Mario
Szichman
Ashley Volk y Sam Siatta, a la derecha,
estuvieron enamorados desde el sexto grado de la escuela primaria
The New York
Times publica una columna, Modern Love, describiendo las más
curiosas, dramáticas o sentimentales historias de dos personas, desde el
encuentro inicial, hasta su llegada al altar.
El artículo original Love’s
Road Home, del cual hacemos una
síntesis, fue publicado por el
periódico el 10 de noviembre de 2017. Su autor es C. J. Chivers.
Aunque las historias que se describen en la
columna aluden a toda clase de romances, inclusive cuando los dos miembros de
la pareja pertenecen al mismo sexo, en este caso, el amor de Ashley por Sam –y
viceversa—es tan antiguo como el de Dafnis por Cloe. M.S.
Ashley Volk estuvo enamorada de Sam Siatta
desde el sexto grado de su escuela primaria. El noviazgo continuó cuando Ashley
estaba en la escuela secundaria. Sam estudiaba fabricación de metales y
soldadura. Luego, se alistó como marine
en un destacamento de fusileros, y fue enviado a Afganistán.
Ashley nunca pudo imaginar todas las vueltas
que daría la vida, en su relación con Sam. Ni los vericuetos que debería
transitar para arribar a un final feliz, propio de esas comedias de Frank
Capra, donde la pareja, tras sufrir terribles peripecias, como en el clásico It´s a Wonderful Life, encuentra la
dicha anhelada.
La guerra en Afganistán cambió a Sam hasta
hacerlo irreconocible. Tras regresar de su último tour, el amante se hundió en la depresión y en el alcoholismo. Luego, fue condenado por un delito del
cual no tenía recuerdo alguno e internado en The Shawnee Correctional Center, una penitenciaria estatal del sur
de Illinois. La justicia lo condenó a seis años de prisión por ingresar a una
vivienda sin permiso, y golpear a uno de los residentes en la cabeza con una
sartén de hierro.
Sin importar el lugar donde Sam se hallaba, ya
fuese en una trinchera de combate, o en algún bar de California, su
temperamento era volcánico.
Ashley Volk rompió en varias ocasiones con su
amante. Pero siempre existía un reencuentro y una reconciliación. A comienzos
de 2016, mientras trabajaba como mesera en un bar, Ashley se dirigió a la
prisión donde estaba alojado Sam, para hacerle una visita de rutina. Pero algo
cambió súbitamente.
Ambos se sentaron en una mesa de la cafetería
de la prisión. Ashley vio algo raro en el dedo anular de Sam: un segmento de
hilo azul.
–¿Qué es esto?—le preguntó.
–Mi esperanza—le respondió Sam. –Es un
recordatorio de que cuando abandone la prisión, pienso tener un futuro, casarme
contigo, y disfrutar una vida de verdad.
Ashley tardó un rato en discernir que Sam le
estaba haciendo una propuesta de matrimonio. Dos emociones se combinaron en ella;
una profunda alegría, y un enorme miedo.
LA LARGA ESPERA
Ashley no estaba en condiciones de hacer plan
alguno. “Ignoraba cuándo Sam saldría en libertad”, le dijo a The New York Times. “Todavía tenía que
cumplir seis años de su condena”. Pero Ashley quería que Sam fuese su esposo.
Por lo tanto, extendió su mano para tomar la de Sam y aceptó la solicitud. En
ese momento, un guardia de prisión los interrumpió para informarles que no se
podían tocar.
Ashley se recostó en la silla. La pareja
discutió otros temas. Quizás Sam le propondría de nuevo casamiento en el año
2022, tras cumplir la condena completa.
LOS MILAGROS EXISTEN
A fines de la primavera de 2016, Sam Siatta
fue puesto en libertad de manera abrupta, mucho antes de cumplir su sentencia.
Eso ocurrió luego de una investigación hecha por The New York Times Magazine, la revista del periódico. Sam había
sido diagnosticado con síndrome de estrés postraumático. Era obvio que el
diagnóstico tenía como propósito transferir a Sam de la prisión a un hospital
psiquátrico.
Pero las cosas siguieron sin adaptarse al
libreto establecido. El fiscal del condado donde Sam había cometido su crimen
anuló la condena. En cambio, ofreció un plea
deal, acuerdo de confesión de culpabilidad, a
cambio de que el prisionero aceptara una condena por un delito menor. Sam no
sería confinado en un hospital psiquiátrico. Saldría en libertad condicional si
se comprometía a no usar alcohol, y a participar semanalmente en un programa de
rehabilitación.
El recluso número Y11107, del departamento de
prisiones de Illinois, cesó de beber, recuperó su condición física, y reanudó
su vida en común con Ashley, mientras se entrenaba para ingresar a un club de
artes marciales.
Y en ese momento, Sam sintió que se le volvía
a derrumbar la estantería. Debido a un error administrativo del Departamento de
Veteranos, le anularon la pensión por discapacidad. Como delincuente en libertad provisional, Sam
no podía conseguir un trabajo a tiempo completo. Si bien había recibido un favor
escasamente otorgado: una segunda oportunidad, estaba totalmente quebrado en
asuntos financieros. Y sumergido en un limbo del cual parecía imposible
emerger.
Excepto que allí estaba Ashley Volk, dispuesta
una vez más a rescatar a Sam.
A LA BÚSQUEDA DEL TIEMPO PERDIDO
Según dice el periodista C. J. Chivers, Ashley
Volk adoptó la posición inquebrantable de que Sam Siatta era un hombre bueno,
mejor que la mayoría, y más fuerte que sus problemas. Estaba segura de que
terminaría triunfando.
Sam siguió recibiendo terapia por su síndrome
de estrés postraumático, mientras intentaba recuperar la confianza y la
tranquilidad. En cuanto a Ashley, trabajaba tres o cuatro noches cada semana
atendiendo un bar hasta las cuatro de la mañana, y los sábados, hasta las
cinco.
Llevaba a la casa todas las propinas para “mantener un techo sobre la cabeza de
ambos amantes, y comida en la nevera”, señaló Chivers.
No fue fácil sobrellevar esa rutina. “Luego de
un par de años trabajando en un bar, a veces hasta las cinco de la mañana”,
dice Ashley, “una se siente como un zombie”.
Tampoco era fácil amar a Sam, o aguardar sus
erráticos retornos de Afganistán, o visitarlo en la cárcel, o ayudarlo a
encontrar un trabajo que elevara su orgullo.
Pero Ashley decidió que su amor por Sam debía
prevalecer. En ocasiones, no se sentía como un ser humano, sino como un
artefacto mecánico, “capaz de pagar la renta, las cuentas, los comestibles, la
electricidad y los teléfonos”.
Pero el sacrificio valía la pena, asegura
Ashley. Lo hacía porque formaba parte de los servicios que debía rendir al
amor. Había quedado prendada de Sam cuando apenas tenía 10 años. Había sido su
novia durante buena parte de su adolescencia.
Cuando Sam se incorporó a la infantería de
marina, fue condecorado por su coraje, y elogiado por sus jefes, tras salvar la
vida de otros hombres. Sam se había incorporado a la infantería de marina para
mostrar su valor. Y Ashley, quien se negaba a aceptar que su compañero fuese un
soldado, aceptó el desafío, y sintió orgullo por su valentía.
Al llegar el año 2017, Ashley tenía 26 años, y
seguía cuidando a su amante, un hombre capaz, trabajador, pero sin empleo. Y fue entonces que el destino le volvió a
jugar una buena pasada.
EL
REENCUENTRO FINAL
El juez Terrence J. Lavin casando a Ashley y a Sam
En enero de 2017, mientras Ashley Volk
trabajaba sin descanso para mantener con Sam la ropa pegada al cuerpo, el juez
Terrence J. Lavin leyó en The New York
Times un artículo sobre Sam Siatta y su tour
de combate en Afganistán. Algunas de las características de Sam le hicieron
recordar a su sobrino, Conner T. Lowry, quien había muerto en Afganistán en un
accidente que parecía en realidad un atentado.
El juez sintió que lo animaba el fantasma de
su sobrino, y decidió contactar a Sam. “Tenía que ayudar a ese joven a salir
adelante”, dijo el juez a The New York
Times. “Parecía necesitado de consejos. Alguien que conociera personas en
Chicago podría ayudarlo”.
Lavin invitó a la pareja a su oficina. Al rato
de conversar, Sam le dijo al juez que tenía problemas para encontrar trabajo, y
que le habían retirado su pensión por discapacidad. Prácticamente no tenía
dinero, o un buen plan de salud. “Tengo una racha de mala suerte”, señaló.
“Bueno, eso está a punto de cambiar”, le
respondió el juez.
Lavin había trabajado en una siderúrgica
cuando era joven. Y conocía a muchas personas en Chicago.
El magistrado llamó a un dirigente sindical
que trabajaba en una organización para ubicar a veteranos de guerra en el
sector de construcción. El dirigente sindical logró que dieran a Sam un empleo
en el gremio de carpinteros.
Semanas después, Sam empezó a percibir un buen
salario, consiguió seguro médico, y un plan de pensión.
En septiembre de 2017, fue con Ashley a ver un
filme. Pero antes se detuvieron en un restaurante, y mientras aguardaban por la
comida, Sam le dijo a su compañera: “Deberíamos casarnos para Halloween.
Inclusive podríamos disfrazarnos para la ocasión. Podría ser muy divertido”.
Ashley se mostró confundida. “¿Estás hablando
del Halloween de 2018?” le preguntó.
“No”, respondió Sam, “De este Halloween,
dentro de pocas semanas”.
De repente, Ashley se puso a gritar en el
restaurante, dando saltos de alegría, besando a Sam. Pero esta vez, no había
ningún guardia de prisión para impedirle que expresara sus emociones.
Semanas más tarde, contrajeron nupcias, frente
al juez Lavin, aunque el magistrado prohibió que se aparecieran disfrazados.
Lavin dijo que Ashley “la persona que está hoy
delante nuestro, es una pequeña, gigantesca mujer. Nunca se rinde”.
“Cuando Sam hablaba muy poco, durante los
combates en Afganistán, ella no se rendía,” continuó el juez. “Cuando regresó
al país y se mostró distante y remoto, ella tampoco se rindió”.
“Cuando Sam fue condenado y encarcelado, ella
no se rindió. Siguió peleando, por él y por ambos”.
El juez administró sus oraciones, y los
declaró marido y mujer.
Luego, hizo una pausa muy prolongada,
intentando recuperar la voz y la serenidad, y dijo en voz baja: “Mi sobrino
hubiera cumplido 30 años en febrero del próximo año”.
Ashley formuló otro comentario, cuando estaban
celebrando la boda en una pizzería cercana. “Finalmente, tenemos un futuro”,
dijo. “Sam ha enfilado por el camino correcto. Y ahora, ha llegado mi turno”.
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