Mario Szichman
Durante
mucho tiempo, los amigos de Ernest Hemingway lamentaron el prolongado deterioro
mental del escritor. Su paranoia, decían los amigos, se había ido agudizando
con los años. Hemingway creía que el FBI revisaba su correspondencia, grababa
sus conversaciones telefónicas, y lo seguía a todas partes.
Periodistas,
psicólogos y biógrafos, han tratado de averiguar por qué Hemingway se suicidó
en su hogar de Idaho, mientras su esposa Mary dormía en el piso superior de su
vivienda. Algunos dijeron que el
escritor consideraba terminada su carrera. Otros, que se estaba hundiendo en la
locura.
Pero
hace algunos años, uno de sus mejores amigos, quien colaboró como asesor
literario por más de una década, ofreció otro factor que podría haber
contribuido al suicidio: la vigilancia del autor de Adiós a las armas por parte del FBI. Una vigilancia ordenada por su
temible director, J
Edgar Hoover. Al parecer, Hoover sospechaba de los vínculos de Hemingway con
Cuba, y de sus inclinaciones izquierdistas.
A E Hotchner
Al cumplirse los
cincuenta años de la muerte del escritor, AE Hotchner, autor de los ensayos Papa Hemingway y Hemingway and His World, comentó en The New York Times que la vigilancia constante del FBI “contribuyó
de manera substancial a su angustia y a su suicidio”.
Hotcher añadió que
“lamentablemente, había evaluado de manera errónea” el miedo de su amigo por la
organización policial.
CUANDO LA PARANOIA
TROPIEZA CON LA REALIDAD
En noviembre de
1960, dijo Hotchner, fue a visitar a Hemingway y a su esposa Mary en Ketchum,
Idaho, a fin de participar en una cacería de faisanes. Hemingway actuaba de
manera muy extraña.
Según indica
Hotchner, “Cuando Ernest y nuestro amigo Duke MacMullen me fueron a buscar al
tren, en la estación de Shoshone, Idaho, para el viaje a Ketchum, no nos
detuvimos en el bar que había frente a la estación, como solíamos hacer. Ernest
deseaba que nos pusiéramos en camino. Cuando pregunté por qué, Hemingway me
respondió: ´The Feds´, los agentes
federales”.
Hochner quedó muy
desconcertado por la respuesta. Le parecía una broma de mal gusto. Pero
Hemingway le dijo que los agentes del FBI venían persiguiendo su automóvil
desde que abandonaron su vivienda.
Hotchner le preguntó
al escritor por qué el FBI lo perseguía. Hemingway se limitó a decir que el FBI
había plantado dispositivos de escucha en su automóvil y en su vivienda. No
podía usar el teléfono, porque grababan sus conversaciones. “También me
interceptan la correspondencia”, agregó.
“Viajamos durante
millas en silencio”, dijo Hotchner. “Cuando llegamos a Ketchum, Ernest dijo en
voz baja: 'Duke, estaciona. Y apaga las luces´. Luego, espió hacia el banco,
que quedaba al otro lado de la calle. Había dos hombres trabajando en la
sucursal.
“¿Quiénes son esos?”
pregunté.
“Auditores. El FBI
los mandó para que revisen mis cuentas”.
“¿Cómo lo sabes?” le
pregunté.
“¿Por qué razón dos
auditores están trabajando en el medio de la noche? Por supuesto que están
revisando mis cuentas”.
Hay que tener
presente que las sospechas de Hemingway poseían visos de realidad. Ketchum no
era una gran ciudad. Y Hemingway poseía una vasta fortuna. Era posible que
estuviesen examinando sus cuentas.
Según Hotchner, no
fue la única vez que Hemingway se quejó sobre la presunta vigilancia del FBI. En
el último día de la visita de Hotchner, durante una cena con el escritor y su
esposa, Hemingway señaló a dos hombres que estaban bebiendo en el bar y dijo
que eran “agentes del FBI”.
Los dos incidentes
precedieron a la hospitalización de Hemingway en la Clínica Mayo de Minnesota. Allí
recibió terapia de choques eléctricos. Tras salir de la clínica, el escritor
intentó en varias ocasiones suicidarse. Nadie creía en su versión. Se presumía
que padecía delirios.
A LA HORA SEÑALADA
El primero de julio
de 2011, en su columna en The New York
Times, al recordar la muerte de Hemingway, Hotchner dijo que
“temprano una mañana, hace 50 años, mientras su esposa Mary dormía, Ernest Hemingway se dirigió
al vestíbulo de su casa en Ketchum, Idaho, eligió su escopeta favorita de un
estante, insertó cartuchos en el arma, y puso fin a su vida”.
“En esa época se ofrecieron
diferentes explicaciones. Dijeron que sufría de cáncer terminal, que estaba
afectado por problemas monetarios, que se trató de un accidente, que había
tenido una discusión con Mary. Nada de eso era verdad. Como sabían sus amigos”,
Hemingway “había sufrido paranoia y depresión durante el último año de su
vida”.
En conversaciones que mantuvo
con Hemingway, Hotchner le escuchó en muchas ocasiones lamentar su declinación
física y mental. Cuando lo visitó en Idaho en junio de 1960, Hemingway le
preguntó: “¿Qué piensas de un hombre que va a cumplir 62 años, y advierte que
nunca escribirá los libros y los cuentos que se prometió a sí mismo?”
Hotchner le recordó a
Hemingway que había publicado en fecha reciente París era una fiesta, uno de sus mejores textos. Hemingway dijo que
sus mejores relatos eran mucho más antiguos. Además, era un escritor. Un
escritor no podía retirarse, como un boxeador, o un beisbolista. Su amigo le señaló que nunca
antes Hemingway se había preocupado por esas cuestiones.
“¿Por qué se preocupa un
hombre?” insistió Hemingway.” Por estar sano. Por trabajar bien. Por beber con
sus amigos. Por disfrutar de la cama. No tengo nada de eso. ¿Entiendes? Nada de
eso”. Y luego, Hemingway comenzó a formular a Hotchner los mismos reproches que
había hecho previamente a otros amigos. “Tú eres como los otros”, le dijo. “Me
quitas información para venderla al FBI”. Luego de ese día, señaló Hotchner,
“nunca volví a ver a Hemingway.
“Ese hombre, que no
retrocedió ni siquiera ante una carga de búfalos de agua, que realizó misiones
aéreas sobre Alemania” durante la segunda Guerra mundial, “que se negó a someterse
al estilo de escritura prevaleciente, y aceptó el rechazo y la pobreza, a fin
de escribir con su único, inimitable estilo, ese hombre, mi amigo más grande,
temía que el FBI lo estuviese persiguiendo, que su cuerpo se estuviese
desintegrando, que sus amigos lo hubiesen traicionado. La vida, para él, había
dejado de ser una opción”.
LA TRISTE REALIDAD
En la década de los
ochenta, el prontuario que había acumulado el FBI sobre Hemingway, fue
divulgado tras una solicitud de Jeffrey Myers, en esa época profesor de la
universidad de Colorado.
En el texto aparece
un gran interés de la agencia policial en las andanzas del escritor, incluidos
sus intentos en tiempos de guerra por crear una red de espionaje antifascista
denominada The Crook Factory. El
rastreo del FBI persistió hasta su ingreso en la Clínica Mayo, en 1960.
Inclusive en enero
de 1961, un agente especial le envió a Hoover un informe señalando que Hemingway
"estaba física y mentalmente enfermo”. Ese solo expediente tiene más de
120 páginas. Si bien el escritor podía sufrir de paranoia, tenía sólidas
razones para sospechar del FBI.
Dijo Hotchner:
“Durante años intenté reconciliar el temor de Ernest por el FBI, que lamento
haber juzgado de manera equivocada, con la realidad del prontuario. Creo ahora
que él descubrió la vigilancia. Eso contribuyó de manera substancial a su
angustia y a su suicidio”.
Si bien el FBI no originó
los delirios de persecución del escritor, es obvio que la incesante vigilancia
debió causar graves problemas a un hombre que se estaba hundiendo en la
demencia.
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