Mario Szichman
Ian Frazier
Cuando la revista The
Atlantic Monthly celebró sus 150 años de vida, incluyó entre los mejores
escritores que han engalanado sus páginas a cuatro humoristas. Tres de ellos
son famosos a escala mundial: Mark Twain, Kurt Vonnegut y James Thurber. El
cuarto, que todavía no ha recibido la notoriedad que merece, se llama Ian
Frazier.
La editorial neoyorquina Farrar,
Strauss and Giroux publicó hace algunos años Lamentations of the Father, una recopilación de ensayos y de
relatos de Frazier previamente difundidos durante las dos últimas décadas en las
revistas The New Yorker, Mother Jones, The Atlantic Monthly, Double
Take y The New York Review of Books,
entre otras.
Si bien no todos los trabajos tienen la misma calidad, cuando
Frazier es bueno, resulta excepcional. Y si algo falta en la colección, es su
famoso caso Coyote versus Acme, donde
el enemigo del correcaminos entabla una demanda por daños y perjuicios contra
la empresa Acme por “lesiones
personales, pérdida de ingresos comerciales y daños emocionales”, a raíz de la
venta de productos que el coyote adquirió con el propósito de perseguir a su
rival, y que le “causaron daños corporales debido a defectos en la fabricación
o porque no se formularon advertencias sobre las precauciones que debían
adoptarse en su manejo”.
Como resultado, indica la demanda, “el señor Coyote ha tenido
que restringir de manera temporal su capacidad para ganarse la vida en su
profesión como depredador”, afectando gravemente sus posibilidades pues “es un
trabajador independiente, y por lo tanto, no puede acogerse a los beneficios de
las leyes laborales”. (La demanda del coyote puede obtenerse en internet, en
www.jamesfuqua.com/lawyers/jokes/coyote-acme.shtml).
EL HUMORISTA DE LAS MIL VOCES
Frazier moja su pluma
envenenada en diferentes estilos para construir su comedia humana. En Kisses All Around (Besitos para todos)
usa el estilo epistolar a fin de mostrar la elogiosa recepción que pueden
recoger autores de obras polémicas antes que alguien se tome el trabajo de
leerlas. Allí figura un amanuense del papa León X agradeciendo a Martín Lutero
el envío de sus “95 tesis” que marcaron el cisma más importante entre la
Iglesia católica y la protestante.
El amanuense promete a Lutero que el Santo Padre leerá las
tesis a la mayor brevedad, asegurándole por anticipado que le van a encantar.
(La única objeción del amanuense es que se trata de 95 tesis; tal vez con
cuatro o cinco, dice, serían suficientes).
Y después está el presidente de Francia, Félix Faure,
agradeciendo al novelista Émile Zola el envío de su obra Yo acuso. Faure no ha leído el libro de Zola. Cree que Yo acuso es una novela más, no una
demoledora acusación contra el ejército francés que usó al capitán judío Alfred
Dreyfus como chivo expiatorio para ocultar la traición de otros altos
oficiales.
Y por último está la carta del ayatolá Ruholla Jomeini a
Salman Rushdie, autor de los Versos
satánicos, que le acarrearon una condena a muerte por parte de las
autoridades islámicas.
Tampoco Jomeini ha tenido tiempo de revisar la novela de
Rushdie. Se propone “leerla en su próxima vacación en La Meca”, aunque está
convencido de que “ni siquiera necesito leerla para estar convencido que se
trata de la obra de un genio”.
Después hay ensayos
tales como Lamentations of the Father,
donde Frazier usa el estilo de los profetas de la Biblia para explicar a un
niño los modales de mesa; el bucólico Little
House Off the Highway, una parodia de la famosa serie de televisión La pequeña casa en la pradera, donde a
poco de andar se revela que los honestos habitantes de esa casita son en
realidad supremacistas blancos quienes, con ayuda de sus hijos pequeños, están
preparando bombas para destruir edificios del gobierno federal, o American Persuasion, donde George
Washington, el marqués de Lafayette, Benjamin Franklin y otros próceres de la
independencia de Estados Unidos aparecen como unos coquetos, más preocupados
por sus perfumes y sus cremas de belleza que por lograr la libertad de sus
potenciales compatriotas.
UN FUTURO INCÓMODO
Tal como ocurre con otros humoristas, Frazier tiene la
inquietante cualidad de anticiparse al futuro. En The Not-So Public Enemy (Un enemigo no tan público), el cronista
visita una oficina postal de North Bergen, Nueva Jersey, y tropieza con el
retrato de Osama Bin Laden, “presunto organizador de ataques terroristas, que
está siendo buscado por el FBI”.
Como en toda oficina postal de Estados Unidos, los carteles
de “Wanted” (buscado) son uno de los principales elementos de atracción para
quien necesita comprar estampillas o enviar cartas. Pero Frazier se pregunta, y
con razón, ¿por qué el FBI ha decidido buscar a bin Laden en New Jersey? Pues
los datos que brinda hacen pensar que el personaje muy difícilmente pueda pasar
inadvertido: en primer lugar, según el FBI, mide entre 1,90 y 2,05 metros de
altura, y pesa alrededor de 65 kilos.
“Un hombre tan delgado tiene que correr alrededor de la ducha
para poder mojarse”, escribe Frazier. Un hombre tan alto y tan delgado, cuyo
propósito en la vida “es volar por los aires gran cantidad de ciudadanos
norteamericanos y escribir poesías acerca de esas explosiones, según informan
las agencias noticiosas”, muy difícilmente podrá pasar inadvertido en un
suburbio de Nueva Jersey. Es más probable que haya buscado refugio en una zona
montañosa de Afganistán, propone Frazier.
El relato es muy divertido y, al mismo tiempo, muy siniestro.
Y aquello que lo hace más siniestro es su fecha de publicación: agosto de 2001,
en la revista Mother Jones. Un mes
después, 19 de los seguidores de bin Laden, piloteando dos aviones comerciales,
destruyeron las torres gemelas del Centro de Comercio Mundial.
Prácticamente cada ensayo (¿o relato?) de Frazier es una
lectura placentera. En ocasiones, la pluma se hace demasiado ligera, como
cuando copia manuales de cocina para explicar la indignación y las
frustraciones de un ama de casa esclavizada con las tareas hogareñas. En otras,
su prosa se hace demasiado local. Pero la mayoría de las veces, Ian Frazier es
deslumbrante.
Como señaló el
periódico The Boston Globe, tras elogiar
algunas de sus columnas en diversas publicaciones, Frazier “es un antídoto
contra la tristeza”.
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