sobre distintos tipos de lentes,
discutimos diferentes técnicas. La jornada del 11 de septiembre estuvo ausente
del diálogo”.
Al cumplirse el décimo aniversario del ataque a las torres gemelas, un hombre apareció en la sede de The Associated Press y pidió hablar con Richard Drew. Había visto en un periódico la foto de una mujer cayendo de una de las torres. La foto era en blanco y negro. El hombre creyó reconocer la ropa que esa mujer vestía el día en que murió, pero no estaba seguro. La mujer era su novia. Estaban por casarse cuando irrumpió la tragedia.
Al cumplirse el décimo aniversario del ataque a las torres gemelas, un hombre apareció en la sede de The Associated Press y pidió hablar con Richard Drew. Había visto en un periódico la foto de una mujer cayendo de una de las torres. La foto era en blanco y negro. El hombre creyó reconocer la ropa que esa mujer vestía el día en que murió, pero no estaba seguro. La mujer era su novia. Estaban por casarse cuando irrumpió la tragedia.
Ambos revisaron ese día el archivo de
The Associated Press con las fotos tomadas ese día. Y ahí estaba, en colores,
la foto de la mujer cayendo de una de las torres. Los rasgos pertenecían a la
novia del hombre. Y este sintió que un capítulo se cerraba en su existencia. De
cierta manera, esa clausura era una liberación. Podía contemplar al menos la
foto final de esa mujer con la que había soñado una vida en pareja.
DESENLACES
Han transcurrido quince años de ese día
que marcó la jornada inaugural del siglo veintiuno. ¿Cómo lidió Richard Drew
con las secuelas?
“Al principio fue muy difícil. Volví
a Ground Zero, el área de los ataques, el 12 y el 13 de septiembre.
Pero me negué a hacerlo el tercer día. Quería ir a cualquier otra parte. Fui a
refugios donde habían sido emplazadas familias que debieron abandonar sus
hogares. Mientras tomaba fotografías, sonó mi teléfono celular. Era mi hija
Sophie, en ese momento de tres años y medio de edad.
“Sophie me dijo: ´Papá, quería decirte
que te quiero mucho´. Y eso me entristeció. En esos días, había muchas personas
que no volverían a oír a su hija pequeña, o a ningún otro ser humano. Llamé a
mi oficina, e informé que me iba directo a mi casa. No podía hacer otra cosa
que irme a mi casa. Mi supervisora me dijo, con mucha gentileza, que sí, que
entendía, que por supuesto.
“En ese momento descubrí todo lo que
había deseado negar. Permanecí en el apartamento con mi familia los dos días
siguientes. Y fue muy importante. Esas cuarenta y ocho horas en mi
apartamento, rodeado de mi familia, sentí una gran paz, una enorme quietud”.
Richard Drew participó en las tareas
cotidianas de la casa, preparó desayunos, salió a caminar por la calle –vive en
The Upper West Side de Manhattan, cerca del Central Park–. Observó esa parte de
la ciudad que no había sido afectada por la catástrofe. Aunque seguramente en
algunos edificios residían personas cuyos familiares no retornarían a su hogar,
ni volverían a compartir un desayuno.
Drew no podía agotar la contemplación de
su esposa, de Sophie. A veces, nuestros seres queridos se asemejan a milagros.
Generalmente recordamos sus sonrisas, que en nada se parecen a las sonrisas de
nuestros semejantes. A veces compartimos sus angustias, que se convierten en
las nuestras. Y además, poseen un futuro, que anhelamos se prolongue muchos,
muchos años más que el nuestro.
En algún momento, al observar sus
presencias, me dijo Richard Drew, pensó que algún día, ese 11 de septiembre
podría convertirse en un mal recuerdo, pero en recuerdo al fin. No estaría en
medio de la multitud, que huía aterrada, no estaba obligado a registrar
imágenes que le exigía su deber de fotógrafo, pero que era doloroso contemplar.
“Y, lo más importante”, señaló, “sentí en mi hogar, rodeado por mi familia, que
podía empezar a sanar”.
La novela La región vacía y su versión en inglés, The empty region, pueden encontrarse en físico y digital en la página de la editorial Verbum: https://editorialverbum.es/ y en Amazon.com
Estremecedor, como todo ese acontecimiento.
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